V
Mohammed se sorprendió cuando vio al profesor Rafai bajar del taxi y cerrar de un golpe la portezuela. No esperaba ver al oncólogo de Layla otra vez; y mucho menos en la obra.
—¿Hay algún lugar privado? —exigió Rafai, temblando de ira.
—¿Privado?
—Para hablar.
Mohammed frunció el ceño, sorprendido.
—¿Ahora?
—¡Claro que ahora! ¿O piensa que he venido a pedirle cita? —Mohammed se encogió de hombros, y condujo a Rafai hasta la caseta que hacía las veces de oficina—. ¡No sé cómo ha conseguido esto! —gritó Rafai al cerrar la puerta. Se quitó las gafas, y apuntó con ellas al rostro de Mohammed—. ¿Quién se cree usted que es? Yo baso mis decisiones en las pruebas clínicas. ¡Pruebas clínicas! ¿Acaso cree que puede obligarme a cambiar de opinión?
—Lamento mi comportamiento en su despacho —dijo Mohammed, frunciendo el ceño—, pero ya me he disculpado. Estaba bajo una enorme presión. No sé qué más…
—¿Usted cree que se trata de eso? —gritó Rafai—. No me refiero a ese asunto.
—Entonces ¿a qué?
—¡A su hija! —gritó Rafai—. ¡Siempre es su hija! Usted cree que ella es la única enferma. Un joven llamado Saad Gama espera un trasplante de médula. Un verdadero estudioso del islam. ¿Quiere explicarle que debemos posponer su tratamiento porque usted tiene amigos más influyentes? ¿Quiere usted decirles a sus padres que tendrá que morir para que, quizás, su hija viva? ¿Usted cree que a ellos no les importa?
—Profesor Rafai, en el nombre de Alá, ¿de qué está usted hablando?
—¡No lo niegue! ¡No me insulte negándolo! Sé que usted ha hecho esto, aunque como tiene poder… Pero déjeme que le diga que la sangre de Saad manchará sus manos. ¡Sus manos, no las mías!
Mohammed se quedó petrificado.
—¿Qué está diciendo? —le preguntó mareado—. ¿Está diciendo que Layla podrá recibir su trasplante?
Rafai lo fulminó con la mirada.
—Estoy diciendo que no arriesgaré mi programa por esto.
—Pero ¿y el trasplante? —insistió Mohammed—. ¿Layla recibirá su trasplante?
—Dígales a sus amigos en El Cairo que se mantengan lejos de mí y de mi personal. Si el procedimiento no funciona, no seremos responsables. ¿Me ha oído? Dígale eso a su gente. Dígaselo a su gente.
Y salió como una tromba de la oficina.
A Mohammed le temblaban las manos como si tuviera epilepsia, y apenas podía sostener con firmeza el auricular cuando intentó llamar a Nur.