V
Nicolás cortó la comunicación con Elena y se sentó en su silla respirando agitadamente. Bien, había sido toda una noticia. ¡Daniel Knox en Alejandría! ¡Y para colmo en su excavación! En el momento más delicado. Se puso de pie y se dirigió a la ventana, frotándose con fuerza la espalda con las manos, puesto que se le había puesto repentinamente rígida.
Se abrió la puerta de su oficina. Katerina entró con un montón de papeles. Le sonrió cuando lo vio masajeándose la espalda.
—¿Qué pasa? —bromeó—. ¿Acaso ha recibido noticias de Daniel Knox o algo parecido? —Él le lanzó una mirada fulminante—. ¡Oh! —exclamó, dejando los papeles en su escritorio y retirándose a toda prisa.
Nicolás volvió a sentarse. Pocos lograban molestarlo tanto como Knox lo había hecho. Durante seis semanas, hacía diez años, aquel hombre había hecho una serie de increíbles acusaciones contra su padre y su empresa, y nadie había reaccionado a aquel ataque…, nadie había hecho nada. Su padre le había dado inmunidad, y la palabra de su padre era ley, por lo que aquel asunto se había quedado aparcado; pero Nicolás todavía ardía de humillación. Se inclinó hacia delante y llamó por el interfono a Katerina.
—Lo siento, señor —dijo ella antes de que él pudiera hablar—. No quise…
—Olvídalo —dijo cortante—. Necesito estar en Alejandría mañana por la tarde. ¿Nuestro avión está disponible?
—Creo que sí. Se lo confirmo.
—Gracias. Otra cosa: ese egipcio a través del cual conseguimos los papiros también arregla otra clase de negocios, ¿verdad? —No tenía que aclararle a Katerina a qué tipo de negocios se refería.
—¿El señor Mounim? Sí.
—Bien. Pásame su número. Tengo un trabajo para él.