Capítulo 5
Tutila era un hervidero de rumores y desmentidos. En sólo dos días se habían concentrado en los alrededores de la ciudad centenares de hombres procedentes de todas las alcazabas cercanas: Arnit, Qala't al Hajar, Al Hamma, Tarasuna, Al Burj, Kabbarusho, Siya… Según se comentaba, el destino de todos ellos no era otro que la propia capital de la Marca, Saraqusta. El entusiasmo se había desbordado entre la población en cuanto se conocieron los acontecimientos de Tutila, y ninguno de los tres hermanos había previsto aquella respuesta casi explosiva. Comprendieron que durante mucho tiempo los habitantes de la Marca habían estado esperando el momento. Con seguridad, quienes años atrás habían luchado junto a Musa ibn Musa veían ahora la posibilidad de repetir aquellas razias en las que, además de asegurarse una buena soldada, tendrían derecho a una parte del botín capturado. Algunos eran hombres maduros que con sus relatos encendían el ánimo de los más jóvenes, y no era extraño ver en los campamentos improvisados de la musara a soldados que, ya en la cuarentena, preparaban sus armas junto a uno o varios de sus hijos.
La actividad era frenética en la alcazaba, y la confusión se había adueñado de cada palmo del terreno comprendido entre las construcciones y las murallas que formaban los dos anillos concéntricos. Multitud de hombres coincidían en los accesos: unos acudían a sumarse a las tropas de los Banu Musa; a otros, fieles al antiguo 'amil, se les permitía abandonar la ciudad, con la excepción de los oficiales de mayor rango, que permanecían retenidos junto a su gobernador. Los correos iban y venían entre Tutila y el resto de las ciudades que se habían sumado a la revuelta, incluso llegaban a Saraqusta para llevar las últimas noticias sobre las actividades y los planes del 'amil de la Marca. A duras penas se cruzaban en las calles atestadas las carretas tiradas por bueyes o mulas, y de nuevo un enjambre de vividores se afanaba en apoderarse de las monedas que los nuevos habitantes de la ciudad estuvieran dispuestos a gastar.
En la sala noble de la fortaleza, un trasiego continuo de funcionarios de la administración de la kurah daba cuenta del estado de las finanzas, la reserva de monedas disponibles, los productos básicos que se almacenaban en los silos y que serían imprescindibles para el sustento de las tropas… Muchos de aquellos hombres habían visto pasar a varios gobernadores por la alcazaba, de modo que este cambio era sólo uno más. Sin embargo, se respiraba optimismo. Las órdenes eran obedecidas con presteza, y parecía imperar una confianza generalizada en las decisiones de aquellos tres hermanos.
–¡No hay tiempo que perder! ¡Debemos organizado todo para partir al amanecer! ¡Como sea! De otra forma, el gobernador tendrá tiempo de organizar su ataque, y nuestros planes pasan por alcanzar los muros de Saraqusta antes de que el hijo de Wuhayb y sus tropas abandonen la ciudad.
Desde la misma noche de la ocupación de Tutila, los tres hijos de Musa habían pernoctado en aquella estancia de la fortaleza, bien caldeada y orientada al sur. Muhammad los había acompañado en todo momento, y por fin, en la mañana que siguió al golpe, los hijos de Fortún se habían incorporado a aquel centro de mando improvisado.
–Ismail tiene razón-afirmó Lubb-. No podemos esperar al resto de nuestros hombres, y tampoco son necesarios. Si no funciona la estrategia que hemos trazado, sería inútil tratar de tomar Saraqusta por la fuerza, por muchas tropas que consigamos reunir.
–¿Ni siquiera con el apoyo de Uasqa? – intervino Muhammad.
–Parece que Mutarrif tiene sus propios problemas en Uasqa -repuso Fortún.
–Hasta Arnit no han llegado demasiadas noticias de lo sucedido allí -aclaró Lubb-. Sabemos que, tras el ataque de las tropas de Qurtuba el pasado verano, los habitantes de Uasqa recurrieron a Mutarrif, pero ignoramos las circunstancias…
–Así fue. Tras los acontecimientos que protagonizó Amrús hace ahora un año, el emir envió a la Marca a uno de sus generales, que, con la ayuda de Wuhayb, subió hasta Uasqa para tratar de apresar al rebelde y poner orden en la cora. Pero Amrús estaba bien refugiado en el monte, protegido por los sirtaniyyun, y hay quien dice que también por el propio rey Garsiya de Banbaluna. Sólo pudieron capturar a su tío Zakariyya ibn Amrús junto a dos de sus hijos y nombraron un nuevo 'amil para la ciudad, un tal Abbas ibn Abd al Barr. Después regresaron con sus rehenes hasta Saraqusta, con la advertencia de que si Amrús no se entregaba serían ejecutados.
–Conociendo a los Banu Amrús, nunca unas vidas valieron tan poco -sentenció Ismail.
–Efectivamente, los rehenes fueron asesinados a las puertas de Saraqusta antes de partir hacia el sur y sus cabezas viajaron a Qurtuba ensartadas en tres picas.
–¿Y fue entonces cuando los habitantes de Uasqa llamaron a Mutarrif?
–Sí. Los muladíes de Uasqa son mayoría en la ciudad y no aceptaron de buen grado la autoridad del 'amil impuesto por los cordobeses. Si pensaron en Mutarrif fue porque ya había sido 'amil de Uasqa en vida de nuestro padre, y no debían de guardar mal recuerdo de él. Lo cierto es que no esperaron su llegada: cuando Mutarrif apareció, la revuelta ya había estallado y Abbas estaba preso, de modo que sólo tuvo que tomar posesión del cargo que se le ofrecía en bandeja de plata, aunque no todos los notables de Uasqa lo apoyaran.
El silencio reinó momentáneamente en la sala, mientras cada uno meditaba las consecuencias de lo que acababan de escuchar. Fue Muhammad quien verbalizó sus pensamientos.
–Tenemos entonces un nuevo oponente, además del emir. ¿No os dais cuenta? La rabia debe corroer a Amrús: no sólo sus parientes han sido ejecutados, sino que Mutarrif le ha ganado la partida sin ningún esfuerzo.
–Y hay otras implicaciones -apuntó Fortún-. Si es cierto lo que se dice, Garsiya protegía a Amrús, pero ahora es su propio yerno, Mutarrif, quien controla la madinat de Uasqa.
–El rey García apoyaba a quien garantizara la rebelión contra Al Andalus -aclaró Lubb-. En un principio fue Amrús, y ahora es Mutarrif. Todo forma parte del plan trazado de acuerdo con el rey Alfuns. Pero no cabe duda de que su apoyo basculará hacia el que es su yerno.
–En cualquier caso, debemos desconfiar de los Banu Amrús -advirtió Ismail-. Sus apoyos en la zona son importantes, tanto como los nuestros en el Uadi Ibru.
–Todas nuestras precauciones van a ser pocas, Ismail -admitió Lubb-. En unas semanas, hemos pasado de un largo anonimato a tener en nuestras manos la mayor parte del territorio que nuestro padre llegó a dominar en sus mejores días. Pero nuestros oponentes son poderosos, y debemos prepararnos para afrontar momentos difíciles.
–En cualquier caso, lo que nos espera, lo más inmediato -trató de reconducir Fortún-, es Saraqusta.
–Sin embargo, Fortún, uno de nosotros ha de permanecer en Tutila -recordó Lubb.
La objeción era evidente, pero parecía que nadie hubiera reparado en ello.