Capítulo 53
El ejército de Al Mundhir avanzaba lenta y pesadamente en su regreso a tierras musulmanas. Habían acampado en las proximidades de Nasira, la primera madinat fuera de territorio hostil, gobernada y defendida por un 'amil fiel a los Banu Qasi, que se había apresurado a salir al encuentro del príncipe para manifestar y renovar su lealtad a Qurtuba.
Muhammad, una vez cumplida la tarea que le había llevado a tierras de Liyun, había vuelto a centrar toda su atención en la situación que habría de encontrarse a su vuelta, y la primera de sus preocupaciones era la reacción de los jefes locales, tradicionalmente aliados con su clan, ante una inédita división en la jefatura de la familia. Ismail con sus hijos, y los hijos de Fortún, mantenía el control de Saraqusta y de la ribera del Uadi Ibru hasta Tutila. Sus propios hombres, con el refuerzo de las tropas de Al Mundhir, se habían asegurado el dominio de la zona comprendida entre Al Burj, Tarasuna y Al Hamma, además del enorme territorio al norte del río que se extendía entre Siya y la Barbitaniya hasta alcanzar la madinat de Larida, el viejo feudo de Ismail. Pero la situación en el resto de las ciudades de los Banu Qasi seguía siendo una incógnita para él. El encuentro con el 'amil de Nasira que le proporcionó las respuestas se había producido al atardecer, en cuanto estuvo dispuesta la qubba de Al Mundhir.
Los dos hombres tuvieron ocasión de hacer un primer intercambio de impresiones durante la espera, que pronto interrumpió el anuncio de la entrada del príncipe. Tras los saludos protocolarios, Muhammad se apresuró a conducir la conversación hacia el asunto que ocupaba todo su interés.
–De modo que Ismail y mis primos sólo tienen garantizado el control de las ciudades que ocupan…
–También las más próximas a la capital, y algunas otras cercanas a Tutila: Balterra, Al Faru quizás…
–¿Y el resto?
El 'amil no respondió directamente a la pregunta de Muhammad, sino que se volvió hacia el hombre que ostentaba la mayor autoridad.
–He tenido contactos con otros jefes, y todos se han mostrado partidarios de… Muhammad -dijo al tiempo que señalaba con la diestra-, y de apoyar su reciente amistad con Qurtuba.
–¿A qué ciudades te refieres? – preguntó Al Mundhir.
–Hablo de Baqira, Arnit, Qala't al Hajar, Al Sajra, Kabbarusho…
El príncipe cabeceó con evidente satisfacción.
–Lástima que el resto de las noticias que nos traes sólo sirva para empañar ésta.
–¿Cuándo se produjeron esos ataques de los pamploneses? – volvió a interrogar Muhammad.
–Poco después de la partida del ejército hacia Liyun. Sin duda el nuevo regente interpretó que tu ausencia y la división entre los Banu Qasi le brindaban una ocasión propicia para apropiarse de esas fortalezas de frontera.
–Bonita manera de agradecer la hospitalidad y las deferencias que se le han brindado en Qurtuba durante veinte años -señaló Al Mundhir.
A ninguno de los presentes pasó desapercibido el tono de ironía en sus palabras.
–¿Qué noticias te han llegado? – insistió Muhammad.
–Reunieron sus tropas en las cercanías de ese monasterio… Leyre, y descendieron el valle del Aragun, por Ledena, hasta alcanzar la fortaleza de Baskunsa, que atacaron por sorpresa. Siguieron el curso del río hasta Qasida y Galipenzo, pero no atravesaron los estrechos que allí se inician, quizás alertados de que en Kara y Al Qastil, al sur, se había organizado ya una férrea defensa. Optaron por volver hacia el norte y tomaron la villa de Aybar.
–Majestad… -se volvió Muhammad-, ni Qurtuba ni yo podemos eludir esta afrenta: si lo hiciéramos estaríamos reconociendo nuestra debilidad. Dispongo, como habéis escuchado, del apoyo de la mayor parte de nuestras ciudades. Permitid que me ponga en contacto con todos ellos para reunir un ejército suficiente. Debo recuperar una a una todas las fortalezas que se nos han arrebatado.
–Algo así retrasaría, quizá demasiado, el regreso a Qurtuba. Es algo que debo debatir con mis consejeros y mis generales -respondió al Mundhir mientras se levantaba-. Tendrás mi respuesta mañana.
Muhammad abandonó la haymah del príncipe absorto en sus pensamientos. Ni siquiera reparó en la presencia del 'amil de Nasira, que caminaba a su lado junto a algunos de sus acompañantes, en dirección al lugar donde esperaban las monturas que habrían de llevarlos de regreso a la fortaleza antes de que la oscuridad fuera completa.
Muhammad detuvo sus pasos y volvió la cabeza al oír su nombre tras de sí.
–¡General! – exclamó.
Haxim le hizo un gesto expresivo con la cabeza. Muhammad se detuvo y alzó el brazo para despedirse del 'amil, que discretamente asintió y siguió adelante.
–Deseo hablar contigo -dijo el hayih cuando quedaron solos-. Mi tienda no está lejos. Te ruego que me acompañes.
Durante el corto trayecto, en el que se cruzaron con algunos altos oficiales del ejército, no cruzaron palabra. Sólo cuando estuvieron bajo la protección de las lonas, Haxim comenzó a hablar, mientras invitaba a su huésped a tomar asiento.
–No he tenido durante estos días ocasión de mantener contigo una conversación en privado, y es algo que quiero hacer antes de que nuestros caminos se separen.
–¿Deduzco por tus palabras que eso puede suceder mañana?
–Cuenta con ello. Por eso debía aprovechar esta oportunidad, aun a riesgo de…
Haxim dejó la frase sin acabar, y con un ligero cabezazo negó y cambió de tema.
–Muhammad, sobre todo he de agradecerte lo que hiciste por mí en Liyun. Tu apoyo a mi posición en favor de la negociación con Alfuns fue determinante en el ánimo del príncipe, y eso permitió al fin la liberación de mi hijo. Los últimos años habían sido un infierno para mí, preso entre la fidelidad que debo a los omeyas… y el deseo de mantener con vida a mi primogénito.
–Tu hijo me ha demostrado ya su agradecimiento, incluso en público. No es necesario que…
Haxim levantó la mano.
–No es sólo eso. Debo confesarte que no te creí cuando negaste que Urdún estuviera en tu poder. Di la orden de mantenerte bajo vigilancia, y hasta la llegada a Liyun se me informó cada día de todos tus pasos y de todas tus entrevistas.
–Lo supe desde el principio. – Muhammad sonrió-. No todos los responsables de hacerlo supieron actuar con la discreción necesaria.
–¿Burlaste su vigilancia?
–Sólo cuando fue imprescindible. Pero el muchacho se las arregló solo la mayor parte del tiempo. Digamos que mantuve un discreto canal de comunicación a través de terceros… No voy a revelarte ahora su identidad.
–No hace falta -rio-. Afortunadamente fracasé en mi empeño, y ahora lo celebro; por ello disfruto de la compañía de mi hijo. Sin embargo… -el rostro de Haxim se tornó grave antes de continuar-, el príncipe cree que nada de lo que ocurrió fue casual. Me acusa de haberte ayudado a esconder al muchacho.
–Y no es de extrañar. A mí mismo me resulta ahora inexplicable que no nos descubrieran. Ni siquiera al final, cuando hube de ser yo mismo quien lo librara del látigo.
–Antes de abandonar Liyun, Al Mundhir y yo mantuvimos un grave desencuentro -confesó Haxim mientras tendía a Muhammad una pequeña bandeja repleta de dátiles-. Me acusó de haber puesto mis intereses personales por encima de la razón de Estado.
–Sólo tendrás que demostrar que no es así en el futuro.
–No es tan sencillo. También yo falté gravemente al respeto del príncipe. Fuera de mí, le reproché que hubiera demostrado despreciar la vida y el bienestar de sus súbditos con sus acciones.
Muhammad frunció el ceño y arrugó los labios.
–En ese caso, mucha es la estima en la que te tiene…
–No te entiendo.
–Cualquier otro ahora colgaría descabezado en lo alto de un muro.
Haxim dio un respingo, pero supo captar el tono con el que Muhammad hablaba.
–Me temo que la confianza que mutuamente nos profesábamos hace tan sólo unos años se ha roto definitivamente.
–Si así fuera habrías sido destituido de forma fulminante…
–No soy un simple general. Soy el hayib de Qurtuba, y sólo el emir tiene la potestad de despojarme del cargo para el que me nombró. Afortunadamente, o así lo creo, él sigue depositando su confianza en mí, pero temo el momento en que Al Mundhir suceda a su padre.
–Sin duda para entonces habrás recuperado su aprecio.
–Allah te escuche. Mientras tanto debo advertirte de que tanto tu lealtad como la mía están bajo sospecha -dijo mientras se ponía en pie-. Lamento que esta entrevista haya de terminar, pero a ninguno nos conviene que llegue a conocimiento del príncipe.
–¿Crees entonces que aceptará mi petición?
–Sin duda. Te has convertido en su aliado, y serás tú con tu ejército quien presente batalla a los pamploneses. Nosotros sólo aguardaremos en la retaguardia, posiblemente en alguna de las nuevas ciudades que has puesto en nuestras manos. Nos vendrá bien para dar un descanso a las tropas antes de iniciar el largo camino hasta Qurtuba, y para organizar las guarniciones que han de garantizar la tranquilidad en nuestra ausencia.
–Aceptaré efectivos de refuerzo, pero mi intención es mantener en sus puestos a los jefes que me han mostrado lealtad -advirtió Muhammad-. No puede ser de otro modo si he de pedirles su apoyo contra el rey Garsiya.
–Di mejor contra su hijo Fortún. Garsiya es un anciano al que apenas le quedan fuerzas para sujetar la corona sobre su cabeza -bromeó mientras acompañaba a Muhammad hacia el exterior.
–¿En qué lugar quedan pues quienes describían a Fortún como un caudillo pusilánime y poco dado a guerrear?
–Quizás en eso tengan razón, y sea su padre quien todavía lo empuje. También está quien hasta ahora llevaba las riendas del reyno, su hermano menor, Sancho. Y su yerno…
–¿Su yerno?
–Veo que tras tu salida de Saraqusta no has estado al tanto de los acontecimientos en las cortes cercanas. Deberías corregir eso, sobre todo si los enlaces que se producen afectan a la situación política y a la sucesión.
–La única hija de Fortún es Onneca, la misma que le acompañó en su cautiverio. ¿Acaso ha vuelto a contraer matrimonio?
–Así es, con su primo Aznar Sánchez, el hijo de Sancho.
Muhammad frunció el ceño, extrañado.
–Yo también ignoro los motivos de tal enlace. Se me ocurre que quizá los hijos varones de Fortún no hayan tenido descendencia o, si la han tenido, no muestre las aptitudes que se requieren para suceder al rey. En cualquier caso, Sancho ha ostentado la regencia durante años en ausencia de Fortún y nos consta que se ha ganado el aprecio y el apoyo de los seniores que mantienen en pie esa reciente monarquía. Fortún es el legítimo heredero, pero es un desconocido en su propio reino. Unir en matrimonio a los hijos de ambos es una maniobra inteligente…