CAPÍTULO 12

Había pasado más de un mes desde que la conocí. Yo no la había olvidado, pero cuando Paula apareció en el autocar, me pareció que estaba más bonita de lo que la recordaba.

Al verla subir, a pesar de mi corazón un poquito acelerado, empecé a pensar.

Era prácticamente imposible que le hubiera tocado otra vez el asiento a mi lado.

¿Debería acercarme? Y en ese caso, ¿cómo? ¿Hola? ¿O te acuerdas de mí? O: ¿Tú no eres Paula? O: ¿Te conozco de algún lado?… Yo parecía un adolescente en su primer baile.

Con una naturalidad increíble, se detuvo en mi asiento:

—¿Cómo estás, Demi? ¿Te parece que me siente aquí? —dijo mientras se acomodaba del lado de la ventanilla—. En todo caso, si sube alguien, me voy a mi asiento.

—No te esperaba. Hace tantas semanas que no viajabas… —señalé, y de inmediato detesté que mis palabras se parecieran demasiado a un reproche, a una queja.

—Sí —respondió lacónicamente, con una sonrisa que me pareció bastante forzada—. ¿Y qué tal tu terapia?

Aquella era la última forma que yo quería para empezar una conversación, así que hice un comentario superfluo y traté de centrarme en ella y de hacerle algunas bromas sobre su gusto por el misterio, por su actitud huidiza. De nuevo me pareció que mi comentario estaba fuera de lugar y evidenciaba que ella me interesaba y que yo no soportaba que manejara la situación. Con mucha lucidez, captó mi postura.

—Tú crees que yo juego a controlar, ¿no?

—No he dicho eso…

—Pero lo has pensado, estoy segura. Y es natural, porque es la conducta habitual y no me conoces…

—Y por este camino, dudo que lo consiga —quise morderme los labios por lo tonto de mi comentario, pero no pude evitarlo.

Ella siguió, como si no me hubiera escuchado.

—Es justo lo contrario, estoy tratando de no controlar nada. Por algunas cosas que me pasaron en mi vida, estoy tratando de aprender a dejar que las cosas sucedan, ¿comprendes?, que pasen lo más libremente posible. Ya te dije, darle una oportunidad al azar.

—¿Estás haciendo un experimento? —le pregunté casi con sorna.

—No, sucede que me he cansado de buscar determinar todo, de querer que todo pase como yo quiero, porque cuando trato de prevenir las cosas, de pautarlas, salen al revés y no soporto la frustración.

—Bueno, pero no se puede dejar que todo sea obra del azar, porque, por ejemplo, tú y yo podríamos no habernos vuelto a ver jamás. En cambio, si yo hubiera tenido tu teléfono y tú el mío…

—Para ti el destino es el nombre de un perfume, ¿no? —se burló sonriéndose.

—No. Para un primer encuentro, está bien. Estoy dispuesto a festejar la casualidad de que nos hayamos encontrado en el autocar. Ahora, dejar el resto librado al destino…

—Te pone nervioso.

—Sí.

—Fíjate, a mí, en cambio, me relaja, me tranquiliza. Prefiero confiar mi vida a las fuerzas desconocidas, que estar sentada durante horas frente a un teléfono que no llama.

No nos pusimos de acuerdo, aunque debo admitir que eso precisamente fue lo que más gustó de ella. Al despedirnos no pude evitar mi terquedad, le di mi teléfono y le pedí que me llamara.

Al llegar a lo de Jorge, Paula, desde luego, fue el tema de la sesión.

—Dime si no es una postura loca. Dejar que el destino nos reúna… Un delirio.

—Si por «loco» queremos entender lo que dice el diccionario, «todo lo que excede lo previsible», tal vez sea loco —dijo Jorge, después de consultar un grueso volumen—, porque parece que Paula es hoy, para ti, bastante impredecible.

—Es verdad, me despierta curiosidad. Pero me parece que lo mejor sería darme cuenta de que ésa es precisamente una de las cosas de ella que más me gusta.

—Verdad —dijo el Gordo—, pero también una de las cosas de las cuales tienes que aprender.

Se cuenta de cierto campesino que tenía un caballo de tiro ya viejo y casi ciego.

En un lamentable descuido, el caballo cayó en un pozo que había en las afueras del pueblo. El campesino oyó los relinchos del animal, y corrió para ver lo que ocurría.

Le dio pena ver a su fiel servidor en esa condición y trató de sacarlo. Tiró de las riendas con todas sus fuerzas, empujó al jamelgo desde atrás, hasta trató de hacer palanca con una larga vara para empujarlo fuera de la trampa en la que había caído. Pero no hubo caso, era imposible…

Después de analizar cuidadosamente la situación, decidió que no había modo de salvar al pobre animal, y que más valía sacrificarlo. El campesino llamó a sus vecinos, y después de ponerlos al tanto de lo que estaba ocurriendo, les pidió ayuda para sepultar al caballo en el mismo pozo en que había caído. Si lo hacían rápidamente y entre todos evitarían que el animal continuara sufriendo.

Todos aceptaron prestar sus manos, sus palas y su tiempo para ayudar al vecino y al propio caballo. Al principio, el animal bramaba enfurecido cada vez que una palada de tierra le caía sobre el lomo. Sin embargo, a medida que el campesino y sus vecinos continuaban paleando tierra, el caballo se dio cuenta de que podía deshacerse de la tierra si se sacudía con fuerza. Una y otra vez, el animal recibía cantidades de tierra y una y otra vez se sacudía y se libraba de ellas. La tierra se acumulaba en el fondo del pozo y el caballo que coceaba y pataleaba todo el tiempo iba subiéndose sin quererlo sobre el nuevo nivel del fondo. No importaba cuán dolorosos fueran los golpes de la tierra y las piedras sobre su espalda, o lo angustiante de la situación, el caballo luchó contra el pánico, y continuó sacudiéndose mientras a sus pies se iba elevando el nivel del suelo. Los hombres, sorprendidos, captaron la esencia de lo que sucedía y esto los alentó a continuar paleando con fuerza renovada. Llegó un momento en que el pozo se había llenado tanto de la tierra que el caballo sacudía que el equino sólo tuvo que dar un pequeño salto para salir definitivamente del pozo. La tierra que se le tiró para enterrarlo se convirtió en su salvación, por la manera en la que el instinto del animal lo llevó a enfrentar la adversidad. El campesino se dio cuenta de lo mucho que tenía para aprender de su viejo caballo de tiro y empezó a quitarse de encima algunas cosas que cargaba en sus espaldas y a subirse a sus dificultades…

—Date cuenta, Demián, de que su manera de ser tan diferente, sea tal vez la forma de hacerte saber que se puede ser distinto que se puede ser un poco «loco» y que se puede, por supuesto, soñar con el encuentro deseado. Como en el cuento, hay que aprender que hay más de una manera de salir del pozo y que, a veces, tironeando no se consigue nada bueno. Posiblemente también sea ese aprendizaje por hacer lo que te engancha…

—Está muy bien eso que dices y debe ser una parte de la verdad… Pero quiero que sepas que antes que nada me gusta porque me parece hermosa, aunque suene prosaico. ¿Y te digo algo?, para ser sincero, también me gusta la sensación que tengo de que, a pesar de esa postura un poco fría, ella también siente «cositas» cuando me ve. Es verdad que es distinta, pero no sólo distinta de mí, es diferente también de todas las demás mujeres que he conocido en mi vida.

—Bueno… Sabiendo cómo te ha ido con ellas, esto es una buena señal —dijo el Gordo, riéndose a carcajadas.

—Sí —admití, compartiendo la risa—, aunque, de todas maneras, al dejarle mi teléfono, yo le tiré la pelota a ella y en todo caso en sus manos quedará lo que siga…

—Puede ser —dijo el Gordo, algo enigmático—, puede ser.