AL DULCE SON DE DIOS
Tanta lucha, Señor, es porque un día
nos sueltes a tu paz y eternidades,
y hallen sus aguas los resecos labios,
y hallen sus lechos los rendidos miembros,
y sus visiones los cegados ojos;
porque en tu luz las aguas se desnuden,
y puedan ofrecerte sus espejos,
Señor, y en ellas tu infinito veas;
porque, Señor, de libertad las vistas,
porque las sueltes libres al espacio,
a vivir de mirarte y remirarte,
de perderse en ti mismo contemplándote,
de asomarse, Señor, a esos oteros
donde pierden los límites el nombre;
porque les des tu vuelo y su figura,
ese descanso de la luz sin mengua,
el dichoso sosiego de tus llamas,
la paz de hacer tu voluntad que es todo.
Ser puramente; que distancia, huida,
la premura del tiempo que nos urge,
los duros aletazos de los sueños,
despertarse y partir pierdan sentido,
y los tiempos y espacios yazgan juntos
en la misma almohada del olvido[28].
Y beberte, Señor, que nos absorbas;
quietudes de tu gozo sean lo nuestro,
y existir, navegar los océanos
sin playa, de tu paz, Señor, ni fondo;
irle dando lo suyo a la belleza,
libre ya de los trajes con que siguen
estas mortales sendas sus desvelos:
no dependa de la palabra, aurora,
voces u hojas que a la tarde cantan,
aguas, cabellos que la luz escoge,
miembros, collados que los ojos quieren,
delicias de las horas en ventura
sometidas al ala irrefutable
del tiempo, que en volar gasta su vida.
¡Oh libertad de Dios! ¡Oh vasta vida!
¡Oh voluntad de paz que de ella mana!