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El telegrama sólo me decía:
No llegaré esta tarde. Abrazos, Rosa.
Y la tarde me dijo: ¿Qué me hago
desde las cinco hasta las ocho y media?
Y la huerta me dijo: ¿Dónde cuelgo
granados y membrillos? Y las viñas
y los olivos y los romerales
y las abejas y las siempre hermosas
caracolas colgaron vagamente.
Todos llamaban: Corazón, ¿qué hacemos?
Y el corazón les dijo: Rosa falta.