A UN POETA AUSENTE
Tu memoria conmigo en esta tierra
que tanto amaste, Emilio[101], me acompaña.
Sobre este mismo mar de tanto azul
que no ha dejado un día de tu ausencia
de preguntar por ti con ola y ola,
bajo este mismo cielo que ni un día
dejara tu recuerdo sin amparo,
por este mismo aire que no encuentra
ninguna soledad como la tuya,
ni corazón que mueva por sus altos
latido semejante.
Por las guijas
de tus playas, perfiles de tus montes
que hacen puro temblor el sol poniente,
por cañadas hondísimas sin agua,
arroyos de adelfares donde late
hondo bajo lo seco un filo eterno
que une las altas sierras a los mares,
cubríales pobrísimos, pizarras,
ruinas de viñedos y lagares,
almendrales fantasmas que le prestan
alguna leve nieve a estos inviernos,
entre estas sierras puras que rodean
tu ciudad maternales, entre estas
cosas que no se van, que van por dentro,
y tan seguras, entre lo que pasa,
algo queda por siempre: la memoria.
Sentimos que el instante se nos queda
inmóvil con aquellos que se quiere,
pura piedra en la sierra, agua perdida,
fuego ardiendo perenne, mar inmóvil,
dureza de un espejo conmovido
por la sola visión de la belleza,
justo instante de amar que a los humanos
nos hace eternos, ángeles acaso
parados en el aire de las horas.
Yo siento el aire vivo con nombrarte,
el corazón caliente con sentirte,
más bello este paisaje que aquí sigue
con soledad de ti, con su hermosura
sin tasa a tu llamada. ¿No lo sientes?