5
La noche está preciosa.
Hay una luna rielando sobre el ala del avión
y abajo nubes como algodoncillos de Dios
y dentro unos recuerdos y esperanzas como nubes, como algodoncillos,
sobre el mar y la vida los recuerdos flotando.
Sobre las nubes, entre lo oscuro y lo inmenso,
una lucecita roja intermitente recuerda.
Lejos quedan la libertad y sus consecuencias,
las principalidades y sus concomitancias,
las ternuras y sus sucesos.
Aquí, en la solemnidad de la noche, donde reina lo oscuro,
donde la desnudez no resplandece,
una lucecita que se enciende advierte
que en el mundo todo es vano y para siempre;
que en el reino de la esperanza el temor tiene su lugar,
que existe una correspondencia con los dones más distantes
y una concomitancia con las suciedades más resplandecientes.
Todo en el mundo es vano, y no valen
el resplandor y sus consecuencias,
el suceso y sus concomitancias,
la complicidad y sus compensaciones,
la seguridad y sus adormecimientos.
En medio del torbellino, sólo hace falta
un poco de soledad para que se haga visible,
un poco de pena para que luzca,
una altura a la que sube cualquier avión moderno para que proclame
que nada vale en el mundo más que ese poco de temblor
que sobre la compasión se levanta,
más que esa dulzura que sube
cuando la carne se hace puente hacia la plenitud,
cuando Dios se refleja en la pupila del niño,
cuando se abre la rosa y se advierte su huella.
Sobre la inmensidad de la noche y su ámbito,
ahora que vemos a treinta y tantos mil pies de altura,
equivalentes a los metros que nadie sabe,
una porción de corazones,
cada uno tras su latido,
yo, un poeta nacido en una ciudad del Sur,
sin acabar nunca de salir de ella y los años primeros,
que perdió su oficio, o no supo encontrarlo,
que creyó oír[132] la voz lejana
y se quedó con la palabra a medio balbucir
como muo nomore a quien se le uio la paiaora y le rano su vuero,
camino de Dios siempre en la esperanza,
debatido entre las varias razones que a una cierta edad nos acechan,
inclinado sobre un espejo y perplejo,
tembloroso hacia una luz que apenas se le alcanza,
una palabra entreoída y sin posible enunciación,
un calor en cuya creación se gasta la vida,
un aliento gastado en busca de la verdad, de la luz,
de la indicación al país de la ventura,
las regiones donde continúa el amanecer
y el mediodía se resuelve en aurora,
en revelador encendimiento,
en no usada senda donde el pie no cesa en la ventura,
el corazón en un latido que se confunde con la belleza,
la caída en la noche dura y dulce,
con la ternura como un can y una cierva
y la hierba como la carne
en que perderse, selva por la que irse,
dejando el aliento y la dicha.
Inalcanzada la imagen soñada, la perfección y la libertad.
Dios mío, aquí, ahora que me llevas, ala de todo,
orilla de la nada, linde de terror, anunciación y consolación,
urgencia y perplejidad,
chispita de luz y querida venilla,
agua para más sed,
trilla de hermosuras,
Dios de mi libertad, que me la cercas,
Dios de mi esperanza, que me la enterneces,
Dios de mi terror, con el que me muerdes,
Dios de mi remordimiento, con el que me amas,
Dios de mis hijos, en que te miras,
Dios del latido de mi corazón, por el que te pronuncias.