EN ESTOCOLMO, UNA TARDE
Eres sueca como la vida que digo,
rubia como la golondrina, y da gusto;
el mar a veces azul, y no te sigo;
el tiempo salta que es un susto.
Mi corazón espiga que digamos
tu cabello por no decir mentira,
las siete de la tarde nos amamos;
nunca es tarde mientras se respira.
Déjame vagar por esas vegas;
lo de menos el nombre; lo de más
sentir que pasas, que no llegas;
¡ay, vida mía! ¿dónde vas?
Me duele la vida, ese recuerdo
de lo que nunca fue, y la ocasión
la pintan verde; si me pierdo
no busquéis el corazón.
Eso de la música, antojos;
los brazos, las colinas, ¡zas!;
yeguas circulan por esos ojos;
no pierdas, si lo pierdes, el compás.
Te vas, bella sueca de las siete,
de entre las manos bajo los pies,
a veces conjugación lo que promete,
otras, suéltame, sale al revés.
Hay muchas clases de irse
de tus descansos, es un decir;
es un decir el desdecirse,
sin quedarse no poderse ir.
El tiempo, el tiempo, el avión;
se nos ha hecho tarde, y para colmo,
dejarse atrás el corazón
sobre las siete en Estocolmo.