VII
¡Si no tuviera la voz
como la tengo, perdida!
¡Si no tuviera la vida
como la tengo!
Tu hoz,
antes de la luz primera,
entre la rama y la rama.
Tu palabra se derrama,
agua, fuego. La caricia
de tu mano. La delicia
en tus labios la sembré,
y luego nació. Se hizo
árbol alto, muerte, rizo.
Con un suspiro, con una
gacela (no digas pena,
aunque mordía). La luna
no ha visto otra. Caballo
de hermoso cuello, los remos
brillantes, listos. ¿No subes
sobre la grupa? Iremos
más arriba de las nubes,
entre los ojos, por esa
llanura, no digas frente,
hombros que llaman ternura,
labios de prisa y dulzura,
despacio, deprisa, aprisa.
¡Viene sola y de repente!