A CARMELA OLIVER
I
Hay una voz presente que me pide lo escriba,
hay una voz lejana que sabido lo tiene.
Lo que el poeta dice de lo hondo le viene,
lo sabe la lejana, lo dice la voz viva.
Escrito está el mensaje. ¿Habrá quien lo reciba?
Siempre habrá quien reciba lo que en lo hondo suene.
La voz oye el poeta. La mano lo detiene.
Escucha. Suena dentro. Palabra es fugitiva.
Palabra es fugitiva, por eso siempre queda
la música en el aire y la canción al viento.
Amiga, el tiempo es agua, y el poeta es un río.
Amiga que me escuchas mientras el verso rueda,
no hay verso sin oído, palabra sin aliento;
a ti, amiga, va el verso, no sé si tuyo o mío.
II
Hace ya mucho tiempo que Carmeta[113],
hace ya tanto tiempo, le pedía
un verso que esperando todavía
está (¡ay!, ¿desde cuándo?) a su poeta.
Pero el poeta a mano la receta
del verso, el tiempo, a mano no tenía.
Mañana dijo que será otro día.
Cada día su verso, si le peta.
Ahora, Carmela amiga, ya no sabe
el poeta si un año son, o ciento
si quien pide es Carmeta o es Carmela.
El tiempo, el verso, amiga, cosa es grave,
y más se pierde cuando va en aumento,
y pasa y pesa más cuando más vuela.
III
Quiero, Carmen amiga, en la blancura[114]
de esta esperada página el traspaso
dejar de algún temblor, apenas paso,
de la sangre caliente a la escritura.
Dejar en la escritura la hermosura,
entera si pudiera, a cielo raso,
y con el verso el corazón escaso
para necesidad de tanta altura.
Pero entregado y cierto. Nadie sabe
decir lo que por dentro le resuena
y la sangre traduce en su latido.
Carmen amiga, el tiempo es cosa grave,
dejémosle correr sin otra pena
que darlo por gozado y no perdido.