Entre tantas memorias como me trae el río,
entre estos viejos muros y estos olivos viejos,
te he llevado lo mismo que una bandera joven,
oh amor, que en lo más hondo de mi sangre te siento.
Tengo los ojos, ¿cómo? ya tanto te han mirado
que apenas te conocen. Ahora empiezan de nuevo.
De nuevo el pie en los mismos pasos casi olvidados,
de nuevo el corazón en los mismos senderos.
Acaso mientras torna la sombra en la ladera
¿no es dulce que nos llenen el alma, los recuerdos?
De nuevo a descubrirte, de nuevo a recordarte:
éste es el hombro, amor, y este amor es el viento
mismo de aquella tarde, tarde. Las palabras usadas:
“Amor por los arroyos, mientras tu pie ligero
sembraba chinas blancas, las aguas salpicaban…”
La yerbabuena olía y bajaban los cerros
de lo alto de la tarde a echarse por la noche
como rebaños grandes de tiniebla y misterio.
El alma se tendía sobre su dicha. Olía
la yerbabuena abajo. Los árboles y el viento,
el agua negra. ¿Cómo serán de noche las aguas?
Por la noche le sale al agua su misterio.
Tus palabras sonaban como agua por la noche.
Ahora las siento claras, brillan como peces. Huelo
como este boj y fuente, igual que las magnolias
y ya no sé. Te sigo por tu olor desde lejos,
desde años te sigo. Aquel jardín lo habían
hecho para tu paso, todo sin forma y tierno,
igual que una esperanza, que sólo cuando crece
va cobrando su forma y comienza a mordernos.
Igual que tantas cosas. Se llenaban tus ojos
de pronto. Me decías: “Lo que en mis ojos tengo
te lo daré algún día.” Y yo: “Cuando las aguas
de esta noche repasen las orillas del tiempo.”