13

Desde el miércoles por la tarde, cuando Harry Partridge anunció su decisión de salir hacia Perú al día siguiente por la mañana, el equipo especial de la CBA-News se sumió en un frenesí endiablado.

La determinación complementaria de abrir las compuertas de la información a las treinta y seis horas de su partida desembocó en una serie de reuniones y consultas en las cuales estructuraron y aprobaron un programa de prioridades para los tres días siguientes.

Lo más inmediato era un reportaje presentado por Partridge, que sería escrito y grabado parcialmente durante esa noche, y que saldría en el boletín nacional de la noche del viernes. Recopilaría todos los datos relativos al secuestro de la familia Sloane, incluyendo la última información acerca de Perú y Sendero Luminoso; la identificación del terrorista Ulises Rodríguez, alias Miguel; los ataúdes de la empresa de pompas fúnebres de Alberto Godoy; el asunto del American-Amazonas Bank y el aparente asesinato de Helga Eneren seguido del suicidio de José Antonio Salaverry, que más bien parecía un doble asesinato.

Sin embargo, antes de iniciar los preparativos, Harry Partridge fue a visitar a Crawford Sloane a su despacho del cuarto piso. Partridge pensaba que Sloane debía ser uno de los primeros en enterarse de cualquier novedad y de los planes en perspectiva.

Habían transcurrido trece días desde el secuestro, durante los cuales Crawford Sloane no había dejado de trabajar, aunque algunas veces daba la impresión de que sólo iba llenando los días, pero su mente y su corazón estaban en otra parte. Ese día parecía más demacrado que nunca, sus ojos más cansados, las arrugas de la cara más marcadas que nunca. Estaba hablando con una redactora y un realizador y levantó la vista cuando apareció Partridge:

—¿Querías hablar conmigo, Harry?

Partridge asintió y Sloane rogó a los otros dos:

—¿No os importa dejarnos solos? Terminaremos más tarde.

Sloane indicó una butaca a Partridge:

—Pareces muy serio. ¿Traes malas noticias?

—Pues sí. Hemos llegado a la conclusión de que han sacado a los tuyos del país. Los tienen prisioneros en Perú.

Sloane se desplomó hacia delante, con los codos en la mesa; se frotó la cara con la mano antes de responder:

—Esperaba algo así… y lo temía. ¿Sabes quién los retiene?

—Sendero Luminoso, creemos.

—¡Dios mío! ¡Esos fanáticos!

—Mañana salgo hacia Lima, Crawf.

—¡Me voy contigo!

Partridge negó con la cabeza.

—Los dos sabemos que no debes, no es conveniente. Además, la emisora no te dejará.

Sloane suspiró, pero no discutió.

—¿Hay alguna noticia de lo que quieren esos chacales de Sendero Luminoso? —preguntó.

—Todavía no. Pero estoy seguro de que no tardarán en darla. —Se quedaron callados un momento y luego Partridge añadió:

—He convocado una reunión del equipo especial a las cinco. He pensado que te gustaría asistir. Después, nos quedaremos trabajando esta noche hasta que acabemos.

Le fue describiendo los progresos de ese día y sus planes de difundir el viernes por la noche toda la información que habían logrado reunir.

—Sí, sí, iré… y gracias —dijo Sloane.

Como Partridge se levantaba para irse, le preguntó:

—¿Tienes prisa?

Partridge dudó. Tenía muchas cosas que hacer y le quedaba poco tiempo, pero advirtió la necesidad de charlar de su compañero. Se encogió de hombros:

—Supongo que puedo arañar unos minutos.

Se produjo una pausa y después Sloane dijo, con cierta incomodidad:

—No sé muy bien por dónde empezar, ni siquiera si debo hacerlo. Pero en momentos como éste te da por pensar muchas cosas…

Partridge le miraba, curioso, esperando a que Sloane se decidiera.

—Bueno, Harry… me preguntaba cuáles son tus sentimientos respecto a Jessica. Al fin y al cabo, hace años, estuvisteis muy unidos.

Así que se trataba de aquello: un secreto confesado después de mucho tiempo. Partridge sopesó cuidadosamente sus palabras, consciente de que el momento era importante:

—Sí, le tengo un cariño especial, en parte porque hace años estuvimos muy unidos, como has dicho. Pero más que nada porque es tu mujer y tú eres mi amigo. En cuanto a lo que pudo existir entre Jessica y yo, murió el día en que os casasteis.

—La verdad, te lo he dicho ahora a causa de lo que ha ocurrido, pero nunca he dejado de pensar en ello.

—Ya lo sabía, Crawf, y algunas veces yo deseaba decirte lo que acabo de decir. Y también que nunca te lo he reprochado, ni tu matrimonio con Jessica ni tu puesto de presentador. No tengo ningún motivo. Pero me daba la impresión de que, si te decía una cosa así, tú no me habrías creído.

—Probablemente. —Sloane guardó silencio, reflexionando—. Pero por si te interesa, Harry, te diré que ahora te creo.

Partridge asintió. Ya habían dicho bastante, y tenía que irse. Al llegar a la puerta, se volvió:

—Cuando llegue a Lima, haré todo lo que esté en mi mano, Crawf, te lo aseguro.

Al entrar en el despacho de Sloane, Partridge advirtió la ausencia del agente Otis Havelock, del FBI, cuya permanencia había destacado tanto durante la semana que siguió al secuestro. Se detuvo en la Herradura para poner al corriente a Chuck Insen de la reunión del equipo especial, y después le preguntó por el agente federal.

—Sigue rondando por ahí —le dijo el director de realización del boletín nacional de la noche—, pero creo que ahora está siguiendo otra pista.

—¿Sabes si pasará hoy por aquí?

—Ni idea.

Partridge esperaba que el agente del FBI siguiera haciendo lo que estaba haciendo durante el resto del día. De ese modo lograrían mantener dentro del ámbito estricto de la CBA toda su actividad de esa noche y la partida de Partridge a la mañana siguiente. El viernes, claro, suponiendo que corriera la voz de que la CBA ofrecería nuevas revelaciones en el telediario de la noche, el FBI probablemente exigiría toda la información y habría que quitárselo de encima como fuera hasta la hora de la emisión. Pero para entonces Partridge estaría ya en Perú y la responsabilidad recaería en otro.

Daba igual. Decidió que el trato con el FBI era otro de los temas a incluir en los planes de las próximas cuarenta y ocho horas.

La reunión de las cinco en la sala de juntas del equipo especial estuvo muy concurrida. Fueron Les Chippingham y Crawford Sloane. Chuck Insen se quedó quince minutos y después se fue porque se acercaba la hora de la primera emisión de Últimas Noticias y le sustituyó otro realizador de la Herradura. Partridge se sentó presidiendo la mesa de juntas, con Rita Abrams a su lado. Iris Everly, que acababa de realizar un resumen del secuestro para el siguiente noticiario —aunque no contenía los datos de última hora—, llegó con varios minutos de retraso. Teddy Cooper estaba presente, después de pasarse el día con los investigadores eventuales que seguían visitando las redacciones de los periódicos locales y repasando los anuncios por palabras —sin resultado positivo hasta el momento—. Asistieron Minh Van Canh, los realizadores Norman Jaeger y Karl Owens. Había una cara nueva, la de Don Kettering. Jonathan Mony se había quedado y le habían presentado al resto del grupo. Alrededor de la mesa, en segundo término, se sentaron varios empleados y asistentes.

Partridge empezó con un resumen de los acontecimientos de la jornada, comunicó su intención de salir hacia Perú a la mañana siguiente y la decisión de difundir toda la información que poseían el viernes, en el boletín de la noche.

—Me parece todo muy bien, Harry —intervino Les Chippingham—, pero creo que deberíamos ir más lejos y realizar un especial informativo de sesenta minutos, el viernes por la noche, que cubra toda la historia del secuestro, con el material nuevo.

Hubo murmullos de aprobación en torno a la mesa, mientras el director de los servicios informativos continuaba:

—Os recuerdo que a las nueve tenemos un espacio reservado para producciones informativas de última hora y podemos aprovecharlo. Parece que la cosa da para llenar una hora entera.

—Para una hora y más —le aseguró Rita Abrams.

Acababa de visionar la entrevista a contraluz de Alberto Godoy y la de Don Kettering al director del banco American-Amazonas, Emiliano Armando, y estaba entusiasmada con ambas.

A raíz del visionado, se había originado una discusión entre Rita, Partridge y Kettering, en torno a si debían proteger la identidad del empresario funerario; al fin y al cabo, durante la acalorada disputa que puso fin a la entrevista, Godoy se había metido por su propio pie en el campo iluminado de la cámara. Tuvieron la tentación de mostrar su rostro por televisión, porque reservar la identidad de Godoy sólo ocasionaría problemas a la emisora. No obstante, el acuerdo previo que pactaron con él implicaba un comportamiento más ético.

Al final decidieron que, puesto que a nivel técnico Godoy no sabía lo que estaba haciendo, debían respetar lo pactado. Para asegurarse de que no se violaba la decisión, Partridge borró personalmente en un aparato de montaje el metraje de la cinta que mostraba el rostro de Godoy, para que no pudiera ser aprovechado más adelante. En ese momento, su acción no constituía un delito, aunque podría llegar a serlo si lo hiciera después del inicio de la investigación oficial.

Todos los asistentes a la reunión sabían que podían contar con el especial de sesenta minutos, puesto que el espacio ya estaba destinado a la sección de informativos; por lo tanto, no hacía falta consultar al jefe de programación. El espacio de los viernes a las nueve se titulaba «Tras los titulares», el magazine que producía normalmente Norman Jaeger y al que regresaría en cuanto terminara su cometido en el equipo especial. Chippingham decidió por su cuenta que no hacía ninguna falta comunicárselo inmediatamente a Margot Lloyd-Mason, aunque tendría que avisarla el viernes de los cambios en la emisión de esa noche.

A partir de ahí fueron surgiendo otras decisiones.

Partridge anunció que Minh Van Canh y Ken O’Hara, el técnico de sonido que cubrió el aterrizaje forzoso del aeropuerto de Dallas-Fort Worth dos semanas atrás, le acompañarían a Perú.

Rita miró a Chippingham desde el otro extremo de la mesa y dijo:

—Les, la oficina de logística ha reservado un Learjet para Harry y su equipo, en el aeródromo de Teterboro, mañana a las seis. Necesito tu visto bueno.

—¿Estáis seguros…?

Chippingham, consciente de la escalada de gastos, estuvo a punto de añadir «¿que no hay un vuelo regular?», cuando captó la acerada mirada de Crawford Sloane clavada en la suya. El director de informativos cambió de parecer y concluyó, sucintamente:

—De acuerdo.

Decidieron que Rita se quedaría en Nueva York, para la supervisión general de los dos programas del viernes, el reportaje del telediario y el especial informativo. Iris realizaría el primero y Norm Jaeger y Karl Owens el segundo. El mismo viernes, cuando terminaran, Rita saldría hacia Lima, dejando a Jaeger de realizador jefe del equipo en Nueva York.

Partridge, que ya había discutido el asunto con Chippingham, comunicó que, tras su partida, Don Kettering se haría cargo del equipo especial en Nueva York. De momento, las tareas de información económica de Kettering quedarían en manos de su ayudante.

Partridge señaló que los dos reportajes del viernes no debían dar la menor indicación de que él —que aparecería en ambos— estaba ya en Perú. De hecho, si podían provocar la impresión de que su intervención era en directo —aunque sin llegar a afirmarlo—, mucho mejor.

Aunque los medios de comunicación no se dejarían engañar por esas tácticas, cualquier cosa que disimulara su urgencia en enviar un equipo a Perú sería una ventaja. Desde un punto de vista práctico, aparte de la competencia, Partridge tenía más posibilidades de progresar en su investigación si iba solo que rodeado por un enjambre de periodistas.

Lo cual planteaba el tema de la confidencialidad.

Les Chippingham declaró que todo lo que sucediera esa noche y durante los dos días siguientes no debía ser comentado, ni siquiera con el resto del personal del departamento de informativos, y menos con extraños, incluyendo a los familiares. El criterio a seguir era: el mínimo imprescindible.

—Y no es una sugerencia; es una orden.

El director del departamento continuó, mirando alternativamente a los presentes en torno a la mesa:

—No debemos hacer ni decir nada que revele prematuramente la noticia, privando a Harry de las veinticuatro horas de ventaja que necesita. Por encima de todo, recordad que hay vidas en juego —miró a Crawford Sloane—, vidas muy queridas, próximas e importantes para todos nosotros.

Luego resolvieron otras cuestiones de seguridad.

Al día siguiente apostarían a varios guardias de seguridad a la puerta de los despachos, el estudio y la sala de control, mientras producían el especial de una hora. Sólo dejarían pasar a una lista restringida de personas, elaborada personalmente por Rita. El circuito cerrado sería desconectado para que nadie fuera del estudio viera por las pantallas lo que estaban haciendo en su interior.

Acordaron también que el viernes por la mañana relajarían un poco las medidas de seguridad e irían emitiendo a lo largo del día varias cuñas para promocionar el programa. Comunicarían a los espectadores que el noticiario de la noche ampliaría la información acerca del secuestro de los Sloane y que a continuación se emitiría un programa especial de sesenta minutos. Como gesto de cortesía profesional, también avisarían a los demás medios de comunicación, prensa y audiovisuales, pero sin revelar más detalles.

Al final, Partridge preguntó:

—¿Algo más…? ¿O podemos empezar a trabajar?

—Una cosa —dijo Rita, con expresión traviesa—. Les, necesito tu aprobación para otro Learjet, el viernes por la noche, para mí. Me llevaré a un montador, Bob Watson, y un pequeño equipo. Bueno, y el maletín de la pasta.

Hubo un rumor de guasa entre los asistentes, y hasta Crawford Sloane sonrió. Rita intentaba aumentar sus probabilidades de viajar en un avión particular llevándose a un montador con todo su equipo, que consistía en varios aparatos de difícil manejo y complicado transporte en otras circunstancias. Además, se consideraba una imprudencia viajar con grandes sumas de dólares en efectivo; Rita no había mencionado la suma, pero serían cincuenta mil dólares. Era algo indispensable en Perú, cuya divisa apenas tenía valor y donde los dólares USA podían comprarlo prácticamente todo, incluidos ciertos privilegios especiales que les harían falta, sin lugar a dudas.

Chippingham suspiró. Sin la menor consideración, pensó, y pasando por encima de su aventura amorosa que seguía en pleno apogeo, Rita le había puesto en un compromiso.

—De acuerdo —concedió—, resérvalo.

A los pocos minutos de levantar la sesión, Partridge estaba sentado ante una terminal de ordenador, preparando su introducción para el reportaje de la noche del viernes.

Se han producido varios descubrimientos asombrosos en la evolución del secuestro, hace quince días, de la esposa, el hijo y el padre de nuestro presentador de la CBA-News Crawford Sloane. La investigación periodística de la emisora nos ha inducido a pensar que los tres rehenes han sido trasladados a Perú, donde los retiene el grupo guerrillero maoísta revolucionario Sendero Luminoso, que lleva ya varios años sembrando el terror en amplias zonas del país.

Seguimos sin conocer los motivos del secuestro.

Hemos averiguado que un diplomático de las Naciones Unidas, en connivencia con una empleada de banca neoyorquina, fue quien suministró el dinero a los secuestradores, posibilitando éste y otros actos terroristas.

Nuestro reportaje comienza, al igual que muchos crímenes, por el dinero. Nos lo explica Don Kettering, comentarista económico de la CBA-News.

Partridge pensó, mientras empezaba a revisar lo que acababa de escribir, que ésa sería la primera de otras muchas introducciones similares, que redactaría y grabaría antes de salir de Manhattan hacia Teterboro a las cinco de la madrugada.