Capítulo 3
Los perros no ladran en la iglesia
El espeso humo del cigarrillo inundaba la oscura estancia donde la sombra vestida de negro mantenía sus ojillos incrustados en la página de un blog que prometía las reflexiones “sin prejuicios” de un pérfido librepensador sobre la resurrección de Cristo.
—Maldito pagano impío.
Las facciones crispadas del individuo denotaban un nerviosismo tenso, como de quien espera que las cosas salgan mal. Había quedado de repente paralizado al ejecutar un clic del ratón sobre la más reciente entrada de un visitante al blog enemigo y releyó el comentario dejado:
“Profesor, le tengo muchas fotos del castillo, besos de su alumna más guapa”.
—Maldición, ya lo sabe —murmuró la sombra y se apresuró a mandar la noticia a una dirección de Internet. Digitó con un dedo en el teclado: “Ya el lobo encontró su cubil”. Y esperó.
“Pues ya sabes qué hacer, los perros no ladran en la iglesia”, fue la respuesta que recibió al instante.