Capítulo 44
¿Cómo se atreven a profanar una virgen?
Ponferrada, la antigua capital del Bierzo, pequeña ciudad de unos 60 mil habitantes, fue lo mejor que consiguieron los alemanes para fijar un centro de operaciones. No alquilaron habitaciones de hotel, sino una cómoda cabaña de turismo campestre cerca de la carretera que conducía a Cornatel.
Horas después del robo de la estatua de la virgen, Marcus pudo dar con el lugar y espiarlos, gracias a un informante. Esperó la noche y vio el Hummer salir con dos de ellos. Por una rendija observó el interior de la cabaña. El resto de los rapados tomaba cerveza y discutía mientras miraban un partido de fútbol. De vez en cuando recibían llamadas de móvil. Lo preocupó no ver la estatua.
Muy tarde regresó el Hummer y Marcus esperó que a todos estuviesen dormidos para chequear la enorme camioneta. No la tocó para evitar activar la alarma. Pegando los ojos a los fríos cristales fue examinando los compartimientos interiores sin encontrar lo que buscaba.
—¿Busca esto? —tronó una voz a sus espaldas y Marcus, dando un brinco de felino, se volteó poniéndose en guardia. Un grandullón de brazos tatuados cargaba la estatua, la arrojó al suelo y se le abalanzó.
El alemán golpeó el aire y trastabillando preparó otro ataque, pero lo que vio fue una sombra moviéndose a su alrededor con reflejos demasiado rápidos, como si volara. Embistió a la sombra con otro puñetazo fallido, resoplando con rabia; intentó torpemente utilizar su pistola, cuando de pronto el contrincante se erigió ante sus ojos. En ese preciso momento, no solo percibió unos ojos que arrojaban una intensa llamarada azulada, sino también la enorme hoja resplandeciente que trazó un amplio círculo antes de penetrar en su clavícula, simultáneamente un empellón descomunal apagó su grito, cayó de espaldas y la figura se acercó a su cara, empuñando la espada.
—¿Qué vinieron a buscar por estas tierras que no son suyas, demonio calvo? ¿Cómo se atreven a profanar una virgen? —dijo Marcus en alemán.
El alemán, aterrado, comenzó a sentir la vista nublada y masculló: "¿Y tú quién eres, desgraciado?". Antes de morir escuchó: "Soy lo que ustedes buscan".
Era bien temprano cuando los alemanes despertaron y comenzaron a desbarrar porque no estaba el Hummer. El jefe del grupo juró que Werner la iba a pagar. Seguramente se había largado con la estatua. Tal burrada le costaría la vida. Lo llamaron al móvil y no contestó. "Werner, eres hombre muerto", gritó el jefe del grupo.
Desde una cabaña vecina, el agente Robin García los vio abordar un taxi, apremiados. Supuso que habían decidido buscar al compañero desaparecido o, mejor dicho, recuperar la camioneta y la estatua. Y no dejó de pensar en lo que había presenciado esa noche.