Capítulo 56

El vórtice del círculo

 

 

La cita fue acordada para el mismo café de la última vez. Welles llegó temprano, más que todo para poder contemplar un buen rato el monumento que más quería, el descollante obelisco blanco de ciento setenta metros de alto, erigido en honor al primer presidente George Washington. El símbolo admirable de la nación americana le enorgullecía, no por la alusión de poder que entrañaba, sino por constituir un trastelón de su vida. Tras ingresar muy joven a la masonería, había ido en peregrinaje con su padre a besar el monumento que aquel llamaba: “primera columna del nuevo mundo”, aunque antes de morir lo refería de otro modo: “vórtice del círculo”. Lo recordó apuntando con el dedo a la cúspide del obelisco: “Espero llegues hasta allí, hijo mío, tenemos que seguir construyendo columnas”.

—Hola, soñador.

El saludo de Paul Rubens lo sustrajo abruptamente del pasado. Señaló el obelisco.

—Mi estimado amigo, ¿sabe usted que ese monumento es el vórtice del círculo?

Rubens sonrió.

—Veo has estado leyendo novelas esotéricas; según los escritores esta es la capital de un imperio masónico secreto, el centro del mundo, ¿te refieres a eso?

Welles pensó en el significado de la frase, según le reveló su padre: “Es el vórtice del destino, hijo”. Pero no quería charlar con su amigo sobre acertijos, y asintió. 

—Siempre fuiste el más inteligente, Paul. Deberías ser masón.

Sonrieron y pidieron café. En los esporádicos encuentros de trabajo, aún abordando con diferencias temas espinosos, nunca desecharon el buen humor. Como viejos amigos de West Point, de operaciones secretas y de sueños inalcanzados, los unía un lazo casi de afecto umbilical. Rubens admiraba a Welles: el mejor historiador que conocía, el más solidario de los patriotas en las trincheras, una de las carreras más brillantes en los entretelones de la diplomacia secreta. Por su parte, Welles consideraba a su amigo un triunfador insuperable, no solo valeroso como soldado sino también genial como agente de la élite secreta del Departamento de  Defensa norteamericano.

Tomaron el café y se encaminaron a la acera arbolada de enfrente.

—Tengo algunas preguntas, estoy en un trance —dijo Welles, entrando en materia.

—Cuéntame, sé que algunas cosas han salido mal.

—No he podido controlar este asunto. La intervención del grupo de Donovan me recuerda los errores del pasado. ¿Puedes decirme qué está pasando?

—Tampoco lo controlo, mi viejo amigo —dijo Rubens y consultó su reloj—.  Parece no les gusta nuestro estilo. Todo el control lo asumió un equipo especial de la NSA asistido por el NRO(5), que dirige el duro y autosuficiente Donovan, un mimado del Pentágono. Sé que preparan una solución operativa de mucho riesgo.

—Conozco algo de eso. ¿Qué hay allí, Paul? ¿Lo sabes?

Rubens no habló, miró discretamente hacia los lados. Cruzaron la calle, dirigiéndose a un parque y caminaron despacio por entre fuentes, jardines y personas que paseaban por el lugar, algunas con sus perritos.   

—No sé cuán importante es para nuestro gobierno lo que hay en ese castillejo —dijo Rubens—. Pero sí lo es para el estado Vaticano. Hay un compromiso, el Vaticano quiere que hagamos el trabajo sucio, mejor dicho, pidió cooperación. No te puedo decir más.

Welles recordó las inquietudes de su brillante experto, Jason. Hacía hincapié en lo indispensable de tomar en serio la intervención papal en un caso de probable factura religiosa. Le ordenaría que investigara a fondo el asunto. Quizás era hora de que sus viejos amigos europeos le dieran una mano.

—No concibo un involucramiento militar americano solo por complacer al Vaticano,  aunque fuera una acción de muy baja intensidad —discrepó Welles—. Sería negativo si sale mal. Imagino la algarabía del gobierno socialista español.

—Concíbelo. Tal vez se trate de alguna cuestión de terrorismo, no sé exactamente. La casa de dios ha de permanecer intocable, eso nos concierne.

—¿Me puedes explicar? Entramos en esto a causa de una secta terrorista que ha sido desmantelada, y de los neocátaros antipapistas solo quedan cenizas. ¿Hay algo más que no sepa?

—Hay una amenaza latente, de lo contrario el Vaticano no seguiría prevenido, pero no sé qué le preocupa en específico, créeme.

—Alguna otra conspiración contra la iglesia, ¿puedo pensar en ello?

—La iglesia tiene enemigos hasta bajo las sotanas, lo sabes.

Paul se rascó la barbilla, pensativo. Welles, sin dudas, lo exprimía para que revelara cosas que desconocía. Ya no podría decir mucho, salvo sus propias impresiones. Días antes la misión había sido cancelada, como le notificara en persona un asesor del presidente, para después enterarse que la misión seguía en curso tras ser transferida a un círculo super restringido del alto mando de la seguridad nacional. Dijo algo más:

—Tengo la impresión de que hay otra bola en juego, tal vez la iglesia haya detectado un complot, quizás el papa haya sido objeto de un chantaje de grandes proporciones. Al parecer la iglesia se teme a sí misma, ¿no crees? Hay tantos pecadillos en el ropero.

—Todo este asunto tiene un nombre: Cornatel. ¿Qué opinas, Paul?

—Oh, sí. Todavía me pregunto qué tipo de cosa secreta buscan las sectas en ese lugarejo. Parece ciencia ficción. La misma pregunta se hace la iglesia y nuestro gobierno. Espero que Satanás no haya enterrado allí una bomba de tiempo para jodernos.

—Pienso que la iglesia lo sabe todo Ya debe estar en marcha la operación de Donovan. Veamos qué pasa —expuso Welles, concluyente.

Welles tenía otro nombre en la boca: Ludovico Prevost. Evitó mencionarlo. Supuso que por lo menos merecía ser premiado con la primicia. Callaría hasta estar seguro de que el más controversial hereje del Internet lo sabía todo. Sólo entonces actuaría, el agente 29 entraría en acción y la iglesia sería salvada.

De pronto, Rubens señaló con el dedo el Memorial de Washington, a lo lejos.

— ¿Sabe usted, mi amigo, qué es el vórtice del círculo?

—Dios  —afirmó Welles, categórico.

Rubens lo miró sonriente, como quien se da ganador al descifrar un acertijo.

—No, amigo, el vórtice es Cornatel.

 

(5) National  Reconnaissance Office (Oficina Nacional de Reconocimiento), agencia clave del servicio de operaciones satelitales. Sus instalaciones se localizan en Chantilly, Virginia.

 

Cornatel, el secreto español
titlepage.xhtml
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_000.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_001.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_002.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_003.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_004.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_005.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_006.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_007.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_008.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_009.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_010.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_011.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_012.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_013.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_014.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_015.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_016.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_017.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_018.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_019.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_020.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_021.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_022.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_023.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_024.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_025.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_026.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_027.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_028.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_029.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_030.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_031.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_032.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_033.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_034.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_035.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_036.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_037.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_038.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_039.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_040.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_041.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_042.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_043.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_044.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_045.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_046.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_047.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_048.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_049.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_050.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_051.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_052.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_053.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_054.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_055.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_056.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_057.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_058.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_059.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_060.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_061.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_062.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_063.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_064.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_065.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_066.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_067.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_068.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_069.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_070.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_071.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_072.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_073.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_074.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_075.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_076.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_077.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_078.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_079.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_080.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_081.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_082.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_083.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_084.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_085.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_086.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_087.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_088.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_089.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_090.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_091.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_092.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_093.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_094.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_095.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_096.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_097.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_098.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_099.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_100.html
CR!NWQVKHXK2N4KS89FZJ8JEFQSRBP0_split_101.html