Capítulo 67

Basta de inventar conspiraciones

Jason vio al jefe Welles llegar casi corriendo, después que lo llamara para decirle que le tenía noticias frescas.

—¿Qué hay de nuevo, genio?

Jason movió el ratón para mostrarle una secuencia de fotos en la pantalla del ordenador.

—Hay una ola de asesinatos en Italia, con el mismo patrón, los electrocutaron con algún tipo de artefacto sofisticado —explicó el analista—. No han identificado a las víctimas, pero observe que…

—No soy ciego, socio, veo esos mandobles en sus manos.

—Son espadas similares a las usadas por los templarios de la secta francesa, con cabos de cruz  —agregó Jason.

—Las mismas que usaron en Cornatel contra los hombres de Donovan  —opinó Welles acercando sus ojos a la pantalla.

—Eso no es todo, jefe. Hay conmoción en el Vaticano por la desaparición de un sacerdote, el padre Angelus. Hasta jubilarse trabajó en los archivos secretos. No sé cómo la policía italiana descubrió que tenía una doble vida, una de cura, otra de masón licencioso, pasaba vacaciones en Nettuno, una ciudad turística de la costa romana. Han registrado donde vivía y encontraron, adivine qué.

—No soporto tu manera de informarme a cuentagotas, habla de una vez.

—Encontraron una espada como esas.

—Interesante. Debe ser la mentalidad templaria, prefieren las espadas a la pólvora.    

—Esto parece un reality show retro, vendámosle el guión a Spielberg.

—Eres un payaso astuto, Jason. ¿Qué más tenemos?

—También allí encontraron evidencias chamuscadas; a alguien lo pasaron por la tostadora, la víctima pudiera ser el sacerdote desaparecido —dijo Jason, observando que Welles se había puesto pensativo.

—Muy bien, ¿qué quieres decirme?

—Falta el milagro. Encontraron una foto en la residencia de ese sacerdote en Nettuno.

—¿Un milagro? ¿Algo celestial que valga la pena? —preguntó Welles, animado.

—Mira esa foto. Me la acaban de mandar por e-mail. Los colegas italianos son muy competentes y cooperativos.

Jason puso el puntero del ratón sobre una foto y la amplió. Allí estaba el castillo que tanto dolor de cabeza seguía dándoles, una imponente y nítida imagen de Cornatel sin nieblas. Welles puso cara de alelado.

—El castillo sin las brumas, ¡qué belleza! —exclamó Jason, contentísimo.

—Ya nada me extraña. Pero necesitamos más pruebas sobre la conectividad de todas esas muertes con Cornatel. ¡Al fin veo el castillo sin la maldita neblina!

—Hace apenas unas horas la policía española encontró varios cadáveres allí, uno de ellos fue identificado por la Interpol, se trata de un alemán contrabandista de armas, uno de esos de Thule. Cornatel los liquida como a moscas.

—Raro, allí las sectas se están matando entre sí y no sabemos por qué  —dijo Welles con cara de contrariedad. 

—Lo sabemos, jefe, aunque faltan cabos por atar. ¿Por qué no le pregunta al Vaticano?

—No sigas, Jason, basta de inventar conspiraciones, en cualquier momento el gobierno cancela nuestra participación después de la debacle de Donovan  —dijo Welles y se marchó.

Jason volvió a maniobrar el ratón y dio un doble clic en un archivo. Agrandó dos fotos, las caras de Ludovico Prevost y del asistente del Papa, Solanos Braga. “¿Qué se guardan estos pecadores escurridizos?”, pensó Jason, “¿Por qué el jefe no quiere investigar a Solanos?”. Hizo otro clic y apareció la imagen de la basílica de San Pedro.   

“Oh, Dios, revélame tus secretos”.