Capítulo 81

La heroína de Thule

 

 

La pesadilla vivida y luego la fama habían proyectado a la bella rusa Ludmila. Le proveía dinero y publicidad un libro escrito por otro, aunque aparecía de autora: La amante rusa del hijo de Hitler. Odiaba el título pero al menos las regalías de la publicación traducida a varios idiomas le sirvieron para abrir el soñado negocio de modas punk, ahora con mucha parafernalia nazi.

A veces recordaba con cierta tristeza al romántico y misterioso suicida Tadeo que la había salvado de ser una reina crucificada. No fumaba ni bebía ni le interesaba acostarse con sus moscones galanes pretendientes, aunque le ofrecieran millones. Veía mucha televisión, acudía al gimnasio para mantenerse en forma y anhelaba encontrar un gran amor.

En menos de un mes su vida había cambiado. Creyó que vivía finalmente como un ser humano normal, hasta que vio aterrada el reportaje de televisión. La policía alemana informaba de una nueva intentona terrorista. Habían desactivado una bomba en una estación del tren subterráneo y el presentador de noticias mostraba el vídeo de un encapuchado vestido de negro anunciando una contraofensiva del movimiento ultranacionalista Thule contra los corruptos traidores del gobierno incapaces de extirpar el virus islámico. Detrás del encapuchado figuraba el estandarte de la secta con la efigie de su líder mártir, Von Hutte. La pesadilla renacía.

Ludmila tembló y solo pensó en huir de vuelta a su patria. Sacó la reserva de viaje para dentro de una semana y puso en venta su negocio. Despidió a las altísimas modelos que vestían sus diseños de ropa, muchas de ellas eslavas y turcas inmigrantes indocumentadas y se encerró en su apartamento con una pistola bajo la almohada. Como colofón, llamó a la policía para pedir protección. Le dijeron que la ayudarían, que se estaban ocupando de la secta, que todo estaría bien. Solo así la rusa pudo dormirse tranquila hasta que dos fornidos policías la despertaron tocando duro a su puerta.

Los invitó a pasar y tan pronto entraron, se dio cuenta del error cometido. Uno de los policías tenía una pequeña cruz gamada tatuada en el dorso de la mano. Intentó salir pero la halaron, tumbándola sobre una butaca y le aplicaron un aerosol paralizante. Ludmila despertó al rato, atontada, maniatada y con dos cabezas rapadas de expresión hosca delante.

—Queremos saber quién lanzó el avión contra nuestro cuartel.

Ludmila volvió a contar tartamudeante la única historia que conocía: el avión lo piloteaba Tadeo, no sabía más y suplicó que no la mataran.

Quisieron saber si el piloto era judío, alemán, americano, ruso, chino. Ludmila muerta de miedo dijo la verdad: “Creo que era turco”, pero no le  creyeron. La golpearon y uno de los hombres desenvainó un enorme cuchillo de caza. “Habla, belleza”.

Contó la misma historia y volvió a ser zarandeada.

—Te haré papilla tu linda jeta, mentirosa —dijo el del cuchillo aproximándole el filo a los ojos.

La rusa volteó su cara, horrorizada.

—El gran maestro, mi honorable amado Von Hutte, los habría degollado de estar vivo por hacerme daño.

La punta del cuchillo, a un milímetro de la mejilla, fue retirada. La reacción de los dos hombres fue apartarse a discutir, llamaron por móvil, hablaron y luego reentraron al cuarto donde la tenían fuertemente atada de brazos y piernas.

—Te daremos una oportunidad —dijo uno de los hombres, mientras el otro le quitaba los lazos de las muñecas—. Debes escribir otro libro, te diremos lo que tienes que decir; si de verdad aprecias tu vida, la gente debe verte como la heroína de Thule. ¿De acuerdo?

—Sí, sí, claro  —dijo Ludmila con tono sumiso. 

Los dos hombres dieron la espalda para marcharse y Ludmila por un momento pensó que podría alcanzar su pistola y dispararles. Pero un pensamiento la frenó. De hacerlo, Thule nunca la perdonaría. Mejor se sometía al destino. Ellos escribirían el libro y ella ganaría dinero. Había hecho un buen negocio.

Días después volvía la rusa a los editoriales. Anunciaba la próxima presentación de su nuevo libro: “Thule, mi gran amor”. En una entrevista por televisión, la bella rusa justificaba con palabras secas y envolventes su simpatía pro nazi y la lacerante crítica al gobierno que emanaban del libro: “No explicaré lo que está escrito, la democracia es así, lean y piensen si tengo la razón o no, el gobierno quiso matar a Thule, le lanzó una bomba o algo así, qué tragedia, pero así y todo, la secta es mi gran amor”.

Un éxito. La chica rusa había podido sacarle las lágrimas a los alemanes. La gente común del pueblo volvió a hablar de una esperanza llamada Thule. Los nuevos líderes de la secta la llamaron al móvil para decirle gracias y felicitarla. Ludmila lloró en silencio, tal vez la pesadilla llegaba a su fin. Viajó de regreso a su país dispuesta a ser una persona diferente.

Cornatel, el secreto español
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