Capítulo 36
¿Otra teoría de conspiraciones?
El prelado portugués Solanos no lo pensó más. Saludó a los guardias suizos y entró a la lujosa estancia donde el Santo Padre solía quedarse a solas, a media luz de cirios. Solo él gozaba del privilegio de abordarlo cuando quisiera y de tratarlo de tú a tú, no por el hecho de detentar el cargo de consejero personal sino porque ambos eran amigos desde los tiempos universitarios en Roma. Los unía una mutua confesionalidad en asuntos de teología e historia, e incluso triviales. Solanos además se encargaba de escribir los discursos de estado del Papa.
—Su Santidad, ¿me concede unos minutos? —dijo Solanos suavemente en alemán, acercándose al anciano que estaba leyendo el borrador de una encíclica.
—Enhorabuena, Solanos —saludó el Papa—. He estado pensando en vuestras ideas acerca de la modernización de la iglesia.
—Su Santidad, tengo algo importante que comunicarle —dijo Solanos, besando la mano del pontífice.
—¿Otra teoría de conspiraciones? —dijo el Papa, sonriendo.
Solanos, desconfiado por naturaleza, creía que los conspiradores siempre estaban escuchando, por eso prefirió musitar a los oídos del Papa.
—Unos llamados templarios cátaros han iniciado una cruzada criminal contra vuestra persona, Santo Padre, espero lo tome en serio.
El Papa “ilustrado”, como le llamaban, no había previsto que le hablaran de su tema favorito. Una repentina lividez emotiva ocultó sus facciones sonrosadas. Miró a Solanos con perplejidad. “Qué más”, le dijo en portugués.
—Le traigo una grabación.
Solanos miró en derredor y colocó la pequeña grabadora en una mesita junto al Papa.
El audio defectuoso apenas permitía captar las palabras, pero los juramentos rituales de los templarios surgían con una claridad tremebunda. Un líder con voz tronante clamaba en francés por justicia, pedía sacrificio y sangre y aseguraba que la Roma demoníaca caería bajo el peso de la venganza acumulada por siglos. “!Jacques de Molay vive!”, gritó el líder enardeciendo a una turba de militantes que repetían la sentencia: “!Muera el Papa, mueran los inquisidores, mueran los impostores!”.
—Por Dios, ¿quiénes son esos locos? —dijo el Papa, después de escuchar por segunda vez la grabación.
Solanos apagó la grabadora. Ya que el Papa conocía al dedillo todo lo referente a los juicios contra las herejías templarias de antaño, fue a lo significativo.
—Son los vindicadores de la muerte de Jacques de Molay, el último gran maestre templario que murió en la hoguera, en 1314. Se toman muy en serio la descendencia de los templarios ejecutados en aquella época, como una trasmisión del linaje a través de medios divinos. Aseguran tener pruebas científicas del ADN que los emparenta a pesar de los siglos transcurridos. Esta secta al parecer la fundó el padre del actual líder, era un médium que predicaba tener conexiones telepáticas con Dios, muerto en circunstancias macabras. Le cortaron la cabeza. El hijo le echa la culpa a Roma de los males del mundo y ha jurado vengar a sus ancestros. Ha ganado millones con una marca de vino santificado que genera longevidad. Entrena a su hijo para que asuma lo que llama “el futuro Principado Templario del Lanquedoc”.
Solanos calló al ver al Papa cerrar los ojos. Era una manía. Lo hacía para orar en sus adentros por la salvación de las almas descarriadas. Cuando los abrió, preguntó:
—¿Y hay pruebas de alguna intención criminal concreta o son sólo consignas? El mundo está lleno de sátrapas y dementes que quieren destruir a Roma.
Solanos titubeó. Realmente no existían pruebas de inteligencia sólidas. Pero...
—No hay evidencias definitivas. No sabemos si hay un Chacal por ahí esperando por usted, Su Santidad. Pero sería sensato posponer la visita a Francia. Allí lo está esperando esta clase de gente.
El Papa volvió a cerrar los ojos y Solanos consideró oportuno dejarlo solo. Lo conocía bien. No quería oír más sobre el tema. Salió de la estancia en silencio y llamó por su móvil: “Necesito más información, pruebas, controlen a esos locos como sea”.