El individuo en la historia[138]
1938
Me veo en la necesidad de aclarar una cuestión teórica que también tiene una gran importancia política. Se refiere esencialmente a la relación entre la personalidad política e histórica y el «medio». Para ir directamente al nudo del problema, quiero mencionar el libro de Souvarine sobre Stalin[139], en el que el autor acusa a los dirigentes de la Oposición de Izquierda, yo incluido, de distintos errores, omisiones, mentiras, etcétera, que habrían comenzado en 1923.
No deseo en absoluto negar que hubo muchos errores, torpezas e incluso estupideces. Sin embargo, lo importante tanto desde el punto de vista teórico como político es la relación, o mejor dicho la desproporción, entre estos «errores» y sus consecuencias. Precisamente en esta desproporción se expresó el carácter reaccionario de la nueva etapa histórica.
Cometimos no pocos errores en 1917 y en los años siguientes. Pero el huracán de la revolución los reparó y llenó los vacíos, a veces con nuestra ayuda, otras incluso sin nuestra participación directa. Pero para este período los historiadores, Souvarine incluido, son indulgentes, porque la lucha terminó con el triunfo. Durante la segunda mitad de 1917 y los años siguientes fue el turno de los liberales y mencheviques; ellos fueron los que cometieron errores, omisiones, desatinos, etcétera.
Para ilustrar esta «ley» histórica acudiré una vez más al ejemplo de la Gran Revolución Francesa. En ella, debido a que se dio en un pasado más remoto, las relaciones entre los actores y su medio aparecen mucho más delineadas y cristalizadas.
En un determinado momento de la revolución los dirigentes girondinos perdieron totalmente su sentido de orientación[140]. A pesar de su popularidad, de su inteligencia, no podían cometer más que errores y acciones inadecuadas. Parecían colaborar activamente para su propia caída. Después les llegó el turno a Danton y sus amigos[141]. Les historiadores y biógrafos nunca dejan de asombrarse ante la confusa, pasiva y pueril actitud de Danton durante los últimos meses de su vida. Le mismo vale para Robespierre y sus compañeros[142]: desorientación, pasividad e incoherencia en el momento más crítico.
La explicación es obvia. Cada uno de estos grupos agotó en un determinado momento sus posibilidades políticas y ya no podía avanzar contra la todopoderosa realidad: las condiciones económicas internas, la presión internacional, las nuevas corrientes que éstas generaban entre las masas, etcétera. En esta situación, cada paso comenzó a producir resultados contrarios a los esperados.
Pero la abstención política no les era más favorable. Las etapas de la revolución y la contrarrevolución se sucedían a un ritmo acelerado, las contradicciones entre los de un determinado programa protagonistas y la cambiante situación adquirían un carácter inesperado y extremadamente agudo. Eso da al historiador la posibilidad de desplegar su sabiduría retrospectiva para enumerar los errores, las omisiones, la ineptitud. Pero, desgraciadamente, estos historiadores se abstienen de señalar el camino que en una etapa de alza revolucionaria hubiera llevado a un moderado al triunfo, o por el contrario de señalar una política revolucionaria razonable para triunfar en un período termidoriano.