¿Qué hay detrás de la oferta de Stalin de llegar a un acuerdo con Hitler[204]?

6 de marzo de 1939

En los últimos meses, los diarios han publicado bastante acerca de negociaciones secretas entre Berlín y Moscú. Se ha rumoreado que, bajo el disfraz de un tratado económico se halla en preparación un acuerdo político e incluso militar. Es difícil determinar todavía qué hay de cierto en estas informaciones. De cualquier manera, existen síntomas inconfundibles que certifican con elocuencia que se ha desarrollado y se desarrolla algún tipo de negociaciones. Sea como fuere, los resultados de esas negociaciones secretas, en este momento, no dependen solamente de la lealtad de Stalin a los principios de la democracia o de la fidelidad de Hitler a las banderas del «antimarxismo», sino más bien de la coyuntura internacional. Un acuerdo entre Stalin y Hitler, si es que se logra —y no es imposible que ello ocurra— sólo podría sorprender a los más incurables imbéciles que participan en todas las variedades de «frentes» democráticos o «ligas» pacifistas.

No nos detendremos aquí en la cuestión de en qué medida es probable un acuerdo entre Stalin y Hitler, o, para decirlo más correctamente, entre Hitler y Stalin en el futuro inmediato. Este problema requeriría un análisis detallado de la situación internacional en todas sus posibles variantes. Pero incluso si lo hiciéramos, la respuesta tendría que ser sumamente limitada, puesto que actualmente los propios protagonistas podrían difícilmente decir con completa certeza hasta dónde los llevará ese juego. Pero aun antes que se haya efectivizado, el acercamiento entre Moscú y Berlín, ya se ha convertido en un factor de la política internacional, pues todos los centros diplomáticos de Europa y del mundo entero están considerando ahora esta posibilidad. Considerémosla brevemente, también nosotros.

Un acuerdo con una nación imperialista —al margen de si es fascista o democrática— es un acuerdo con esclavistas y explotadores. Lógicamente, un acuerdo temporario de tal naturaleza puede, según las circunstancias, hacerse compulsivo. Es imposible decir categóricamente que los acuerdos con los imperialistas no se pueden permitir en ningún caso; sería lo mismo que decir que en ninguna circunstancia un sindicato tiene derecho a llegar a un arreglo con el patrón. Una «irreconciliabilidad» de esa naturaleza sería totalmente falsa.

Mientras el estado obrero permanezca aislado, son inevitables los acuerdos episódicos de uno u otro tipo con el imperialismo. Pero debemos entender claramente que la cuestión se reduce a aprovechar los antagonismos entre los dos bandos de potencias imperialistas, y nada más. No cabe discusión alguna sobre la posibilidad de disfrazar tales acuerdos con consignas que reclamen ideales comunes, como por ejemplo la «defensa de la democracia», consignas que sólo significan el más infame engaño a los trabajadores. Es esencial que los obreros de los países capitalistas no se vean atados en la lucha de clases contra su propia burguesía por los acuerdos empíricos firmados por el estado obrero. Esta regla fundamental se observó rigurosamente durante el primer período de existencia de la República Soviética.

Sin embargo, si entre un estado obrero y uno imperialista, incluyendo a uno fascista, se pueden permitir acuerdos, y si es así bajo qué condiciones, es una cuestión que en su forma abstracta ha perdido todo sentido en la actualidad. No se trata de un estado obrero en general, sino de un estado obrero degenerado y putrefacto. La naturaleza de un acuerdo, sus límites y objetivos, depende directamente de los que lo firman. El gobierno de Lenin se vio obligado en Brest-Litovsk[205] a llegar a un acuerdo temporario con los Hohenzollern con el fin de salvar la revolución. El gobierno de Stalin es capaz de llegar a acuerdos sólo en función de los intereses de la camarilla gobernante del Kremlin y en detrimento de los intereses de la clase obrera internacional.

Los acuerdos entre el Kremlin y las «democracias» significaron para las respectivas secciones de la Internacional Comunista la renuncia a la lucha de clases, el estrangulamiento de las organizaciones revolucionarias, el apoyo al social-patriotismo y, en consecuencia, la destrucción de la revolución española y el sabotaje a la lucha de clases del proletariado francés.

El acuerdo con Chiang Kai-shek significó la liquidación inmediata del movimiento revolucionario campesino, la renuncia del Partido Comunista a sus últimos vestigios de independencia y el reemplazo oficial del marxismo por el sunyatsenismo[206]. El semiacuerdo con Polonia significó la destrucción del Partido Comunista Polaco y el aniquilamiento de su conducción[207]. Cualquier acuerdo de la camarilla del Kremlin con una burguesía extranjera se dirige inmediatamente contra el proletariado del país con el cual se concluye el acuerdo, como así también contra el proletariado de la URSS. La banda bonapartista del Kremlin no puede sobrevivir si no es debilitando, desmoralizando y aplastando al proletariado donde quiera que éste le responda.

En Gran Bretaña, la Comintern está agitando actualmente en favor de la creación de un «frente popular» con la participación de los liberales. A primera vista dicha política parece absolutamente incomprensible. El Partido Laborista es una poderosa organización; se podría entender fácilmente que la social-patriota Comintern anhelara acercársele. Pero los liberales son una fuerza totalmente comprometida y políticamente de segundo orden. Además, están divididos en varios grupos. En la lucha por mantener su influencia, los laboristas rechazan naturalmente cualquier idea de formar un bloque con los liberales, para no infectarse con su veneno gangrenoso. Se están defendiendo con bastante energía —por medio de expulsiones— de la idea de un «frente popular».

¿Por qué entonces la Comintern no se limita a luchar por colaborar con los laboristas? ¿Por qué en cambio solicita invariablemente la inclusión de las tendencias liberales del pasado en el frente único? El quid de la cuestión reside en que la política del Partido Laborista es demasiado radical para el Kremlin. Una alianza entre los comunistas y los laboristas puede asumir un cierto tinte de antiimperialismo y haría, por lo tanto, más difícil un acercamiento entre Moscú y Londres. La presencia de los liberales en el «frente popular» significaría una censura directa e inmediata del imperialismo sobre las acciones del Partido Laborista. Bajo el manto de esta censura, Stalin estaría en condiciones de prestarle al imperialismo británico todos los servicios necesarios.

El rasgo fundamental de la política internacional de Stalin en los últimos años ha sido éste: negocia con el movimiento obrero lo mismo que con petróleo, manganeso y otros bienes. No hay ni una pizca de exageración en lo que afirmo. Stalin considera las secciones de la Comintern de los distintos países y la lucha de liberación nacional de las naciones oprimidas como cambio menudo en sus tratos con las potencias imperialistas.

Cuando necesita la ayuda de Francia, somete el proletariado francés a la burguesía radical[208]. Cuando tiene que apoyar a China contra Japón, somete el proletariado chino al Kuomintang. ¿Qué haría en el caso de un acuerdo con Hitler? Evidentemente, Hitler no necesita específicamente la ayuda de Stalin para estrangular al Partido Comunista Alemán. Además, toda la política precedente de éste lo llevó a la situación a la que se encuentra reducido. Pero es muy probable que Stalin esté de acuerdo en cortarle todos los subsidios al trabajo ilegal en Alemania. Ésta es una de las concesiones menores que tendría que hacer, y estaría bien dispuesto a ello.

Se debe suponer también que se hará callar astutamente la ruidosa, histérica y vacía campaña contra el fascismo que la Comintern ha venido desarrollando durante los últimos años. Resulta llamativo que el 20 de febrero, cuando nuestra sección norteamericana movilizó a una considerable masa de trabajadores para luchar contra los nazis americanos[209], los stalinistas se negaron categóricamente a participar en la contramanifestación, que tenía repercusiones nacionales, e hicieron todo lo que estuvo a su alcance para minimizar su importancia, colaborando así con los admiradores yanquis de Hitler. ¿Qué hay detrás de esta política verdaderamente traidora? ¿Es sólo estupidez conservadora y odio a la Cuarta Internacional? ¿O hay también algo nuevo; por ejemplo, las últimas instrucciones de Moscú recomendando a los señores «antifascistas» que se callen la boca para no interferir en las negociaciones entre los diplomáticos de Moscú y Berlín? Esta suposición no es de ninguna manera descabellada. Las próximas semanas lo demostrarán.

Podemos afirmar algo con certeza. El acuerdo entre Stalin y Hitler no alteraría esencialmente en nada el rol contrarrevolucionario de la oligarquía del Kremlin. Sólo serviría para poner al descubierto este rol, hacerlo resaltar más nítidamente y acelerar el colapso de las ilusiones y las falsificaciones. Nuestra tarea política no consiste en «salvar» a Stalin de los abrazos de Hitler sino en derribar a ambos.

Escritos , Tomo VI
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