Un diálogo político[167]
20 de diciembre de 1938
(Esta conversación tiene lugar en París. Por eso, también podría haberse dado en Bruselas. A es uno de esos «socialistas» que sólo están tranquilos cuando tienen algún poder ante el cual inclinarse. Es un «amigo de la Unión Soviética» y, naturalmente, partidario del Frente Popular. Al autor le resulta muy difícil caracterizar a B, ya que es su amigo y correligionario).
A: Pero usted no puede negar que los fascistas utilizan sus críticas. Todos los reaccionarios bailan de alegría cuando usted desenmascara a la URSS. Obviamente, yo no creo todas esas calumnias sobre su amistad con los fascistas, su colaboración con los nazis, etcétera. Eso es sólo para los tontos. Subjetivamente no me caben dudas de que usted mantiene una posición revolucionaria. Sin embargo, en política no importan las intenciones subjetivas sino las consecuencias objetivas. La derecha utiliza sus críticas contra su voluntad. En ese sentido, entonces, se puede decir que usted está en un bloque objetivo con los reaccionarios.
B: Muchas gracias por su brillante objetividad. Pero usted, mi amigo, descubrió una América descubierta hace ya mucho tiempo. Ya el Manifiesto Comunista nos dice que la reacción feudal trató de explotar en beneficio propio las críticas socialistas a la burguesía liberal. Por eso, siempre, invariablemente, los liberales y los «demócratas» acusaron a los socialistas de estar aliados con la reacción. Algunos señores honestos pero… —¿cómo decirlo?— algo limitados hablaban de una alianza «objetiva», de colaboración «de hecho». Por otra parte, verdaderos gansos acusaron a los revolucionarios de haber hecho un acuerdo directo con los reaccionarios difundiendo rumores de que los socialistas operan con moneda extranjera, etcétera. Realmente, amigo mío, usted no inventó la pólvora.
A: Se puede responder a su analogía con dos objeciones decisivas. En primer lugar, en lo que respecta a la democracia burguesa…
B: ¿Usted se refiere a la democracia burguesa imperialista?
A: Sí, hablo de la democracia burguesa, que en este momento —es imposible negarlo— está en peligro mortal. Una cosa es denunciar las imperfecciones de la democracia burguesa cuando está fuerte y saludable, pero socavarla desde la izquierda en el mismo momento en que por la derecha los fascistas quieren derribarla significa…
B: No hace falta que siga; conozco demasiado esa cantilena.
A: Disculpe, todavía no terminé. Mi segunda objeción apunta a lo siguiente: esta vez no está en cuestión solamente la democracia burguesa. Después de todo, está la URSS, a la que usted reconocía como un estado obrero y a la que aparentemente sigue reconociendo como tal. Este estado está amenazado por el aislamiento total. Usted revela solamente los defectos de la URSS, rebajando ante los trabajadores de todo el mundo el prestigio del primer estado obrero; por lo tanto, objetivamente ayuda al fascismo.
B: Gracias otra vez por su objetividad. En otras palabras, quiere decir que sólo se debe criticar a la «democracia» cuando la crítica no constituye ningún peligro para ella. Según usted, los socialistas tienen que callarse precisamente cuando la decadente democracia burguesa imperialista —¡no precisamente la «democracia burguesa» en general!— demostró en la práctica su total incapacidad para enfrentar las tareas planteadas por la historia (y esta incapacidad constituye la razón por la que la democracia se derrumba tan fácilmente bajo los golpes de la reacción). Usted reduce el socialismo al rol de un ornamento «critico» en el edificio de la democracia burguesa. No le reconocerá el rol de heredero de la democracia, de lo que resulta que no es más que un demócrata conservador muy asustado. Y su fraseología «socialista» no es más que un adorno barato de su conservadurismo.
A: Bien; ¿y qué me dice de la URSS, que indudablemente es la heredera de la democracia burguesa y constituye el embrión de la nueva sociedad? Comprenda, yo no niego que haya errores y deficiencias en la URSS. Errar es humano. Las imperfecciones son inevitables. Pero no es casual que toda la reacción mundial ataque a la URSS.
B: ¿No se siente incómodo repitiendo tantas banalidades? Sí, a pesar de que el Kremlin, voluntaria pero inútilmente, se rebaja, la reacción mundial continúa su lucha contra la URSS. ¿Por qué? Porque, por lo menos hasta hoy, la URSS mantuvo la nacionalización de los medios de producción y el monopolio del comercio exterior. Los revolucionarios atacamos a la burocracia de la URSS precisamente porque su política parasitaria y la supresión de los trabajadores van en contra de la nacionalización de los medios de producción y el monopolio del comercio exterior, que son los factores básicos de la construcción socialista. He aquí la pequeñísima diferencia entre nosotros y la reacción. El imperialismo mundial insta a la oligarquía del Kremlin a llegar hasta las últimas consecuencias y, ya que introdujo la jerarquía militar (las distinciones y condecoraciones), los privilegios, el servicio doméstico, la prostitución, la sanción al aborto, etcétera, a que introduzca también la propiedad privada de los medios de producción. Nosotros, por nuestra parte, instamos a los obreros de la URSS a derrocar a la oligarquía del Kremlin e instaurar una verdadera democracia soviética, requisito necesario para la construcción del socialismo.
A: Pero usted no puede negar que la URSS es progresiva pese a todas sus imperfecciones.
B: Sólo los turistas superficiales favorecidos por la hospitalidad de los anfitriones de Moscú pueden considerar a la URSS como un todo homogéneo. En ella hay, junto a tendencias extremadamente progresivas, otras malignas y reaccionarias. Hay que saber diferenciar entre ambas y defender a las positivas contra las negativas. Hasta un ciego puede distinguir en las interminables purgas la fuerza y la tensión de los nuevos antagonismos. La fundamental de estas contradicciones sociales es la que se da entre las masas traicionadas y la nueva casta aristocrática que prepara la restauración de la sociedad de clases. Por eso no puedo estar «a favor de la URSS» en general. Estoy a favor de las masas trabajadoras que crearon la URSS y contra la burocracia que usurpó las conquistas de la revolución.
A: ¿Pero entonces usted exige que en la URSS se imponga inmediatamente una completa igualdad? Ni siquiera Marx…
B: Por favor, no use esas frases gastadas del repertorio de Stalin. Le aseguro que yo también leí que en la primera etapa del socialismo no puede haber una igualdad completa y que ése es el objetivo del comunismo. Pero ése no es el problema. Sucede que durante los últimos años, a medida que la burocracia se hacía cada vez más omnipotente, la desigualdad aumentó en enormes proporciones. Lo importante no es la situación estática sino la dinámica, la orientación general del proceso. En la URSS, la desigualdad no disminuye, aumenta día a día. Sólo se puede detener este avance de la desigualdad social con medidas revolucionarias contra la nueva aristocracia. Esto es lo que determina nuestra posición.
A: Si, pero los reaccionarios imperialistas utilizan todas sus criticas. ¿Acaso no es cierto que también las utilizan contra las conquistas de la revolución?
B: Por supuesto, tratan de utilizarlas. En la lucha política todas las clases tratan de utilizar las contradicciones que se dan entre sus adversarios. Dos ejemplos: tal vez usted sepa que Lenin, que nunca estuvo a favor de la unidad por la unidad misma, trató de separar a los bolcheviques de los mencheviques. Después nos enteramos por los archivos zaristas de que el Departamento de Policía, con ayuda de sus provocadores, profundizó la ruptura. Después de la Revolución de Febrero los mencheviques insistían constantemente en que los objetivos y métodos de Lenín coincidían con los de la policía zarista ¡Qué argumento barato! La policía esperaba que la ruptura de los socialdemócratas los debilitara. Lenín, por su parte, estaba convencido de que la ruptura con los mencheviques les permitiría a los bolcheviques aplicar una política verdaderamente revolucionaria y ganarse a las masas. ¿Quién tenía razón?
Segundo ejemplo: durante la guerra Guillermo II y el general Ludendorff trataron de utilizar a Lenín en beneficio propio y pusieron a su disposición un tren para que volviera a Rusia[168]. Los cadetes rusos y Kerenski acusaron a Lenín, nada menos, que de agente del imperialismo alemán. Y cabe decir en favor de ellos que utilizaban argumentos más convincentes (o por lo menos no tan estúpidos) que los que emplean sus imitadores actuales. ¿Y cuál fue el resultado? Después de la derrota de Alemania Ludendorff admitió que el mayor error de su vida fue su caracterización de Lenín. (Le recomiendo que lea sus memorias). Ludendorff admitió que al ejército alemán no lo destruyeron los ejércitos de la Entente sino los bolcheviques con la Revolución de Octubre.
A: ¿Y qué sucede con la seguridad militar de la URSS? ¿Y con el peligro de debilitar sus defensas?
B: ¡Le conviene no tocar ese tema! Stalin, rompiendo con la simplicidad espartana del Ejército Rojo, coronó al cuerpo de oficiales con cinco mariscales. Pero con eso no pudo someter al comando general, así que decidió destruirlo. Se fusiló a cuatro de los cinco mariscales, precisamente a los más capaces, y con ellos a la flor y nata del comando militar. En el ejército se creó una jerarquía de espías personales de Stalin. Se lo sacudió hasta sus cimientos. Se debilitó a la URSS y se la sigue debilitando. Los turistas parásitos pueden sentarse en la Plaza Roja a disfrutar de los desfiles militares, pero el deber de un revolucionario serio es plantear sincera y abiertamente que Stalin está preparando la derrota de la URSS.
A: Entonces, ¿cuáles son sus conclusiones?
B: Es muy simple. Los pequeños rateros de la política creen que un gran problema histórico se puede resolver con charlatanería barata, con astucia, intrigas ocultas o engañando a las masas. Esos rateros pululan en las filas de la burocracia obrera internacional. Sin embargo, yo creo que sólo una clase obrera que conozca la verdad podrá resolver los problemas sociales. Educación socialista significa decir la verdad a las masas. La verdad a menudo tiene sabor amargo, y a los «amigos de la Unión Soviética» les gustan los dulces. Pero representan a la reacción, no al progreso. Continuaremos diciendo la verdad a las masas. Tenemos que prepararnos para el futuro, y la política revolucionaria es una política a largo alcance.