[4].
El poema premiado no ofrece ningún atisbo de lo que llegaría a ser el genio del futuro historiador (esas cabras son especialmente vergonzosas), pero en su mezcla de objetos reales y visiones góticas y fantásticas de las ruinas romanas, sintetiza todos los clichés que entonces existían sobre Pompeya. Más típica aún es la elaborada yuxtaposición que hace el joven Macaulay entre lo antiguo y lo nuevo, entre lo ruinoso y lo fresco: en medio del abandono, "la entrevista pintura", dieciocho siglos vieja, pero tan intensa como la rosa de la primavera. Ciertamente, para los primeros admiradores de Pompeya, la fascinación del lugar se originaba en la inmediatez de su misterio, en la idea de que allí la antigüedad y el mundo moderno se encontraban cara a cara.
Como decía una guía de 1830:
Pero lo más asombroso de esta ciudad, sorprendida por una súbita erupción y desaparecida de la faz de la Campania en pocas horas y como por un acto de magia, es que todavía conserva todos los signos visibles de vida y de actividad humana reciente. Palmira, Babilonia, Roma, Atenas, Canopo, no son para nosotros otra cosa que ruinas en las que se aprecia el lento paso de los años y el rastro del pillaje de los bárbaros, quienes, como violentos gusanos, dejaron en ellas la huella de su paso. Pompeya, en cambio, parece una ciudad que hubiese sido desocupada hace apenas unos minutos; como si sus habitantes se hubiesen congregado en uno de aquellos festivales religiosos que solían arrastrar consigo naciones enteras y que eran tan característicos del paganismo