El resultado inmediato de la invectiva de Smith fue la adopción de una resolución: "Que la Cámara deplora la rápida proliferación de literatura desmoralizante en este país, y es de la opinión de que la Ley contra las publicaciones obscenas, estampas y fotografías indencentes, debe ser aplicada con vigor, y si es necesario reforzada"[304]. De nuevo, el asunto habría parado allí si la Asociación Nacional de Vigilancia no hubiera presionado hasta obtener, en agosto de 1888, la expedición de una citación para Vizetelly que mencionaba tres novelas de Zola, La tierra, Nana y El hervidero (traducción aproximada de Pot-Bouille). El magistrado que la expidió, John Bridge, las llamó "los tres libros más inmorales publicados jamás"[305]). Era como si una especie de manía autopropulsada se hubiese apoderado de las autoridades en lo que Ernest Vizetelly describiría más tarde como "aquella hora de loca mojigatería y justicia inescrupulosa"[306]. Al final de octubre, padre e hijo comparecieron en la Corte Criminal Central ante el juez municipal sir Edward Clarke y un jurado bastante hostil; entre los fiscales estaba el joven Herbert Henry Asquith, quien prestaría a su país un servicio más meritorio como primer ministro en los años iniciales de la Primera Guerra Mundial.
La fiscalía eligió una táctica familiar: veinticinco pasajes objetables fueron seleccionados y leídos al jurado, el cual se resistió a continuar cuando se le pidió finalmente que escuchara el más infame de todos, un episodio del primer capítulo de La tierra que presenta a Françoise, la niña campesina, cuando asiste con valentía a la inseminación de su vaca, mientras que Jean Macquart observa la escena. En una traducción moderna, el pasaje más escandaloso dice así: "Cuidadosamente, como si se tratara de algo de gran importancia, [Françoise] se adelantó con rapidez y con los labios fruncidos y el gesto resuelto; la concentración oscurecía aún más sus ojos. Tenía que extender su brazo para agarrar con firmeza el pene del toro y levantarlo. Y cuando el toro sintió que estaba cerca del borde, reunió fuerzas y, de una sola arremetida del cuerpo, colocó el pene en el lugar preciso. Luego lo sacó de nuevo. Ya todo había terminado; el azadón había plantado una semilla". Esto, sin duda, era demasiado para los oídos del ya indispuesto auditorio; es cuestionable si su contrariedad habría sido apaciguada por el comentario tranquilizador que el narrador hace unas pocas líneas después: "[A Jean nunca] se le pasó por la cabeza hacer ese tipo de chistes obscenos que los labriegos acostumbraban hacer cuando las niñas traían sus vacas para que fueran cubiertas. Esta joven niña parecía encontrarlo tan normal y necesario que, con toda decencia, no había nada de qué reír. Era, simplemente, natural"[307].
Frente a una resistencia tan unánime, la defensa se apresuró a cambiar su declaración de inocente a culpable, y Vizetelly recibió una multa de £250. Y no obstante, la Asociación Nacional de Vigilancia no había terminado con él todavía. En la primavera de 1889, lo arrastró a la corte de nuevo, esta vez por trece traducciones del francés, entre las que había ocho novelas de Zola y una versión de Madame Bovary hecha por la hija de Karl Marx, Eleanor Marx Aveling. Con 69 años de edad, enfermo y al borde de la quiebra, Vizetelly no pudo oponer resistencia cuando su abogado defensor, el "obeso y pesado" Mr. Cock, le aconsejó que se declarara culpable[308]. Debido a que no podía pagar la multa, Vizetelly fue condenado a tres meses de prisión, condena que, increíblemente, cumplió en su totalidad. Fue liberado en agosto y sobrevivió por otros cuatro años y medio, aunque nunca recuperó su salud, ni su ánimo, ni su fortuna.
La crueldad del proceso contra Vizetelly es difícil de explicar. Estaba lejos de ser típica; ningún otro caso en la historia angloamericana de los juicios contra la obscenidad ofrece un ejemplo comparable de hostilidad e inclemencia hacia un individuo. Sólo puede suponerse que un apellido que parecía extranjero (aunque la familia, de origen italiano, había residido en Inglaterra por siglos), junto con sus altas pretensiones intelectuales y un récord de ventas en temas obscenos que se perdía en las nubes, convertían a Vizetelly en el blanco ideal de muy variadas animosidades, ninguna de las cuales, por sí sola, habría bastado para arruinarlo. El caso estaba rodeado de amargas ironías. La traducción que Ernest hizo de La terre era, como él mismo afirmó, "una versión indudablemente expurgada"; al leer la versión original francesa, su padre le había sugerido la necesidad perentoria de "'afinarla' para el lector inglés"[309]. Tres semanas antes de que el proceso comenzara, el gobierno francés había otorgado a Zola la Legión de Honor, citando La terre como uno de sus más altos logros. Y en la misma Inglaterra el furor fue prontamente olvidado. Dos años después de la muerte de Vizetelly, Zola visitó Londres por primera vez, entre grandes aclamaciones; y en 1898, ante las dificultades que le había creado en su patria su posición en el caso Dreyfus, buscó asilo en la hospitalaria Inglaterra, donde permaneció un año.
Las inconsistencias que acarrea la casi efímera duración de la memoria pública, son características endémicas en la historia de los juicios contra la obscenidad. El caso de Vizetelly, sin embargo, es un caso notable porque en él se articulan, de una forma inusualmente clara y brutal, algunos de los aspectos que dominarán el debate sobre la "pornografía" en los cincuenta años siguientes. Durante su primer proceso, Vizetelly, que todavía tenía dinero y energía para ofrecer resistencia, emprendió una acción vigorosa. A imitación de Annie Besant, publicó un panfleto que llevaba el llamativo título de Extractos principalmente de los clásicos ingleses, que muestran cómo la supresión legal de las novelas deM. Zola acarrearía lógicamente la "bowdlerización" de algunas de las obras más grandes de la literatura inglesa; su lista incluye escenas de doce obras de Shakespeare, todo el Venus y Adonis, una amplia selección del drama de la Restauración, y las obras de Fielding, Smollett, Sterne, Byron y D.G. Rossetti[310]. Además, envió una carta abierta al fiscal de la Corona, sir J. F. Stephen, conductor oficial del proceso (y tío de Virginia Woolf). Como el panfleto, la carta de Vizetelly tuvo muy poco efecto aunque planteó una cuestión que ya se había planteado antes y que todavía aguardaría setenta y cinco años antes de recibir una respuesta definitiva: "¿Se debe impedir que la ficción describa la vida real, simplemente porque al retirar el velo que la cubre, aparece un estado de cosas inadecuado para la contemplación, ya no digamos de un adulto, hombre o mujer, sino de ninguna persona joven de quince años, que tiene a su alcance las obras de todos los novelistas del señor Mudie para complacerse?"[311]
La pequeña voz de Vizetelly se unió a un coro de protestas que venía aumentando desde hacía más de una generación, a medida que los ideales de los artistas se alejaban cada vez más de los deseos y expectativas de su audiencia. El inmisericordioso retrato que Dickens hizo de Mr. Podsnap es un ejemplo ilustre del desdén que, ya desde 1865, los novelistas comenzaban a sentir por un determinado sector del público, y esto no obstante que Dickens nunca tuvo que afrontar seriamente una abominable susceptibilidad como la de Mr. Podsnap. Al año siguiente, sin embargo, Algernon Charles Swinburne afrontó con ira esa situación en sus Poemas y baladas, volumen que los comentaristas atacaron, entre otras cosas, por ser una "obscena basura"[312] y "un intento de glorificar todos los placeres bestiales que la sutil depravación griega fue capaz de inventar"[313]. El escándalo no fue universal, y se concentró más en la actitud anticristiana de Swinburne que en la proclamación de su sexualidad, pero su respetable editor, Moxon amp; Cía., se sintió urgido a retirar de circulación Poemas y baladas y transfirió los derechos de edición al obscuro John Camden Hotten, el mismo al que Ashbee atribuiría más tarde la publicación de especialidades como El romance del castigo (1870)[314].
Swinburne no estaba dispuesto a tomar tal exilio a la ligera. Hacia el final de 1866, publicó, bajo el sello Hotten, un panfleto titulado Notas sobre poemas y reseñas, en el que se prodigó en una invectiva polisilábica contra los "animálculos e infusorios" de la prensa, acusó a sus atacantes de incompetencia en la pronunciación del griego y el latín, y se extendió en lo que era el tema verdaderamente más importante:
Para ser digna de los hombres, la literatura debe ser amplia, liberal y sincera; y no puede ser casta si es obscena. La pureza y la obscenidad no pueden vivir bajo el mismo techo. Allí donde la libertad de expresión y la honestidad se encuentran en entredicho, las pistas falsas y las sugerencias viles conducen a una vida fétida. Ciertamente, si la literatura no trata de la vida del hombre en su totalidad y de la total naturaleza de las cosas, deberemos hacerla a un lado junto con las palmetas y las matracas de la infancia: el que pretenda enseñar o divertir, la hace igualmente trivial y despreciable para nosotros, aunque tal vez menos que la misma acusación de inmoralidad