Aunque en esta versión de Acton la escena ha adquirido un aire tropical, es evidente que las refractarias metáforas de Parent no han perdido su vigencia: vil, maligna corriente que una mirada clara y un tratamiento franco podrán convertir en algo inofensivo. Y en efecto, acaso impelido por sus metáforas, tres años después de la publicación de La prostitución, Acton desencadenó un debate público al escribir una carta al Lancet, más tarde reimpresa en The Times, en la que se lamentaba del drenaje "desdichado e imperfecto" de una casa que había arrendado en Brighton[43].
Cuando la pornografía higiénica llegó a los Estados Unidos, llevó sus metáforas consigo. En su Historia de la prostitución (1858), el doctor William W. Sanger, médico residenciado en la isla de Blackwell (hoy Roosevelt*), encabezó su estudio con una declaración que, al menos para un especialista, debía parecer algo trillada: "Puede ser que la benevolencia lleve a sus devotos a lugares en donde la pureza moral se vea escandalizada, y a regiones donde la obscenidad y la inmundicia contaminen el mismo aire que se respira; pero nada contaminará a aquellos que actúan por razones puras"[44]. Y continuaba diciendo: "¿Acaso no ha llegado la hora en que la verdad deba ser pregonada a los cuatro vientos, y su voz deba ser escuchada?"[45]. Ignoraba el doctor Sanger que, al otro lado del Atlántico, la verdad venía siendo pregonada desde hacía ya más de veinte años. Y sin embargo, a pesar de su retórica gastada, Sanger superaba a Acton y a Parent por la minuciosidad y solidez de su método de investigación; incluso fue más allá de sus predecesores al añadir una nueva dimensión a los estudios pornográficos: la historia.
En realidad, el título del libro de Sanger era engañoso puesto que dedicaba una tercera parte al estudio estadístico de la prostitución en la Nueva York de su tiempo. Los primeros capítulos, sin embargo, intentaban presentar un panorama completo desde la antigüedad hasta el presente. En esto Sanger se servía de Restif, Parent y Acton, para quienes la prostitución se encontraba eternamente enraizada en la naturaleza humana y, por tanto, carecía de historia: su apariencia podía cambiar con el tiempo, pero su esencia era siempre la misma. Como buen americano, Sanger imaginó que este mal social no sólo podía ser controlado, sino también erradicado. En consecuencia, concibió la prostitución como un fenómeno puramente histórico que había atravesado diversas etapas de desarrollo y que algún día tocaría fin. Sin darse cuenta, este optimismo suyo tuvo el efecto peculiar de comprometer su sincera integridad moral y lo llevó a luchar contra una forma de pornografía que era mucho más antigua que la higiénica.
Al ocuparse de Roma en su Historia de la prostitución, Sanger levantó sus manos con horror: "Los muros de aquellas casas respetables", escribió pensando en las excavaciones de Pompeya, "estaban cubiertos de pinturas cuyos temas apenas si nos atreveríamos a mencionar en nuestros días. Frescos tan lascivos y esculturas tan obscenas que en cualquier país moderno habrían sido confiscados por la policía, adornaban en ese entonces los recintos de los ciudadanos romanos más virtuosos y nobles". Tal indignación era un lugar común, pero también era irreprochable; unas líneas más adelante, sin embargo, Sanger no pudo evitar que la imaginación se le escapara de las manos:
Una doncella romana, con cálida sangre del Mediterráneo en sus venas, que pudiese contemplar las universales pinturas de los amores de Venus, leer los vergonzosos epigramas de Marcial o las ardientes canciones de amor de Catulo, que pudiese ir a los baños y contemplar la desnudez de una veintena de hombres y mujeres, y ser acariciada ella misma por centenares de impúdicas manos lo mismo que por las de aquellos bañistas que secaban su cuerpo y daban masaje a sus miembros; una doncella que pudiese soportar tales experiencias y permanecer virtuosa, necesitaría sin duda ser considerada como un milagro de nobleza y fortaleza del alma