La muerte de Parent a los 46 años, el mismo año en que se publicó Sobre la prostitución, inspira algunas dudas acerca de las consecuencias físicas de su exploración. No obstante, tal y como él mismo lo enfatizaba, permaneció libre de toda mancha moral.
Evidentemente, la naturaleza subterránea o clandestina de sus temas de investigación, inspiraron en Parent tal desvelo por la propia corrección, que ni siquiera el lector más riguroso se habría atrevido a competir con él. Tocar el detritus no lo había deshonrado en lo más mínimo: "A causa de mi dedicación a investigar sobre prostitutas, ¿tengo necesariamente que mancharme por el simple contacto con estas mujeres infortunadas?"[36]. Y para quien se atreviera todavía a acusarlo de licencioso, Parent tenía listo un discurso en crescendo: "La utilidad, yo diría más bien la necesidad, de emprender esta labor me ha demostrado que debía hablar con franqueza y así lo he hecho. Estudio, pues, un tema serio que dirijo a gente seria; ha sido mi deber llamar las cosas por su nombre y marchar hacia mi meta sin incurrir en desvíos"[37]. La impúdica sonrisa de su más importante predecesor debió obsesionar a Parent a medida que escribía estas insistentes autodefensas. No cabe duda de que si, a pesar de las dos generaciones transcurridas desde El pornógrafo, aún privaba un aire de obscena frivolidad en los escritos sobre prostitución, Parent estaba determinado a desvanecerlo.
La utilidad, la necesidad, la franqueza, la sobriedad. La simple enunciación de estos graves atributos invoca, como fantasmas al mediodía, a sus opuestos: la frivolidad, el derroche, la insinuación, la embriaguez. Las estrategias de Parent tenían la deplorable desventaja de recordar al lector -quien quizá no habría llegado a pensarlo si Parent no hubiera insistido en ello- que existían otras posiciones que se hubiesen podido tomar, otras maneras de comprender el libro. Parent tenía muchas razones para poner tal énfasis en su actitud distante y en sus intenciones higiénicas, pero una de ellas debió ser sin duda la obsesión por diferenciarse de Restif o de cualquier otro viejo libertino a quienes muy seguramente superaba en el número de veces que había visitado un burdel y en la cantidad de conocimiento que tenía sobre la vida privada de las prostitutas. El punto de vista lo era todo: la prostitución no había cambiado gran cosa desde los tiempos de Restif, excepto por este aficionado, que con un cuaderno de notas en una mano y un agente de orden público a su lado, tenía en su cabeza una intención diferente. Acaso fue esta invisible diferencia -Invisible, esto es, a menos que él mismo la declarara-, lo que llevó a Parent a extenderse tan elocuentemente sobre el tema de su pureza mental; acaso fue también por esta razón que volvió una y otra vez sobre esa analogía favorita suya en la que asemejaba a las prostitutas con las alcantarillas.
La pornografía en manos de Parent llegó a ser menos un epígono que una verdadera invención. El pornógrafo de Restif fue olvidado y apareció un nuevo campo de estudios en el que Parent figuraba como primera autoridad. En Inglaterra, tradicionalmente una imitadora tardía de las innovaciones francesas, los volúmenes de Parent promovieron lo que un reciente comentarista llamó "un verdadero frenesí de estudios locales", incluyendo los de Michael Ryan, La prostitución en Londres, y un estudio comparativo con las de París y Nueva York (1839), y J. D. Talbot, Las miserias de la prostitución (1844)[38]. En su mayor parte estas obras fueron trabajos apresurados, mal informados, derivados de Parent o de otras obras similares, y acabaron siendo superados de una vez y para siempre por el estudio de William Acton, La prostitución, considerada en sus aspectos moral, social y sanitario, en Londres y en otras grandes ciudades, con propuestas para la mitigación y la prevención de sus inherentes males, la primera verdadera investigación sobre la pornografía hecha en inglés. Los datos presentados por Acton, así como sus estadísticas y sus recomendaciones, resultaban originales, pero su título y sus métodos recordaban inevitablemente a los de Parent, y lo mismo podría decirse de su retórica.
Acton (1814-1875) es hoy en día famoso y despreciado por un comentario suyo que apareció en un libro publicado el mismo año de La prostitución, y de acuerdo con el cual "la mayoría de las mujeres (y mejor para ellas) no se ven afectadas por ningún tipo de emoción sexual"[39]. No importa cuán victoriana pueda parecer esta declaración, o cuán reveladora de las mismas convicciones personales de Acton, lo cierto es que la actitud que ella implica no se encuentra en La prostitución. En esta obra Acton adopta la posición de Parent acerca de un distanciamiento científico y razonado, aunque al mismo tiempo prescinde de las nerviosas garantías con que su predecesor aseguraba que una investigación repugnante no tenía por qué contaminar a su investigador. Esta vez, veinte años después de Parent, la carga del oprobio cae sobre el hipócrita lector:
Ha llegado el día en que debemos superar "ese temor que nace de las sombras". La palabra reconocimiento puede parecer aterradora y ser considerada por muchos como precursora de una próxima inundación de inmoralidad continental. Pero, ¿cuál es la verdadera realidad? ¿Acaso no es el reconocimiento uno de los privilegios de la sociedad? ¿Quiénes son, pues, aquellas delicadas criaturas que van sin chaperón y no son chaperones ellas mismas, "estas Don Nadie a quien todo el mundo conoce" y que se codean con nuestras hijas y nuestras esposas en los parques, los paseos y los lugares de moda? ¿Quiénes son estas maquilladas y elegantes mujeres que abordan a los transeúntes mientras se pavonean por las calles? ¿Y quiénes, aquellas miserables criaturas, mal alimentadas y mal vestidas y descuidadas, que yacen medio ocultas bajo los arcos o a la sombra de los callejones y ante cuya miseria el ojo retrocede? Esta pintura puede tener muchas variaciones, pero con todas ellas la sociedad está más o menos familiarizada