No se sabe si el establecimiento abrió alguna vez sus puertas, pero el anuncio muestra que, aún siglos después de que los "sonetos lujuriosos" fueran publicados, se esperaba que cierto tipo de lectores reaccionara ante la sola mención del Aretino, y ello sin importar si habían visto o no los notables grabados que él había embellecido. En el siglo XVIII, el Aretino es prácticamente el único nombre relacionado con la representación de la actividad sexual; su monopolio sobrevivió, sin mayor rivalidad por parte de Rochester, hasta mediados del siglo XVIII, cuando le surgió un competidor en el libro de John Cleland, Memorias de una mujer de placer, mejor conocido como Fanny Hill. Antes de ello, sin embargo, la escasa decena de obras eróticamente explícitas se asociaban con el Aretino, bien fuese que él mismo las hubiera escrito, que se le atribuyeran o que fueran una imitación de las suyas.
Las referencias al Aretino en el siglo XVII son tan numerosas que se convierten en una pura redundancia. De lady Castlemaine, una de las amantes del libertino Carlos II, se decía que conocía "más posturas que el mismo Aretino"[122]. La obscena farsa Sodoma (1684), por muchos años atribuida a Rochester aunque probablemente fuera escrita por su oscuro contemporáneo Christopher Fishbourne, se abre con "una antecámara adornada por completo con Las posturas del Aretino"[123]. El mismo Rochester, disfrazado de Alexander Bendo, se excusaba diciendo que había "visto diagnósticos médicos tan obscenos como los diálogos del Aretino, y que ningún hombre que [viviera] en el temor de Dios podría aprobar"[124], como si tan breves notas pudieran ser suficientes. En la obra de William Wycherley La esposa del campo (1675), Horner, recién llegado de Francia, anuncia que "no he traído otra cosa que pinturas obscenas, nuevas posturas y la segunda parte de La escuela de las mujeres"[125]. Esta última obra, una imitación francesa de los Ragionamenti, fue publicada aproximadamente en 1655 y obtuvo numerosas ediciones y traducciones en los cincuenta años siguientes. En 1668, dio lugar a la segunda ocasión -la primera fue el relato de cómo el Aretino obtuvo inspiración para sus sonetos- en la que se documenta que un hombre se sintiese excitado sexualmente por la vista de unas representaciones.
El 13 de enero de ese año, Samuel Pepys añadió una entrada menor en su voluminoso diario:
De allí iba camino a casa cuando me detuve donde Matins, mi librero, y tropecé con un libro francés que pensé que mi esposa podría traducir, L'escholle de filles; pero cuando llegué a casa y quise examinarlo con más detenimiento, descubrí que era el libro más sucio y obsceno que jamás hubiese visto, incluso peor que La puttana errante , y me sentí avergonzado de leerlo