Ashbee no aclara por qué esta clase de libros no ha encontrado todavía "el lugar que le corresponde", esto es, el olvido. Parent-Duchâtelet se habría identificado con esta retórica, acaso con alguna vergüenza pues, en efecto, Ashbee empleaba sus mismas estrategias y las de otros inconscientes precursores de la generación anterior en el campo de la pornografía, que también habían recurrido a la imaginería de la alcantarilla y de los productos de desperdicio.
Las bibliografías de Ashbee fueron publicadas en ediciones limitadas -cada volumen parece haber tenido una edición total de 250 ejemplares[143]-, y su formato elaborado las hacía muy costosas para alguien que no fuera una persona adinerada. Además, fueron distribuidas privadamente, de manera que el riesgo de que cayeran en manos equivocadas era mínimo. Ashbee se dirigía a una audiencia de especialistas que presumiblemente compartía su punto de vista; sin embargo, lo mismo que los catalogadores del Museo Secreto, se sintió obligado a defenderse de cualquier sospecha de corrupción. Sus citas y sus resúmenes estaban llenos de lenguaje obsceno, pero "en mi propio texto nunca empleo una palabra impura siempre que pueda encontrar una menos desagradable e igualmente expresiva". "Las pasiones", además, "no son excitadas": "Por el contrario, mis resúmenes, creo y espero, tienen un efecto totalmente opuesto, y por regla general inspirarán un disgusto tan profundo por el libro del que han salido, que el lector conocerá lo suficiente de él por mis páginas, y estará más que satisfecho de no tener que ver nada con él en adelante"[144].
En el criterio de Ashbee se combinaban, aunque no siempre de forma equitativa, el sexo y la escasez para definir la palabra "pornografía" en un sentido moderno. Sólo una obra del marqués de Sade, por ejemplo, se incluye en sus bibliografías, y esto a pesar de que otros libros de Sade son mencionados con frecuencia en sus comentarios. Lo que ocurre quizá es que éstos eran, al menos por su reputación, demasiado conocidos como para que se los considerara "parias". La mayoría de las publicaciones recientes, como L'école des biches (La escuela de las putas, 1868) y Kate Handcock (Kate Manoenelcoño, 1882) cumplían satisfactoriamente con estos requisitos del género; pero otras obras, como la Historia de la secta de los Maharajás, o Vallabhácháryas, en la India Occidental, publicada en 1865 por la respetable casa editorial de Trübner amp; Co., parecen haber sido incluidas únicamente porque su relato de exóticas costumbres sexuales ocupaba un lugar sobresaliente en ellas. La cantidad de libros admisibles muestra en sus bibliografías un crecimiento de proporciones geométricas con el paso del tiempo: ninguna obra antes del siglo XVI, algunas pocas en el XVII, suficientes en el XVIII y una verdadera explosión de ellas en el XIX. En la medida en que Ashbee escarbaba más en la historia, su criterio de inclusión se volvía más vago. Del siglo XVIII seleccionó Jolgorios nocturnos (1779) y Los auténticos e impresionantes amores del celebrado autor Pedro Aretino (1776), pero también concedió algún espacio al serio Richard Payne Knight y a su Discurso en alabanza de Príapo, así como a varios tratados pseudomédicos escritos en un neo-latín indescifrable. Todavía se escribían diatribas anticlericales en los tiempos de Ashbee, pero ellas ya habían inundado el mercado en los siglos XVII y XVIII; puesto que ellas se concentraban por lo general en los ilícitos cónclaves de curas y monjas, Ashbee incluyó tantas como le fue posible hacerlo. Las quejas de las monjas contra los monjes (1676) puede haber procurado alguna delectación a los selectos lectores del bibliófilo, aunque no se puede decir lo mismo de las Humildes razones en favor de una ley que promulgue la castración de los eclesiásticos católicos (1700). En su tratamiento de las épocas más antiguas, Ashbee se volvió católico hasta la exageración: así por ejemplo, no incluyó nada de Rochester excepto la extravagante y lujuriosa Sodoma, que consideró como auténtica y a la que dedicó varías páginas llenas de citas, pero dedicó la misma atención a El festival de Satán (1749), un infatigable e indignante ataque contra la prostitución masculina y femenina.
La intrincada demencia que engendraron las bibliografías de Ashbee es más evidente en la defensa innecesaria que hizo de su empresa frente a la acusación imaginaria de pervertir a lectores vulnerables. Una y otra vez, condenó las cosas que él mismo estaba inmortalizando. "Sería mucho mejor", declaró en sus "Observaciones preliminares" a Catena, "que tal literatura no existiera. Considero que ella es perniciosa y nociva para el inmaduro, pero al mismo tiempo sostengo que, en ciertas circunstancias, su estudio es necesario, si no benéfico"[145]'. Como si fuera un negativo fotográfico de la bowdlerización, la bibliografía erótica protege al mundo de esta literatura nociva resaltándola antes que aniquilándola; el beneficio será el mismo. No importa cuán fraudulento parezca este razonamiento, Ashbee y sus seguidores evidentemente creían en él o, por lo menos, se sentían obligados a proclamar tal creencia incluso en páginas que sólo sus amigos iban a leer.
La confusión de Ashbee sobre sus motivos para compilar bibliografías sobre lo erótico y sobre lo que éstas deben incluir, es equiparable a su desconcertante indecisión sobre la persona que debe leerlas. Algunas veces anuncia despreocupadamente que el lector debe juzgar por sí mismo el valor de tal o cual libro; otras veces declara que "el verdadero desiderátum" es una bibliografía que "al limitarse a obras engañosas y sin valor, señala aquello que debe evitarse"[146], con lo que sugiere que la función de vigilancia no es realizada por nadie que no sea el mismo Ashbee. Sus libros, dice, "no están dirigidos al público en general, sino a los estudiosos"[147], lo que no es sino una excusa para dejar las citas en su idioma original, tal y como hicieron también los cautelosos catalogadores de Pompeya. Y sin embargo, el imaginario especialista, hombre, maduro, y tan cultivado como se suponía que lo fuera, difícilmente hubiera necesitado de una advertencia como la que se encuentra en el comentario de Ashbee a La perla, "Revista de burlas y lecturas voluptuosas", publicada entre julio de 1879 y diciembre de 1880:
Una tras otra, las escenas se suceden con rapidez y de manera tan cruel y crapulosa como en Justine o en La philosophie dans le boudoir, sólo que, debe reconocerse, resultan aún más perniciosas, pues si las atrocidades de estas dos obras ocurren por lo general en bosques infrecuentes, en castillos imaginarios, en conventos desconocidos o en cavernas imposibles, las historias que aquí encontramos se desarrollan, en cambio, en lugares que nos resultan familiares: en los salones de Belgravia, en las cámaras de nuestro Colegio de Abogados o en los cuartos de atrás de las tiendas de Londres