[86].
En este sentido, la decadencia de los estudios clásicos no indicaría un cambio real en la ideología dominante, sino más bien su fortalecimiento. Una consecuencia anticipada de este proceso fue que la "pornografía" griega y romana, en una época resguardada del público general gracias a las diferencias de sexo y de clase social, adquirió con la decadencia de los estudios clásicos nuevas salvaguardas en su condición de remota y oscura. El peligro que representaban había sido, pues, conjurado. Y sin embargo, acaso no sea un accidente el que la decadencia de tales estudios, que Gilbert Highet fecha con precisión hacia 1880[87], coincida de cerca con el primer surgimiento verdadero de las controversias públicas sobre la "pornografía" en el arte moderno y la ficción.
Aunque las literaturas nacionales de Europa occidental no ofrecían nada comparable a las extravagancias de la comedia griega o de la sátira romana, tampoco la "literatura" estaba libre de peligro. Chaucer y Shakespeare en particular, pero también Swift, Pope, Milton e incluso la Biblia del rey James, presentaron a las generaciones posteriores el problema específico de ser obras que pertenecían de manera esencial a la tradición literaria pero que, para decirlo con las palabras de Mr. Podsnap, el personaje de Dickens, podrían "hacer enrojecer las mejillas de una persona joven". Hacia 1864, la "podsnapería" habría podido convertirse en el blanco de una sátira inmisericorde: a pesar de la costumbre que tiene Mr. Podsnap de rechazar de manera grandilocuente cada hecho que no le sea familiar ("¡No quiero saber de ello; no quiero discutirlo; no quiero admitirlo en lo más mínimo!"), se crea a cada tanto problemas cómicos en su esfuerzo por proteger a una hipotética institución llamada "la persona joven":
Era una ardua e inconveniente institución pues requería que todo en el universo se reorganizara y acomodara a ella. La cuestión general era siempre si esto o aquello haría enrojecer las mejillas de una persona joven. Y lo inconveniente de la persona joven era que, de acuerdo con Mr. Podsnap, parecía expuesta siempre a explotar en enrojecimientos cuando ni siquiera había necesidad de ello. Acaso era cierto que no existía un límite claro entre la excesiva inocencia de una persona joven y los reprobables conocimientos de otra persona cualquiera. En esto no tenemos otra alternativa que aceptar la palabra de Mr. Podsnap: los más sobrios matices del café, el blanco, el lila y el gris, se convertían en un rojo flameante frente a este Toro importuno de la persona joven