[88].
Ya antes habíamos tropezado con esta criatura, dos mil años atrás en el tiempo: es aquella asediada virgen de Pompeya que mencionaba el doctor Sanger; es también aquel inflamable lector que puede llevarse la impresión equivocada al leer un estudio de "pornografía" higiénica o una historia del arte "pornográfico". Su encarnación más familiar es sin duda de estirpe victoriana, pero existía ya desde mucho antes de la reina Victoria a la que sobrevivió, además, muchos años.
El más importante historiador de libros expurgados ingleses, fecha el primero de tales libros en 1724, si bien dicha práctica no se extendió sino hasta fines del siglo XVIII[89], floreció a lo largo del siglo XIX y llegó a un final abrupto, aunque no definitivo, con la primera guerra mundial. Por lo general, la "pornografía" no interesaba a los expurgadores, quienes preferían libros que sólo fueran objetables en parte y que pudieran limpiarse con suprimir apenas unos pasajes o con alterar en ellos algunas cuantas palabras. Este método resultaba muy adecuado cuando se trataba de antologías, otra invención del siglo XVIII, diseñadas para los miembros más recientes del público lector, esto es, la clase media y, particularmente, las mujeres, que no deseaban de ninguna manera una edición completa ni necesitaban de un aparato crítico. Las colecciones de "flores" de los grandes poetas podían expurgarse empleando la simple omisión y sin necesidad de alterar los textos. Tal fue el recurso utilizado por Samuel Johnson en la serie de 52 Obras de poetas ingleses (1779-1781), que él mismo seleccionó y para las que escribió sus famosos prólogos, más tarde reunidos independientemente en su Vidas de poetas ingleses. Sólo uno de los autores seleccionados por Johnson, el célebre Rochester, fue mutilado por razones morales. Johnson envío sus obras a George Steevens "para que las castrara". Como veremos, Rochester fue un caso especial, una excepción, pues el criterio de Johnson con respecto a las selecciones de los otros 51 poetas fue siempre el de la belleza y la alta calidad de sus obras. Incluso Matthew Prior, quien sería más tarde comparado a Juvenal por las libertades que se tomaba[90], sobrevivió a esta selección sin sufrir un rasguño. Así lo reportó James Boswell:
Pregunté si los poemas de Prior debían publicarse en su totalidad. Johnson dijo que sí. Mencioné la censura que lord Hailes hace de Prior en su "Prefacio" a la antología Poemas sagrados, publicada por el mismo Hailes en Edimburgo hace ya muchos años y en la que menciona "esos relatos impuros que servirán de eterno oprobio al genio del autor". "Sir -contestó Johnson-, lord Hailes lo ha olvidado. No hay nada en Prior que pueda incitar a la obscenidad. Si lord Hailes piensa lo contrario, será porque él es más excitable que mucha gente"