Según pudo comprobarse, se trataba de un caso sin precedentes en el país (o por lo menos en Pensilvania), y para encontrar alguno que se le aproximara, el juez C. J. Tilghman tuvo que remitirse al Londres de 1663, cuando sir Charles Sedley y lord Buckhurst, compinches del infame Rochester, habían aparecido desnudos en el balcón de una taberna de Covent Garden, encandalizando a la multitud de plebeyos que se aglutinaba en la calle. Como el mismo Tilghman admitió, el paralelismo entre la nobleza inglesa de la Restauración y la Filadelfia del siglo XIX resultaba un poco traído de los cabellos.
Es verdad que, además de la vergonzosa exhibición, se menciona en alguno de los reportes del caso que él [Sedley] arrojó a la multitud botellas que contenían un líquido inmundo; sin embargo, nos fundamos en la máxima autoridad al decir que la parte más criminal de su conducta, aquella que provocó el castigo de la ley, fue la exhibición de su propia persona