[56].

Byron tenía el hábito de burlarse de estas supersticiones culturales y se metía en líos por ello. En este caso, expresa el muy bien educado y cínico hastío de un hombre por medio de gastados encomios a la inocencia luminosa de los griegos, quienes, obviamente, y al menos porque también ellos fueron seres humanos, no pudieron vivir la prístina existencia que les atribuyeron los comentaristas posteriores. Los griegos, ciertamente, estaban familiarizados con lo obsceno, tanto en su aspecto sexual como en su aspecto escatológico, pero le asignaban lugares y ocasiones especiales como los festivales y las representaciones cómicas que se hacían en ellos. Groserías de palabra y obra tenían un significado satírico y eran empleadas "como medio de abuso, crítica y degradación" contra los hombres públicos, los eventos del día o, incluso, los dioses mismos"[57]. La obscenidad también pudo cumplir la función de un conjuro que alejaba a los ítalos espíritus por medio de la amenaza o el desprecio. No había ningún peligro en que tales asuntos fueran indiscriminadamente exhibidos y, sin embargo, también en el apogeo de la civilización griega se levantaron algunas voces pidiendo que se los controlara de un modo más estricto.

En el siglo IV a.C., Platón describió en la República un estado ideal, cuyas leyes incluían el minucioso control de toda forma de representación escrita, pictórica y dramática. Al referirse a la educación primaria de sus ciudadanos, Sócrates se opuso enérgicamente a "lo grotesco y lo inmoral" de las historias de Hesíodo y de Homero, en las que los dioses aparecían empleando todo tipo de violencia y de supercherías entre ellos mismos y contra la humanidad. Tales historias, argüía, no sólo eran "indecorosas mentiras", sino que, además, incitaban a la imitación: "No debe decirse a un joven que al cometer los mayores crímenes y al no retroceder ante crueldad alguna para castigar la injusticia de su padre [así como Cronos lo hizo con Urano, y Zeus con Cronos], no hace nada extraordinario y se limita a seguir el ejemplo de los primeros y más grandes dioses"[58]. Dado que las primeras ideas permanecen "indelebles e inmutables" en la mente del niño, se requiere de un cuidado especial para asegurarse de que las historias referidas a los pequeños comuniquen una lección benéfica. Y en el caso de los adultos, aunque sufren menos daño, tampoco pueden ganar nada con escuchar mentiras; en consecuencia, Sócrates decidió prohibir tales historias en toda la República:

[El poeta] podrá decir, en cambio, que los culpables son desgraciados porque tuvieron necesidad del castigo y que al sufrir la pena han sido objeto de un bien por parte de la divinidad. Si queremos que una ciudad esté perfectamente regida debemos impedir por todos los medios que alguien diga en ella que la divinidad, bondad esencial, es la causa de ios males, y no permitiremos que nadie, ni joven, ni viejo, escuche relatos semejantes, ya en prosa, ya en verso, porque tales relatos son impíos, perjudiciales y contradictorios entre sí

El museo secreto. La pornografía en la cultura moderna
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