6
El nombre sacudió a Newt como un golpe. Jake Spoon significaba mucho para él. De niño, cuando su madre aún vivía, Jake Spoon era el hombre que la visitaba con mayor frecuencia. Al repasar sus recuerdos, le había empezado a quedar claro que su madre había sido una puta, como Lorena, pero este descubrimiento no deslucía sus recuerdos y menos aún los que tenía de Jake Spoon. Ningún hombre había sido más bondadoso con él ni con su madre, que se llamaba Maggie. Jake le había dado caramelos y algún dinero, y le había sentado sobre un caballo, y le había hecho cabalgar por primera vez; incluso había encargado al viejo Jesús, el zapatero, que le hiciera su primer par de botas; y una vez, cuando Jake ganó una silla de señora en una partida, se la regaló a Newt y le hizo recortar los estribos a su medida.
Aquellos eran los tiempos anteriores al establecimiento del orden en Lonesome Dove, cuando el capitán Call y Augustus aún eran rangers, con responsabilidades que les llevaban arriba y abajo de la frontera. Jake Spoon también era un ranger, y a los ojos de Newt el más elegante de todos. Siempre llevaba una pistola de culata de nácar y montaba un caballo andador, más cómodo para cabalgar, en opinión de Jake. Los peligros de su profesión no parecían hacerle mella.
Pero después los combates cesaron gradualmente a lo largo de la frontera y el capitán, el señor Gus, Pea Eye y Deets dejaron la profesión y formaron el equipo de Hat Creek. Pero la vida tranquila no pareció interesar a Jake, y un buen día se marchó. A nadie le sorprendió, aunque la madre de Newt lo sintió tanto que durante cierto tiempo le dio una paliza cada vez que le preguntaba cuándo volvería Jake. Las palizas no tenían nada que ver con él, sino con la decepción de su madre por la marcha de Jake.
Newt dejó de preguntar por Jake, pero no dejó de recordarle. Un año después su madre murió de unas fiebres; el capitán y Augustus se lo llevaron a casa, aunque primero lo discutieron. Al principio Newt echaba tanto en falta a su madre que no le importaban las discusiones. Tanto su madre como Jake se habían ido y las discusiones no iban a devolverlos.
Pero una vez pasado el peor dolor y cuando empezó a ganarse la vida en Hat Creek haciendo todos los recados que el capitán le encomendaba, solía rememorar los días en que Jake Spoon iba a ver a su madre. Incluso le parecía que Jake podía ser su padre, aunque todos le decían que su nombre era Newt Dobbs y no Newt Spoon. No entendía por qué Dobbs y por qué todo el mundo estaba tan seguro, ya que nadie en Lonesome Dove parecía saber nada del tal señor Dobbs. No se le había ocurrido preguntárselo a su madre mientras vivía. Los apellidos se usaban poco en Lonesome Dove y no se daba cuenta de que el apellido procedía del padre. Incluso el señor Gus, que hablaba de todo, no parecía saber nada del señor Dobbs.
—Marchó al Oeste cuando no debía —fue el único comentario que le sacó.
Newt no pidió nunca al capitán Call que ampliara dicha información. El capitán prefería decir lo que deseaba que se supiera. En el fondo de su corazón, Newt no creía en el señor Dobbs. Tenía algunas cosas que su madre había dejado; solo unas cuentas y peinetas y un pequeño álbum de recortes con fotos sacadas de alguna revista que el señor Gus había tenido la bondad de guardarle. Pero no había nada sobre el señor Dobbs ni ninguna foto suya entre las fotos, aunque sí había un dibujo borroso de su abuelo, el padre de Maggie, que vivía en Alabama.
Si no existía el tal señor Dobbs, como sospechaba, o si solo había sido un caballero, de paso por la pensión donde vivía con su madre, entonces Jake Spoon podía ser su verdadero padre. Quizá nadie le había informado de ello porque consideraban más correcto que lo hiciera el propio Jake cuando regresara.
Newt siempre había creído que Jack regresaría. De tanto en tanto llegaban noticias suyas traídas por los rastreadores. Se decía que era agente del orden público en Ogallala, o que buscaba oro en las Black Hills. Newt no tenía idea de dónde estaban las Black Hills ni de qué había que hacer para encontrar oro en ellas, pero una de las razones por las que suspiraba por ir al Norte con un rebaño de vacas era la esperanza de encontrarse con Jake en alguna parte del camino. Naturalmente quería llevar un arma y ser un gran vaquero y disfrutar de la aventura del camino. Quizás incluso verían búfalos, aunque sabía que quedaban pocos. Pero bajo todas sus esperanzas estaba el viejo anhelo, el que podía seguir oculto meses y años y seguir tan vivo como un dolor de muelas: la necesidad de ver a Jake Spoon.
Y ahora este hombre cabalgaba hacia ellos, al lado mismo de Deets, sobre un caballo tan bonito como el que había cabalgado diez años atrás. Newt se olvidó de Dish Boggett, cuyos movimientos se había propuesto observar. Antes de que los dos jinetes estuvieran cerca, Newt pudo ver perfectamente los grandes dientes blancos de Deets destacando de su negro rostro porque había ido a realizar un trabajo de rutina y volvía orgulloso con Jake. No lanzó a su caballo a galope hasta el porche ni hizo ninguna otra tontería, pero incluso a distancia era obvio que Deets se sentía feliz.
Pronto los caballos levantaron polvo del patio de las carretas y al momento estuvieron los dos allí. Jake llevaba una chaqueta marrón y un sombrero marrón y aún conservaba su pistola de culata de nácar. Deets seguía sonriendo. Cabalgaron hasta el porche de atrás antes de dejar las riendas. Era obvio que Jake venía de muy lejos porque su caballo bayo ya no tenía carne.
Los ojos de Jake eran de color café y lucía un bigotito. Primero les miró por encima y después inició una lenta sonrisa.
—Hola, muchachos. ¿Qué hay para desayunar?
—Pues bollos y restos de grasa, Jake —dijo Augustus—. Lo habitual. Lo único que pasa es que no lo serviremos hasta dentro de veinticuatro horas. Espero que te hayas comido un hígado de búfalo o una pata de venado para poder esperar.
—¡Gus, no me digas que ya habéis comido! —exclamó Jake saltando del caballo—. Hemos cabalgado toda la noche y Deets no sabía hablar de otra cosa que del buen sabor de los bollos que haces.
—Mientras vosotros hablabais de los bollos, Gus se los iba comiendo —dijo Call. Él y Jake se estrecharon las manos, contemplándose.
Jake dirigió una mirada a Deets:
—Hubiéramos debido telegrafiar desde Pickles Gap. —Se volvió sonriente y estrechó la mano de Gus.
—Siempre has sido un erizo, Gus —dijo Jake.
—Y tú llegabas siempre tarde a las comidas —le recordó Augustus.
Pea Eye se empeñó entonces en darle la mano, aunque a Jake nunca le había caído muy bien.
—Has estado mucho tiempo fuera —comentó.
Mientras se saludaban, Jake se fijó en el muchacho que estaba de pie junto a un vaquero largirucho con un enorme bigote.
—¡Válgame Dios! —exclamó—. ¿Eres el pequeño Newt? ¡Hay que ver lo que has crecido!
Newt se sentía tan feliz que casi no podía hablar.
—Soy yo, Jake. Todavía estoy aquí.
—¿Qué le parece, capitán? —preguntó Deets, entregando los papeles del Banco a Call—. He encontrado al hijo pródigo, ¿sí o no?
—Le has encontrado, y me juego cualquier cosa a que no estaba en la iglesia.
Deets se echó a reír.
—En la iglesia no estaba, desde luego.
Jake fue presentado a Dish Boggett, pero cuando le hubo estrechado la mano se volvió a mirar de nuevo a Newt, como si el hecho de que hubiera crecido fuera lo que más le sorprendiera de Lonesome Dove.
Augustus miró al caballo bayo y comentó:
—Vaya, Jake, has dejado al caballo en los huesos.
—Dale bien de comer, Deets —ordenó Call—. A juzgar por lo que veo hace tiempo que no lo ha hecho.
Deets se llevó a los caballos al granero sin tejado. Era cierto que se había hecho los pantalones de unas colchas viejas, por razones que nadie había conseguido averiguar. Por alegres que fueran, el tejido acolchado no era el mejor material para cabalgar entre mezquites y chaparros. Las espinas habían desgarrado los pantalones por varios sitios y asomaba el relleno de algodón, Deets se cubría la cabeza con un viejo gorro de caballería que había encontrado por alguna parte y que estaba en casi tan mal estado como el bombín de Lippy.
—¿No tenía ya este gorro cuando me fui? —preguntó Jake. Se quitó el sombrero y se sacudió el polvo de los pantalones con él. Tenía el cabello negro y rizado, pero Newt descubrió sorprendido una buena calva en la parte alta de la cabeza.
—Me parece recordar que encontró el gorro en los años cincuenta —observó Augustus—. Ya sabes, Deets es como yo. No abandona una pieza de ropa solo porque esté un poco vieja. No todos podemos ser tan elegantes como tú, Jake.
Jake dirigió sus ojos color café hacia Augustus y volvió a sonreír:
—¿Cuánto tardarías en preparar otra hornada de bollos? Vengo de Arkansas sin haber podido probar un buen pedazo de pan.
—A juzgar por el aspecto de tu caballo has venido rápido —comentó Call sin ánimo de fisgonear. Había cabalgado con Jake Spoon durante unos veinte años, y le gustaba; pero en el fondo le había preocupado un poco. No había hombre más simpático en el Oeste, ni mejor jinete tampoco; pero cabalgar no lo era todo, ni la simpatía tampoco. Algo no encajaba en Jake. Algo carecía de consistencia. Podía ser el hombre más frío de la compañía en un combate, y en el siguiente no servir para nada.
Augustus también lo sabía. Confiaba en Jake y le había seguido teniendo afecto aunque durante varios años fueron rivales por culpa de Clara Allen, que finalmente les dejó. Pero Augustus, había observado, lo mismo que Call, que carecía de nervio. Cuando dejó los rangers, Augustus dijo más de una vez que probablemente terminaría ahorcado. Hasta el momento no había ocurrido, pero llegar a la hora del desayuno sobre un caballo agotado indicaba problemas. Jake se sentía orgulloso de sus caballos y nunca cabalgaría sobre alguno hasta agotarlo, como había hecho con el bayo, si no tenía algún problema.
Jake vio a Bolívar llegar de la vieja cisterna con un cubo lleno de agua. Bolívar era una cara nueva, y una cara que no se interesaba por su llegada. Un poco de agua fresca se derramaba por los bordes del cubo, haciéndola aún más apetecible a un hombre con la boca tan seca como la de Jake.
—Muchachos, cómo me apetece un trago e incluso un buen baño si podéis permitíroslo. La suerte me ha venido un poco de culo últimamente, pero me gustaría tragar suficiente agua para por lo menos poder escupir antes de contaros mí historia.
—Naturalmente —asintió Augustus—. Llena la jofaina. ¿Quieres que nos quedemos aquí y mantengamos a raya al sheriff?
—No habrá sheriff —aseguró Jake entrando en la casa.
Dish Boggett se sentía un poco perdido. Se había mostrado dispuesto a dejarse contratar y de pronto aparecía este hombre y todo el mundo se olvidaba de él. El capitán Call, un hombre conocido por su dedicación al negocio, parecía un poco inquieto. Él y Gus estaban allí como si esperaran la llegada del sheriff con un destacamento pese a lo que había dicho Jake Spoon.
Newt también lo observó. El señor Gus debería entrar y cocinar algo para Jake, pero no se movía, pensando evidentemente en alguna otra cosa. Deets volvía de las dependencias. Dish se decidió por fin a hablar:
—Capitán, como le he dicho, estoy dispuesto a esperar si se propone organizar un rebaño.
El capitán le miró desconcertado como si se hubiera olvidado de quién era y de qué estaba haciendo allí. Pero no era este el caso.
—Pues claro, Dish —le dijo—. Vamos a necesitar ayuda, si no te importa trabajar un poco en el pozo mientras esperas. Pea, mejor que te lleves a los chicos para que empiecen.
Dish estuvo a punto de renunciar en aquel momento. Había ganado el máximo sueldo durante dos años sin que nunca le pidieran algo que no pudiera hacerse a caballo. El capitán se mostraba insensible al pensar que podía mandarle hacer algo, con un muchacho y un viejo idiota como Pea Eye, con el pico y la pala durante todo el día. Hería su amor propio y sintió el impulso de ir a buscar su caballo y dejarles con su pozo. Pero el capitán le miraba fijamente y cuando Dish levantó la vista para decir que había cambiado de idea, sus ojos se encontraron y Dish no dijo nada. No se habían intercambiado promesas ni se había hablado de sueldos, pero Dish comprendió que había ido demasiado lejos. El capitán le miraba directamente a los ojos, como para comprobar si mantendría la palabra o se escurriría como un pez y cambiaría de idea. Dish solo se había ofrecido a quedarse por causa de Lorie, pero de pronto todo había ido más allá. Pea y Newt ya se dirigían hacia el granero. Era obvio por la actitud del capitán, que a menos que deseara perder su reputación, nadie le quitaría por lo menos un día de trabajo en el pozo.
Le pareció que debería decir algo que salvara su amor propio, pero antes de que se le ocurriera nada, Gus se le acercó y le dio una palmada en el hombro, diciendo socarrón:
—Dish, hubieras debido salir anoche al galope —le sonrió—. Ahora ya nunca vas a perder de vista a este equipo.
—Bueno, usted fue el que me invitó —protestó Dish con fastidio. Y como no podía hacer nada si no quería desprestigiarse, se dirigió hacia el granero.
—Si fueras a China dejarías de cavar —le gritó Augustus—. Es el país donde los hombres llevan coleta.
—En tu lugar yo no me burlaría de él —aconsejó Call—. Podemos necesitarle.
—Yo no le he enviado a cavar un pozo —dijo Augustus—. ¿No te das cuenta de que es un insulto a su dignidad? Me ha sorprendido que fuera. Creía que Dish tenía más valentía.
—Dijo que se quedaba. No voy a darle de comer tres veces al día para que se siente a jugar a las cartas contigo.
—Ya no es necesario. Ahora tengo a Jake. Apuesto a que no le metes en tu pozo.
En aquel momento salió Jake al porche, con las mangas de la camisa remangadas y la cara roja de tanto frotársela con un trozo de saco viejo que les servía de toalla.
—Ese viejo pistolero ha estado limpiando su arma con esta toalla —protestó Jake—. Está mugrienta.
—Si solo fuera su rifle lo que limpia con ella no deberías quejarte, pero puede que se seque cosas peores.
—¿Es que no os laváis nunca? —preguntó Jake—. Ese mejicano viejo ni siquiera me quería dar un cazo de agua.
Este era el tipo de observación que a Call le quitaba la paciencia, pero se trataba de Jake, más interesado en cuestiones de detalle que en asuntos importantes.
—Cuando te marchaste tú, nuestras normas decayeron —hizo notar Augustus—. La mayoría de este equipo no está interesado por los refinamientos.
—Es evidente. Hay un maldito cerdo sentado en el porche de atrás. ¿Qué pasa con los bollos?
—Por mucho que te haya echado en falta, no voy a trabajar la masa solo porque tú y Deets no conseguisteis llegar a tiempo —dijo Augustus—. Lo único que puedo hacer es freír un poco de carne.
Jake y Deets comieron la carne mientras Bolívar permanecía sentado en un rincón, enfurruñado, pensando en los dos platos de más que tendría que lavar. A Augustus le divertía ver comer a Jake —por lo remilgado— pero a Call el espectáculo le puso de un humor de perros. Jake era capaz de pasarse veinte minutos con unos huevos con jamón. Para Augustus estaba claro que Call trataba de ser correcto dejando que Jake comiera algo antes de contar su historia, pero Call no era hombre paciente y había frenado su impulso de irse a trabajar más de lo habitual. Estaba que mordía contemplando desde la puerta el cielo que se iba aclarando.
—¿Así que dónde has estado, Jake? —preguntó Augustus para acelerar las cosas.
Jake parecía pensativo, como casi siempre. Sus ojos color café parecía que siempre estaban viajando apaciblemente por escenas de su pasado, y daban la impresión de que era un hombre apesadumbrado, una impresión que atraía a las mujeres. A Augustus le fastidiaba un poco el que las mujeres se interesaran tanto por los grandes ojos de Jake. La verdad es que Jake había vivido una vida perfecta, haciendo lo que le venía en gana y manteniendo sus botas limpias; lo que sus grandes ojos ocultaban era un cerebro lento. Jake pasaba la vida soñando, y además le salía bien.
—He estado recorriendo el país. Llegué hasta Montana hace dos años. Supongo que eso fue lo que me decidió a regresar, aunque hace años que intentaba volver por aquí para veros.
Call volvió a la habitación y se sentó a horcajadas en una silla, dispuesto a escuchar.
—¿Qué tiene que ver Montana con nosotros? —le preguntó.
—Call, tendría que verlo. No hay país más bonito.
—¿Hasta dónde llegaste? —le preguntó Augustus.
—Muy arriba, pasado Yellowstone. Estuve cerca de Milk River. Desde allí se puede oler Canadá.
—Imagino que también se pueden oler indios —observó Call—. ¿Cómo pudiste pasar entre los cheyenne?
—Se los llevaron a casi todos. Algunos de los blackfeet siguen molestando. Pero estaba con el Ejército, haciendo de explorador.
Era algo que no tenía sentido. Jake Spoon podría explorar una mesa de juego, pero Montana era algo distinto.
—¿Desde cuándo te dedicas a explorar? —preguntó Call.
—Estaba con un tipo que llevaba carne a los blackfeet —explicó Jake—. El Ejército vino a ayudarnos.
—Poca ayuda podía prestar el Ejército, conduciendo reses —observó Gus.
—Nos ayudaron a conservar la cabellera —contestó Jake dejando pulcramente el tenedor y el cuchillo en el plato, como si estuviera comiendo en una mesa bien puesta.
—Mi trabajo consistía en apartar los búfalos de nuestro camino.
—¿Búfalos? —exclamó Augustus—. Yo pensaba que habían desaparecido.
—Debo haber visto unos cincuenta mil, pasado Yellowstone. Los malditos cazadores de búfalos no tienen agallas para atacar a los indios. Acabarán con ellos cuando los cheyenne y los sioux se rindan, y quizá ya lo hayan hecho desde que me fui. Los malditos indios disponen de toda la hierba de Montana para ellos. Y hay hierba abundante. Call, deberías verla.
—Iría hoy mismo si pudiera volar —rezongó Call.
—Mejor ir andando —dijo Augustus—. Si vamos andando, cuando lleguemos ya habrán terminado con los indios.
—Precisamente, muchachos. En cuanto estén eliminados se podrá hacer fortuna en Montana. Es tierra de pastos como nunca habéis visto, Call. Hierba tupida y mucha agua.
—Pero hace fresquito, ¿verdad? —preguntó Augustus.
—Bueno, tiene su clima —respondió Jake—. Pero un hombre se puede poner un abrigo.
—O mejor aún, un hombre se puede quedar en casa —observó Augustus.
—Aún no he visto una fortuna hecha en casa —dijo Call—. Excepto si eres banquero, y no somos banqueros. ¿En qué habías pensado, Jake?
—En reunir algo de ganado y llevarlo hacia arriba. Adelantarnos a todos los demás hijos de puta y hacernos ricos enseguida.
Augustus y Call se miraron. Era curioso oír estas palabras en boca de Jake Spoon, que nunca se había distinguido por su ambición, y menos aún por su amor a las vacas. Putas bonitas, caballos y cantidad de camisas limpias habían sido sus máximas exigencias en la vida.
—Pero Jake, ¿quién te ha reformado? —preguntó Gus—. Nunca has sido un cazador de fortunas.
—Vivir con las vacas de aquí hasta Montana sería un cambio de costumbres para ti, si no me equivoco —comentó Call.
Jake les dirigió su perezosa sonrisa.
—Muchachos, me tenéis por más vago de lo que soy. No me gusta la mierda de vaca ni el polvo del camino, lo confieso, pero he visto algo que vosotros no habéis visto: Montana. El hecho de que me guste jugar a las cartas no quiere decir que me impida oler una oportunidad cuando la tengo bajo mis narices. Pero si ni siquiera tenéis un granero con tejado… Tengo la impresión de que os costaría moveros.
—¡Hay que ver cómo eres, Jake! Estamos aquí sin haberte visto ni olido en diez años y de pronto apareces y quieres que recojamos los bártulos y que vayamos hacia el Norte para que nos arranquen la cabellera.
—Bueno, Gus: Call y yo ya estamos medio calvos —protestó Jake—. Tu cabellera es la única que les interesaría.
—Razón de más para no llevarla a una tierra hostil —dijo Augustus—. ¿Por qué no te tranquilizas y juegas conmigo unos días? Entonces, cuando te haya ganado todo el dinero hablaremos de viajar.
Jake afiló un fósforo de madera y empezó a limpiarse metódicamente los dientes.
—Para cuando me dejes sin blanca, todo Montana estará ocupado. No pierdo con facilidad.
—¿Y qué me dices del caballo? —preguntó Call—. No lo habrás agotado solo para venir a ayudarnos a ganar la carrera hacia Montana. ¿Qué es esto de que últimamente tienes la suerte en contra?
Jake pareció aún más apesadumbrado mientras seguía hurgándose los dientes.
—He matado a un dentista. Fue un puro accidente, pero lo maté.
—¿Dónde ocurrió? —preguntó Call.
—En Fort Smith, en Arkansas. No hace ni tres semanas.
—Vaya, siempre dije que ser dentista era una profesión peligrosa —observó Augustus—. Ganarse la vida arrancando los dientes a la gente es buscarse problemas.
—Ni siquiera me arrancaba los dientes. Ni sabía que hubiera un dentista en el pueblo. Tuve una pequeña discusión en un saloon y un maldito mulatero me encañonó. Un viejo rifle de algún cazador de búfalos estaba apoyado en la pared junto a mí, y lo agarré. Veréis, estaba sentado sobre mi propia pistola…, no hubiera podido sacarla a tiempo. Ni siquiera jugaba a las cartas con el mulatero.
—Entonces, ¿qué le sulfuró? —preguntó Augustus.
—Whisky. Estaba borracho perdido. Antes de que pudiera darme cuenta, le cogió manía a mi ropa y sacó su «Colt».
—En primer lugar no sé por qué fuiste a Arkansas, Jake —razonó Augustus—. Un presumido como tú tiene que provocar comentarios por esos lugares.
Con los años, Call había descubierto que solo podía creerse la mitad de lo que decía Jake. Jake no era un embustero descarado, pero tan pronto como reflexionaba sobre algo su imaginación se desataba y lo arreglaba todo en beneficio propio.
—Si el hombre te encañonó y tú le mataste, fue en defensa propia —dijo Call—. No veo bien dónde entra el dentista.
—Fue pura mala suerte. Ni siquiera llegué a disparar contra el muletero. Disparé, claro, pero no le di, aunque bastó para asustarle. Naturalmente utilicé el maldito rifle para búfalos. Era un pobre saloon de tabla, y la tabla no detiene una bala de calibre cincuenta.
—Ni un dentista tampoco —dijo Augustus—. A menos que le dispares desde arriba e incluso así me temo que la bala le saldría por los pies.
Call meneó la cabeza. A Augustus se le ocurría cada cosa…
—Entonces, ¿dónde estaba el dentista? —preguntó.
—Iba andando por el otro lado de la calle, y en este pueblo tienen las calles anchas.
—Pero no lo bastante por lo que veo —observó Call.
—No. Fuimos a la puerta para ver cómo salía corriendo el mulatero y vimos al dentista caído en el suelo, muerto, a cincuenta metros de distancia. Había conseguido pasar por el lugar preciso en el momento inoportuno.
—A Pea le ocurrió lo mismo una vez. ¿Te acuerdas, Woodrow? —preguntó Augustus—. Arriba, en Wichita. Pea disparó a un lobo y falló y la bala fue por encima de la colina y mató a uno de nuestros caballos.
—Se me había olvidado —asintió Call—. Mató al pequeño Billy. Sentí perder aquel caballo.
—No hubo modo de convencer a Pea de que lo había hecho él —explicó Augustus—. No entiende de trayectorias.
—Pues yo sí. En el pueblo todo el mundo quería al dentista.
—Bueno, Jake, esto no me lo creo. A nadie le gustan los dentistas.
—Es que este era el alcalde —aclaró Jake.
—Bueno, pero fue muerte accidental —insistió Call.
—Sí, pero yo soy un jugador. A todos los de Arkansas les gusta creer que son respetables. Además, el hermano del dentista era el sheriff y alguien le había dicho que yo era un pistolero. Una semana antes de lo ocurrido me había invitado a abandonar el pueblo.
Call suspiró. La historia del pistolero había nacido con un tiro casual disparado cuando era muy joven y empezaba a estar con los rangers. Era curioso cómo un solo disparo podía determinar la reputación de un hombre. Era un disparo hecho desde la cadera porque estaba muy asustado y mató a un bandido mejicano que galopaba hacia ellos, a ciegas. En opinión de Call, y también de Augustus, Jake ni siquiera había disparado al bandido. Probablemente disparó con la intención de darle al caballo, que habría caído sobre el bandido lisiándole un poco. Pero Jake disparó sin mirar, desde la cadera, con el sol en los ojos además, y acertó al bandido exactamente en plena nuez, algo que no suele ocurrir más que una vez en la vida, si es que ocurre.
Pero la mala suerte de Jake fue que la mayoría de los hombres que le vieron disparar eran tan jóvenes como él, sin suficiente discernimiento para comprender que había sido una cuestión de suerte. Los que sobrevivieron y se hicieron hombres contaron la historia por todo el Oeste, de modo que apenas había un hombre desde México a Canadá que no se hubiera enterado de lo buen tirador de pistola que era Jake Spoon, aunque cualquiera que hubiera combatido junto a él sabía que era malo con la pistola y solo mediano con un rifle.
A Call y a Augustus siempre les preocupó la injusta reputación de Jake, pero era un hombre afortunado y había pocos tipos lo suficientemente idiotas como para disfrutar con combates a pistola, así que Jake se había ido defendiendo. Era una ironía del Destino que el disparo que le había producido problemas fuera un accidente tan grande como aquel otro que le había dado la fama.
—¿Cómo te deshiciste del sheriff? —preguntó Call.
—Estaba fuera cuando ocurrió. Se encontraba en Missouri, declarando contra unos ladrones de diligencia. Ni siquiera sé si ya ha vuelto a Fort Smith.
—Ni en Arkansas te habrían ahorcado por un accidente —le recordó Call.
—Soy un jugador, pero esta partida no quería jugarla. Salí por la puerta trasera con la esperanza de que July estuviera demasiado ocupado para perseguirme.
—¿July, es el sheriff? —preguntó Gus.
—Sí. July Johnson. Es joven, pero decidido. Solo deseo que esté ocupado.
—No comprendo por qué un defensor de la Ley iba a querer a un dentista por hermano —insistió Augustus distraído.
—Si te advirtió que abandonaras el pueblo, debiste hacerlo —dijo Call—. Hay otros muchos sitios además de Fort Smith.
—Jake probablemente tendría una chica —sugirió Augustus—. Suele hacerlo.
—Mira quién habla… —terció Jake.
Todos permanecieron en silencio un buen rato mientras Jake se iba escarbando cuidadosamente los dientes con el fósforo afilado. Bolívar dormía profundamente, sentado en su taburete.
—Hubiera debido seguir adelante, Call. Pero Fort Smith es muy bonito. Está junto al río y a mí me gusta ver correr un río junto a mí. Allí comen barbos. Era un pueblo que le sentaba bien a mis dientes.
—Me gustaría ver la cara del pescado que podría retenerme en un sitio donde no me quisieran —afirmó Call. Jake siempre había tenido excusas para todo.
—Eso es lo que le diremos al sheriff cuando llegue para llevarte preso —observó Augustus—. Puede que te lleve a pescar mientras esperas a que te ahorquen.
Jake dejó pasar el comentario. Gus siempre estaba bromeando, y él y Call siempre desaprobaban que se metiera en líos. Siempre había sido así. Pero los tres aún seguían siendo compañeros, por más dentistas que se hubiera cargado. Call y Gus habían sido la Ley y no siempre la habían servido y acatado. Seguro que no permitirían que un sheriff jovenzuelo se lo llevara para ahorcarle por culpa de un accidente. Aceptaba de buen grado que se metieran con él. Pero cuando llegara el momento, si llegaba, los muchachos se unirían y July Johnson tendría que volver grupas con las manos vacías.
Se puso en pie y se dirigió a la puerta para contemplar el pueblecito caliente y polvoriento.
—Yo dudaba de encontraros aquí. Pensé que a esas alturas ya tendríais un gran rancho por alguna parte. Este pueblo no valía veinticinco centavos cuando llegamos, y ahora parece que haya perdido quince desde entonces. ¿Quién queda que yo conozca?
—Xavier y Lippy —contestó Augustus—. Thérèse se mató, loado sea Dios. Quedan algunos de los muchachos, pero no sé cuáles. Tom Bynum se fue.
—Era de esperar —comentó Jake—. Dios cuida de los tontos como Tom.
—¿Qué sabes de Clara? —preguntó Augustus—. Supongo que como has recorrido mundo habrás ido a verla. Imagino que te habrás dejado caer casualmente para la cena.
Call se puso en pie para marcharse. Había oído lo suficiente para saber por qué había vuelto Jake, y no estaba dispuesto a malgastar el día oyéndole presumir de viajes o escuchando sus comentarios sobre Clara Allen. Había oído mucho sobre Clara cuando tanto Gus como Jake la pretendían. Se había sentido feliz cuando ella se casó, pero la cosa no había terminado, y escuchar a Gus nostálgico era casi tan desagradable como oírlos discutir por ella. Ahora, con Jake de vuelta, todo volvería a empezar, aunque Clara Allen llevaba más de quince años casada.
Deets se levantó cuando lo hizo Call, dispuesto para trabajar. No había dicho palabra mientras comía, pero era obvio que estaba muy orgulloso por ser él quien primero había visto a Jake.
—Bueno, no estamos de vacaciones —observó Call—. Hay trabajo que hacer. Yo y Deets iremos a ver si podemos ayudar a los muchachos.
—Este Newt me ha sorprendido. Pensaba que todavía era un chaval. ¿Sigue Maggie aquí?
—Maggie murió hace nueve años —dijo Augustus—, cuando apenas habías pasado la colina.
—Vaya. Eso quiere decir que hace nueve años que tenéis al pequeño Newt con vosotros.
Siguió un largo silencio, en el que solo Augustus se encontró cómodo. A Deets le pareció tan incómodo que pasó por delante del capitán y salió de la casa.
—Pues sí, Jake. Está con nosotros desde que murió Maggie.
—Vaya —repitió Jake.
—Fue tan solo un acto cristiano. Quedárnoslo, quiero decir. Después de todo, es más que probable que uno de vosotros sea su padre —observó Gus.
Call se puso el sombrero, recogió el rifle y les dejó conversando.