66

Mucho antes de encontrar el río Republican, Elmira había empezado a preguntarse si todo aquello merecía la pena. Por espacio de dos semanas, mientras estuvo en llano abierto, llovió, granizó y brillaron los relámpagos. Todo lo que poseía estaba mojado y no le gustaba la impresión de sentirse como una rata de agua, aunque esto no molestaba ni a Luke ni a Zwey. De noche hacía frío. Dormía en la dura carreta sobre mantas mojadas y se levantaba más cansada que al acostarse. Los llanos se volvieron fangosos y la carreta se atollaba una y otra vez. Las pieles olían y la comida eran incierta. La carreta resultaba incómoda incluso cuando la marcha era buena. Se pasaba todo el día sacudida y esto le revolvía el estómago. Si perdía el niño en semejante lugar, pensaba que probablemente moriría.

Pensó que había elegido un camino duro, solo para huir de July Johnson. Su propia locura la divertía: siempre se había creído lista, pero… Si Dee Boot pudiera verla, se desternillaría de risa. A Dee le gustaba reírse de las cosas absurdas que hacía la gente. El que ella lo hubiera hecho porque quería verle, aún le divertiría más. Dee le diría que hubiera debido regresar a Dodge City y pedir a una de las chicas que le encontrara trabajo.

Por el contrario, iba conduciendo una carreta tirada por mulos a través del norte de Kansas. Habían tenido suerte al no encontrar indios, pero la suerte podía cambiar. Pronto se hizo patente además que Luke iba a causar tantas molestias como un indio. Era algo que sabía que Zwey no había observado. Zwey la trataba con amabilidad porque en realidad no la trataba de ningún modo. Ahora que había conseguido que viajara con él, parecía satisfecho. No tenía nada que hacer salvo estar allí y se mostró sorprendido cuando se ofreció para cocinar. Cocinaba sobre todo porque se aburría y porque tanto Luke como Zwey eran tan malos cocineros que temía ser envenenada si se decidía a tomar la cocina como cosa suya. Zwey no mostraba la menor intención lujuriosa. Parecía feliz con solo mirarla al final de la jornada.

Por el contrario, Luke no perdió tiempo en dar a conocer sus intenciones. A primera hora de la mañana orinaba delante de ella, riendo y mirándola mientras lo hacía. Zwey, que dormía como un tronco, no se fijó nunca en esa extraña costumbre.

A Luke no se le desanimaba con facilidad. Pronto persuadió a Zwey para ir en direcciones distintas cuando salían a cazar. La caza era escasa, desde luego, pero esta no era la razón por la que Luke cazaba solo. Lo único que cazaba era a Elmira. Tan pronto sabía que Zwey estaba a tres o cuatro kilómetros de distancia de la carreta, volvía grupas y planteaba su deseo. Y no se andaba con rodeos. Amarraba su caballo a la carreta y subía junto a ella. Le pasaba el brazo por los hombros y le hacía crudas sugerencias.

—No —contestaba Elmira—. He venido con Zwey. Me prometió que no se me molestaría.

—¿Por qué preocuparse?

—Espero un niño —le dijo con la esperanza de que esto le desanimara.

Luke miró su vientre.

—Todavía tardará —le aseguró—. Esto no nos va a llevar seis meses. Probablemente no nos llevará ni seis minutos. Te pagaré. He ganado mucho dinero jugando a las cartas en el fuerte.

—No —repitió Elmira—. Además Zwey me da miedo.

No era verdad, pero era una buena excusa. Le tenía más miedo a Luke, que tenía ojos crueles. Había un algo de locura en su mirada. También tenía la asquerosa costumbre de chuparse los dedos. Lo hacía de noche, sentado junto al fuego…, se chupaba los dedos como si fueran caramelos.

Luke siguió subiendo a la carreta y poniéndole las manos encima, pero Elmira siguió negándose. De vez en cuando soñaba en Dee, pero, salvo esta excepción, no le interesaban los hombres. Pensó en decir a Zwey que Luke la molestaba, pero Zwey no era un hombre con el que se pudiera hablar fácilmente. Además, podía provocar una pelea y a lo mejor ganaba Luke, en cuyo caso estaba perdida. Zwey era fuerte, pero lento, y Luke no era hombre que pareciera jugar limpio.

Así que cuando Luke daba la vuelta y subía a la carreta, Elmira se hacía un ovillo. No podía parar del todo sus manazas, pero se volvía un ovillo duro y se concentraba en conducir los mulos.

Cuando Luke comprendió que no iba a hacerla cambiar de idea ni con palabras ni con dinero, probó las amenazas. Por dos veces la pegó y una vez la echó del pescante. Fue un costalazo duro y apenas pudo moverse para salvarse de la rueda de la carreta. Inmediatamente pensó en el niño, pero no lo perdió. Luke la insultó y se alejó cabalgando, y ella volvió a subir y a conducir la carreta.

Al día siguiente la amenazó con matar a Zwey si no aceptaba.

—Zwey es tonto —le dijo—. No es más listo que un búfalo. Le dispararé mientras duerme.

—Se lo voy a decir. A lo mejor no se duerme. A lo mejor incluso te mata.

—¿Qué tienes en contra de mí? —preguntó Luke—. En general te trato bien.

—Me tiraste de la carreta. No creo que eso sea tratarme bien…

—Solo quiero un poquito. Solo una vez. Estamos todavía muy lejos de Nebraska. No puedo aguantar tanto.

Al día siguiente la pilló distraída y la empujó dentro de la carreta junto a las pieles. Se le echó encima como un perro, pero ella se defendió a patadas y arañazos y antes de que él pudiera hacer algo los mulos se desbocaron asustados y Luke tuvo que agarrar las riendas con los pantalones medio caídos. Elmira aprovechó para apoderarse del otro rifle de Zwey. Cuando Luke tuvo a los mulos dominados se encontró encañonado por su rifle de matar búfalos.

Luke esbozó su torva sonrisa.

—Este rifle te rompería el hombro si lo dispararas —le advirtió.

—Sí, ¿y a ti qué te haría?

—Cuando te pille te arrepentirás de no haber accedido —amenazó Luke rojo de ira. Montó a caballo y se alejó.

Zwey volvió antes de la puesta del sol con un pavo salvaje que había conseguido matar. Pero Luke no regresó. Elmira pensó que era mejor contárselo a Zwey. Ya no podía aguantar más a Luke. Zwey se mostraba algo sorprendido de que Luke no estuviera.

—Le he amenazado con el rifle —confesó Elmira.

Zwey se quedó con la boca abierta y todo su rostro reflejó la sorpresa.

—¿Con el rifle? —preguntó—. ¿Por qué?

—Trató de forzarme. Lo intenta todos los días en cuanto tú te vas.

Zwey se quedó pensativo. El pavo asado resultó un desastre, pero por lo menos había algo que comer. Zwey se entretuvo con una pata mientras iba pensando.

—¿Acaso trató de casarse contigo? —preguntó.

—Llámalo así si quieres. Lo intenta continuamente. Quiero que me deje en paz.

Zwey no dijo nada más hasta que hubo terminado la pata. Rompió el hueso con los dientes, chupó el tuétano y luego tiró el hueso.

—Creo que será mejor que le mate si va a portarse así —dijo.

—Podrías llevártelo contigo cuando sales a cazar, como hacíais antes —le susurró la joven—. Si está contigo no podrá molestarme.

Apenas acababa de hablar cuando sonó el disparo. La bala pasó entre los dos y se incrustó en el pavo, derribándolo del palo que lo sostenía sobre las brasas. Los dos corrieron a ponerse a salvo en la carreta y esperaron. Una hora después, seguían esperando. No hubo más disparos, ni apareció Luke.

—Me pregunto por qué habrá disparado contra el pavo —dijo Zwey—. Ya estaba muerto.

—No disparó contra el pavo. Disparó contra ti, pero falló.

—Pues ha destrozado el pavo —comentó cuando salieron y recogieron el ave ya fría.

Aquella noche Zwey durmió debajo de la carreta con la pistola amartillada, pero no hubo ningún ataque. Comieron pavo frío para desayunar. Dos días más tarde apareció Luke, comportándose como si no se hubiera ido.

Elmira sentía aprensión y temía una lucha entre los dos, pero Zwey parecía haberse olvidado por completo del asunto. En el momento en que Luke llegó descubrieron dos o tres búfalos e inmediatamente cabalgaron hacia ellos para matarlos, y Elmira se quedó conduciendo la carreta. Regresaron al anochecer con tres pieles frescas y aparentemente contentos. Luke apenas la miró. Él y Zwey estuvieron hasta muy tarde asando filetes de hígado de búfalo. Estaban tan cubiertos de sangre que parecía que hubieran sido ellos los despellejados. Elmira odiaba el olor a sangre y se apartó de ellos tanto como pudo.

A la mañana siguiente, antes de que despuntara el día, se despertó molesta por el olor a sangre y al abrir los ojos vio a Luke sentado encima de ella, a horcajadas. Le pasaba las manos ensangrentadas por el pecho. Se le revolvió el estómago por el olor.

Luke estaba tratando de destaparla de la manta. Cuando se levantó para desabrocharse, Elmira rodó bocabajo creyendo que esto le detendría. Le molestó. Se inclinó sobre ella y notó su aliento caliente en la oreja.

—Eres peor que una perra. Tendremos que hacerlo como ellos —masculló.

Elmira apretó las piernas cuanto pudo. Luke la pellizcó, pero ella siguió apretando. Entonces trató de meterle una rodilla entre las piernas, pero no era lo bastante fuerte. Entonces vio a Zwey que arrastraba a Luke y le tiraba por el borde de la carreta. Zwey sonreía como si estuviera jugando con un niño. Levantó a Luke y empezó a golpearle la cabeza contra la rueda de la carreta. Lo hizo dos o tres veces, estrellando a Luke contra el borde metálico de la rueda, y luego le dejó caer como si fuera un tronco viejo. Zwey no parecía estar enfadado. Permaneció junto a la carreta mirando a Elmira. Luke le había arrancado la ropa, dejándola medio desnuda.

—Me molesta que se comporte así. Si le mato no tendré a nadie con quien cazar.

Contempló a Luke, que aún respiraba, aunque tuviera la cara y la cabeza medio destrozadas.

—Seguía insistiendo en casarse contigo. A lo mejor ahora lo deja.

Y desde aquel momento, en efecto, Luke lo dejó. Estuvo cuatro días echado en la carreta, tratando de respirar por la nariz rota. Una de las orejas estaba casi arrancada por la rueda; tenía los labios partidos y varios dientes rotos. Su cara se hinchó hasta tal punto que no sabía si tenía la mandíbula rota, pero resultó que no lo estaba. El primer día apenas podía balbucir, pero persuadió a Elmira de que tratara de coserle la oreja. Fue un trabajo mal hecho porque Luke gritaba y se movía cada vez que le tocaba con la aguja. Cuando hubo terminado, la oreja no estaba en su lugar apropiado; quedaba un poco más abajo que la otra y había tirado demasiado del hilo, así que la forma estaba algo rara, pero por lo menos la tenía puesta en la cabeza.

Zwey se rio de la pelea como si él y Luke hubieran sido dos chicos jugando, aunque la nariz de Luke quedó torcida hacia un lado. Después sufrió escalofríos y fiebre. Se revolvía por la carreta gimiendo y sudando. No llevaban ninguna medicina y no podían hacer nada por él. Tenía muy mal aspecto, con la cara hinchada y negra. Elmira pensó que era raro que hubiera recibido semejante castigo solo por querer meterse con ella.

Respecto a eso ya no había nada que temer. Cuando cesó la fiebre estaba tan débil que casi no podía darse la vuelta. Zwey se iba de caza, como había estado haciendo, y Elmira seguía conduciendo la carreta. Por dos veces se le clavó la carreta en un riachuelo y tuvo que esperar a que Zwey la encontrara y la sacara. Parecía tan fuerte como cualquiera de los mulos.

No habían visto un alma desde que abandonaron el fuerte. Una vez creyó ver un indio vigilándola desde una pequeña loma, pero después resultó ser un antílope.

Ocurrió dos días antes de que Luke pudiera salir de la carreta. Durante todo el tiempo, Elmira le trajo la comida y le insistió para que la comiera. Parecía que toda pasión había sido arrancada de él. Pero una vez, mirando a Zwey, dijo:

—Algún día le mataré.

—No debiste fallar el tiro aquel día —le dijo Elmira para molestarle.

—¿Qué tiro? —preguntó.

Le contó lo del disparo que dio en el pavo y Luke sacudió la cabeza:

—Nunca disparé contra el pavo. Pensaba alejarme y abandonaros, pero después cambié de idea.

—Entonces, ¿quién disparó? —preguntó Elmira. Luke no contestó.

Informó de ello a Zwey, pero él ya se había olvidado del incidente y no parecía interesado en el tema.

Pero después de esto volvió a tener miedo por la noche… El que hubiera disparado al pavo seguía por allí. Se encogió en la carreta, espantada, y se pasó los días deseando llegar a Ogallala.

Paloma solitaria
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