24

Aunque sabía que no iniciarían la marcha hasta que cediera el calor del día, Newt se sentía tan excitado que no echaba en falta el sueño ni comía. El capitán había dicho la última palabra: salían aquel día. Había dicho a todos los hombres que se ocuparan de su equipo; una vez en marcha podían escasear las oportunidades para reparaciones.

En realidad el consejo era solo importante para los mejor equipados: Dish, Jasper, Soupy Jones y Needle Nelson. Los hermanos Spettle, por ejemplo, no tenían equipo a menos que se llamara equipo a una pistola con el gatillo roto. Newt apenas tenía más; su silla era vieja, no tenía impermeable y solo una manta para dormir. Los irlandeses no tenían nada, excepto lo que se les había prestado.

Pea parecía considerar que su único equipo importante era su cuchillo, que pasaba el día afilando. Deets solo poseía una aguja de coser y unos trozos de cuero para coser unos parches a sus viejos pantalones acolchados.

Cuando vieron llegar al señor Augustus con Lippy, algunos hombres pensaron que sería una broma, pero el capitán le puso enseguida al cuidado de los caballos, algo que provocó el desprecio de Dish Boggett.

—La mitad de la remuda huirá en cuanto le vean agitar ese labio —comentó.

Augustus estaba inspeccionando los pies de su caballo principal, un enorme animal al que llamaban viejo Malaria, una montura sin la menor gracia pero en la que se podía confiar.

—Te sorprenderá, Dish —advirtió—, pero Lippy ha sido un gran vaquero. Yo en tu lugar me callaría. Puedes terminar con un agujero en tu tripa y tocar el piano en un burdel para vivir.

—Si me ocurre, me moriré de hambre. Nunca he tenido la oportunidad de aprender a tocar el piano.

Cuando comprendió que no iba a sentirse continuamente ofendido por la visión de Jake y Lorena, el humor de Dish mejoró un poco. Puesto que seguían la misma ruta, podía surgir la oportunidad de demostrar que era mejor que Jake Spoon. Podría ser necesario que la salvaran de una inundación o de un oso pardo. Los osos pardos solían ser tema de conversación por la noche, alrededor de la hoguera. Nadie había visto jamás a ninguno, pero todos estaban de acuerdo en que era casi imposible matarlos. Jasper Fant estaba continuamente obsesionado por ellos, aunque solo para cambiar de la obsesión de morir ahogado.

La obsesión de Jasper de morir ahogado había empezado a perturbarles a todos. Había hablado tanto de ello que Newt había llegado a pensar que sería un milagro que alguien no muriera en cada río que vadearan.

—Bueno, si vemos a uno de estos osos, Pea puede pincharle con este cuchillo que no deja de afilar —dijo Bert Borum—. Debe estar tan afilado que podría matar a un elefante.

Pea aceptó tranquilamente la crítica. Remedando uno de los viejos dichos del capitán, sentenció:

—No es malo estar siempre preparado.

Call se pasó el día sobre su yegua, eliminando lo más débil del rebaño, tanto de reses como de caballos. Trabajaba con Deets. A mediodía descansaron bajo un enorme mezquite. Deets observaba cómo un pequeño toro tejano montaba a una vaca no lejos de allí. El pequeño toro no procedía de México. Había aparecido un buen día, sin ninguna marca, y se había enfrentado inmediatamente a otros tres toros que intentaron desafiarle. No era exactamente como el arco iris, pero su piel estaba moteada de marrón, rojo y blanco, con algún toque aislado de amarillo y negro. Su aspecto era horrendo, pero era todo un toro. Se le oía mugir durante la noche; los irlandeses le odiaban, porque sus mugidos ahogaban sus canciones.

Lo cierto es que no gustaba a ningún vaquero. A veces cargaba contra un caballo si estaba de mal humor, y era mucho peor con los hombres cuando iban a pie. Una vez Needle Nelson había desmontado para estirar algo las piernas y orinar, y el toro se le echó encima tan repentinamente que tuvo que saltar sobre su caballo sin dejar de orinar. Todos los hombres se rieron a sus expensas. Needle se enfureció de tal modo que quiso enlazar el toro y matarle, pero Call intervino. Call opinaba que el toro era muy bonito aunque un poco peculiar por la mezcla de colores, y quería conservarlo.

—Dejadle en paz —les dijo—. Necesitamos toros para Montana.

Augustus se había divertido mucho.

—¡Por Dios, Call! —exclamó—. ¿Quieres decir que vas a llenar este paraíso adonde vamos con animales de este tipo?

—No es feo, si prescindes del color —contemporizó.

—Al infierno con su color y con su temperamento —protestó Needle. Sabía que pasaría mucho tiempo antes de que olvidara que había montado su caballo con la cosita colgando.

—Bueno, creo que ya es hora de marchar. —Call se dirigió a Deets—. Si no arrancamos, no llegaremos nunca.

Deets no estaba demasiado seguro de que pudieran llegar, pero se guardó las dudas. El capitán siempre solía hacer lo que se proponía hacer.

—Quiero que tú seas el explorador —dijo el capitán—. Tenemos a muchos hombres para mover el ganado. Yo quiero que tú nos encuentres agua y un buen terreno para dormir todas las noches.

Deets asintió modestamente, pero por dentro se sintió orgulloso. Haber sido nombrado explorador era un honor tan grande como tener el nombre en el letrero. Era la prueba de que el capitán tenía en gran consideración sus habilidades.

Cuando volvieron junto a la carreta, Gus engrasaba sus armas. Lippy se abanicaba con el bombín y la mayoría de los hombres estaban sentados deseando que refrescara.

—¿Has contado los animales? —preguntó Call a Augustus. Este poseía una rara habilidad cuando se trataba de contar animales. Podía cabalgar a través de un rebaño y contarlo, algo que Call jamás había conseguido hacer.

—No, aún no. Quizá lo haga si me dices para qué.

—Sería útil saber con cuántos emprendemos la marcha. Si llegamos con el noventa por ciento, podremos considerarnos afortunados.

—Sí, afortunados si llegamos con el noventa por ciento de nosotros —replicó Augustus—. Es tu espectáculo, Call. Yo solo viajo para ver el país.

Dish Boggett había estado dormitando debajo de la carreta. Se incorporó tan bruscamente que se golpeó la cabeza contra los bajos del carro. Había tenido un sueño espantoso en el que se caía de un acantilado. El sueño había empezado bien, con él cabalgando a la cabeza de un rebaño. El ganado se había transformado en búfalos, y los búfalos habían echado a correr. Pronto empezaron a caerse por una cortadura. Dish se dio cuenta con tiempo para detener su caballo, pero su caballo no quiso pararse y también se precipitaron al vacío. La tierra quedaba tan lejos que apenas podía verla. Para empeorar las cosas, su caballo se volvió en el aire, así que Dish se quedó al revés. Cuando iba a ser aplastado, despertó bañado en sudor.

—¿Ves lo que quería decir? —observó Augustus—. Dish ya se ha partido la cabeza y aún no hemos salido.

Call se llenó un plato de comida y se alejó para comer solo. Era algo que había hecho siempre, apartarse para poder estar a solas y pensar un poco las cosas. Cuando empezó a adoptar esta costumbre, los hombres no le comprendieron. A veces alguno le seguía, porque quería charlar. Pero no tardaron en darse cuenta de que nada sumía más a Call en el silencio que quien se acercaba y empezaba a hablarle cuando quería estar solo.

Prácticamente toda su vida había estado al mando de grupos, y la verdad era que nunca le habían gustado los grupos. Los hombres a los que admiraba por su habilidad en la acción casi siempre le habían decepcionado cuando había tenido que sentarse y les había oído hablar, o cuando había visto cómo bebían, o jugaban a las cartas, o corrían tras las mujeres. El oírles hablar le hacía sentirse más solo que si se encontrara a una milla de distancia, solo, debajo de un árbol. Nunca había podido tomar realmente parte en la conversación. La interminable cháchara sobre cartas y mujeres le hacía sentirse aparte, incluso un poco vanidoso. Si esto era en lo único que podían pensar, entonces tenían suerte de tenerle a él para dirigirles. Podía parecer inmodesto, pero era un pensamiento que se le ocurría con frecuencia.

Y cuanto más se apartaba, más nerviosos ponía a los hombres su presencia.

—Es difícil para un hombre normal sentirse relajado a tu lado, Call —le comentó Augustus una vez—. Nunca has sabido relajarte, así que no sabes lo que te pierdes.

—Bah —dijo Call—. La mitad del tiempo Pea se duerme a mi lado. Supongo que eso es estar relajado.

—No, es estar agotado. Si no le hicieras trabajar dieciséis horas al día, estaría tan nervioso como los demás.

Cuando Call hubo terminado llevó su plato a Bolívar, que parecía decidido a seguir con ellos. Por lo menos no había hecho nada que indicara que fuera a marcharse. Call quería que fuera con ellos, pero al mismo tiempo estaba intranquilo por él. No parecía apropiado que un hombre con una mujer y unas hijas se marchara a un viaje del que podía no regresar, sin avisarlas tan siquiera. El viejo pistolero no debía semejante sacrificio a los de Hat Creek, y Call, aunque con desgana, abordó el tema.

—Bol, nos vamos hoy mismo. Si lo prefieres puedo pagarte el sueldo.

Bol pareció enfadado, sacudió la cabeza y no dijo palabra.

—Me alegro de que te quedes con nosotros, Bol —le dijo Augustus—. Serás un buen canadiense.

—¿Qué es Canadá? —preguntó Charlie Rainey. Nunca había estado seguro.

—La tierra de las luces boreales —explicó Augustus. El calor había apagado las conversaciones y casi agradeció la pregunta.

—¿Y esto qué es? —Quiso saber el muchacho.

—Pues que iluminan todo el cielo. No sé si podrán verse desde Montana.

—Quién sabe cuándo volveremos a ver a Jake —dijo Pea Eye—. Este Jake es que no para…

—Estaba aquí ayer. No es necesario que nos casemos con él —saltó Dish, incapaz de dominar su irritación a la mera mención del hombre.

—Bueno, yo ya he engrasado mis armas —dijo Augustus—. Podríamos ir y poner en fuga a la población cheyenne, si es que el Ejército no lo ha hecho ya.

Call no dijo nada.

—¿No sientes abandonar este lugar ahora que lo hemos pacificado? —le preguntó Augustus.

—No. Debimos habernos marchado tan pronto llegamos.

Era cierto. No tenía ningún cariño a la frontera y suspiraba por las llanuras por peligrosas que fueran.

—Es una vida paradójica —prosiguió Augustus—. Todo este ganado y nueve de cada diez caballos son robados, y sin embargo en otro tiempo fuimos respetados guardianes de la ley. Si llegamos a Montana tendremos que meternos en política. Tú terminarás de gobernador si aquel maldito lugar acaba por ser un Estado. Y pasarás toda tu vida dictando leyes contra los ladrones de ganado.

—Me gustaría dictar una ley contra ti —dijo Call.

—No sé qué va a hacer Wanz sin nosotros —comentó Augustus.

Paloma solitaria
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