78

Lorena estaba sentada en su tienda cuando llegó Gus. Había estado allí sentada, esperando que no estuviera muerto. El miedo que tenía a que Gus pudiera morir era irracional. Solo había estado tres días fuera, pero a ella le parecían más. Los vaqueros no la molestaban pero de todos modos estaba inquieta. Dish Boggett le montaba la tienda por la noche y se quedaba cerca, pero no significaba nada para ella. Gus era el único hombre que quería que se ocupara de ella.

Entonces, antes de que fuera completamente de noche, oyó caballos y vio que Gus cabalgaba hacia ella. Estaba tan contenta que quería correr a su encuentro, pero Dish Boggett estaba cerca, arreglando los pies de su caballo, así que no se movió.

—Está muy bien, Gus —le informó Dish cuando Gus desmontó—. La he cuidado lo mejor que he podido.

—Te estoy muy agradecido —respondió Augustus.

—Casi no quiere ni mirarme —explicó Dish.

Lo dijo tranquilamente, pero no lo sentía así. La indiferencia de Lorena le dolía más que cualquier otra cosa que hubiera sufrido jamás. Luego preguntó:

—¿Cogisteis a los cuatreros?

—Sí, pero después de que hubieran asesinado a Wilbarger y a otras cuatro personas.

—¿Los ahorcasteis?

—Sí, incluyendo a Jake Spoon.

—¿A Jake? —exclamó Dish impresionado—. No me gustaba el tipo, pero nunca creí que fuera un asesino.

—No era un asesino —comentó Augustus—. A Jake le gustaban las bromas y no le gustaba trabajar. Yo tengo las mismas debilidades. Es una suerte que no me hayan ahorcado.

Quitó la silla a su agotado caballo. El caballo se revolcó en el suelo, rascándose el sudado lomo.

—¿Cómo estás, señorita? —saludó Augustus abriendo la tienda—. Abrázame.

Lorena lo hizo. Que se lo pidiera de aquella forma la hizo ruborizarse. Augustus siguió reclamando:

—Si los abrazos se consiguen solo con pedirlos, ¿qué me dices de los besos?

Lorena alzó el rostro. El roce de su bigote le produjo ganas de llorar y se abrazó a él con todas sus fuerzas.

—Me arrepiento de no haber traído una bañera en este viaje —dijo Augustus riendo—. Estoy tan sucio que es como besar una marmota.

Después se fue donde cocinaban y trajo algo de cena. Comieron delante de la tienda. A lo lejos se oía cantar al irlandés. Gus le contó lo de Jake, pero Lorena no se inmutó. Jake no había ido en su busca. Durante días esperó inútilmente que lo hiciera, pero al final murió su esperanza y también su recuerdo. Cuando Gus le habló de él fue como si lo hiciera de un hombre que no hubiera conocido. Recordaba en cambio a Xavier Wanz. A veces soñaba con Xavier, con el trapo de secar vasos, en el «Dry Bean». Recordaba cómo había llorado la mañana que ella se marchó, cómo le había ofrecido llevarla a Galveston.

Pero no recordaba especialmente a Jake. Se había esfumado entre los otros hombres que habían ido y venido. Tenía un pincho en la mano, esto lo recordaba, pero poco más. No le importaba demasiado que hubiera muerto. No era un hombre bueno como Gus.

Lo que la asustaba eran todas las muertes. Ahora que había encontrado a Gus la asustaba pensar que podía morir. No quería estar sin él. Sin embargo, aquella misma noche soñó que él había muerto y que no podía encontrar su cuerpo. Cuando salió del sueño y le oyó respirar, se abrazó a él con tal fuerza que le despertó. Hacía mucho calor y su abrazo les hacía sudar.

—¿De qué tienes miedo? —preguntó Augustus.

—He soñado que habías muerto. Siento haberte despertado.

Augustus se incorporó:

—Tranquilízate. En todo caso debo salir a regar la hierba.

Salió, orinó, y permaneció un rato a la luz de la luna, refrescándose. La brisa no llegaba a la tienda, y Lorena también salió.

—Es una suerte que la hierba no confíe en mi riego —comentó Augustus—. Hay mucha más de la que yo puedo regar.

Estaban en una llanura de hierba tan grande que era difícil imaginar que hubiera un mundo más allá. El rebaño y ellos eran como puntos rodeados de infinita hierba. Lorena había terminado amando los espacios abiertos… Era un alivio después de tantos años encerrada en un pequeño saloon.

Gus miraba a la luna y se rascaba.

—Sigo pensando en que veremos montañas —dijo—. Yo crecí en las montañas, ¿sabes? En Tennessee. He oído decir que las Rocosas son mucho más altas que las Smokies y que tienen nieve en la cima todo el año, cosa que no sucede en Tennessee. —Se sentó en la hierba y añadió—: Sentémonos. Podemos dormir por la mañana. Call se escandalizará.

—¿Por qué se va por las noches? —preguntó Lorena.

—Se va para estar solo. Woodrow no es un hombre sociable.

Lorena recordó su otra preocupación, la mujer en Nebraska.

—¿Cuándo llegaremos, Gus? Me refiero a Nebraska.

—No estoy seguro. Nebraska está al norte del río Republican, que todavía no hemos encontrado. A lo mejor aún tardamos tres semanas.

Lorena sentía un miedo del que no podía librarse. Podía perderle con aquella mujer. El extraño temblor volvió a empezar, no podía controlarlo. Gus la rodeó con sus brazos para que cesara.

—Es natural que te preocupes —le dijo—. Esta es una vida arriesgada. Pero ¿qué es lo que más te preocupa?

—Tengo miedo de que te mueras.

Augustus se echó a reír.

—Pues claro que me moriré. ¿Y qué más te preocupa?

—Me asusta que te cases con aquella mujer.

—Lo dudo —respondió Augustus—. Esa mujer tuvo dos o tres oportunidades de casarse conmigo y no las aprovechó. Es un ser independiente, como solías ser tú.

«Y así era», pensó Lorena. Había sido muy independiente, pero ahora en lo único que pensaba era en conservar a Gus. Y no le daba vergüenza. Valía la pena conservarle.

—Es curioso cómo a los humanos le gusta la luz del día —observó Gus—. Muchos animales prefieren trabajar de noche.

Lorena quería que la deseara. Sabía que la deseaba, pero no hacía nada. No es que le importara mucho, pero si pudiera estar segura de que él todavía la deseaba, entonces el temor de perderle se disiparía.

—Entremos —dijo en voz baja, confiando en que entendiera lo que quería decir.

Gus se volvió inmediatamente a ella con una sonrisa.

—¡Vaya, vaya, cómo cambian los tiempos! —observó—. Me acuerdo de cuando tenía que hacer trampas con las cartas para conseguirte. No tenemos por qué entrar en esa vieja y calurosa tienda. Sacaré las mantas aquí afuera.

A Lorena no le importaba lo que los vaqueros pudieran ver. Gus era su única preocupación. El resto del mundo podía mirar. Pero Gus la abrazó simplemente y la besó. Luego la mantuvo abrazada el resto de la noche, y cuando el sol la despertó el rebaño ya se había ido.

—¿Crees que nos habrá visto alguien? —preguntó a Gus.

—Si nos han visto han tenido suerte. No tendrán muchas oportunidades de ver a bellezas como nosotros.

Se echó a reír y se levantó para preparar el café.

Paloma solitaria
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