60
Cuando el mundo se le iba quedando gratamente seco y la marcha se le hacía agradable, Newt vio de pronto que todo volvía a estar mojado. Dos días antes de llegar al Río Rojo aparecieron al Noroeste unas nubes bajas y tan negras como el humo que produce la grasa. Por la mañana todo era primaveral y delicioso, pero antes de la tarde se inundó de agua.
Durante dos horas llovió con tal fuerza que incluso resultaba difícil ver al ganado. Newt, que iba montado en Mouse, sentía frío y se encontraba deprimido. Se hallaban en una llanura desprovista de árboles y solo podían guarecerse bajo el cielo. Montaron un campamento bajo la lluvia y Po Campo sirvió café caliente a litros, pero la noche prometía ser desastrosa. Po y Deets, los dos reconocidos expertos en tiempo, discutieron la situación y admitieron que no sabían cuándo podía dejar de llover.
—No creo que dure una semana —aseguró Po Campo, lo que no animó a nadie.
—¡Maldita sea! —exclamó Jasper—. Como dure una semana, los ríos se pondrán como mares.
Aquella noche participaron todos en la vigilancia del rebaño, no porque el ganado estuviera especialmente inquieto sino porque se estaba más seco a caballo que en el suelo encharcado. Newt empezó a pensar que había sido un error abandonar Lonesome Dove si todo iba a estar tan mojado. Recordó lo claros y secos que eran allí los días. Él y Mouse pasaron como pudieron la noche, aunque antes de la mañana estaba tan cansado que había perdido todo interés por vivir.
El día siguiente no fue mejor. Los cielos eran como de plomo, y el señor Gus no había vuelto. Le pareció que tanto él como Lorena llevaban mucho tiempo fuera. Dish Boggett estaba cada vez más preocupado y de vez en cuando se confiaba a Newt. Newt respetaba sus sentimientos, a diferencia del resto del equipo.
—Por culpa de Jake les hemos perdido a los dos —comentó Dish—. Jake es un canalla.
Para Newt resultaba doloroso tener que pensar así de Jake. Todavía recordaba cuando Jake jugaba con él de pequeño. Jake también había conseguido que la mirada de su madre se volviera alegre y vivaz. Todos los años que Jake estuvo fuera, Newt le recordó con cariño y pensó que si algún día regresaba le parecería un héroe. Pero había que admitir que el comportamiento de Jake desde su regreso no tenía nada de heroico. Bordeaba la cobardía, sobre todo cuando empezó de nuevo a jugar a las cartas, sin preocuparse de que Lorena hubiese sido raptada.
—Si está viva y Gus la trae, estoy dispuesto a casarme con ella —afirmó Dish mientras el agua caía a chorros de su sombrero—. ¡Maldita sea! ¡Esto se va a convertir en un rebaño de peces! —exclamó algo más tarde, mientras seguía en cabeza de la manada. Si Lorena estaba realmente muerta, se apartaría de las mujeres y la lloraría toda la vida.
Aún seguía lloviendo cuando llegaron a los márgenes bajos del Río Rojo. El río había crecido algo pero aún no estaba ni demasiado ancho ni profundo. Lo que preocupaba a Call era cómo llegar a él. Había más de un centenar de metros de arena húmeda con color de óxido. El Rojo era famoso por sus arenas movedizas.
Deets se colocó a su lado, mirando pensativo al río. Durante mucho tiempo había representado el límite norte de sus actividades. La tierra más allá de las arenas con color de óxido era nueva para ellos.
—¿Crees que deberíamos esperar a que baje? —preguntó Call.
—No va a bajar —dijo Deets—. Sigue lloviendo.
Dish se acercó a observar mientras Deets buscaba un buen lugar para vadear con un suelo más firme.
—Me temo que esto le va a cortar la digestión de Jasper —observó, porque la preocupación de Jasper por los ríos era cada vez mayor—. Se hundieron sesenta cabezas de ganado del señor Pierce en este mismo río, aunque fue más cerca de Arkansas. Yo debía tener unos cincuenta kilos de barro sobre la ropa cuando terminamos de sacarlos.
Deets metió a su caballo en la corriente y pronto cruzó el río, aunque tuvo que elegir cuidadosamente el camino a través de una larga extensión de arena antes de estar realmente a salvo en la margen norte. No debió gustarle el cruce porque agitó el sombrero y galopó río abajo. Pronto se perdió de vista bajo la lluvia pero regresó al cabo de una hora y dijo que había un cruce más abajo. Para entonces todo el equipo estaba nervioso, porque el Rojo era legendario por ahogar vaqueros, y el no poder hacer otra cosa que permanecer sentados bajo la lluvia aumentaba la ansiedad general.
Pero sus temores resultaron infundados. La lluvia fue cediendo y salió el sol mientras acompañaban el ganado a través de los barrizales hacia el agua turbulenta. Deets había descubierto una barra de grava que hacía la entrada al río tan buena como una carretera. Old Dog condujo el rebaño de lleno adentro y pronto estuvieron del otro lado y pastando la larga hierba húmeda del territorio de Oklahoma. Cinco o seis de las vacas más débiles se hundieron, pero las sacaron pronto. Dish y Soupy se quitaron la ropa, se metieron en el barro, ataron cuerdas a las vacas y Bert Borum las sacó.
La vista del sol levantó la moral de los hombres. ¡Habían cruzado el Río Rojo y vivían para contarlo! Aquella noche el irlandés cantó durante horas y unos cuantos vaqueros se unieron a él; poco a poco habían ido aprendiendo algunas canciones irlandesas.
A veces Po Campo cantaba en español. Tenía una voz baja y ronca y siempre parecía que se iba a morir por falta de aire. A algunos no les gustaban las canciones porque eran muy tristes.
—Po, tú que eres tan alegre, ¿por qué cantas siempre sobre la muerte? —le preguntó Soupy. Po tenía una pequeña maraca, hecha con una calabaza, y la sacudía cuando cantaba. La maraca y su voz baja y ronca producían un efecto curioso.
El sonido ponía los pelos de punta a Pea Eye.
—Es verdad, Po. No sé cómo siendo un hombre tan alegre cantas siempre tan triste —observó una vez Pea Eye mientras el viejo agitaba su maraca.
—Es que no canto sobre mí —aclaró Campo—. Canto sobre la vida. Yo soy feliz, pero la vida es triste. Las canciones no me pertenecen.
—Pero tú las cantas. ¿A quién pertenecen entonces? —preguntó Pea.
—Pertenecen a los que las escuchan —respondió Po. Era difícil ver sus ojos. Tenía los ojos muy hundidos y pocas veces se quitaba el sombrero de alas anchas.
—Ojalá tuviéramos un violín —dijo Needle—. Si tuviéramos un violín podríamos bailar.
—¿Bailar con quién? —preguntó Bert—. Yo no veo a ninguna mujer.
—Entre nosotros —contesto Needle.
Pero no tenían violín. Solo tenían a Po Campo agitando su maraca, y al irlandés cantando sobre muchachas.
Incluso en una noche clara y hermosa, las tristes canciones y el saber que no tenían mujeres bastaba para deprimir a los hombres. La mayoría de las noches terminaban hablando de sus hermanas, los que las tenían.
Call no se enteraba de las conversaciones ni de las canciones porque continuaba acampando aparte. Lo consideraba mejor. Si el rebaño se escapaba estaría en mejor situación para colocarse en cabeza.
La ausencia de Gus le deprimía. Solo podía significar que algo había ido mal y tal vez nunca sabrían qué había sucedido.
Una noche, mientras limpiaba el rifle, le sobresaltó oír su propia voz. Nunca había sido capaz de hablar a solas, pero mientras limpiaba el arma recordó la conversación mental que había sostenido con Gus y que no había tenido tiempo de hacer realidad antes de que Gus se fuera. «Ojalá hubieras dado muerte al hombre. Ojalá no hubieras animado a Jake a traer a la muchacha».
Acababa de pronunciar aquellas palabras. Se sintió doblemente feliz de estar solo, porque si los hombres le hubieran oído habrían pensado que estaba loco.
Pero nadie le oyó salvo la Mala Bestia, que pastaba al extremo de una cuerda. Cada noche pasaba un extremo de la cuerda por su cinturón y luego la ataba a su muñeca, para que si se asustaba no pudiera alejarse de él. Call se había hecho tan sensible a sus movimientos que incluso se despertaba cuando levantaba la cabeza para olfatear el aire. Generalmente se trataba de algún ciervo o de algún lobo que pasaban. Pero la yegua se daba cuenta y Call descansaba mejor sabiendo que ella vigilaba.