87
Clara estaba arriba cuando vio a los cuatro jinetes. Acababa de limpiar a su marido. El pequeño estaba abajo con las niñas. Casualmente los vio al mirar por la ventana, pero aún estaban demasiado lejos, en la parte norte del Platte. Cualquier jinete que se acercara era algo que llamaba la atención en aquel país. Durante los primeros años, la visión de un jinete la asustaba e iba en busca de Bob o cogía el rifle que tuviera a mano. Se sabía que los indios solían vestirse con ropa de blancos para confundir a colonos, y en el Territorio había también muchos hombres blancos tan peligrosos como los indios. Cuando se encontraba sola, la visión de cualquier jinete le causaba terror.
Pero a lo largo de los años habían tenido tanta suerte con los visitantes que poco a poco dejó de estremecerse de horror a la vista de un jinete en el horizonte. Sus tragedias habían sido provocadas por el tiempo y la enfermedad, no por atacantes. Pero no había abandonado el hábito de vigilar y se volvió con una sábana limpia en la mano observando por la ventana a medida que los jinetes salvaban las lejanas laderas y desaparecían tras la maleza a lo largo del río.
Algo en los jinetes le llamó la atención. Con los años había adquirido buen ojo para los caballos, y también para los jinetes. Algo en los hombres que venían del Norte tocó un resorte en su memoria, pero la llamada era tan débil que solo perdió un segundo para preguntarse quién podía ser. Terminó su tarea y se lavó la cara porque había mucho polvo en el aire y se había puesto perdida al volver de los corrales. Era la clase de polvo que se filtra por las ropas. Pensó en cambiarse de blusa, pero consideró que si lo hacía, el paso siguiente iba a ser tomar baños por las mañanas y cambiarse de ropa tres veces al día como una dama, y no tenía tanta ropa como para hacerlo ni se consideraba tan distinguida. Así que se arregló lavándose la cara y olvidándose de los jinetes. July y Cholo estaban trabajando en los corrales y sin duda les verían también. Probablemente se trataba de gente del Ejército que quería comprar caballos. Red Cloud les hostigaba duramente y cada semana aparecían dos o tres hombres del Ejército en busca de caballos.
Fue uno de ellos quien dio la noticia a July sobre su mujer, aunque naturalmente el soldado ignoraba que se trataba de la mujer de July cuando comentó que había encontrado los cuerpos de una mujer y de un cazador de búfalos. Clara estaba lavando la ropa y no se enteró de la historia, pero cuando fue a los corrales un poco después se dio cuenta de que algo marchaba mal. July estaba apoyado en la valla, blanco como el papel.
—¿Se encuentra mal? —le preguntó. Cholo se había ido con el soldado para mirar el ganado.
—No, señora —respondió con voz apenas audible. A veces, con gran irritación por su parte, la llamaba «señora», generalmente cuando estaba demasiado alterado para pensar—. Ellie —aclaró—, el soldado ha dicho que los indios mataron a una mujer y un cazador de búfalos a unos cien kilómetros al Este. No me cabe duda de que era ella. Viajaban en aquella dirección.
—Venga a la casa —le dijo. Estaba tan débil que apenas podía caminar y durante varios días no sirvió para nada, vencido de dolor por una mujer que no había hecho sino huir de él y engañarle prácticamente desde el mismo día que se casaron.
Las niñas adoraban a July y le cuidaron constantemente, llevándole platos de sopa y discutiendo entre ellas por el privilegio de servirle. Personalmente, Clara estaba irritada por la imbecilidad del hombre. Las niñas no podían comprender su actitud y así se lo decían.
—¡Pero mamá, descuartizaron a su mujer! —protestó Betsey.
—Ya lo sé.
—Eres muy severa, mamá. ¿Es que July no te gusta? —preguntó Sally.
—Me gusta mucho —respondió Clara.
—Pues él cree que estás enfadada con él —insistió Betsey.
—¿Y que le importa a él? —comentó Clara sonriendo—. Os tiene a las dos para mimarle. Sois muy cariñosas.
—Es que queremos que te guste. —Betsey era la más directa de las dos.
—Ya os he dicho que me gusta —afirmó Clara—. Ya sé que hay gente poco lista que generalmente quiere a los que no les quieren. Lo acepto hasta cierto punto. Pero pasado este punto, no. Creo que es enfermizo llorar demasiado a quienes jamás hemos importado un comino.
Las niñas se quedaron silenciosas.
—Recordad una cosa —dijo Clara—. Si os enamoráis de un imbécil os compadeceré. Algunos insistirán en que es una obligación de la mujer no abandonar nunca al hombre con el que se ha establecido un vínculo. Yo digo que es una locura. El vínculo tiene que funcionar en ambas direcciones. Si un hombre no cumple con su parte, ha llegado el momento de abandonar.
Se sentó a la mesa y se encaró con las niñas. July estaba fuera, lo bastante alejado para no oírla:
—July no quiere aceptar el hecho de que su mujer nunca le quiso.
—Pero debía haberle querido —porfió Sally.
—Cuando se habla de amor, el deber cuenta tan poco como un moscardón. No le amaba. La habéis visto. Ni siquiera le importaba Martin. Vosotras habéis dado a July y a Martin más amor que el que les dio aquella desgraciada. No digo esto para condenarla. Sé que tenía sus problemas, y dudo de que estuviera en su sano juicio. Lamento que no supiera controlarse más para huir de su marido y de su hijo, dejándose matar.
Se calló para que las niñas reflexionaran un poco sobre estas cuestiones. Le interesaba averiguar qué elegirían como punto más importante.
—Queremos que July se quede —dijo finalmente Betsey—. Tú acabarás haciéndole marchar con tanta severidad, y entonces también le descuartizarán a él.
—¿Tan mala me creéis? —preguntó Clara sonriendo.
—Eres bastante mala —replicó Betsey.
Clara se echó a reír.
—Vosotras también seréis malas si no cambiáis. Yo también tengo derecho a mis sentimientos, ¿sabéis? Estamos cuidando muy bien de July Johnson. Lo que me molesta es que se deje confundir y que no pueda darse cuenta de lo que no estaba bien y que tampoco a él le gustaba.
—¿No puedes tener un poco más de paciencia? —preguntó Sally—. Con papá eres paciente.
—A papá le destrozaron la cabeza. No puede evitar estar como está.
—¿Mantuvo su compromiso? —preguntó Betsey.
—Sí, por espacio de dieciséis años, aunque nunca me gustó cómo bebía.
—¡Ojalá se ponga bien! —dijo Sally. Había sido la preferida de su padre y era la que más le compadecía.
—¿Va a morirse? —preguntó Betsey.
—Me temo que sí —asintió Clara. Había tenido cuidado de no dejar que las niñas lo creyeran así, pero se preguntaba si no estaría equivocada. Bob no mejoraba ni era probable que lo hiciera.
Sally se echó a llorar, y Clara la rodeó con sus brazos.
—En todo caso nos queda July —comentó Betsey.
—Si no le echo —dijo Clara.
—¡No se te ocurra hacerlo! —exclamó Betsey echando chispas.
—A lo mejor se aburre y se va por su cuenta —observó Clara.
—¿Cómo podría aburrirse? Hay mucho que hacer —declaró Sally.
—No seas tan dura con él, mamá —suplicó Betsey—. No queremos que se marche.
—Pero no le hará ningún daño aprender una o dos cosas. Si se propone quedarse será mejor que aprenda a tratar a las mujeres.
—Nos trata muy bien —dijo Betsey.
—Todavía no sois mujeres. Yo soy la única que hay por aquí y será mejor que se afane si quiere seguir disfrutando de mi buena disposición.
July no tardó en volver al trabajo, pero su comportamiento no mejoraba gran cosa. Nunca estaba de humor y no se podía bromear con él, lo que irritaba a Clara. Siempre le había gustado hacer bromas y consideraba una ironía de su vida el que frecuentemente se hubiera sentido atraída por hombres que no encajaban las bromas que se les dedicaban. Bob nunca había reaccionado a las bromas, o ni siquiera se daba cuenta de ellas, y su afición a ellas se le iba oxidando poco a poco por falta de práctica. Claro que bromeaba con las niñas, pero no era lo mismo que hacerlo con un hombre. Muchas veces le entraron ganas de pellizcar a Bob por mostrarse tan imperturbable. July no era mejor. En realidad él y Bob estaban cortados por el mismo patrón, un patrón fuerte, pero poco imaginativo.
Cuando bajó, después de haberse lavado la cara, oyó hablar en la parte de atrás y se quedó clavada en la escalera porque no cabía la menor duda sobre quién hablaba. El resorte en su memoria que había sido débilmente tocado cuando vio a los jinetes resonó de pronto en ella como la nota de un órgano. Ningún sonido en el mundo podía hacerla más feliz, porque oía la voz de Augustus McCrae, una voz como ninguna. Sonaba igual como había sonado siempre. Oír su voz tan inesperadamente después de dieciséis años hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas. El sonido borró los años. Se quedó en la escalera, momentáneamente agitada, insegura por un instante sobre dónde se encontraba o en qué momento, por lo mucho que le recordaba las otras veces en que Augustus aparecía inesperadamente, y ella, en su cuartito sobre la tienda, le oía hablar con sus padres.
Solo que ahora hablaba con sus hijas. Clara lamentó no haberse cambiado de blusa. Gus siempre había apreciado su aspecto. Acabó de bajar la escalera y miró por la ventana de la cocina. Y en efecto, Gus estaba allí, de pie delante de su caballo, hablando con Betsey y Sally. Woodrow Call estaba a su lado, aún montado en su caballo, y al lado de Call, sobre un bayo, había una mujer rubia vestida de hombre. El último del grupo era un muchacho guapo montado sobre una yegua parda.
Clara observó que Gus ya había conquistado a las niñas. July Johnson tendría suerte si conseguía otro plato de sopa de sus manos si Gus seguía por allí.
Se quedó un momento en la ventana observándole. A ella no le pareció mucho más viejo. Cuando era joven ya tenía el pelo blanco. Gus siempre la había estimulado; su pasión por conversar igualaba la suya. Permaneció en el umbral de la cocina con una sonrisa en los labios. Solo el verle la excitaba. De pronto dio unos pasos y Augustus se volvió. Sus ojos se encontraron y él sonrió:
—Guapa como siempre…
Ante el enorme asombro de sus hijas, Clara salió del porche y fue directamente a los brazos del forastero. Tenía una expresión en los ojos que nunca le habían visto, y alzó su rostro hacia el del desconocido y le besó en la boca, una acción tan sorprendente e inesperada que las niñas recordaron aquel momento hasta el final de sus vidas.
Newt estaba tan asombrado que no sabía dónde mirar.
Cuando Clara le besó, Lorena bajó lo ojos, con el corazón lleno de desesperación. Allí estaba la mujer. Gus la amaba, y ella había perdido. Debió haberse quedado en la tienda y no venir a verlo, pero había querido venir. Ahora, después de haberlo hecho, hubiera dado cualquier cosa por encontrarse en otra parte, pero ya era demasiado tarde. Cuando volvió a levantar la vista, vio que Clara se había apartado un poco y miraba a Gus con el rostro resplandeciente de felicidad. Lorena se fijó que tenía los brazos delgados y las manos grandes. Dos hombres venían de los corrales hacia el grupo.
—Bueno, preséntame a tus amigos, Gus.
Apoyó una mano en el brazo de Clara y se acercó con él a los caballos.
—Bueno, a Woodrow ya le conoces —dijo Gus.
—Cómo está usted —murmuró Call, sintiéndose torpe.
—Te presento a la señorita Lorena Wood —dijo Gus y se acercó para ayudarla a desmontar—. Viene de tan lejos como nosotros. En realidad desde Lonesome Dove. Y este joven es Newt.
—¿Newt, qué? —preguntó Clara.
—Newt Dobbs —respondió Augustus después de una pausa.
—¿Cómo está, señorita Wood? —la saludó Clara. Con gran sorpresa de Lorena parecía amable, mucho más amable de lo que acostumbraban a ser las mujeres con ella—. No sé si envidiarla o compadecerla por cabalgar desde tan lejos con el señor McCrae. Ya sé que es divertido, pero a veces demasiada diversión acaba con la vida de una persona.
Y Clara se echó a reír, con una risa feliz. Le divertía que Augustus hubiera creído oportuno llegar con una mujer, que ella hubiera asombrado a sus niñas besándole y que Woodrow Call, un hombre que nunca le había gustado y que consideraba poco más interesante que un tronco cortado, no hubiera sido capaz, después de dieciséis años, de decirle nada mejor que «¿Cómo está usted?». Añadía alegría a la situación, y pensaba que llevaba tanto tiempo en Nebraska que merecía cierta alegría.
Se dio cuenta de que la joven la temía. Había echado pie a tierra, pero seguía con la vista baja. Entonces se acercaron July y Cholo, July con la sorpresa visible en el rostro.
—¡Sheriff Johnson! —exclamó Augustus—. Es verdad eso que se dice de que el mundo es un pañuelo.
—Solo para ti, Gus, porque estoy segura de que conoces a todo el mundo —dijo Clara.
Entonces miró a July, que hasta ese momento no había abierto la boca. La miraba fijamente y pensó que debía ser porque aún estaba colgada del brazo de Gus. Esto la hizo reír de nuevo. En pocos minutos, la llegada de Gus McCrae había dejado a todo el mundo confundido, como solía ocurrir en el pasado. Siempre había sido una peculiaridad de su amistad con Augustus. Nadie había podido saber si estaba o no enamorada de él. Sus padres se lo habían preguntado durante años. La cuestión había remplazado sus discusiones sobre la Biblia como tema de conversación. Incluso cuando aceptó a Bob, la presencia de Gus en su vida desconcertó a mucha gente, porque no tardó en demostrar que no tenía la intención de renunciar a él porque se propusiera casarse. La cosa resultaba aún más divertida por el hecho de que Bob admiraba a Gus, y probablemente encontraba raro que le hubiera elegido a él antes que a Gus. Si hubiera sido más listo hubiera descubierto que de haber querido habría tenido a Gus.
Era una admiración no compartida porque Gus consideraba a Bob el más aburrido de los hombres, y así solía decirlo:
—¿Por qué te casas con ese plomo?
—Me conviene —contestaba ella—. Dos caballos de carreras como nosotros nunca se llevarían bien. Yo querría ir delante y tú también.
—Nunca pensé que fueras a casarte con un hombre que no tiene nada que decir.
—Hablar no lo es todo —le contestó. Esta respuesta la recordó con pesadumbre durante años porque Bob apenas parecía capaz de pronunciar dos palabras al mes.
Ahora Gus había vuelto y al instante había cautivado a las niñas. Betsey y Sally estaban fascinadas, aunque también se sentían turbadas porque este hombre de pelo blanco había llegado y besado a su madre.
—¿Dónde está Robert? —preguntó Augustus por educación.
—Arriba, enfermo —respondió Clara—. Un caballo le dio una patada en la cabeza. Es una mala herida.
Al recordar por un momento al hombre silencioso de arriba pensó en lo injusta que era la vida. Bob se moría, pero este convencimiento no podía impedir su felicidad a la vista de Gus y de sus amigos. Además era un día maravilloso de verano, un día maravilloso para cualquier acto social.
—Niñas, id a buscar tres pollos —les dijo—. Supongo que la señorita Wood estará cansada de comer carne de vaca. Hace un día tan bonito que quizá después pudiéramos ir de picnic.
—¡Oh, sí, mamá, vayamos! —exclamó Sally. Le encantaban los picnics.
A Clara le hubiera gustado charlar a solas con Augustus, pero esto tendría que esperar hasta que las cosas se calmaran un poco, pensó. La señorita Wood seguía manteniendo los ojos bajos y no decía nada, pero cuando alzaba la vista era siempre para mirar a Gus. Clara les hizo pasar a la cocina, pero les dejó un momento porque oyó al niño.
—¿Te das cuenta? Todas tus preocupaciones eran infundadas —dijo Augustus a Lorena en voz baja—. Tiene un bebé.
Lorena no contestó. La mujer parecía simpática; incluso le había ofrecido un baño, pero seguía asustada. Lo que deseaba era estar de nuevo en camino con Gus. Su mente siguió adelantándose a cuando terminara la visita y volviera a tener a Gus para ella sola. Entonces tendría menos miedo.
Clara no tardó en bajar con el niño en brazos.
—Es el hijo de July —dijo entregando el niño a Gus como si fuera un paquete.
—Bueno, ¿y qué hago yo con él? —preguntó Augustus. Pocas veces había tenido un niño en brazos y se sentía algo incómodo.
—Nada, sosténlo o entrégaselo a la señorita Wood. Yo no puedo sostenerlo y cocinar a la vez.
Call, July y Cholo se habían ido a los corrales, porque Call necesitaba comprar unos caballos y en todo caso no le apetecía estar sentado en una cocina y conversando.
A Lorena le pareció divertido ver a Gus cargado con el niño. En todo caso parecía más relajado que la mujer que se lo había entregado de aquel modo. Dejó de sentirse tan nerviosa y contempló al niño comiéndose su manita gordezuela.
—Si este es el hijo del sheriff Johnson, ¿por dónde anda su mujer? —preguntó Augustus.
—Está muerta —respondió Clara—. Llegó aquí con dos cazadores de búfalos, tuvo al niño y se marchó. July apareció dos semanas después, medio muerto de preocupación.
—Así que les adoptaste a los dos… Siempre te gustó quedarte con las cosas.
—Fíjese en él —observó Clara—. No me ha visto en dieciséis años y ya se siente en libertad de criticar. Es sobre todo a Martin al que yo quería. A medida que la vida avanza, cada vez me siento más disgustada con los hombres mayores.
Lorena sonrió a pesar suyo. Había algo divertido en el modo descarado en que hablaba. No era de extrañar que Gus la admirara porque a él también le gustaba hablar mucho.
—Deja que lo tenga yo —y alargó las manos para coger al niño.
Augustus estuvo encantado de pasárselo. Había estado observando a Clara y no le gustaba tener que distraer su atención con un niño inquieto. Era la misma Clara de siempre, en cuanto a carácter, pero su cuerpo había cambiado. Tenía el pecho más grande y la cara más flaca. El verdadero cambio estaba en sus manos. De muchacha sus manos eran delicadas, de dedos largos y muñecas finas. Ahora eran sus manos las que llamaban la atención: el trabajo que había estado haciendo las había transformado en unas manos grandes, como las de un hombre. Estaba pelando patatas con ellas y manejaba el cuchillo con la misma destreza que un trampero. Sus manos habían dejado de ser hermosas, pero llamaban la atención: eran las manos de una mujer formidable, quizá demasiado formidable.
Aunque solo había mirado sus manos de refilón, Clara captó la mirada, haciendo gala de su vieja habilidad de leer el pensamiento.
—En efecto, Gus —dijo—. Soy un poco más tosca, pero el campo se te lleva la frescura.
—No se te ha llevado la frescura —le aseguró, porque quería que ella supiera lo contento que estaba de que en cierto modo siguiera siendo la misma, la misma que recordaba con tanto agrado.
Clara sonrió y se detuvo un instante para hacer cosquillas al niño. También sonrió a Newt, que se ruborizó porque no estaba acostumbrado a las sonrisas femeninas. Las niñas no dejaban de mirarle.
—Tendrá que perdonarnos, señorita Wood. Gus y yo fuimos novios. Es un milagro que ambos sigamos vivos, teniendo en cuenta las vidas que hemos llevado. Tenemos que recuperar gran parte del tiempo perdido, si nos lo permite y nos perdona.
A Lorena no le importó, al menos no tanto como unos minutos antes. Era maravilloso estar sentada en una cocina y sostener al niño. Incluso era agradable oír a Clara charlar con Gus.
—Bueno, ¿y qué ocurrió con la esposa del señor Johnson cuando se hubo ido? —preguntó Augustus.
—Buscaba a un viejo amor —explicó Clara—. Era un asesino que fue ahorcado mientras ella se recobraba del parto. July vino y la fue a ver, pero no quiso saber nada de él. Ella y uno de los cazadores de búfalos siguieron el viaje y los sioux la mataron. Y tú ten cuidado también no te vayan a coger —añadió.
—No creo que ningún indio se atreva a molestarte —comentó Augustus—. Saben que contigo no tendrían ninguna oportunidad.
—Evitamos que algunos se murieran los últimos inviernos, cuando se acabaron los búfalos. Bob les da los caballos viejos. La carne de caballo es mejor que nada.
Puso un poco de leche en la botella del niño y enseñó a Lorena cómo tenía que darle de comer. Mientras bebía, el niño miraba a Lorena con gravedad.
—Le gusta usted, señorita Wood. Supongo que nunca había visto a una mujer rubia.
El niño estornudó varias veces y Lorena temió haber hecho algo mal, pero Clara se rio de su preocupación y el niño volvió a calmarse.
Call llegó de los corrales un poco después, mientras Clara freía los pollos. Quería comprar algunos caballos y encontró unos que le gustaban, pero ni Cholo ni July quisieron cerrar el trato. Le habían mostrado los caballos sin dificultad, pero le informaron de que era Clara la que cerraba los tratos. Aquello le pareció irregular: dos hombres hechos y derechos, allí, y sin embargo, se veía forzado a negociar con la mujer.
—Me han dicho que es usted la que hace los tratos —anunció.
—Sí. Soy tratante de caballos. Niñas, terminad con estos pollos que voy a ver lo que ha elegido el capitán.
Volvió a mirar al muchacho que se había ruborizado cuando ella le sonrió. Estaba contándole algo a Sally y no vio su mirada. En su opinión era la imagen del capitán Call, con el mismo cuerpo y los mismos movimientos. «¿Por qué te llamarás Dobbs?», se preguntó.
Camino de los corrales, Call pensó en decirle algo, pero no se le ocurrió nada.
—Tiene un rancho muy bonito —acabó diciendo—. Espero que a nosotros nos vaya igual de bien en Montana.
—Yo solo deseo que lleguen vivos. Deberían instalarse por aquí y esperar cinco años. Imagino que para entonces Montana será un país seguro. Ahora no lo es.
—Estamos decididos a ser los primeros —respondió Call—. No puede ser peor de lo que era Texas.
Clara puso un precio tan alto a los caballos que Call estuvo tentado de dejarlos. Estaba seguro de que se hubiera entendido mejor con su marido, de haber estado bien y dispuesto. Había algo ausente en la mirada de Clara cuando le dijo los precios. Era como si le retara a regatear. Había regateado en muchas ocasiones, pero nunca con una mujer. Le daba vergüenza. Mucho peor, sentía que no le caía bien, aunque no recordaba haberle dado motivos para estar ofendida. Reflexionó varios minutos sobre la cuestión, tanto que Clara se impacientó.
Newt le había seguido pensando que el capitán podía necesitarle para ayudar con los caballos si se quedaba alguno. Se daba cuenta de que el capitán estaba molesto con la mujer. Le sorprendió ver que a ella le tenía sin cuidado. Cuando el capitán estaba molesto con los hombres, a ellos les preocupaba, pero la mujer seguía allí, con el cabello castaño agitado por el viento, sin importarle lo más mínimo y sin ceder un ápice. Era increíble. Nunca había esperado ver a nadie enfrentarse al capitán; tal vez el señor Gus.
—He abandonado a mis invitados —dijo Clara—. Quién sabe cuándo volveré a ver a Gus McCrae. Tómese todo el tiempo que quiera para pensarlo.
Newt aún estaba más escandalizado. El capitán no abrió la boca. Era casi como si la mujer le hubiera dado una orden.
La mujer dio la vuelta y al hacerlo descubrió a Newt mirándola, antes de que le diera tiempo a bajar la vista. Se sintió avergonzado, pero ante su sorpresa Clara le volvió a sonreír, una sonrisa afectuosa que se desvaneció cuando se volvió hacia el capitán.
—Es un precio alto, pero son buenos caballos —confesó Call, preguntándose cómo los hombres se avenían a trabajar para una mujer tan inflexible.
Luego se acordó de que el más joven de los dos había sido el sheriff que perseguía a Jake Spoon.
—Viene de Arkansas, ¿verdad? —preguntó.
—De Fort Smith —respondió July.
—Ahorcamos a su hombre —anunció Call—. Se unió a una banda de malhechores. Les cogimos en Kansas.
Durante unos segundos July no pudo recordar de qué le estaba hablando. Le parecía que había pasado toda una vida desde que salió de Fort Smith en busca de Jake Spoon. Hacía tiempo que se había olvidado por completo del hombre. La noticia de que había muerto no le afectó lo más mínimo.
—Dudo de que yo le hubiera podido encontrar. Tuve problemas con el caballo cerca de Dodge —explicó July.
Cuando Clara regresó a la casa tenía las mejillas encendidas. La forma en que Call se quedó allí, silencioso, sin hacer tan siquiera una pregunta o una oferta, esperando que fuera ella la que rebajara el precio, le pareció de lo más arrogante. Cuanto más pensaba en ello, menos hospitalaria se sentía hacia aquel hombre.
—No puedo decir que me guste tu socio —confesó a Augustus. Había convencido a las niñas para que le dieran unas mollejas y se las estaba comiendo.
—No tiene práctica con las mujeres —respondió Augustus divertido al verla enfadada. Mientras no se enfadara con él, las mejillas encendidas realzaban su belleza.
—Mamá, ¿nos llevamos también el suero? —preguntó Betsey. Ella y Sally se habían cambiado de vestido sin permiso de su madre y estaban tan excitadas ante la perspectiva del picnic que no paraban de moverse.
—Sí, hoy es día de fiesta. He pedido a Cholo que enganche la carreta pequeña. Una de las dos tiene que cambiar al niño, huele bastante mal.
—Yo os ayudaré —ofreció Lorena. Esto sorprendió a Augustus, que la vio subir con las niñas. Clara se quedó escuchando sus pasos al subir la escalera. Luego volvió sus profundos ojos grises hacia Augustus y comentó:
—No es mucho mayor que mis hijas.
—No vayas a reñirme. Yo no tengo la culpa de que te casaras.
—Si me hubiera casado contigo me habrías dejado por alguien más joven y más estúpida que yo —observó Clara. Le sorprendió que ella le apoyara una de sus fuertes manos en el hombro por un instante—. Me gusta tu chica —continuó—. Lo que no me gusta es que hayas pasado todos estos años junto a Woodrow Call. Le detesto y me irrita que él haya disfrutado tanto de ti y yo tan poco. Creo que yo tenía más derechos.
Augustus estaba estupefacto. De nuevo volvía a reflejarse la ira en sus ojos, y esta vez dirigida a él.
—¿Dónde has estado en los últimos quince años?
—En Lonesome Dove sobre todo. Te escribí tres cartas.
—Las recibí. ¿Y qué has estado haciendo tú durante todo este tiempo?
—Beber mucho whisky —contestó Augustus.
Clara siguió preparando la cesta para el picnic.
—Si eso es todo lo que has hecho, también pudiste hacerlo en Ogallala y ser mi amigo. Perdí tres hijos, Gus. Necesitaba un amigo.
—¿Por qué no me escribiste? Yo no lo sabía.
Clara apretó los labios.
—Espero encontrar algún día un hombre en mi vida que sepa intuir estas cosas. Te escribí, pero rompí las cartas. Pensé que si no aparecías espontáneamente no me servirías de nada.
—Bueno, pero estabas casada —protestó sin saber por qué se molestaba en discutir.
—Sí, estaba muy casada, pero hubiera podido tener un amigo. Quiero que veas a Bob antes de que te marches. El pobre lleva dos meses tendido en la cama y apagándose.
La ira había desaparecido de sus ojos. Se sentó en una butaca, junto a él, mirándole con su habitual fijeza, como si leyera en su rostro los acontecimientos de los quince años que había pasado lejos de ella.
—¿De dónde sacaste a la señorita Wood? —le preguntó.
—Estaba en Lonesome Dove.
—¿Haciendo qué?
—Haciendo lo que podía, pero no debes reprochárselo.
Clara le miró fríamente.
—No suelo juzgar tan duramente a las mujeres. Yo hubiera podido hacer lo mismo en determinadas circunstancias.
—Lo dudo.
—Claro, pero tú no sabes mucho de mujeres aunque creas que sí. En este aspecto te has equivocado.
—Eres una deslenguada —protestó Augustus.
Clara se limitó a sonreír con su vieja y atractiva sonrisa.
—Soy sincera —afirmó—. Para la mayoría de los hombres esto es ser deslenguada.
—Bueno, tal vez te interese saber que Lorie inició este viaje con tu viejo amigo Jake Spoon. Como de costumbre fue un descuidado y dejó que se la raptara un verdadero criminal.
—Y entonces tú la salvaste… No me extraña que te adore. ¿Qué ha sido de Jake?
—Terminó mal —contestó Augustus—. Le ahorcamos. Iba con una banda de asesinos.
Clara no se inmutó ante la noticia. Oyó bajar a las chicas. Lorena llevaba el niño. Clara se levantó para que Lorena pudiera sentarse. Los ojos del niño la siguieron.
—Betsey, vete en busca de July y de los hombres y pregúntales si quieren lavarse antes de que nos vayamos.
—Dudo que consigas que Woodrow participe del picnic —comentó Augustus—. Estará deseando volver al trabajo.
Pero Call participó. Había vuelto a la casa pensando en el modo de decir a Clara que rebajara los caballos, y se encontró con que las niñas cargaban la pequeña carreta, Lorena sostenía un niño y Gus transportaba una jarra de suero.
—¿Puede conducirnos, capitán? —le rogó Clara entregándole las riendas de la pareja de mulos, antes de que pudiera responder. Con tanta gente mirando no podía protestar, y condujo la pequeña carreta cinco kilómetros al oeste del Platte hasta un lugar donde había un pequeño grupo de chopos.
—No es tan bonito como nuestro sitio junto al Guadalupe, Gus, pero es lo mejor que tenemos —observó Clara.
—¿Quieres decir tu huerta? —dijo Gus.
Clara pareció desconcertada por un momento. Se le había olvidado que era así como había bautizado su lugar de picnic junto al Guadalupe.
El día se mantuvo precioso y el picnic fue un éxito para todos excepto para el capitán Call y July Johnson; ambos se sentían incómodos y se limitaban a esperar a que terminara. Las niñas querían que July se metiera en el Platte, pero se resistió. Newt lo hizo, Lorena se arremangó los pantalones y ella y Betsey se fueron río abajo, lejos del grupo. El niño dormía a la sombra y Clara y Augustus charlaban. El corte de dieciséis años en su comunicación no resultó ningún inconveniente. Después, Augustus también se arremangó los pantalones y vadeó con las niñas, mientras Clara y Lorena miraban. Se consumió toda la comida, y Call se bebió casi todo el suero. Siempre le había gustado y hacía mucho tiempo que no lo probaba.
—¿Se propone regresar a Arkansas, señor Johnson? —preguntó a July.
—Creo que no —contestó July. En realidad no había pensado para nada en su futuro.
Augustus se comió casi todo el pollo frito y se maravilló al ver lo bien que se sentía Lorena. Le gustaban las niñas y al verla con ellas le recordó que también Lorie era poco más que una chiquilla, a pesar de sus experiencias. Comprendía que se había visto lanzada a la vida demasiado pronto aunque quizá no era demasiado tarde para disfrutar un poco de la adolescencia.
Cuando llegó la hora de regresar al rancho ayudó a Lorie a subir a la carreta con las niñas, y él y Clara siguieron a pie. Newt, que había disfrutado enormemente con el picnic, hablaba con Sally cabalgando junto a la carreta. Lorena parecía tranquila…, ella y Betsey se habían caído bien y charlaban felices.
—Deberías dejar a la muchacha con nosotros —dijo Clara sorprendiendo a Augustus, que había estado pensando lo mismo.
—Dudo de que se quisiera quedar.
—Si tú no intervienes, tal vez sí —afirmó Clara—. La invitaré. No tienes derecho a llevarte a una chica como esta a Montana. Tal vez no sobreviva.
—En cierto modo tampoco es tan joven —arguyó Augustus.
—Me gusta —continuó Clara sin hacerle caso—. Espero que te cases con ella y pueda verte con cinco o seis niños en tu vejez. Puede que me moleste, pero puedo sobrevivir. No te la lleves a Montana. O morirá, o la matarán, o envejecerá antes de tiempo como yo.
—Tú no has envejecido mucho —dijo Augustus.
—Solo llevas un día por aquí. Hay ciertas cosas que aún puedo hacer y otras que ya se me han acabado.
—¿Qué cosas se te han acabado?
—Lo descubrirías si te quedaras mucho por aquí —le respondió Clara.
—Veo que te has encariñado con el joven señor Johnson. Imagino que si me quedara acabaría por echarme.
—Es casi tan aburrido como Woodrow Call, pero mejor persona. Hace lo que se le dice, y esta es una cualidad que he aprendido a apreciar en un hombre. Contigo no podría contar con que hicieras lo que se te dice.
—Así que no piensas casarte con él…
—No, esta es una de las cosas que se han terminado. Naturalmente tampoco estoy…, el pobre Bob aún está vivo. Pero si muere, he terminado.
Clara sonrió y Augustus rio entre dientes.
—Confío en que no contemples una situación irregular.
—¿Qué hay de irregular en tener un huésped? —preguntó sonriendo—. Muchas viudas toman huéspedes. En todo caso, mis hijas le gustan más que yo. A lo mejor estará dispuesto a casarse para cuando Sally sea mayor.
En ese preciso momento Sally estaba charlando con el joven Newt, que por primera vez saboreaba el placer de conversar con una joven vivaracha.
—¿Quién es su madre? —preguntó Clara. Le gustaba el aspecto del muchacho y también sus modales—. Nunca creí que a Call le gustaran las mujeres.
—Y siguen sin gustarle. Apenas puede soportar estar a cincuenta metros de ti.
—Ya lo sé. Ha estado tirante todo el día porque no quiero regatear con los caballos. Mi precio es mi precio. Pero este muchacho es suyo, y no me digas que no lo es. Andan igual, se mueven igual y son iguales.
—Creo que tienes razón.
—Sí que tengo razón, pero tú no has contestado a mi pregunta.
—Su madre se llamaba Maggie. Era una prostituta. Murió cuando Newt tenía seis años.
—Me gusta el muchacho. También me lo quedaría si tuviera la oportunidad. Tiene más o menos la edad que tendría mi Jimmy si hubiera vivido.
—Newt es un gran chico —afirmó Augustus.
—Es un milagro cuando uno sale bien, ¿verdad? Tiene un aspecto tranquilo. Me gusta. Es sorprendente encontrar un comportamiento tan discreto cuando se es hijo del capitán Call.
—Bueno, Newt no sabe que Call es su padre. Supongo que habrá oído indirectas, pero él no lo sabe.
—¿Y Call no lo reconoce, aunque todo el mundo se dé cuenta? —dijo Clara escandalizada—. Nunca he tenido buena opinión de Call, pero ahora aún la tengo peor.
—A Call no le gusta reconocer sus errores. Él es así.
—¿Qué error? Yo no llamaría error tener a un chico tan majo. Mi Jimmy era muy rebelde. No podía manejarle aunque tenía ocho años cuando murió. Me imagino que habría terminado como Jake Spoon. ¿Y de dónde salió? Yo no soy rebelde, ni Bob tampoco.
—No lo sé —musitó Augustus.
—Pero los otros dos eran encantadores. El último, Johnny, era el más cariñoso. Yo no he sido la misma desde que murió. Es sorprendente que las niñas no estén peor educadas de lo que están. No creo que haya sentido el cariño adecuado por ellas. Se me acabó aquel invierno que perdí a Jeff y a Johnny.
Anduvieron un rato en silencio.
—¿Por qué no le dices a este muchacho quién es su padre? —quiso saber Clara—. Yo lo haría si se quedara un poco más por aquí. Debería saber quién es su padre. Tiene que preguntárselo.
—Siempre he creído que al final Call lo hará. Y sigo creyéndolo.
—Yo no —afirmó Clara.
Un enorme lobo gris saltó del cauce del río, los miró un instante y siguió corriendo.
Delante, el niño lloriqueaba y las niñas y Lorena trataban de tranquilizarlo.
Cuando llegaron al rancho, Call cedió y dijo a Clara que le pagaría el precio que había pedido por los caballos. No le gustaba, pero no podía estar rondando por más tiempo, y los caballos de Clara eran infinitamente mejores que los jamelgos que había visto en Ogallala.
—Bueno, id a ayudarle, muchachos —ordenó Clara. Cholo y July fueron a ayudar. Newt ayudaba a las muchachas a entrar los restos del picnic.
Sentía tener que marcharse. Sally le había estado contando todo lo que se proponía hacer cuando fuera mayor. Iría a un colegio en el Este y después se proponía dedicarse profesionalmente al piano, le confió. A Newt le pareció raro. El único músico que conocía era Lippy, y no podía imaginar a Sally haciendo lo que Lippy había hecho. Pero disfrutaba oyéndola hablar de su vida futura.
Cuando bajaba del porche, Clara le paró. Le pasó el brazo por los hombros y le acompañó a su caballo. Ninguna mujer había hecho aquello con él.
—Newt, nos ha encantado tenerte. Quiero que sepas que si Montana no te conviene, puedes volver aquí. Te proporcionaré todo el trabajo que quieras.
—Me gustaría mucho —contestó Newt. Lo decía en serio. Desde que conoció a las niñas y vio el rancho, empezó a preguntarse por qué llevaban el rebaño tan lejos. Le parecía que en Nebraska había mucho sitio.
Durante gran parte del viaje, Newt había pensado que no había mejor suerte que la de ser vaquero, pero ahora que había llegado a Nebraska había cambiado de idea. Entre Buffalo y las otras putas de Ogallala, y las vivarachas hijas de Clara, había empezado a descubrir que un mundo con mujeres aún podía ser más interesante. Lo que había podido probar de este mundo era demasiado breve. Aunque había tenido más o menos miedo de Clara durante todo el día, y aún seguía un poco asustado, también había algo en ella poderosamente atractivo.
—Gracias por el picnic. Nunca había estado en ninguno.
Algo en el muchacho enterneció a Clara. Los muchachos la enternecían siempre, más que las niñas. Este tenía un algo de soledad en la mirada aunque también tenía una sonrisa deliciosa.
—Vuelve cuando quieras; organizaremos muchos más. Creo que Sally se ha encaprichado de ti.
Newt no supo qué contestar. Montó y se excusó:
—Creo que será mejor que vaya a ayudarles.
—Si tienes que elegir uno de mis caballos, elige el pequeño alazán con la estrella en la frente —le aconsejó Clara—. Es el mejor de todos.
—Creo que Dish elegirá primero. Dish es nuestro mejor hombre.
—Pero yo no quiero que sea para Dish. Quiero que lo tengas tú. Ven.
Emprendió el camino de los corrales y se dirigió directamente a Call.
—Capitán —le dijo— hay un castrado alazán de tres años con una estrella en la frente en el lote que ha comprado. Quiero regalar el caballo a Newt, así que no deje que se lo quede nadie más. Puede restarlo del total.
—¿Regalárselo? —repitió Call sorprendido. Newt se quedó igualmente sorprendido. La mujer que establecía precios tan duros quería regalarle un caballo.
—Sí, le hago este regalo —afirmó Clara—. Me sentiré mejor si sé que Newt tiene una buena montura, si es que realmente va a llevárselo a Montana. —Dicho esto, dio media vuelta y regresó a la casa.
Call se quedó mirando al muchacho.
—¿Por qué ha hecho eso? —preguntó. Naturalmente era estupendo que el chico tuviera el caballo…, y se ahorraba cincuenta dólares.
—No lo sé —respondió Newt.
—Esto es lo que pasa con las mujeres —dijo Call para sí—. Hacen cosas que no tienen sentido. No había querido rebajarme ni un céntimo en los caballos. La mayoría de los tratantes me habrían rebajado un dólar para animarme al trato.