31
—Bueno, aquí es donde todos averiguaremos si estábamos destinados a ser vaqueros —dijo Augustus, porque no tenía la menor duda de que se avecinaba la tormenta que Deets había anunciado—. Es una lástima que no se haya retrasado uno o dos días hasta que algunos de vosotros hubierais adquirido más práctica. —Y añadió—: Sospecho que la mitad de vosotros estaréis pisoteados antes de que termine la noche y que me quedaré sin cobrar mis deudas.
—Teníamos que contar con ella —observó Call—. Es la época del año en que hay tormentas.
Pero una tormenta de arena, por la noche, con un rebaño que aún no estaba hecho al camino y un equipo de principiantes, iba a ser algo poco apetecible.
—¿Crees que podríamos cruzar el río antes de que empiece? —preguntó Call, pero Deets negó con la cabeza. Se encontraban a varios kilómetros del Nueces, y el sol estaba ya bajo.
—Es un cruce difícil —explicó Deets—. Supongo que no querrán intentarlo a oscuras.
Newt acababa de llegar de la retaguardia para beber agua y lo primero que oyó fue lo de la tormenta de arena. No veía bien la diferencia; hasta ahora su mundo era sobre todo arena. Tenía que enjuagarse la boca cinco o seis veces antes de poder comer un plato de alubias sin tragar arena con ellas.
Call estaba indeciso. Nunca había tenido que hacer planes por una tormenta en monte bajo con un rebaño nuevo. Había demasiados factores que considerar. Por un instante se sintió pasivo, una vieja sensación que conocía bien de sus años de ranger. En una situación apurada, con frecuencia, su mente parecía cansarse de pronto de tanto pensar. Se sumía un tiempo en una negrura de la que emergía en medio de una acción que no había planeado. Nunca fue consciente de qué mecanismo le había puesto en marcha, pero algo siempre tiraba de él y se encontraba en pleno movimiento antes de tener consciencia de que era hora de moverse.
Ya empezaba a notar un cambio en el viento. El día había sido tranquilo, pero ahora sentía en la mejilla un hálito caliente procedente del Sur. Había experimentado muchos de estos vientos en Lonesome Dove, con la arena llegando desde México a tal velocidad que parecían perdigones cuando chocaban con la piel. La Mala Bestia miró a su alrededor inquieta, sabiendo lo que se les venía encima.
—Será una sucia puesta de sol, chicos —anunció Augustus.
En efecto, el sol apenas era visible. Solo se divisaba su borde de color amarillo y el disco central, oscuro como en un eclipse. Al Oeste y al Sur, la arena se iba alzando como una cortina marrón, aunque muy por encima seguía brillando el lucero del atardecer.
Bolívar paró la carreta y se puso a revolver el montón de rollos de mantas en busca de su sarape.
—Vete a decir a Dish y a Soupy que controlen el ganado —ordenó Call a Newt.
El muchacho se sintió orgulloso de que le encomendaran algo y galopó alrededor del ganado hasta llegar al punto. Las reses estaban tranquilas, caminando plácidamente, pastando cuando encontraban algo que pastar. Dish estaba cómodamente inclinado sobre su montura.
—Me figuro que esto querrá decir que te han ascendido —comentó al tener cerca a Newt—. O bien que a mí me han degradado.
—Se acerca una tormenta y el capitán dice que controléis el ganado.
Dish miró al cielo y se aflojó el pañuelo.
—Ojalá las malditas tormentas aprendieran a aparecer de día —exclamó con una sonrisa—. No sé por qué, pero generalmente descargan cuando me dispongo a echar un sueñecito.
Su actitud hacia la tormenta era despectiva, como correspondía a su categoría. Newt trataba de imitar su estilo, pero no lo conseguía. Nunca había estado en una tormenta nocturna, con miles de reses que controlar, y no le atraía la experiencia, que empezó al instante. Antes de que pudiera rodear al ganado para llegar junto a Soupy, la arena empezó a arreciar. El sol desapareció como si alguien le hubiera puesto una tapadera, y una pesada media luz iluminó las llanuras por unos segundos.
—Me parece que va a ser buena —comentó Soupy, ajustándose el pañuelo sobre la nariz y encajándose bien el sombrero. La pérdida de sombreros debido a ráfagas inesperadas se había convertido en un problema mayor de lo que Newt hubiera podido imaginar. Les volaban siempre, asustando al ganado o a los caballos. Agradecía a Deets que le hubiera hecho un pequeño barboquejo de cuero y así se evitaba la vergüenza de perderlo en momentos cruciales.
Newt había pensado volver junto a la carreta, pero la tormenta no le dio tiempo. Mientras Soupy se arreglaba el pañuelo, miraron en torno y descubrieron oleadas de arena como pequeñas nubes bajas corriendo por entre los mezquites, a la escasa luz, en dirección Sur. Las nubecitas de arena parecían cosas vivas, pasando entre los mezquites y el chaparral, como un lobo, deslizándose bajo la tripa de las reses y elevándose después un poco para soplar sobre sus lomos. Pero detrás de las pequeñas oleadas venía un río, no de agua sino de arena. Newt solo miró una vez para orientarse; y la arena le llenó los ojos, dejándole inmediatamente ciego.
Fue en el primer momento de su ceguera cuando el ganado empezó a correr, como si aquel río de arena le pusiera en movimiento. Newt oyó el caballo de Soupy lanzarse a la carrera al instante y Mouse salió disparado, pero Newt no sabía hacia dónde corrían. Se metió el dedo en los ojos con la esperanza de sacarse la arena, pero fue como si se los frotara con papel de lija. Se le saltaron las lágrimas y la arena se le volvió barro en las pestañas. De vez en cuando vio algo borroso con uno de los ojos, y a la primera mirada se quedó horrorizado al descubrir que estaba entre las reses. Un cuerno le rozó la pierna, pero Mouse lo esquivó. Newt dejó de preocuparse por ver y se concentró en mantenerse en la silla. Sabía que Mouse podía saltar cualquier mata no más alta que su cabeza. Experimentaba una horrible sensación de fracaso porque era seguro que no había cumplido su cometido. El capitán no tenía la intención de que se quedara en cabeza del rebaño; estaba allí porque no se había desplazado con suficiente rapidez, y era culpa suya si se encontraba en peligro, como suponía que estaba. Una vez creyó oír una llamada y se animó, pero el sonido fue inmediatamente ahogado por el viento, que parecía que gritaba, subiendo su tono por encima del tono bajo del golpear de los cascos. Cuando Newt empezó a poder ver de nuevo, no le sirvió de gran cosa porque era noche cerrada.
Por encima del rugir del viento y de la huida del ganado oyó de pronto el ruido de ramas rotas. Un segundo después, una rama de mezquite le pegaba en la cara y la maleza le atacó por todas partes. Supo que se habían metido en un soto y dedujo que era el final. Mouse tropezó y casi cayó de rodillas, pero consiguió enderezarse. Lo único que podía hacer Newt era agacharse todo lo posible sobre el arzón y mantener los brazos delante de la cara.
Sintió un gran alivio cuando el ganado aminoró la marcha. La maleza era tan tupida que les frenaba tanto a ellos como al ganado, aunque la misma maleza les dividió en varios grupos. Aquel en que se encontraba Newt pronto dejó de correr y se puso al paso. Los flancos de Mouse estaban pegajosos de sudor. A Newt le pareció un milagro que todavía estuviera vivo. Después oyó disparos de pistola por delante y a su derecha; una serie de explosiones, aunque instantáneamente llevadas por el viento. Este parecía aumentar. Cuando intentó enderezarse en la silla fue como empujar una pesada puerta con la espalda. Trató de volver grupas, porque aún tenía la esperanza de regresar a la retaguardia, donde pertenecía, pero Mouse no era partidario de retroceder. Esto enfureció a Newt, porque se suponía que era él el que tomaba las decisiones y no Mouse. El caballo se movía en círculos, pero se negaba a ir cara al viento y Newt cedió finalmente, convencido de que probablemente encontraría la carreta o por lo menos el grueso del rebaño.
En los cortos intervalos en que cesaba el viento, podía oír el entrechocar de los cuernos, al tropezar unas reses contra otras en la oscuridad. Ahora caminaban despacio y Newt dejó que Mouse fuera junto a ellas. Había estado preocupadísimo y ahora se limitaba a cabalgar, con la mente vacía. Le parecía que había estado cabalgando tanto tiempo que la noche ya habría terminado, pero no era así y la arena seguía mordiéndole la piel. De pronto le sorprendió un destello de luz al Oeste… Desapareció tan rápido que al principio no lo reconoció como un relámpago. Pero se repitió y pronto se hizo casi constante, aunque aún estaban muy lejanos. Al principio le alegró porque le permitía ver que aún se encontraba en medio de varios centenares de reses, y porque además veía para esquivar los matorrales.
Pero a medida que se fueron acercando los relámpagos vino también el trueno. Su retumbar parecía caer sobre ellos como el rodar de gigantescos peñascos. Mouse se inquietó y Newt también empezó a sentirse intranquilo. Después, los rayos en lugar de serpentear en el horizonte como lenguas de fuego, empezaron a caer en tierra, gruesos como troncos y con terribles chasquidos.
En uno de los destellos, Newt vio a Dish Boggett a menos de treinta metros. Dish también le vio y fue hacia él. En el siguiente destello, Newt vio que Dish se ponía un impermeable amarillo.
—¿Dónde está Soupy? —preguntó Dish, pero Newt no tenía la menor idea—. Seguramente se ha ido por otro lado —continuó Dish—. Conservamos casi todo el ganado. Tendrías que haberte traído un impermeable. Va a llover.
A medida que continuaban los relámpagos, Newt se esforzó por no perder de vista a Dish, pero no lo consiguió. Vio con asombro que el ganado parecía haber cogido los relámpagos; pequeñas esferas azules recorrían sus cuernos. Mientras contemplaba la extraña visión, un caballo tropezó con el suyo. Era Deets.
—Apártate de las reses —le dijo—. No te acerques a ellas cuando tienen el rayo en los cuernos. ¡Apártate!
Newt no necesitaba que insistiera, porque le asustaba lo que veía y recordó que Dish le había explicado una vez que un rayo había caído sobre un vaquero y le había dejado negro. Quería preguntar unas cosas a Deets, pero Deets ya había desaparecido entre uno y otro destello.
El viento llegaba a ráfagas, soplando y muriendo. La arena también se había vuelto caprichosa y en lugar de golpearle la espalda incesantemente, le azotaba de pronto y le dejaba al momento. A la luz de los rayos podía ver que el cielo iba aclarándose arriba, al Este, pero que una pared de nubes asomaba por el Oeste y que surgían rayos por debajo de ellas.
Casi antes de que la arena dejara de picarle los ojos, empezó la lluvia. Caía en grandes goterones que resultaban deliciosos después de tanta suciedad. Pero las gotas se espesaron y adquirieron más fuerza y pronto cayó la lluvia como sábanas, empujadas de un lado a otro por el extraño viento. Entonces el mundo se volvió sencillamente agua. A la brillante luz de un rayo, Newt vio a un coyote asustado y empapado que cruzaba a pocos pasos delante de Mouse. Después ya no vio nada más. El agua caía cada vez con más fuerza. Le golpeaba y caía a chorros del ala de su sombrero. Una vez más se abandonó; permaneció simplemente sentado y dejó que Mouse hiciera lo que quisiera. Le parecía que estaba totalmente perdido porque se había alejado del rebaño para escapar del rayo y no tenía la impresión de que estuviera cerca del ganado. La lluvia caía tan densa que por momentos temía ahogarse allí mismo, encima del caballo. Batía su rostro y le caía a los labios desde el ala del sombrero. Siempre había oído decir que el ser vaquero comportaba considerables cambios de tiempo, pero nunca había imaginado que hubiera tantos cambios en una sola noche. Una hora antes tenía tanto calor que creyó que nunca más volvería a sentir fresco, pero el agua que le empapaba le había dejado frío.
Mouse estaba tan desconcertado y confuso como él. El suelo estaba cubierto de agua; no cabía otra cosa que chapotear en ella. Para empeorar las cosas se encontraron con otro soto y tuvieron que retroceder, porque el mezquite mojado resultaba impenetrable. Cuando por fin lo rodearon, la lluvia había aumentado de intensidad. Mouse se detuvo y Newt pensó que era inútil seguir adelante si no sabía por dónde había que ir. El agua que seguía chorreando del ala del sombrero resultaba peculiar: un río por delante y otro por detrás. Uno le caía directamente sobre la nariz y el otro le bajaba por la espalda.
De pronto Mouse empezó a moverse de nuevo y Newt oyó el chapoteo de un caballo, por delante. Ignoraba si llevaría un jinete amigo, pero Mouse parecía creerlo así porque iba trotando a través del agua que le llegaba al corvejón, intentando localizar al otro caballo. En uno de los destellos, ahora más débiles, Newt vio a unas reses trotando a unos cincuenta metros a su derecha. Súbitamente, sin previo aviso, Mouse empezó a resbalar. Sus patas traseras casi se le escaparon hacia atrás…, habían tropezado con una arroyada y Newt notó que el agua iba subiéndole por las piernas. Afortunadamente no era profunda; Mouse recobró el equilibrio y se debatió para salir, tan asustado como Newt.
No había otra cosa que hacer que seguir adelante. Newt recordó lo feliz que había sido cuando vio amanecer después de aquella noche que habían ido a México. Si solo pudiera volver a ver un amanecer como aquel, sabría apreciarlo. Estaba tan empapado que le pareció que nunca más volvería a estar seco, o que no podría hacer algo tan sencillo como sentarse al sol y volver a sentir calor, o tumbarse en la hierba y dormir. Por el momento ni siquiera podía bostezar sin que le entrara agua en la boca.
Pronto se cansó de pensar y solo deseó que pronto llegara la mañana. Pero seguía la noche. Terminaron los relámpagos, y la lluvia fuerte se convirtió en llovizna. De tanto en tanto encontraban manchas de maleza y había que retroceder y dar la vuelta, y seguir como mejor podían. Cuando cruzó la arroyada se le había llenado de agua una bota. Newt estuvo a punto de parar y vaciarla, pero pensó que si se le caía y no podía encontrarla en la oscuridad, o si se la sacaba y no podía volver a ponérsela, tendría que volver al campamento cabalgando con una sola bota. Al pensar en el ridículo que haría decidió no quitarse el agua de la bota.
En todo caso se sentía orgulloso de Mouse, porque muchos caballos se habrían caído al encontrarse en una arroyada.
—Buen caballo —le dijo—. Si seguimos andando puede que se haga de día.
Mouse sacudió la cabeza para apartarse las crines mojadas de los ojos y siguió avanzando en medio del barro.