19

Newt empezó a pensar en el Norte, sobre todo de noche, cuando no tenía otra cosa que hacer sino cabalgar lentamente alrededor del rebaño, escuchando los pequeños ruidos que hacían las reses tumbadas o las canciones tristes de los irlandeses. Entonces pensaba en el Norte, tratando de imaginar cómo debía ser.

Había crecido bajo el sol, con mezquites, chaparral, armadillos, coyotes, mejicanos y el poco profundo Río Grande. Había estado una sola vez en una ciudad: San Antonio. Deets se lo había llevado en uno de sus viajes al Banco, y Newt se había quedado deslumbrado por todo lo que podía verse.

Otra vez había ido con Deets y con Pea a entregar un pequeño grupo de caballos a la bahía de Matagorda, y había visto el gran océano gris. También entonces se había quedado deslumbrado contemplando el gran mundo del agua.

Pero ni siquiera la vista del océano no le había impresionado tanto como pensar en el Norte. Toda su vida había oído hablar de llanuras infinitas y de los indios, búfalos y todas las criaturas que vivían en ellas. El señor Gus le había hablado incluso de enormes osos, tan gruesos que las balas no podían matarles, y de unos animales parecidos a los ciervos, llamados alces, de un tamaño doble del de los ciervos.

Ahora, dentro de pocos días, iría hacia el Norte, una perspectiva tan excitante que por espacio de horas y más horas se perdía en fantasías. Continuó haciendo su trabajo normal aunque su mente no estaba en él. Solo podía imaginarse a él y a Mouse en un mar de hierba, persiguiendo búfalos. Y solo de pensar en los grandes osos se asustaba hasta perder el aliento.

Se hizo amigo de Sean O’Brien antes de que los irlandeses llevaran una semana con ellos. Al principio él era el único que hablaba porque Sean estaba lleno de preocupaciones y tendía a sentirse deprimido; pero cuando descubrió que Newt podía escucharle sin burlarse de él, la conversación salió a borbotones, nostálgica sobre todo. Añoraba a su madre muerta y aseguró una y otra vez que no habría abandonado Irlanda si ella no hubiera muerto. Al pensar en su madre se echaba a llorar, y cuando Newt le reveló que su madre también había muerto, la amistad se hizo más firme.

—¿Has tenido padre? —preguntó Newt un día mientras descansaban junto al río, después de marcar unas reses.

—Sí, he tenido uno, maldito canalla —masculló Sean sombrío—. Solo venía a casa cuando quería pegarnos.

—¿Y por qué os pegaba?

—Porque le gustaba. Era un canalla. Pegaba a nuestra madre y a todos nosotros cuando podía alcanzarnos. Una vez nos preparamos para atizarle con una pala, pero tuvo suerte. La noche era oscura y no pudimos verle.

—¿Y qué pasó con él?

—Maldito borracho. Se cayó a un pozo y se ahogó. Nos ahorró tener que matarle e ir a parar a la cárcel.

Newt siempre había echado en falta a un padre, pero al oír a Sean hablar tan fríamente del suyo, el asunto cobraba una nueva luz. Después de todo, quizá no era tan desgraciado.

Cabalgaba alrededor del rebaño cuando Jake Spoon pasó junto a él, camino de Lonesome Dove.

—¿Vas al pueblo, Jake? —le preguntó.

—Sí, creo que sí.

No se detuvo para charlar; al instante se había perdido entre las sombras. Esto desmoralizó un poco a Newt porque Jake apenas había cruzado dos palabras con él desde su regreso. Tuvo que admitir que Jake no se interesaba demasiado por él, ni tampoco por los demás. Daba la impresión de que no le gustaba nada del equipo de Hat Creek.

Al oír las conversaciones, junto a la hoguera, Newt se enteró de que los vaqueros se sentían unánimemente hostiles a Jake por haber hecho que Lorena dejara de ser puta. Sabía que Dish estaba especialmente furioso, aunque Dish nunca decía gran cosa cuando los demás hombres hablaban de ella.

—¡Maldita sea! —exclamó Needle—. Solo ha habido una cosa que mereciera la pena hacer en esta frontera, y ahora ni siquiera esto se puede hacer.

—Pero un hombre tiene muchas mujeres para hacerlo en México —observó Bert—, y además más barato.

—Esto es lo que me gusta de ti, Bert —dijo Augustus mientras se tallaba un palillo de mezquite—. Tú eres un hombre práctico.

—No, lo que ocurre es que le gustan las putas morenas. —Mientras hablaba, Needle mantenía siempre una expresión grave y pocas veces cambiaba de expresión.

—Gus, he oído decir que a ti también te gustaba esa mujer —comentó Jasper Fant—. No lo habría sospechado de un hombre tan viejo como tú.

—Tú no sabes nada, Jasper —dijo Augustus—. La edad no apaga la necesidad de un hombre, sino el dinero. Por próspero que parezcas, no creo que sepas mucho de todo esto.

—No deberíamos hablar así delante de estos muchachos —advirtió Bert—. Dudo que alguno de ellos sepa lo que es un polvo, a menos que sea con una vaca.

Estalló una carcajada general.

—Estos jóvenes tendrán que esperar a que lleguemos a Ogallala —dijo Augustus—. Me han dicho que es la Sodoma de las llanuras.

—Si es peor que Fort Worth no puedo esperar a llegar. He oído decir que uno puede casarse con una puta por una semana, si uno se queda todo este tiempo en la ciudad —explicó Jasper.

—No importa el tiempo que nos quedemos. Os limpiaré a todos vosotros el sueldo de un año antes de que lleguemos tan lejos. Esta misma noche os ganaré uno o dos meses si alguien saca la baraja.

Fue lo único que faltaba para empezar una partida. A parte de contar historias y de hablar de putas, a Newt le parecía que lo que los vaqueros preferían ante todo era jugar a las cartas. Todas las noches, si había cuatro que no trabajaran, extendían una manta cerca de la hoguera y jugaban durante horas, empleando como dinero sus futuras pagas. Las deudas existentes eran tan complicadas que a Newt le entraba dolor de cabeza solo de pensar en ellas. Dish Boggett había ganado la silla a Jasper Fant, pero Dish le permitía guardarla y utilizarla.

—Un hombre tan imbécil como para apostar su silla es capaz de comer calabazas —sentenció Gus cuando se enteró de la apuesta.

—He comido quimbombó —respondió Jasper—, pero nunca he comido calabaza.

Hasta el momento, ni Newt ni los chicos Rainey o Spettle habían sido autorizados a jugar. Los hombres consideraban criminal arruinar a los muchachos al principio de su carrera. Pero a veces, cuando nadie utilizaba la baraja, Newt la cogía y él y los otros jugaban entre ellos. Sean O’Brien también participaba. Como ninguno de ellos tenía dinero, jugaban con piedras.

Sean había despertado la curiosidad de Newt por Irlanda. Sean aseguraba que allí la hierba era espesa como una alfombra. La descripción servía de poca cosa porque Newt jamás había visto una alfombra. El equipo de Hat Creek no poseía alfombras de ningún tipo, ni nada que fuera verde. A Newt le costaba imaginar un país totalmente cubierto de hierba verde.

—¿Qué hacéis en Irlanda? —preguntó Newt.

—Mayormente arrancamos patatas —respondió Sean.

—¿Pero no hay ni caballos ni vacas? —insistió Newt.

Sean lo pensó, pero solo podía recordar una docena de vacas por los alrededores de su pueblo, que estaba cerca del mar. Más de una noche fría había dormido junto a su vieja vaca lechera, pero imaginaba que si tratara de echarse junto a uno de los animales que en América llamaban vacas, la vaca estaría a cincuenta millas de distancia antes de que llegara a dormirse.

—Hay vacas —le contestó—, pero no en manadas. No hay sitio para tenerlas.

—¿Qué hacéis entonces con toda la hierba?

—Pues, nada. Crece.

A la mañana siguiente, mientras ayudaba a Deets y a Pea a encender los fuegos para marcar, Newt mencionó que Sean metía su vaca lechera dentro de casa y dormía. Deets se echó a reír al imaginar una vaca dentro de casa. Pea dejó de trabajar diez minutos mientras reflexionaba sobre ello. A Pea nunca le gustaba dar su opinión con prisas.

—No funcionaría con el capitán —comentó al fin, porque aquella era su opinión.

—¿Cuánto crees que tardaremos en llegar al Norte? —preguntó Newt a Deets, el experto en tiempos y distancias.

Aunque se había reído con lo de la vaca en casa, a Deets no se le veía tan animado como de costumbre, en los últimos días. Sentía que se acercaba un cambio. Abandonaban Lonesome Dove, donde la vida había sido tranquila y sosegada, y Deets no comprendía la razón del cambio. El capitán no era dado a decisiones precipitadas, pero a Deets se le antojaba precipitado el mero hecho de marcharse hacia el Norte. Normalmente, cuando pensaba en las decisiones del capitán, solía estar de acuerdo con él, pero esta vez se le hacía imposible. Se iba, claro, pero su mente estaba inquieta. Recordó una cosa que el capitán les había metido en la cabeza muchas veces durante sus años de rangers: que un buen principio hacía una buena campaña.

Ahora le parecía que el capitán se había olvidado de su propia regla. Jake Spoon había vuelto a casa un buen día, y al día siguiente el capitán estaba dispuesto a marchar, con un equipo que no era sino un grupo formado con prisas, mucho ganado salvaje, y caballos que en su mayoría no estaban domados. Además era casi abril, tarde para empezar a ir tan lejos. Conocía las llanuras en verano, y había visto lo deprisa que se secaban los pozos.

Deets tenía un mal presentimiento, la sensación de que iniciaban una marcha dura a un lugar lejano. Y ahora, el muchacho estaba demasiado excitado por la perspectiva para fijar su mente en el trabajo.

—Corta estos palos —le ordenó Deets—. Y no te preocupes por lo que tardemos. Creo que pasará el otoño antes de que lleguemos.

Deets vigiló al muchacho, preocupado de que se cortara el pie al intentar cortar los leños. Sabía cómo se maneja un hacha, pero se distraía al pensar en algo más. No dejaba de trabajar, pero trabajaba sin fijarse, pensando en otras cosas.

Pero él y Newt eran buenos amigos. El muchacho era joven y estaba lleno de esperanza, mientras que Deets era viejo y no esperaba nada. A veces Newt le hacía tantas preguntas que Deets terminaba por reírse. Era como una cisterna en la que caían las preguntas en lugar del agua. Deets contestaba algunas y otras no. No contaba a Newt todo lo que sabía. No le contaba que aunque la vida parecía fácil, seguía siendo complicada. A Deets le gustaba su trabajo, formar parte del equipo y que su nombre figurara en el letrero; pero frecuentemente estaba triste. Su principal felicidad consistía en sentarse por la noche con la espalda apoyada en el depósito del agua, contemplando el cielo y la luna cambiante.

Había conocido a muchos hombres que se habían volado la cabeza, y le dio mucho que pensar. Le pareció que probablemente no sabían encontrar suficiente felicidad solo mirando el cielo y la luna, para que les ayudara a soportar los momentos bajos que tiene todo el mundo.

El muchacho aún no conocía estas sensaciones. Era un buen chaval, tierno como las palomas grises que venían a picotear la gravilla detrás del granero. Se esforzaba por hacer bien cualquier trabajo que se le pidiera, y le preocupaba no saber si lo hacía suficientemente bien para satisfacer al capitán. Pero, claro, todo el equipo se preocupaba por lo mismo… Todos menos el señor Gus. El propio Deets había fallado alguna vez en muchos años y el descontento del capitán le había dolido como una herida.

—¡Vaya por Dios! —exclamó Pea—. Jake se ha vuelto a escapar. Se ve que no le gusta marcar.

—Al señor Jake lo que no le gusta es trabajar —dijo Deets riendo.

Newt siguió partiendo leña, un poco fastidiado por el hecho de que Jake tuviera tan mala reputación entre todo el mundo. Todos le consideraban un hombre que se saltaba sus obligaciones. El señor Gus trabajaba menos, pero nadie pensaba así de él. En opinión de Newt, era injusto. Jake acababa de regresar. Una vez descansado, tal vez se interesaría más por el trabajo.

Mientras reflexionaba en todo esto dio un golpe en falso con el hacha y un trozo de mezquite que intentaba partir salió disparado y casi le dio a Deets en la cabeza. Y así hubiera ocurrido si Deets no hubiera bajado rápidamente la cabeza. Newt estaba avergonzado. Cuando se le escapó el hacha, estaba pensando en Lorena. Se preguntaba cómo sería un día entero a su lado. ¿Se sentarían en el saloon jugando a las cartas, o qué? Como no había hablado nunca con ella era difícil imaginar lo que podían hacer un día entero, pero le gustaba pensarlo.

Deets no dijo nada, ni siquiera le dirigió una mirada de reproche a Newt, pero Newt seguía avergonzado. Había veces en que Deets casi parecía capaz de leer el pensamiento. ¿Qué pensaría si supiera que había estado pensando en Lorena?

Después recordó que Lorena era la mujer de Jake, y se esforzó por prestar más atención a la leña que cortaba.

Paloma solitaria
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