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A medida que el rebaño y el equipo de Hat Creek cabalgaban lentamente hacia Montana saliendo de las yermas llanuras de Wyoming, todos parecían creer que no solo dejaban atrás el calor y la sequía sino también la fealdad y el peligro. La llanura ondulante, en lugar de ser calcárea y de estar cubierta de salvia retorcida y reseca, se hallaba cubierta de hierba alta espesa y salpicada de flores amarillas. La ondulación de la llanura se hizo más amplia; la reverberación del calor que habían soportado todo el verano dio paso a un aire fresco de día, cortante por las mañanas y frío por la noche. Cabalgaron varios días junto a las montañas Bighorn, cuyas cumbres a veces quedaban ocultas por las nubes.
El frescor del aire parecía mejorar la visión de los hombres; empezaron a especular hasta cuántos kilómetros de distancia podía verse. La llanura se extendía ante ellos en dirección Norte. Vieron mucha caza, sobre todo ciervos y antílopes. Una vez divisaron un gran rebaño de alces y en dos ocasiones vieron pequeñas manadas de búfalos. No encontraron más osos, pero los osos pocas veces se apartaban de sus pensamientos.
Los vaqueros habían vivido durante meses bajo la gran cúpula del cielo, pero los cielos de Montana parecían más profundos que los de Texas o Nebraska. El azul y la profundidad disminuían la fuerza del sol, que a pesar de su inmensidad parecía más pequeño, y todo el cielo se volvía blanco a mediodía, como en el llano. Siempre se veía azul en algún lugar al Norte, con blancas nubes flotando en él como pétalos en un estanque.
Call había hablado poco desde la muerte de Deets, pero la belleza de las altas praderas, la abundancia de caza, la frialdad de las mañanas, acabó por levantarle los ánimos. Estaba claro que Jake Spoon, que había estado equivocado en muchas cosas, había tenido razón sobre Montana. Era un paraíso para los ganaderos, y ellos eran los únicos ganaderos que había en él. Los pastos parecían no tener límites hacia el Norte. Pero lo que resultaba raro es que no hubieran visto indios. Alguna vez se lo mencionaba a Augustus.
—Custer tampoco los había visto —comentó Augustus—. Hasta que lo cogieron. Ahora que ya estamos aquí, ¿nos vamos a quedar o piensas llevarnos al Norte hasta que nos encontremos con los osos polares?
—Pienso pararme, pero aún no —dijo Call—. Todavía no hemos cruzado el Yellowstone. Me gusta la idea de tener el primer rancho al norte del Yellowstone.
—Pero no eres ningún ranchero —observó Augustus.
—Ahora sí lo soy.
—No, tú eres un luchador —dijo Augustus—. Podíamos haber dejado estas malditas vacas en Texas. Las utilizaste como excusa para llegar aquí, sin estar interesado en ellas y sin necesitar una excusa. Creo que debemos dárselas a los indios cuando aparezcan.
—¿Regalarles a los indios tres mil vacas? —exclamó Call, furioso por la idea de su amigo—. ¿Por qué vamos a hacer tal cosa?
—Porque de lo contrario nos matarán. Para variar podríamos enfrentarnos a ellos en lugar de seguir sus traseros. ¿No estás aburrido?
—No pienso como tú —dijo Call—. Son nuestras. Las hemos traído. No voy a regalárselas a nadie.
—Echo de menos Texas y echo de menos el whisky —refunfuñó Augustus—. Ahora estamos en Montana y no hay quien nos diga qué será de nosotros.
—Miles City está por ahí cerca —dijo Call—. Podrás comprarte whisky.
—Sí, pero tendré que beberlo dentro —se lamentó Augustus—. Aquí hace frío.
Como para darle la razón, al día siguiente tuvieron una tormenta procedente de las Bighorns. Sopló un viento helado y nevó por la noche. Los hombres se envolvieron en sus mantas para calentarse. Por la mañana una fina capa de nieve cubría las praderas ante el asombro de todos. El chico Spettle quedó tan impresionado al despertarse y verla, que se negó a salir de sus mantas por miedo a lo que pudiera ocurrir. Se quedó echado con los ojos abiertos mirando la blancura. Solo cuando vio a los otros meterse en ella sin que les pasara nada, decidió levantarse.
Newt se había sentido muy intrigado por la nieve durante todo el camino, pero había perdido su chaquetón en algún lugar de Kansas, y ahora que la nieve había caído finalmente tenía demasiado frío para disfrutarla. Lo único que quería era volver a tener calor. Se había quitado las botas cuando se echó a dormir y la nieve se había fundido mojando sus calcetines. Sus botas eran demasiado ajustadas y resultaba prácticamente imposible ponérselas con calcetines húmedos. Se acercó al fuego, descalzo, esperando secar sus calcetines pero había muchos vaqueros alrededor del fuego y no consiguió ponerse en primera fila.
Pea Eye había cogido un puñado de nieve y se la estaba comiendo. Los hermanos Rainey habían hecho bolas, pero los vaqueros estaban entumecidos y muertos de frío y tenían aspecto amenazador, así que se limitaron a echárselas mutuamente.
—La nieve tiene gusto a granizo, pero es más blanda —observó Pea Eye.
En ese momento apareció el sol brillando con fuerza en las blancas llanuras tanto que algunos hombres tuvieron que resguardarse los ojos. Newt consiguió al fin un lugar junto al fuego, pero para entonces el capitán estaba impaciente por ponerse en marcha y no logró secarse los calcetines. Intentó calzarse, pero sin suerte hasta que Po Campo se dio cuenta del problema y se le acercó con un poco de harina con la que le espolvoreó las botas.
—Esto te ayudará —le dijo y tenía razón, aunque lo de calzarse las botas seguía siendo difícil.
El sol no tardó en fundir la nieve y durante la semana siguiente los días siguieron siendo calurosos. Po Campo anduvo todo el tiempo tras de la carreta seguido por los cerdos, que se metían por entre la hierba como topos; el espectáculo divertía a los vaqueros aunque Augustus tuvo miedo de que los cerdos se despistaran y se perdieran.
—Deberíamos dejar que viajaran en la carreta —sugirió a Call.
—No veo por qué.
—Bueno, han hecho historia —le hizo notar Augustus.
—¿Cuándo? —exclamó Call—. No me he dado cuenta.
—Son los primeros cerdos que han ido andando desde Texas a Montana. Y esto es toda una hazaña entre cerdos.
—¿Y qué ganarán con esto? Se los comerá un oso si no tienen cuidado; nos los comeremos nosotros si lo tienen. Habrán recorrido un largo camino para nada.
—Sí, y lo mismo reza para nosotros —respondió Augustus irritado porque su amigo apreciaba tan poco a sus cerdos.
Con Deets muerto, Augustus y Call alternaban el trabajo de explorador. Newt se quedó un día totalmente sorprendido cuando Augustus le pidió que fuera con él. Por la mañana vieron a un oso pardo, pero este se encontraba a contra viento y no les olió. Era un día precioso, sin una nube en el cielo. Augustus cabalgaba con su gran rifle atravesado en la silla y estaba de magnífico humor. Se adelantaron al rebaño unos veinte kilómetros o más, pero cuando se detuvieron para mirar hacia atrás todavía podían ver el ganado, como motitas negras en medio de la llanura, con el horizonte del Sur todavía lejos detrás de ellos.
—Nunca pensé que pudiera ir tan lejos —comentó Newt.
—Sorprendente, ¿verdad? Esta Montana es un país especial. Somos un grupo afortunado. No hay nada mejor que esto, aunque, no se te ocurra decir a tu padre que lo he dicho yo.
Newt pensó que aquella debía ser una de las muchas bromas del señor Gus: aparentar que el capitán era su padre.
—Me gustaría que Woodrow siguiera creyendo que ha causado un montón de problemas. No quiero que se me ponga ufano. Pero no hubiera querido perderme esto por nada del mundo. No se me ocurre nada mejor que montar un buen caballo en un país nuevo. Esto es exactamente a lo que estaba predestinado, y Woodrow también.
—¿Cree que veremos indios? —preguntó Newt.
—Puedes estar seguro. Quién sabe, a lo mejor esta tarde estaremos todos muertos. Esto es lo que ocurre en un país salvaje; tiene sus peligros, lo cual forma parte de su belleza. Claro que esta tierra siempre ha sido de los indios. Para ellos no tiene precio porque es antigua. Para nosotros es emocionante porque es nueva.
Newt se dio cuenta de que el señor Gus tenía un brillo especial en los ojos. Su cabello blanco casi le llegaba a los hombros. No había nadie que pareciera disfrutar tanto con todo como el señor Gus.
—Claro que también están las mujeres —continuó Augustus—. Me encantan. Pero todavía no he encontrado a una que pudiera retenerme lejos de esta oportunidad. Las mujeres son criaturas persistentes y tratan de encadenarte. Pero si sigues moviéndote sueles encontrarlas cerca del lugar donde las dejaste…, bueno, la mayoría.
—¿De verdad sabe quién es mi padre? —El señor Gus se mostraba tan amistoso que Newt pensó que podía preguntárselo.
—Tu padre es Woodrow Call, hijo —respondió Augustus con toda naturalidad.
Por primera vez Newt creyó que podía ser verdad, aunque resultara de lo más desconcertante.
—Pero nunca me lo dijo —objetó. El enterarse no resolvía gran cosa. En realidad solo creaba problemas nuevos porque si el capitán era su padre, ¿por qué no se lo había dicho?
—Es un problema sutil —dijo Augustus.
Newt pensó que la respuesta no le servía de gran cosa, sobre todo porque no sabía qué quería decir sutil.
—Me parece que hubiera debido decírmelo —murmuró. No quería criticar al capitán, sobre todo estando con el señor Gus que era el único hombre que criticaba al capitán.
—Decírtelo no entra en su modo de ser. Woodrow no menciona nada que pueda evitar mencionar. No se le puede considerar un hablador.
Newt encontraba todo aquello muy desconcertante. Si el capitán era su padre, eso significaba que debió conocer a su madre, aunque tampoco la había mencionado nunca. Recordaba la infinidad de veces que había soñado despierto que el capitán era su padre y que se lo llevaría para hacer largos viajes.
En cierto modo, ahora el sueño se había hecho realidad. El capitán se lo había llevado en un largo viaje. Pero en lugar de sentirse orgulloso y feliz, se sentía abandonado y confuso. Si era verdad, ¿por qué habían tardado tanto en decírselo? Deets nunca lo había mencionado. Pea Eye jamás lo había mencionado. Y lo peor de todo, su madre tampoco lo había mencionado. Era pequeño cuando ella murió, pero no tan pequeño que no pudiera recordar algo tan importante. Aún recordaba algunas de las canciones que le había cantado; se hubiera acordado de quién era su padre. Mientras cabalgaba junto al señor Gus durante varios kilómetros, pensó que aquello no tenía sentido y fue dándole vueltas en silencio.
—¿Me pidió que lo acompañara para decírmelo? —preguntó Newt por fin.
—Sí —admitió Augustus.
Newt sabía que debía darle las gracias, pero no estaba de humor para agradecer nada a nadie. La información recibida parecía hacer su vida más desconcertante. Estropeaba todo lo bueno que había sentido, gran parte de su vida…, no solo por su madre, sino por el capitán y el equipo de Hat Creek en conjunto.
—Ya sé que es una noticia tardía. Pero como Woodrow es tan reservado creí que debía decírtelo. Nunca se sabe lo que puede ocurrir.
—Ojalá lo hubiera sabido antes. —Era de lo único que Newt estaba seguro.
—Sí, claro que sí. Hubiera debido hablarlo antes contigo, pero era realmente Woodrow el que debía hacerlo y yo esperaba que lo hiciera, aunque sabía que no lo haría.
—¿Es que no me quiere? —preguntó Newt. Sentía una gran nostalgia de Texas. La noticia, tal como le había llegado, le quitaba la ilusión por Montana.
—No —respondió Augustus—. Lo que debes comprender es que Woodrow Call es un hombre peculiar. Le gusta pensar que las cosas son de cierto modo. Le gusta pensar que todo el mundo cumple con su deber, especialmente él. Le gusta creer que la gente vive para el deber; no sé lo que le hizo empezar a pensar así. No es tonto. Sabe perfectamente que la gente no vive para el deber. Pero no quiere admitirlo ante nadie, si puede evitarlo, y sobre todo no quería admitirlo para sí.
Newt comprendió que el señor Gus se esforzaba por explicárselo, pero era inútil. Por lo que él sabía, el capitán vivía para el deber. ¿Qué tenía todo esto que ver con que el capitán fuera su padre?
—A Woodrow no le gusta admitir que es como el resto de los mortales —explicó Augustus dándose cuenta de la perplejidad del muchacho.
—Es que no lo es —dijo Newt. Era evidente que el capitán nunca se comportaba como los demás.
—En efecto, no lo es —afirmó Augustus—. Pero una vez tuvo oportunidad de serlo. Se volvió de espaldas a la oportunidad y ahora no se decide a admitir que eligió mal. Antes se mataría. Tiene que esforzarse por seguir actuando de acuerdo con lo que cree que es, y tiene que sacar la conclusión de que siempre ha sido así. Por eso no ha reconocido que es tu padre.
Pronto volvieron grupas y se dirigieron hacia el rebaño.
—Es curioso —comentó Augustus—. Yo conocí a mi padre. Era un caballero. No hacía otra cosa que criar caballos y perros de caza y beber whisky. No me pegó un cachete en toda su vida, ni me alzó la voz. Bebía whisky todas las noches y decepcionaba a mi madre, pero mis dos hermanas le adoraban como si fuera el único hombre. A decir verdad, una de ellas es ahora una solterona porque no encontró a nadie como mi padre. Pero lo cierto es que mi padre nunca me interesó. Salí de aquella casa cuando tenía trece años y aún no me he parado. Mi padre me tenía absolutamente sin cuidado. Me di cuenta de que los caballos y los perros de caza resultan aburridos si uno intenta hacer de ellos su vida. Supongo que habría destrozado todos los matrimonios del Condado si llego a quedarme en Tennessee. O hubiera muerto en un duelo.
Newt comprendía que el señor Gus se esforzaba en ser amable con él, pero no le escuchaba. Gran parte de su vida había pensado en quién podía ser su padre y dónde podría estar. Creía que saberlo le tranquilizaría. Pero ahora lo sabía y no estaba tranquilo. Algo en todo ello era excitante: era el hijo del capitán Call… Pero más que nada resultaba triste. Agradeció que el señor Gus pusiera los caballos a galope, así no tendría que pensar tanto. Galoparon a través de la llanura cubierta de hierba en dirección al ganado que se veía a lo lejos. Las reses parecían tan pequeñas como hormigas.