22

Aquel atardecer, mientras los muchachos estaban sentados alrededor del fuego de Bolívar, para cenar, Augustus levantó la mirada del plato y vio a Jake y Lorena cabalgando hacia el campamento. Iban montados en dos buenos caballos y llevaban otro de carga. Lo más sorprendente era que Lorena llevaba pantalones. Por más que se esforzara, no recordaba haber visto jamás una mujer con pantalones, y se tenía por hombre de experiencia. Call estaba de espaldas y no les había visto, pero algunos de los hombres sí. La visión de una mujer con pantalones les asustaba tanto que no sabían dónde poner los ojos. La mayoría se concentraron en las alubias de sus platos. Dish Boggett se puso blanco como una sábana, se levantó sin decir palabra a nadie, cogió su caballo y fue en busca del rebaño, que estaba desparramado por el valle.

La huida de Dish fue lo que llamó la atención de Call. Miró a su alrededor y vio acercarse a la pareja.

—Tenemos que agradecértelo a ti —le espetó a Gus.

—Confieso que estuve inspirado —asintió Augustus.

Sabía que su amigo estaba furioso por dentro, pero para él aquella visita podía proporcionar cierta diversión. Y últimamente no había habido mucha. Lo único que les había hecho reír fue cuando Allen O’Brien fue lanzado por un caballo salvaje sobre un cacto. Cuando salió de él tenía incluso pinchos en la barba.

Pero este era un incidente normal, porque los caballos eran impredecibles y los cactos abundantes.

Una mujer en pantalones era algo realmente inusitado. Jake llegó hasta la hoguera, aunque Augustus deducía de su actitud que estaba nervioso.

—Hola, muchachos —saludó—. ¿Os importa darnos de comer?

—Claro que no, eres tan bienvenido aquí como el dinero, Jake —le contestó Augustus—. Y tú también, Lorie.

Call observaba en silencio, incapaz de decidir con quién estaba más furioso, si con Gus o con Jake. Claro que este sabía sobradamente que no debe llevarse a una mujer a un campamento de ganado. Ya resultaba difícil mantener a los hombres tranquilos y en paz sin tener además a una mujer sobre la que discutir.

—Woodrow, supongo que conoces a Lorie —presentó Jake, aunque sabía que no era así. El silencio de Call le ponía siempre nervioso.

—No nos conocemos —dijo Call tocándose el ala del sombrero y sin mirar a la mujer. No quería enfadarse con Jake delante de los demás hombres, y todos salvo Dish y los dos chicos Rainey estaban presentes y relajados cenando. O por lo menos habían estado relajados. Ahora estaban sentados, tiesos como si se encontraran en la iglesia. Algunos parecían paralizados. Por unos minutos lo único que se oyó en el campamento fue el tintineo de un bocado cuando el caballo de la mujer agitó la cabeza.

Augustus se acercó para ayudar a Lorena a desmontar. El aspecto de todos los muchachos sentados como estatuas le hacía sentir ganas de reír. La inesperada aparición de un comanche no les habría afectado tanto.

Reconoció la yegua parda que montaba Lorie por haber pertenecido a Mary Pumphrey, la joven viuda.

—Nunca hubiera creído que Mary cediera su yegua —comentó.

—Jake la compró —respondió Lorena, agradecida de que Gus la hubiera ayudado a desmontar. Jake ni siquiera la había mirado desde que llegaron al campamento. Nunca había visto tan de cerca al capitán Call, pero se dio cuenta de que inquietaba a Jake.

La deprimió un poco ver que dependía de la cortesía de Gus desde el primer momento. La acompañó junto al fuego y se preocupó de que le llenaran el plato, todo esto sin dejar de hablarle, sobre todo de las buenas cualidades de la yegua de los Pumphrey. Jake fue tras ellos y consiguió comida, pero se mantuvo en silencio.

De todas formas, Lorie encontraba que la cabalgada desde Lonesome Dove había sido muy buena. No había vuelto a ver a Xavier. El «Dry Bean» estaba vacío cuando hicieron los preparativos. Lo de los pantalones había sido idea de Jake. Había conocido una mujer que iba con los mulateros, en Montana, que también llevaba pantalones.

Mientras Jake iba arreglando el caballo de carga, Lippy salió a la entrada del saloon y agitó el labio una vez más.

—No te descubrí, Lorie —le dijo. También parecía estar a punto de llorar.

«Solo falta que llores ahora», pensó la joven. Él se quitó el bombín y le estuvo dando vueltas entre las manos hasta que la puso nerviosa.

—Tendrás que perdonar el rancho —se excusó Augustus—. Bol ha aprendido a sazonar, pero no ha aprendido a cocinar.

Bolívar descansaba cómodamente contra la rueda de la carreta y no hizo caso de la pulla. Estaba dándole vueltas a la idea de si quedarse o largarse. No le gustaba viajar. La sola idea le hacía sentirse desgraciado. Pero cuando iba a casa, a México, también se sentía desgraciado, porque decepcionaba a su mujer y se lo hacía sentir todos los días. Nunca había estado demasiado seguro de lo que ella quería, después de todo sus hijas eran bellísimas, pero fuera lo que fuera, no había conseguido proporcionárselo. Sus hijas eran su deleite, pero pronto todas estarían casadas y se marcharían, dejándole sin protección junto a su mujer. Si se iba a casa, probablemente la mataría. Una vez había matado un caballo fastidioso sobre el que estaba sentado. A veces la paciencia de un hombre salta. Disparó al caballo entre las orejas y luego tuvo dificultades para quitarle la silla, cuando se desplomó. Probablemente mataría a su mujer del mismo modo… si se iba a casa. Muchas veces había sentido la tentación de disparar contra alguno de los miembros del equipo de Hat Creek, pero de haberlo hecho le habrían disparado a él inmediatamente. Cada día pensaba en irse a casa, pero no lo hacía. Era más fácil quedarse y trocear unas cuantas serpientes para la olla que tener que escuchar las lamentaciones de su mujer.

Así que se quedaba, día tras día, sin fijarse en nada de lo que se decía. Esto de por sí ya era un lujo que no hubiera podido disfrutar en casa, porque una mujer decepcionada no es fácil de ignorar.

Jake comía sin fijarse en la comida, deseando no haber puesto jamás los pies en Lonesome Dove. No iba a ser ningún placer viajar hacia el Norte si Call se mostraba tan descontento. Tenía la intención de hablar a solas y tranquilamente con Call, pero en realidad no se le ocurrían las palabras. Los silencios de Call le hacían perder el control de sus pensamientos, algunos de los cuales eran, a su parecer, pensamientos perfectamente buenos.

Mientras comían fue oscureciendo. Sean O’Brien, en la otra punta de la manada, empezó a cantar una canción nocturna, una melodía irlandesa cuyas palabras no podían llegar hasta la gran llanura donde descansaba el ganado. Pero la melodía sí llegaba; a Newt le producía ganas de llorar. Estaba sentado, tieso, a pocos pasos de Lorena. Por primera vez le estaba mirando de cerca, casi sin atreverse, y sin embargo sintiéndose seguro debido a la oscuridad. Era más hermosa de lo que había imaginado, pero no parecía feliz. Darse cuenta de su infelicidad le producía una sensación dolorosa, y la canción la acrecentaba. Sus ojos se empañaron. No le sorprendía que Sean llorara tanto, pensó Newt; sus canciones daban ganas de llorar aunque no pudiera comprender las palabras.

—Este es un rebaño feliz —comentó Gus.

—¿Y eso…? —preguntó Jake algo picado.

En ciertos estados de ánimo podía soportar la charla de Gus, pero en otros momentos el mero sonido de su voz le hacía desear sacar el arma y disparar contra él. Era una voz fuerte cuyo sonido te impedía pensar, cuando ya no era fácil pensar. Pero lo más molesto era que Gus siempre parecía animoso, como si no hubiera problemas en el mundo que pudieran afectarle. A veces, cuando la vida parecía llena de problemas, la visión de Gus, al que nada de lo que le rodeaba parecía afectarle, era difícil de soportar.

—Pues porque es el único rebaño en marcha que tiene dos barítonos irlandeses para que le canten —explicó Augustus.

—Canta demasiado triste —dijo Needle Nelson porque la voz de Sean le afectaba tanto como a Newt. Le hacía pensar en su madre, que había muerto cuando él tenía ocho años, y también en una hermanita a la que quería mucho y que había sucumbido, cuando solo contaba cuatro años, a unas fiebres.

—Es la naturaleza irlandesa —observó Augustus.

—No, es solo Sean —intervino Allen O’Brien—, que es un llorón.

Call se les acercó. Sentía la necesidad de saber qué se proponía hacer Jake.

—Bueno, Jake, ¿ya has hecho tus planes? —le preguntó con tanta gravedad como pudo.

—Hemos decidido probar nuestra suerte en Denver, de momento. Creo que a los dos nos vendrá bien el fresco.

—Es un camino duro —observó Call.

—¿Por qué se lo cuentas a Jake? —preguntó Augustus—. Es un hombre que ha viajado y que no se arredra por las dificultades. Los colchones de pluma son su estilo.

Lo había dicho con descarada ironía, porque los colchones de pluma eran precisamente el estilo de Jake, pero la conversación se llevaba con tanta solemnidad que la gracia de Gus pasó inadvertida.

—En cierto modo habíamos esperado seguir con vosotros —dijo Jake con la vista baja—. Montaremos nuestro propio campamento para no entorpeceros. Yo podría ayudar un poco si las cosas se ponen difíciles. El agua podría escasear cuando lleguemos a las llanuras.

—Si el agua me gustara más supongo que me habría quedado en el barco fluvial y vosotros os habríais perdido una conversación de categoría a lo largo de los años.

—He estado diez años de mi vida oyéndote hablar —saltó Jake.

—Esta noche, Jake, estás amargado —observó tranquilamente Augustus—. Supongo que el tener que abandonar las ganancias fáciles de aquí te ha trastornado.

Pea Eye estaba afilando cuidadosamente su cuchillo en la suela de una de sus botas. Aunque por lo que deducía estaban perfectamente seguros, Pea había vuelto a soñar con el enorme indio cuya ferocidad había atormentado su sueño durante años. Los sueños habían sido tan malos que ya había empezado a dormir con el cuchillo desfundado en la mano, para acostumbrarse a él cuando llegaran a territorio indio. Esta preocupación causaba ciertos problemas a los jóvenes vaqueros que tenían que despertarle para el turno de vigilancia nocturna. Corrían el riesgo de ser apuñalados, un peligro que turbaba especialmente a Jasper Fant. Jasper era sensible al peligro. Generalmente decidía despertar a Pea dándole una patada a uno de sus pies, aunque tampoco eso era realmente seguro. Pea era alto y en cualquier momento podía ponerse en pie de un salto y atacar. Jasper había llegado a la conclusión de que el mejor medio era lanzarle piedrecitas, aunque semejante prudencia solo servía para ganarse las burlas del resto de los hombres.

—Yo no hubiera querido perderme tu conversación, Gus —dijo Pea, aunque no podía recordar ni una sola cosa de las que Gus había contado a lo largo de los años. Pero sí recordaba que, noche tras noche, se había adormecido con la voz de Gus.

—Yo estoy listo para empezar, si es que vamos a empezar —observó Augustus—. Tenemos ganado suficiente para abastecer cinco ranchos.

Call sabía que aquello era cierto pero encontraba difícil resistirse a cabalgar a México unas noches más para añadir más ganado. Ahora, sin tener que habérselas con Pedro, era fácil de conseguir.

—Es una lástima que te hayas vuelto tan independiente, Jake. Si vinieras con nosotros aún podrías ser un rico ganadero.

—Prefiero ser pobre a mascar polvo —le respondió Jake levantándose.

Lorie también se levantó. Sentía que le volvía el humor silencioso. Lo que se lo provocó fueron los hombres mirándola, haciendo como que no la miraban. Muy pocos fueron lo suficientemente atrevidos para mirarla abiertamente. Tenían que ser solapados. Encontrarse entre ellos en el campamento era peor que en el saloon, donde por lo menos tenía su habitación. En el campamento no podía hacer otra cosa que seguir sentada y oír sin escuchar las conversaciones.

—Intentaremos encontrar una loma para acampar —explicó Jake—. Será mejor que estemos por encima de estas bestias malolientes.

—Jake, te has vuelto tan remilgado que deberías haberte hecho barbero —saltó Augustus—. Así podrías oler a brillantina y agua de colonia todo el día.

Se acercó y ayudó a Lorena a montar. La yegua parda estaba inquieta y volvía continuamente la cabeza.

—Todavía estoy a tiempo de hacerme barbero —dijo Jake molesto porque Gus había vuelto a ayudar a Lorie. Tendría que aprender a montar sola con tantos centenares de millas como tenía por delante.

—Esperamos veros de nuevo para el desayuno. Se sirve una hora antes de que salga el sol. A Woodrow Call le gusta aprovechar la jornada, como debes recordar —observó Augustus.

—Nosotros vamos a encargar al hotel el desayuno —contestó Jake sarcástico, espoleando el caballo.

Call, fastidiado, observó cómo se iba. Augustus se rio entre dientes.

—Ni siquiera tú puedes impedir que ocurran este tipo de cosas, Call. Jake solo puede ser controlado hasta cierto punto, y Lorie es una mujer. A ella no se la puede controlar.

Call no tenía ganas de discutirlo. Recogió su «Henry» y se alejó del círculo iluminado por la hoguera para estar unos minutos a solas. Al pasar detrás de la carreta tropezó con Newt, que evidentemente se había aguantado mientras la mujer estuvo en el campamento y que ahora se había alejado para descargar aguas.

—Perdón, capitán —balbució.

—Deberías ir a buscar a Dish —dijo Call—. No entiendo por qué se marchó. No es su turno. Creo que saldremos mañana. No podemos llevarnos todo el ganado de México.

Permaneció un momento silencioso. Se le habían ido las ganas de aislarse.

Newt parecía sorprendido. El capitán nunca había compartido sus decisiones con él, y sin embargo parecía que acababa de tomar la firme decisión de emprender la marcha allí mismo, detrás de la carreta.

—Capitán —preguntó—, ¿está muy lejos el Norte?

Era algo que no podía dejar de pensar, y como el capitán no se había alejado, la pregunta le salió casi involuntariamente.

Al momento se sintió como un tonto por haberla formulado.

—Me figuro que debe ser muy grande, arriba, al Norte —dijo, como queriendo evitar al capitán la necesidad de contestar.

Call pensó que hubiera debido educar mejor al muchacho. Parecía creer que el Norte era un lugar, no solo una dirección. Este era otro de los fallos de Gus… Se consideraba un gran educador y pocas veces decía a la gente lo que precisaba saber.

—Está mucho más lejos de lo que tú conoces —explicó Call dudando de que el muchacho hubiera estado en alguna parte. Probablemente el lugar más lejano al que lo habían llevado era Pickles Gap.

—Oh, he estado en el Norte —dijo Newt no queriendo que el capitán creyera que no tenía práctica de viajes—. He estado al Norte, hasta San Antonio, ¿recuerda?

Call lo recordó entonces; Deets se lo había llevado una vez.

—A donde vamos está muchísimo más lejos.

Paloma solitaria
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