73
Tan pronto como tuvo el rebaño instalado, Dish decidió ir a ver si podía hacer algo por Lorena. Habían pasado meses desde aquella tarde en Lonesome Dove cuando se emborrachó de aquel modo, y en todo este tiempo ni siquiera había hablado con ella. Había perdido práctica, aunque en realidad no había tenido práctica, y no por culpa suya. Hubiera hablado alegremente con Lorena todo el día y toda la noche, pero ella no lo quiso y nunca intercambiaron más que escasas palabras. Su corazón latía con fuerza cuando se acercó a su tienda y sentía más miedo que si se dispusiera a cruzar un río caudaloso.
Gus había montado la tienda antes de irse, pero era hora de cenar, así que Dish llenó un plato de carne para la cena de Lorena. Tomaba tan en serio sus responsabilidades que trató de elegir el mejor trozo, entorpeciendo así la cola e irritando a los hombres, ninguno de los cuales estaba nada impresionado con sus responsabilidades.
—Esa chica no necesita comer, puede comerte si tiene hambre, Dish —le dijo Jasper—. Creo que una mujer como ella se te tragaría en tres bocados.
Dish se sulfuró por las palabras y el tono de Jasper, pero llevaba el plato en la mano y no estaba en situación de pelear.
—Te arreglaré las cuentas cuando vuelva, Jasper —le dijo—. Llevas demasiado tiempo provocándome.
—Será mejor que eches a correr hacia la frontera, Jas —se burló Soupy Jones—. Con un tío como Dish detrás de ti no tendrás ninguna oportunidad.
Dish tuvo que montar sosteniendo el plato, lo que resultaba difícil, pero nadie se ofreció a ayudarle.
—¿Por qué no vas andando? —le sugirió Po Campo—. La tienda no está muy lejos.
Era cierto, pero Dish prefería cabalgar y así lo hizo, consiguiendo no derramar nada de la comida de Lorena. Estaba sentada dentro de la tienda, pero con la cortina levantada.
—He traído algo de comer —le dijo sin bajar del caballo.
—No tengo hambre. Esperaré a que vuelva Gus.
A Dish le pareció que su tono seguía tan resentido como siempre. Se sintió idiota montado a caballo con un plato de carne en las manos, así que echó pie a tierra.
—Gus ha ido tras los cuatreros —le explicó—. Puede que tarde uno o más días. Me encargó que cuidara de ti.
—Envía a Newt —le pidió Lorena.
—Él también se fue.
Lorena salió un momento de la tienda y recogió el plato. Dish se sentía paralizado por la emoción de tenerla cerca después de tantos meses. Pero ella volvió a entrar en la tienda.
—No es necesario que te quedes. Estaré bien.
—Mañana por la mañana te ayudaré con la tienda. El capitán dijo que nos dirigiéramos hacia el Norte.
Lorena no contestó; bajó la cortina de la tienda.
Dish volvió a pie hacia la hoguera del campamento, pero se detuvo a mitad de camino y amarró el caballo. No quiso volver, ni siquiera para comer, porque si lo hacía tendría que pegarse con Jasper Fant. Había caído la tarde, pero con gran irritación por su parte Lippy le vio y se le acercó.
—Qué, ¿la has visto bien? —preguntó Lippy.
—Pues sí. Fui a llevarle la cena, si no te parece mal.
—¿Sigue siendo tan hermosa? —insistió Lippy recordando los días que habían pasado juntos en el «Dry Bean», cuando ella bajaba a mediodía. Él y Xavier la esperaban y se sentían mejor con solo verla bajar la escalera.
—Pues sí —contestó Dish sin ganas de conversar, aunque por lo menos Lippy había hablado respetuosamente.
—¡Vaya con Gus, quedándose con ella! —comentó Lippy—. Gus es muy ladino con las mujeres.
—Me gustaría saber lo que quieres decir con esto —dijo Dish.
—Le he visto engañarla una vez. —Y Lippy recordó la extraordinaria apuesta que había presenciado—. Ofreció jugarse un polvo a las cartas y ganó. Y además le pagó cincuenta dólares. Y a mí me pagó diez para que no se lo contara a Jake. Pero no me pagó para que no te lo dijera a ti —añadió Lippy. De pronto se le ocurrió que Gus podría creer que había roto el acuerdo.
—¿Cincuenta dólares? —repitió Dish sinceramente asombrado. Nunca había oído semejante extravagancia en toda su vida—. ¿Y se los pagó?
—Bueno, a mí me dio los diez. Supongo que a Lorie también le daría los cincuenta. Gus no es tacaño. Lo único que le pasa es que está loco.
Dish recordó la noche anterior a cuando se contrató con el equipo de Hat Creek, cuando Gus le prestó dos dólares para lo mismo que a él le había costado cincuenta. No había quien le entendiera.
—No deberías haberte ido de la lengua —le reprochó a Lippy.
—No se lo he dicho a nadie más —le aseguró Lippy, que también comprendía que no debió haber hablado.
Lippy no tardó en volver a la carreta, pesaroso de su propia indiscreción, pero no antes de asegurar a Dish que no se lo contaría a nadie más.
Dish desensilló el caballo y sacó su rollo de mantas. Toda la noche la pasó tendido en ellas, con la cabeza apoyada en la silla, pensando en Lorie, preguntándose si algún día le llegaría su oportunidad.
El cielo de Kansas estaba tachonado de estrellas. Escuchó las canciones tristes del irlandés que parecían calmar al ganado. Pasó toda la noche pensando en la mujer que estaba en la tienda, imaginando cosas que podrían ocurrir cuando finalmente llegaran a Montana y se terminara la marcha. No durmió, ni quiso dormir, porque no sabía si tendría la suerte de pasar otra noche tan cerca de ella. Su caballo pastaba cerca de él, porque la hierba era buena y por la mañana se quedaba mojada por el rocío.
Dish ensilló un poco antes de la salida del sol y cabalgó para echar un vistazo al rebaño, que estaba tranquilo. Luego fue a la carreta pasando de Jasper y de Soupy, que estaban tan insolentes como siempre. Quería darles una lección, pero no disponía de tiempo. Había que poner el ganado en marcha y alguien debía de estar en cabeza. Era un problema complicado porque no podía ayudar a Lorie y encabezar el rebaño al mismo tiempo. Llenó un plato para Lorena y cogió un pedazo de tocino para él.
—Miradle, le lleva el desayuno —rezongó Jasper—. Dish, eres tan bueno sirviendo comida que deberías trabajar en un hotel.
Dish hizo caso omiso de la pulla y caminó hasta la tienda con el plato de comida. Esperaba que Lorena se mostrara habladora. Toda la noche, mientras estuvo despierto, había pensado en las cosas que podría decirle, cosas que le harían comprender lo mucho que la amaba o que la convencerían de lo feliz que podría hacerla. Si consiguiera que le hablara cinco minutos podría tener la oportunidad de hacer que todo cambiara.
Pero cuando estuvo junto a la tienda, Lorena ya le esperaba fuera, abrochándose la camisa. Dish se ruborizó temeroso de haberlo estropeado todo acercándose en mal momento. Todas las palabras que había ensayado por la noche se le borraron.
—Te he traído el desayuno —pudo decir solamente.
Lorena se dio cuenta de que estaba turbado, aunque solo le faltaba abrochar el último botón de su camisa. Fue solamente un segundo embarazoso, pero le trajo recuerdos de su vida pasada y le hizo pensar en cómo se distraía turbando a los hombres. Podían pagarla, pero no conseguían cobrarse su turbación. Solo tenía que mirarles a los ojos para que ocurriera…, era su venganza. No le sirvió con Gus, pero había poquísima gente como Gus.
—Desmontaré la tienda mientras comes —dijo Dish.
Lorena se sentó sobre su silla para comer. Dish tardó solo unos minutos en plegar la tienda y llevarla a la carreta. Luego regresó y le ensilló el caballo.
—Tengo que cabalgar en cabeza —le advirtió—. Sigue junto a la carreta. Lippy y el cocinero se ocuparán de ti. Si necesitas algo, mándame llamar.
—Necesito a Gus. Ojalá no se hubiera ido. ¿Volverá?
—¡Pues claro que volverá! —le aseguró Dish. Era lo más amistoso que jamás le había dicho ella, aunque era sobre Gus.
—A veces me coge el temblor —le confesó—. Gus sabe por qué. Espero que esté de vuelta esta noche.
—Todo depende de la delantera que lleven los cuatreros —observó Dish.
Pasó el día y no hubo señales de Gus. Lorena cabalgó junto a la carreta. Lippy volvía constantemente la cabeza y la miraba como si jamás la hubiera visto. Casi todas las veces que lo hizo se tocó el sombrero, que aún estaba más sucio que cuando trabajaba en el saloon. Lorena no le hizo el menor caso… Recordaba que siempre había intentado mirar por debajo de sus faldas cuando bajaba la escalera. Cabalgaba simplemente, vigilando el horizonte por si regresaba Gus. Pero el horizonte relucía de tal modo que hubiera sido muy difícil poder ver a Gus.
A mediodía cruzaron un riachuelo. A lo largo de la orilla había unas matas. Lorena no les hizo el menor caso, pero Po Campo sí. Cuando el rebaño volvió a ponerse en marcha, Po se le acercó con un saco lleno de ciruelas silvestres.
—Estas ciruelas son dulces —le dijo dándole unas cuantas.
Desmontó y se comió las ciruelas, que eran realmente dulces. Luego se acercó al agua y se lavó la cara. El agua era verde y fría.
—Agua de nieve —explicó Po Campo.
—No veo la nieve.
—Viene por allá —señaló Po Campo, indicando el Oeste—. De aquellas montañas que no puede ver.
Lorena miró, pero solo pudo ver el llano color de tierra. Comió unas cuantas ciruelas más.
—También he encontrado cebollas —le explicó Po—. Ha sido una suerte. Las pondré con las alubias.
«Ojalá encontraras a Gus», pensó, pero naturalmente aquello era imposible. Cabalgaron hasta la puesta del sol, pero Gus no volvía. Poco después de instalar al ganado, vino Dish y le montó la pequeña tienda. Por la cara de Lorena comprendió que estaba triste. Había desensillado y estaba sentada sobre la hierba, junto a su silla. Le daba pena verla con expresión tan triste y solitaria. Trató de pensar en algo que pudiera animarla, pero de nuevo se encontró sin palabras. Siempre parecían abandonarle cuando más las necesitaba.
—Me imagino que los cuatreros debían llevarles una buena delantera.
—Podría estar muerto —suspiró Lorena.
—No, Gus no —aseguró Dish—. Tiene mucha experiencia con ladrones de caballos. Además lleva al capitán con él. Son luchadores expertos.
Lorena lo sabía. Había visto a Gus matando a los kiowas y a los cazadores de búfalos… Pero no conseguía calmar sus temores. Tendría que pasar toda la noche en la tienda, preocupándose. Una bala podía alcanzar a cualquiera…, incluso a Gus. Si no volvía perdería toda esperanza de protección.
—Bueno, yo te ayudaré siempre, si me dejas. Haré cualquier cosa por ti, Lorie.
Lorena ya lo sabía, pero no quería que él hiciera nada por ella. No le contestó ni comió. Se metió en su tienda y se pasó la noche despierta mientras Dish Boggett, sentado cerca, vigilaba. Le parecía que nunca se había sentido tan solo. El mero hecho de tenerla tan cerca y al mismo tiempo tan lejos, hacía más aguda su soledad. Cuando echaba su manta al suelo junto a los muchachos no pensaba tanto en ella y podía dormir. Ahora la tenía a pocos metros de distancia…, podía acercarse a la tienda y oírla respirar. Pero le pareció que nunca podría salvar aquellos pocos metros. De un modo u otro, Lorie estaría siempre tan distante de él como las estrellas de Kansas. A veces sentía que casi sería mejor no estar enamorado de ella, porque no le proporcionaba paz. ¿De qué le servía estar enamorado si todo iba a ser tan doloroso? No obstante, ese día le había hablado con voz amistosa. No podía abandonar mientras hubiera la menor posibilidad.
Permaneció toda la noche despierto con la cabeza apoyada en su silla, pensando en Lorie…, sin dormir, sin querer volver a dormir.