50
July Johnson opinaba que todos los jugadores eran gandules, y la mayoría de ellos engreídos; se sabía que Jake Spoon era ambas cosas. Quizás en lugar de cabalgar hasta el sur de Texas decidiera probar suerte en Fort Worth, que era una ciudad importante y llena de vaqueros.
July pensó que era una posibilidad que convenía probar, porque si encontraba a Jake allí se ahorrarían un montón de kilómetros, y además regresaría antes junto a Elmira. Regresar junto a Elmira ocupaba más su mente que la captura de Jake Spoon. Cabalgó todo el día pensando en ella, lo que le convertía en un triste compañero para Joe, que no parecía añorarla.
En realidad July, quería detenerse sobre todo en Fort Worth para echar una carta que había escrito. Le parecía que si ella le añoraba agradecería algo de correspondencia. Pero aunque trabajó varias noches en la carta, era tan pobre que no sabía si mandarla. Dudaba porque si le sentaba mal se burlaría de él. Pero sentía la necesidad de escribir y lamentaba ser tan torpe con la pluma. La carta era breve.
Querida Ellie:
Hemos venido a buen paso y hemos tenido suerte con el tiempo, que ha estado despejado.
No hay rastro de Jake Spoon pero hemos cruzado el Río Rojo y ya estamos en Texas, y a Joe le gusta. Su caballo se ha portado muy bien, y ninguno de los dos hemos estado enfermos.
Espero que estés bien y que los mosquitos no te hayan molestado demasiado.
Tu amante esposo,
JULY
Meditó sobre la carta durante varios días y pensó en añadir que la echaba en falta y quizá llamarla mi amor, pero decidió que era demasiado arriesgado. A veces Elmira se ofendía por estas cosas. También le preocupaba la ortografía y no sabía si lo había hecho bien. Algunas de las palabras no le parecían correctas, pero no tenía medios de comprobarlo a no ser preguntando a Joe, y Joe solo había ido un par de años a la escuela. Le preocupaba sobre todo la palabra «mosquitos» y la escribió en el suelo mientras acampaban, para pedir la opinión de Joe.
—Me parece muy larga —contestó Joe al ser preguntado—. Yo le quitaría una o dos letras.
July consideró la cuestión unos minutos y finalmente decidió que lo único que podía quitar era la «u». Pero cuando la quitó, la palabra parecía rara, así que cuando puso la carta en limpio volvió a poner la letra.
—Seguro que le gustará recibir la carta —observó Joe para animar a July. July había estado taciturno desde que dejaron Fort Smith.
Lo cierto es que no creía que a su madre le importara o no recibir la carta de July. Su madre no tenía buena opinión de July. Se lo había dicho varias veces en términos inequívocos.
Joe se sentía feliz por haber salido de Fort Smith, aunque en cierto modo añoraba a Roscoe. En todo caso mostraba un vivo interés por todo lo que iba viendo a lo largo del camino, aunque de momento lo único que veían eran árboles. Poco a poco fueron entrando en campo abierto. Un día se alegraron al ver un pequeño grupo de búfalos; solo ocho animales en total. Los búfalos echaron a correr y él y July los persiguieron un buen rato para verlos mejor. Después de tres kilómetros llegaron a un riachuelo y pararon para ver cruzar a los búfalos. Incluso July olvidó su tristeza a la vista de aquellos grandes y polvorientos animales.
—Me alegro de que quede alguno —comentó—. Los cazadores de pieles casi los han exterminado a todos.
Aquel mismo día, más tarde, entraron en Fort Worth. A Joe le asombró la abundancia de casas y las calles anchas y llenas de polvo que estaban abarrotadas de carretas y calesas. July decidió que irían primero a la oficina de Correos, aunque en el mismo momento estaba tan preocupado por la carta que casi decidió no mandarla. Lo deseaba desesperadamente, pero al mismo tiempo no quería hacerlo.
A Joe le pareció que habían pasado por delante de cincuenta saloons camino de Correos. En Fort Smith solo había tres saloons y una cuadra de alquiler de caballos, mientras que Forth Worth tenía un patio para carretas y montones de tiendas. Incluso vieron un pequeño rebaño de ganado longhorn de aspecto salvaje que era conducido por las calles por cuatro vaqueros de aspecto también salvaje. Pese a su aspecto, el ganado se comportaba tan bien que no pudieron ver a los vaqueros enlazándoles, algo que Joe ansiaba poder ver.
En Correos July estuvo dudando unos segundos hasta que finalmente sacó la carta, compró un sello y la entregó. El empleado era un viejo con gafas. Estudió la dirección escrita en el sobre y luego miró a July.
—¿Arkansas? ¿Es de ahí de dónde viene? —le preguntó.
—Pues sí —respondió July.
—¿Se llama Johnson?
—Pues sí —volvió a contestar July—. Me sorprende que lo sepa.
—Oh, lo he adivinado. Creo que tengo una carta para usted por alguna parte.
July se acordó que había dicho a Peach y Charlie que a lo mejor paraban en Fort Worth para recabar noticias sobre Jake y Elmira. Solo lo había mencionado, pero nunca se le hubiera ocurrido pensar que alguien quisiera escribirle. El corazón empezó a golpearle con fuerza ante la idea de que la carta pudiera ser de Elmira. Si lo fuera, iba a pedir que le devolviera la suya para así poder mandarle una respuesta apropiada.
El viejo empleado tardó lo suyo buscando la carta, tanto que July se puso nervioso. No había esperado correo, pero ahora que había surgido tal perspectiva estaba impaciente por saber de quién era la carta y qué decía.
Pero se vio obligado a esperar mientras el viejo iba revolviendo montones de papeles polvorientos y buscado en quince o veinte casilleros.
—¡Maldita sea! —exclamó el viejo—. Recuerdo perfectamente que hay una carta para usted. Espero que ningún imbécil la haya tirado por equivocación.
Entraron tres vaqueros, todos ellos con cartas que habían escrito a sus hermanas o a sus novias, y todos ellos tuvieron que esperar mientras el viejo continuaba su búsqueda. A July se le fue cayendo el alma a los pies. Probablemente el viejo tenía mala memoria y si había una carta sería para algún otro.
Uno de los vaqueros, un individuo de aspecto fiero y bigote rojo, no pudo contener por más tiempo su impaciencia.
—¿Está buscando sus chanclos, o qué? —preguntó al viejo.
El viejo no le hizo caso, o quizá no le oyó. Tarareaba mientras seguía buscando.
—Debería castigarse con la horca esta lentitud de Correos —dijo el impaciente—. Con el tiempo que llevo esperando, ya podía haber llevado la carta a mano.
Mientras lo decía, el viejo encontró la carta debajo de una saca de correspondencia, y se la tendió a July:
—Algún imbécil le puso la saca encima.
—Supongo que los hombres envejecen y mueren mientras esperan comprar un maldito sello —comentó el vaquero impaciente.
—Si vienen dispuestos a seguir maldiciendo, les ruego que vayan a hacerlo fuera —observó el viejo imperturbable.
—Este es un país libre. Y además no estoy maldiciendo.
—Espero que podrá pagar el sello. Aquí no concedemos créditos.
July no esperó a oír el final de la discusión. Por la escritura del sobre supo que la carta procedía de Peach, no de Elmira. Este descubrimiento aún le puso más deprimido. Sabía que no había motivo para esperar una carta de Elmira, pero deseaba verla y la idea de que le hubiera escrito le había reconfortado.
Joe esperaba sentado en la acera de madera de la oficina de Correos, contemplando el incesante paso de calesas, carretas y jinetes.
July no parecía animado como cuando entró.
—Es de Peach —dijo. Abrió la carta y se apoyó en la barandilla de amarre para tratar de descifrar la letra de Peach, que era algo así como trazos sin sentido:
Querido July:
Ellie se marchó tan pronto como te fuiste. Mi opinión es que no volverá, y Charlie piensa lo mismo.
Roscoe es un pobre ayudante; deberías dejar de pagarle por lo que ha ocurrido. Ni siquiera se fijó en que se había ido, pero yo le llamé la atención.
Roscoe se marchó para ir en tu busca y darte la noticia, pero no es fácil que te encuentre; es un hombre de poco empuje. Creo que el pueblo está mucho mejor sin él.
Creemos que Ellie se marchó en un barco de whisky; supongo que perdió la cabeza. En tal caso sería perder el tiempo ir en su busca. Charlie piensa lo mismo. Será mejor que tú sigas buscando y que detengas a Jake Spoon. Merece pagar por lo que hizo.
Tu cuñada,
MARY JOHNSON
July se había olvidado que Peach tenía un nombre normal como Mary antes de que su hermano le pusiera aquel apodo. Ben había encontrado a Peach en Little Rock, e incluso había vivido allí dos meses para cortejarla.
—¿Qué dice? —preguntó el pequeño Joe.
July no quería pensar en lo que decía. Era más agradable tratar de no pensar en los hechos, dado que el hecho más importante en su mente era uno que no quería tener en cuenta. Ellie se había ido. No quería estar casada con él. Entonces, ¿por qué se había casado? No podía comprender esto ni por qué se había ido.
Miró con enfado al muchacho aunque sabía que hacía mal. Si Joe se hubiera quedado en Fort Smith, Ellie no habría podido marcharse tan fácilmente. Luego se acordó de que había sido Ellie la que insistió en que el muchacho se fuera con él. Nada de ello era culpa de Joe.
—Malas noticias —contestó July.
—¿Se ha ido mamá? —preguntó Joe.
July asintió sorprendido. Si el chiquillo podía adivinarlo con tanta facilidad, esto significaba que el tonto era él por haber ignorado algo tan obvio que incluso un niño podía verlo.
—¿Cómo lo has adivinado?
—No le gusta quedarse mucho tiempo en un mismo lugar. Es su modo de ser.
July suspiró y volvió a mirar la carta. No podía creer lo del barco de whisky. Aunque Ellie hubiera perdido la cabeza, no viajaría en un barco de whisky. Le había dejado dinero. Podía haber cogido una diligencia.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Joe.
—Todavía no lo he pensado —dijo July moviendo la cabeza—. Roscoe está en camino.
La cara de Joe se iluminó.
—¿Roscoe? —repitió—. ¿Y por qué viene?
—No creo que él quisiera. Imagino que Peach le habrá obligado.
—¿Y cuándo llegará?
—No lo sé. No podemos saber cuándo, ni dónde. Ni tiene sentido de la orientación. Por lo que sabemos, podría dirigirse al Este.
La posibilidad de que así fuera hacía más difícil su situación. Su mujer se había ido con rumbo desconocido; su ayudante andaba perdido por lugares desconocidos y el hombre al que tenía que detener también andaba por paradero desconocido.
De hecho, July había llegado a un punto de su vida en que virtualmente no sabía nada. Él y Joe se encontraban en una calle de Fort Worth, y esto era básicamente todo lo que sabían.
—Creo que será mejor que vayamos en busca de tu madre. —Al decirlo se dio cuenta de que era como dejar libre a Jake Spoon. También significaba que Roscoe Brown seguiría perdido, dondequiera que se hubiera perdido.
—Ellie puede estar en apuros —dijo hablando consigo mismo.
—Quizás Roscoe ha descubierto dónde está —sugirió Joe.
—Lo dudo. No creo que sepa siquiera dónde está él.
—Mamá probablemente se ha ido en busca de Dee —insistió Joe.
—¿Quién? —preguntó July sorprendido.
—Dee. Dee Boot.
—Pero si está muerto… —murmuró July turbado—. Ellie me dijo que había muerto de viruelas.
Por la expresión del rostro de July, Joe se dio cuenta de que había cometido un error al mencionar a Dee. Naturalmente, era culpa de su madre. Nunca le había dicho que Dee hubiera muerto… caso de que así fuera. Probablemente se trataba de algo que su madre había contado a July por razones personales.
—¿No es tu padre?
—Sí —contestó Joe orgulloso.
—Ella me contó que había muerto de viruelas. Dijo que había ocurrido en Dodge.
Joe no sabía cómo enmendar la metedura de pata. Parecía que la noticia le había hecho daño a July.
—No creo que mintiera —insistió July con voz firme, pero también hablando para sí. Ni lo pensaba ni podía imaginar por qué lo había dicho. Probablemente le había mentido desde el primer momento sobre lo de querer casarse y todo lo demás. Probablemente Dee Boot estaba vivo, en cuyo caso Elmira estaba casada con dos hombres. Parecía difícil de creer, porque al parecer no disfrutaba estando casada.
—Vámonos —decidió July—. No puedo pensar con tanto jaleo.
—¿No vas a buscar a Jake por los saloons? —preguntó Joe. Después de todo era para eso para lo que habían ido a Fort Worth.
Pero July montó en su caballo y se alejó tan deprisa que Joe temió por un instante perderle por entre las carreteras. Tuvo que saltar sobre su caballo y galopar para alcanzarle.
Cabalgaron en dirección este, en la misma dirección por la que habían venido. Joe no hizo ninguna pregunta, ni July le dio ninguna oportunidad de hacerla. Era casi de noche cuando se pusieron en camino y cabalgaron dos horas después de caer la noche antes de acampar.
Aquella noche, una vez instalados, July dijo:
—Será mejor que busquemos a Roscoe. Tal vez sepa más de lo que Peach cree que sabe.
De pronto sentía una terrible necesidad de ver a Roscoe, un hombre que le había irritado diariamente durante años. Roscoe podía saber algo sobre Ellie. A lo mejor había confiado en él y Roscoe podía tener sus razones para ocultar la información a Peach. Era posible que supiera dónde estaba exactamente Ellie y por qué se había ido.
Cuando se echó a dormir estaba casi convencido de que Roscoe conocía la verdad y que le tranquilizaría. Estaba lleno de rabia contra Peach por expresar tan abiertamente sus opiniones, sobre todo la de que Ellie se había ido para siempre.
Joe dormía con la boca abierta, roncando suavemente. July se asombró de que pudiera dormir tan profundamente con su madre desaparecida.
Habían aparecido las estrellas y July estuvo despierto toda la noche, mirándolas y preguntándose qué debía hacer. Se le ocurrió que Ellie probablemente estaría acampada bajo las mismas estrellas, bajo el mismo cielo. Empezó a tener extraños pensamientos. Las estrellas parecían estar tan juntas… De niño tenía un perfecto equilibrio y podía cruzar arroyos saltando de piedra en piedra. ¡Si pudiera estar en el cielo y utilizar las estrellas como piedras…! No tardaría en encontrar a Ellie. Si se dirigía hacia Kansas, estaba solo a pocas estrellas hacia el Norte, pero en tierra tardaría muchos días en alcanzarla.
El llano estaba quieto y silencioso, tan silencioso que July pensaba que si hablaba Ellie podría oírle. Si ella contemplaba las estrellas como él, ¿por qué no adivinaría lo que él pensaba de ella?
Cuanto más despierto permanecía, más raro se sentía. Creía que probablemente estaba enloqueciendo por culpa de la tensión. Por supuesto, las estrellas no podían ayudarle. Eran estrellas, no espejos. No podían mostrar a Ellie lo que él sentía. Se adormiló un poco y soñó que ella había vuelto. Estaban sentados en el altillo de su pequeña cabaña, y ella le sonreía.
Cuando despertó y se dio cuenta de que el sueño no era verdad, se sintió tan decepcionado que se echó a llorar. Le había parecido tan real que Ellie incluso le había tocado, sonriente. Intentó volver a dormirse para reanudar el sueño, pero no pudo. Permaneció el resto de la noche despierto, recordando la dulzura de aquel sueño.