48

—¿Tienes la impresión de que el indio ronda por ahí? —preguntó Call.

—¿Cómo voy a saberlo? —respondió Augustus—. No me informó de sus propósitos. Solo dijo que nos cortaría los cojones si pasábamos al norte del Canadian.

—Me gustaría saber por qué se echaron a correr las reses —murmuró Call—. Era una noche silenciosa y estaban todas acostadas.

—El ganado no sale corriendo solo con la lluvia. También puede correr en noches tranquilas.

—No me gusta que Deets perdiera su rastro. Un hombre al que Deets no pueda rastrear es un hombre escurridizo.

—¡Venga ya! Lo que ocurre es que Deets está oxidado. Y tú también. Habéis perdido vuestra habilidad. Dirigir una cuadra no es la mejor preparación para rastrear comanches.

—Supongo que tú no estarás oxidado, ¿verdad? —preguntó Call.

—Mis máximas habilidades son hablar y hacer bollos. Y emborracharme en el porche. Probablemente he bajado un poco en los bollos en los últimos días, pero todavía puedo hablar mejor que nadie.

—O peor.

Estaban junto a la carreta, con la esperanza de que el nuevo cocinero llegara a tiempo de preparar el desayuno. Pea Eye llegó al galope y se desplegó hacia el suelo.

—Tu forma de descabalgar me recuerda a una grulla aterrizando en un charco de barro —dijo Augustus.

Pasó por alto el comentario. Era necesario no tener en cuenta la mayoría de los que hacía Gus o uno se veía envuelto en una conversación inútil.

—Bueno, Newt está vivo. Solo fue derribado.

—Por qué no le has traído —preguntó Call, tranquilizado.

—Nos encontramos al cocinero y quería compañía. El cocinero asegura que no monta animales, así que vienen andando. Ahora llegan.

Y en efecto, pudieron ver al muchacho y al viejo a unos doscientos metros. Se movían en dirección al campamento, pero despacio.

—Si el cocinero es tan lento como Newt, no llegarán hasta la próxima semana —observó Gus.

—¿Qué están haciendo? —preguntó Call. Desde luego estaban haciendo algo. En lugar de venir directamente al campamento, andaban en círculos, como si buscaran objetos perdidos.

—El cocinero tiene un burro, pero no lo monta —dijo Pea Eye—. Dice que no es civilizado montar animales.

—Vaya, el hombre es un filósofo —dijo Augustus.

—Eso es. Y lo he contratado solo para que hable contigo. Así nos dejarás a los demás tranquilos y libres y quizá podamos trabajar.

Unos minutos más tarde, Newt y Po Campo llegaron a la carreta seguidos de lejos por el burro. Resultó que habían estado recogiendo huevos de pájaro. Los traían en el sarape del viejo, que llevaban entre los dos como una hamaca.

—Buenos días —saludó Po Campo a todos en general—. Si llega el burro, podremos desayunar.

—¿Y por qué no ahora? —preguntó Augustus—. Está aquí y veo que ha traído los huevos.

—Sí, pero necesito mi sartén. Me alegro de haber visto estas avefrías. No todos los días se pueden encontrar tantos huevos.

—Ni todos los días puedo comerlos —dijo Augustus—. ¿Cómo ha dicho que se llama?

—Po Campo —contestó el viejo—. Me gusta este muchacho. Me ha ayudado a recoger estos huevos aunque está un poco magullado porque el caballo lo derribó.

—Bueno. Yo soy Augustus McCrae. Tendrá que hacerlo lo mejor que pueda con esta pandilla de brutos.

Po Campo silbó a su burro.

—Los huevos de avefría son mejores que los de codorniz. Más sabrosos, aunque los de codorniz no son malos si se cuecen y se dejan enfriar.

Dio la vuelta al campamento estrechando la mano de cada uno. Cuando hubo terminado de saludar al equipo, el burro ya había llegado. En un tiempo sorprendentemente corto, Po Campo sacó una sartén enorme, preparó un fogón cruzando dos hierros de marcar sobre dos leños, y batió sesenta o setenta huevos de avefría. Los sazonó con especias que sacó de su equipaje y coció los huevos hasta que pudieron cortarse a rodajas, como un pastel de huevo. Después de haberlos probado y gruñido misteriosamente, sirvió una rebanada a cada hombre. Algunos, como Jasper, se mostraron indecisos a probar una comida tan exótica, pero cuando hubieron tragado el primer bocado les desapareció la indecisión.

—¡Caramba, este es el mejor pastel de huevo que he comido en mi vida! —confesó Jasper—. Son mejores que los huevos de gallina.

—¿Pero tú sabes distinguir una tortilla cuando la ves, Jasper? —preguntó Augustus. Estaba molesto al ver que el cocinero nuevo pasaba a convertirse en héroe a los cinco minutos, mientras él había preparado excelentes bollos durante años y apenas había cosechado alabanzas.

—No es más que una simple tortilla hecha con huevos de avefría —añadió con énfasis—. Hubiera podido prepararos una de haber sabido que os gustaban estas cosas. Esta noche pienso freír unos saltamontes —declaró Po Campo. Contemplaba a los dos cerdos azules, que a su vez le contemplaban a él. Habían salido de debajo de la carreta para comerse las cáscaras de los huevos.

—Si piensa en los cerdos, olvídelo —dijo Augustus—. Si quieren saltamontes que los cacen. Son rápidos como conejos.

—Voy a freír unos cuantos para Newt. Me aseguró que nunca ha comido saltamontes fritos mojados en melaza. Son un buen postre si están bien fritos.

El equipo se echó a reír ante la idea de comer saltamontes. Po Campo también se rio. Ya había desmantelado el fogón y limpiaba la sartén con un puñado de hierba.

Call sintió alivio. Era evidente que Po Campo se llevaba bien con el equipo. Todo el mundo parecía feliz salvo Gus, que estaba molesto porque había sido desbancado como cocinero. A Gus siempre le gustaba ser el mejor en lo que hubiera que hacer.

—Me ha gustado el pastel de huevo, pero me niego a comer insectos —dijo Jasper.

—Me gustaría tener boniatos —dijo Augustus—. Os enseñaría cómo se hace un pastel, nenas.

—He oído decir que hace unos bollos muy buenos —observó Po Campo sonriéndole.

—En efecto. El hacer bollos es un arte y yo lo aprendí.

—Mi mujer también los hacía muy buenos. Me gustaban sus bollos. Nunca se le quemaban por debajo.

—¿Dónde vive, en México? —preguntó Augustus, curioso por saber de dónde había salido el viejo.

—No, vive en el infierno, adonde la envié —afirmó Po Campo plácidamente, sorprendiendo a todos los que le escuchaban—. Su comportamiento era terrible, pero hacía buenos bollos.

Hubo un momento de silencio; los hombres no sabían si creer lo que acababan de oír.

—Bueno, si es allí donde está, espero que cualquier día de estos los probaremos —dijo Augustus. Incluso él estaba algo sobrecogido. Había conocido a hombres que habían dado muerte a sus esposas, pero a ninguno que lo admitiera tan fríamente como Po Campo.

—Por eso confío en ir al cielo. No quiero más tratos con esa mujer.

—Bueno, esto no es Montana —observó Call—. Pongamos en marcha al ganado.

Aquella noche, fiel a su palabra, Po Campo frio unos saltamontes. Antes de hacerlo, sirvió una comida de filetes de ternera con alubias e incluso preparó un estofado de ingredientes misteriosos, pero que todo el mundo encontró excelente: Allen O’Brien pensó que era mejor que excelente. Cambiaba su opinión sobre la vida, e insistió en que Po Campo le dijera lo que había en él.

—Me has visto recogerlo —le respondió—. Debiste fijarte más.

Fiel a sus principios, también, se había negado a montar el burro o a sentarse en el pescante junto a Lippy.

—Prefiero andar. Podría escapárseme algo.

—Podría escapársete una mordedura de serpiente —le dijo Lippy. Desde el incidente en el Nueces se le había despertado tal terror a las serpientes que dormía en la carreta y ni siquiera bajaba de ella para orinar, haciéndolo de pie en el pescante.

Po Campo había caminado todo el día, a unos cien metros al oeste del rebaño, arrastrando dos sacos que se había colgado del cinturón. De vez en cuando metía algo en uno de ellos, pero nadie vio lo que era salvo los cerdos, que le seguían pegados a sus talones. Lo único que cabía decir era que su estofado era extraordinariamente sabroso. Deets repitió tantas veces que se avergonzó de su apetito.

Fue Deets el primero que tuvo el valor de probar los saltamontes fritos. Como el nuevo cocinero tenía al equipo de tan buen humor, Call le permitió utilizar un poco de melaza, que guardaban para ocasiones especiales. El mero hecho de tener a alguien que cocinara decentemente ya era una ocasión especial, aunque a Call tampoco le atraía la idea de comer saltamontes.

Pero Po Campo había cogido un saco lleno y cuando tuvo la grasa bien caliente, los fue echando de cinco en cinco, o de seis en seis. Cuando consideró que ya estaban hechos, los sacó con la punta de un gran cuchillo y los fue echando sobre un trapo de algodón. No tardó en tener cincuenta o sesenta fritos, y a nadie para comerlos.

—Cómanlos —insistió—. Son mejores que las patatas.

—Tal vez, pero no parecen patatas —objetó Allen O’Brien—. Parecen bichos.

—Dish, tú eres el mejor de los hombres. Te corresponde servirte primero —dijo Augustus—. Ninguno de nosotros queremos adelantarnos a ti.

—Os cedo mi turno —protestó Dish—. Paso de comer saltamontes.

—¿Y a usted qué le retiene, Gus? —preguntó Needle Nelson.

—La prudencia.

Finalmente, Deets se acercó y cogió un saltamontes. Se sentía inclinado a confiar en un hombre que preparaba tan buen estofado. Sonrió, pero no lo comió enseguida.

—Ponle algo de melaza —sugirió Po Campo.

Deets mojó el saltamontes en el plato de la melaza.

—Supongo que no le matará, pero seguro que le hace vomitar —dijo Lippy, mirando el acontecimiento desde la seguridad del pescante de la carreta.

—Ojalá nos friera algunos de estos mosquitos —dijo Augustus—. Dudo de que sean buenos para comer, pero por lo menos nos libraríamos de ellos.

Entonces Deets se comió el saltamontes. Estaba crujiente. Lo masticó y cogió otro, con una gran sonrisa.

—Es como un caramelo —dijo.

Después de comer tres o cuatro ofreció uno a Newt, que lo envolvió en melaza. Descubrió sorprendido que sabía bien, aunque lo que más sabía era la melaza. El saltamontes en sí era crujiente, como las espinas de la cola de un barbo.

Newt comió otro espontáneamente, y Deets cuatro o cinco más. Entonces Deets persuadió a Pea Eye para que los probara, y Pea comió dos o tres. Con gran sorpresa de todos, Call se acercó y comió dos; en realidad era goloso y no sabía resistirse a la melaza. Dish pensó que tenía que comer uno para mantener su reputación, y a continuación los Rainey comieron un par para imitar a Newt. Pete Spettle comió dos y Soupy, Needle y Bert probaron uno cada uno. Los saltamontes restantes desaparecieron rápidamente, y antes de que Jasper se decidiera a probarlos no quedaba ninguno.

—Sois un maldito puñado de cerdos golosos —protestó, deseando que alguien le hubiera guardado uno.

—Ahora lo habré visto todo. ¡Vaqueros comiendo bichos! —exclamó Augustus. Su orgullo no le había permitido probarlos; hubiera supuesto un triunfo más para Po Campo.

—¿Les he dicho que con gusanos se hace buena mantequilla? —preguntó Po Campo.

—Si alguien intenta embadurnar mi bollo con mantequilla de gusano —observó Soupy Jones— será mejor que desaparezca. Este equipo se está volviendo loco.

Mientras los hombres estaban discutiendo los méritos de los saltamontes, oyeron el galope de un caballo que se acercaba al campamento.

—Espero que sea el correo —dijo Augustus.

—Es el señor Jake —anunció Deets antes de que apareciera el caballo.

Jake Spoon galopó hasta la hoguera del campo y saltó del caballo, que estaba cubierto de sudor. Miró enloquecido a su alrededor, como si esperara ver a alguien.

—¿No está Lorie aquí? —preguntó.

—No —contestó Augustus, angustiado de pronto. La estampida de la noche le había hecho olvidarse de Lorena por completo. Incluso se había olvidado de que Jake había estado fuera. Había dormitado parte del día, aliviado porque Newt estaba a salvo y suponiendo que Lorena estaba bien, o de lo contrario Newt no la hubiera dejado.

—Gus, será mejor que no la ocultes —estalló Jake, temblándole la voz. Olía fuertemente a whisky.

—No la ocultamos —terció Call—. No ha estado aquí.

Newt se disponía a hacer su guardia de noche. Estaba reparando una cincha que parecía desgastada. Al ver a Jake se sintió profundamente intranquilo. A lo largo del día le pareció que había superado su estupidez de haber abandonado su caballo. Pero ahora le embargaba una inquietud peor. Algo le había ocurrido a la mujer a la que le habían encargado guardar.

—Pues se ha ido, y me gustaría saber adónde.

—Puede que haya trasladado el campamento —sugirió Augustus sin querer aceptar lo que temía—. O puede que no hayas sabido encontrarlo; parece que vienes algo cargado.

—He bebido una botella entera. Pero no estoy borracho y aunque lo estuviera podría encontrar mi propio campamento. En todo caso, todo está allí. Solo faltan Lorie y los dos animales.

—¿Hay huellas? —preguntó Call.

Jake pareció asqueado.

—No he buscado ninguna huella. Supuse que había venido aquí a casarse con Gus. Están tan enamorados que desayunan juntos todas las mañanas. ¿Adónde podría ir si no? No tiene ningún mapa.

Jake parecía cansado, temblaba; también se le veía preocupado.

—¿Dónde demonios ha podido ir? —preguntó mirándoles a todos—. Imagino que mañana podré encontrarla. No puede haber ido lejos.

La silla de Augustus estaba a pocos pasos. Había tenido la intención de cubrirla con una lona y servirse de ella como almohada. Pero en cambio la cogió y se fue en busca de su lazo. Sin una palabra se dirigió hacia la remuda.

—¿Adónde se va? —preguntó Jake—. No le entiendo.

La visión de Jake, inútil y medio borracho, llenó de desprecio a Call. Los incompetentes solían ocasionar problemas, a los demás. Jake se había negado a tomar parte en el trabajo, había traído a su puta y luego había dejado que se la robaran.

—Anoche estaba —afirmó Newt muy preocupado—. El señor Gus me mandó vigilarla y vigilé hasta que el ganado se echó a correr.

Augustus regresó llevando del ronzal a un gran alazán llamado Jerry. El caballo era un tanto voluble, pero era apreciado por su velocidad y resistencia.

—Deberías esperar y buscar las huellas —aconsejó Call—. No sabes qué ha ocurrido. A lo mejor ha cabalgado hacia la ciudad, o Jake no la ha visto.

—No, la ha robado Blue Duck —afirmó Augustus—. Es culpa mía por no haber matado a ese hijo de perra mientras estaba bebiendo. En aquel momento no sabía quién era, pero hubiera debido dispararle por si acaso. Luego se me olvidó. Estoy demasiado chocho para seguir viviendo.

—¿Blue Duck ha estado aquí? —preguntó Jake descompuesto.

—Sí —contestó Augustus ensillando al alazán—. No me preocupé demasiado porque Deets le rastreó hacia el Sur. Pero sospecho que nos engañó a los dos.

—Oí hablar de Blue Duck en Fort Worth. Capitaneaba un grupo de asesinos. Acechan por los caminos y asesinan a los viajeros para robarles. ¿Por qué no te la trajiste al campamento si sabías que rondaba por ahí?

—Debí hacerlo, claro. Pero no quiso venir. Confiaba en ti, por alguna razón.

—Es exasperante. Tampoco quiso venir a la ciudad. En la ciudad hubiera estado a salvo. Pero no quiso ir. ¿Qué te propones, Gus? —preguntó cuando vio que Augustus estaba ya listo para marcharse.

—Me propongo ir a buscar a Lorie y traerla.

—Ojalá alcances al hombre antes de que llegue a su destino. De lo contrario te encontrarás con toda la banda —dijo Call.

Augustus se encogió de hombros.

—No es más que una banda.

—Voy contigo —dijo Dish Boggett, sorprendiendo a todo el mundo.

—Ni he pedido voluntarios, ni los quiero.

—¡No es cosa tuya, cachorro! —le espetó Jake, enfurecido.

—No soy un cachorro y tú eres un jugador de mala calaña que has dejado que te la roben —respondió Dish fríamente. Él y Jake estaban tensos como cables, pero Augustus montó y pasó a caballo entre los dos.

—Venga, nenas —les dijo—. No estamos para batallas. Yo me voy y vosotros dos os quedáis aquí.

—Este es un país libre —protestó Dish, mirando airado a Gus.

—Para ti no lo es. Tienes que quedarte aquí y mantener este rebaño de vacas mirando hacia la estrella polar.

—¡Ya basta! —Cortó Call. Perder a Gus podía pasar…, pocas veces trabajaba. Pero Dish era su mejor hombre. Ya había desviado dos estampidas, algo que nadie del equipo había tenido la habilidad de hacer.

A Dish no le gustó, pero ante las órdenes del capitán poco podía hacer. La idea de Lorena en manos de un forajido le ponía enfermo y sentía una rabia inmensa contra Jake Spoon por exponerla a semejante peligro. Dio la vuelta y se alejó.

—¿Nos vamos esta noche? —preguntó Jake—. Mi caballo está agotado.

—Tú no vas a ninguna parte, Jake —comentó Augustus—. Por lo menos no conmigo. Probablemente tendré que apretar el paso y no tendré tiempo para conversar.

Jake volvió a enfurecerse.

—¡Ya lo creo que iré, si me da la gana! Es mi mujer.

Augustus no le hizo caso.

—Lamento irme precisamente ahora que estamos estrenando un cocinero nuevo —dijo a Call—. Supongo que para cuando vuelva estaréis todos comiendo arañas y ciempiés.

Deets se acercó con expresión preocupada.

—Por favor, vigile bien. A mí se me escabulló; a lo mejor le hace lo mismo.

—Es que tú probablemente pensabas en saltamontes o algo, Deets.

—¿Llevas bastantes balas? —preguntó Call.

—No lo sé. No he contado los de la banda. Si las termino siempre puedo echarles piedras.

Con estas palabras y un movimiento de cabeza se alejó. Call se quedó algo confuso. Aunque la joven no era responsabilidad suya, tenía la sensación de que también él debía haber ido. Pero aquí estaba, retenido por un montón de ganado mientras Gus cabalgaba solo para terminar el trabajo que debieron de haber hecho años atrás. No le parecía correcto.

Entretanto, Jake se iba indignando por momentos por el comportamiento de Gus.

—¡Debí de haberle disparado! —Remedó—. ¿Qué quiere decir con eso de dejarme aquí? Yo traje a la mujer, y creo que tengo derecho a ir a buscarla.

—Debiste haberte quedado cerca —le recordó Call.

—Es lo que quise hacer —dijo Jake sintiéndose culpable—. Solo pretendía quedarme una noche en Austin. Pero de pronto tuve buenas manos y decidí quedarme dos. Pudo haber venido conmigo pero no quiso. Préstame un caballo. No quiero que Gus me adelante demasiado.

—Dijo que no te quería. Ya le conoces. Si no quiere que vayas, no dejará que vayas.

—No nos dejaba en paz —se quejó, como hablando consigo mismo—. Venía siempre a desayunar.

Entonces sus ojos se posaron en Newt, que se sentía el único culpable.

—Te enviaron para que la vigilaras. Yo diría que el trabajo no pudiste hacerlo peor.

Newt no contestó. Era verdad, y le hacía sentirse peor el que fuera Jake quien se lo dijera. Montó su caballo de noche y cabalgó rápidamente fuera del campamento. Sabía que iba a llorar y no quería que ninguno de los muchachos lo viera. Y al poco rato, lloró tanto que las lágrimas le caían por la cara y mojaban la silla.

En el campamento, Jake seguía enfurecido.

—Ese muchacho no se merece el sueldo. Hubiera debido darle un par de puñetazos.

A Call no le gustó su tono.

—¡Siéntate! —le ordenó—. Newt no necesita ningún puñetazo. Volvió para ayudar con la estampida, que era lo que debía hacer. Probablemente Blue Duck se las agenció para que el ganado empezara a correr, y entonces fue y se llevó a la mujer. No es culpa del muchacho.

Entonces Jake descubrió a Po Campo, sentado con la espalda apoyada en la rueda de la carreta, envuelto en su sarape.

—¿Quién es este? ¿Otro bandido?

—No, solo soy el cocinero —contestó Po Campo.

—Pues a mí me pareces un bandido. Quizás el maldito indio te envió para que nos envenenaras a todos.

—¡Jake, siéntate o lárgate! No quiero oír más idioteces.

—Claro que me voy a largar. Préstame un caballo.

—Ni hablar. Necesitamos todos los que tenemos. Puedes comprarte uno en Austin.

Jake pareció que iba a desplomarse de rabia y nerviosismo. Todos los hombres que no estaban de guardia le contemplaban en silencio. El desprecio se reflejaba en sus rostros, pero Jake estaba demasiado excitado para darse cuenta.

—¡Menuda pareja que sois tú y Gus! —dijo Jake—. Nunca pensé que me trataríais así. —Montó su agotado caballo y abandonó el campamento, hablando entre dientes.

—Jake tiene los nervios de punta —comentó Pea Eye.

—No irá muy lejos con ese caballo —observó Deets.

—No necesita ir muy lejos —dijo Call—. Me imagino que se irá a dormir el whisky y volverá por la mañana.

—¿De veras no quiere que vaya con el señor Gus? —preguntó Deets. Era obvio que estaba preocupado.

Call lo pensó. Deets era un magnífico rastreador, además de valiente. Podía ayudar a Gus. Pero la mujer no era asunto de ellos y necesitaban la habilidad rastreadora de Deets. Podía ser difícil encontrar agua y mucho más difícil aún cuando llegaran a los llanos.

—No queremos perder al señor Gus —insistió Deets.

—No creo que a Gus pueda ocurrirle nada —dijo Pea Eye sorprendido de que alguien pudiera ponerlo en duda. Gus había estado siempre allí; era el más ruidoso de todos. Pea Eye trató de imaginar lo que podría sucederle, pero no se le ocurrió nada. Su cerebro no podía imaginar a Gus en apuros.

Call estuvo de acuerdo con él. Augustus siempre había resultado ser bastante más capaz que muchos forajidos, incluso que los más famosos.

—No, quédate con nosotros, Deets —terminó diciendo Call—. A Gus le encanta la idea de eliminar toda una banda de forajidos el solo.

Deets no insistió, pero se quedó intranquilo. El hecho de que había perdido las huellas le obsesionaba. Significaba que el indio era mejor que él. Por tanto también podía ser mejor que el señor Gus. El capitán siempre había dicho que era mejor que hubieran dos hombres: uno para mirar delante y otro detrás. El señor Gus no tendría a nadie para mirar detrás.

Deets siguió preocupado durante todo el día siguiente. Augustus no había vuelto y Jake Spoon tampoco dio señales de vida.

Paloma solitaria
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