XI
A la mitad de esta historia, Pierre fue llamado por el gobernador.
Pierre entró en el despacho del conde Rastopchin, quien, con el rostro contraído, se frotaba con la mano la frente y los ojos. Un hombre de mediana estatura le estaba hablando; se calló cuando llegó Pierre, y se retiró de la estancia.
—¡Ah! ¡Buenos días, gran guerrero!— dijo Rastopchin cuando el otro hubo salido. —¡Ya he oído hablar de sus prouesses![466] Pero ahora no se trata de eso. Mon cher, entre nous, ¿es usted masón?— dijo el conde Rastopchin con tono severo como si en ello hubiera algo malo que deseaba perdonar. —Mon cher, je suis bien informé. Pero sé que hay masones y masones, y espero que usted no sea de aquellos que, con el pretexto de salvar la humanidad, maquinan la ruina de Rusia.
—Sí, soy masón— respondió Pierre.
—Pues ya ve, querido mío. Creo que no ignora que los señores Speranski y Magnitski han sido llevados a lugar conveniente. Lo mismo le ha ocurrido al señor Kliuchárov y a otros que, con el pretexto de construir el Templo de Salomón, tratan de destruir el de su patria. Usted comprenderá que existen razones serias y que yo no habría hecho deportar al jefe de Correos de no haberse tratado de un hombre peligroso. Sé que usted le envió su coche para salir de la ciudad y que además se ha encargado de guardar sus papeles. Lo estimo a usted y no quiero su mal; en atención a los muchos años que le llevo, le aconsejo, como un padre, que corte toda clase de relaciones con esa gente y se vaya de aquí lo antes posible.
—Pero ¿qué delito ha cometido Kliuchárov, conde? —preguntó Pierre.
—A mí me incumbe saberlo y a usted no preguntar— gritó Rastopchin.
—No está probada la acusación de haber difundido las proclamas de Napoleón— dijo Pierre, sin mirar a Rastopchin, —y Vereschaguin…
—Nous y voilà[467]— interrumpió Rastopchin frunciendo el ceño y levantando aún más la voz. —¡Vereschaguin es desleal y un traidor que recibirá lo que merece!— añadió el general gobernador con la cólera violenta de las personas que recuerdan un insulto. —Pero no lo he llamado para discutir mis asuntos; lo he hecho venir para darle un consejo o una orden, si le parece. Le pido que rompa toda relación con hombres como Kliuchárov y se vaya de aquí. Yo acabaré con las estupideces de esos hombres, sean quienes sean.
Y dándose cuenta, probablemente, de que no tenía por qué gritar a un hombre que aún no era culpable de nada, le apretó amistosamente el brazo y continuó:
—Nous sommes à la veille d’un désastre public, et je n’ai pas le temps de dire des gentillesses à tous ceux qui ont affaire à moi. A veces pierde uno la cabeza… Eh bien, mon cher, qu’est-ce que vous faites, vous personnellement?[468]
—Mais rien— replicó Pierre, sin alzar los ojos ni cambiar su expresión pensativa.
Rastopchin frunció el ceño.
—Un conseil d’ami, mon cher. Décampez et au plus tôt, c’est tout ce que je vous dis. À bon entendeur, salut! ¡Adiós, amigo mío! ¡Ah, sí![469]— gritó ya, desde la puerta. —¿Es verdad que la condesa ha caído en las patitas des saints pères de la Société de Jésus?
Pierre no respondió y abandonó, sombrío y disgustado como jamás se lo había visto, la casa de Rastopchin.
Anochecía ya cuando volvió a casa. Habían acudido a verlo unas ocho personas: el secretario del Comité, el coronel de su regimiento, su administrador, el mayordomo y algunos solicitantes. Todos querían exponerle asuntos que él debía resolver. Pierre no comprendía nada de esos asuntos ni le interesaban, y sólo por librarse de las visitas respondió a las preguntas que le hacían. Por último, al quedarse solo, abrió y leyó la carta de su mujer.
“Ellos, los soldados de la batería… El príncipe Andréi muerto… El viejo… La simplicidad es la obediencia a Dios. Hay que sufrir… ensamblarlo todo… Mi mujer se casa… Debo olvidar y comprender…” Sin desnudarse, se dejó caer en la cama y se durmió en seguida.
A la mañana siguiente, al despertarse, el mayordomo le anunció que había venido un policía de parte del conde Rastopchin para enterarse de si había salido de Moscú o pensaba hacerlo.
En el salón había unas diez personas esperándolo: todos necesitaban hablar con él. Pierre se vistió rápidamente y en vez de recibir a las visitas salió a la calle por la puerta de servicio.
Ninguno de los familiares de Bezújov logró verlo hasta después del incendio de Moscú; nadie supo dónde se hallaba, a pesar de todas las búsquedas que se hicieron.