X

Las tropas francesas se descomponían en una progresión matemáticamente exacta. El célebre paso del Berezina, sobre el que tanto se ha escrito, no fue más que uno de los compases de espera de aquel proceso de exterminio del ejército francés, y en manera alguna un episodio decisivo de la campaña. Si los historiadores franceses han escrito y escriben tanto sobre el Berezina se debe a que esta vez, en el puente hundido de aquel río, los sufrimientos franceses, antes escalonados, se amontonaron de pronto en un espectáculo trágico que ha quedado en la memoria de todos. Por otra parte, si los rusos han hablado y escrito tanto acerca del Berezina es porque, lejos de la zona de guerra, en San Petersburgo, se había redactado un plan (de Pfull) para hacer caer a Napoleón en una trampa estratégica en el río. Todos parecían convencidos de que las operaciones se desarrollarían sobre el terreno de acuerdo con lo dispuesto en aquel plan y por ello insistían en que el paso del Berezina había sido fatal para los franceses. En realidad los resultados del paso del río, teniendo en cuenta la pérdida en cañones y prisioneros, fueron menos desastrosos para los franceses que la batalla de Krásnoie, según demuestran las cifras.

El paso del Berezina es importante únicamente porque demostró de manera evidente e indudable la inconsistencia de todos los planes ideados para cerrar el paso a Napoleón en su retirada y la exactitud del único plan de acción posible, exigido por Kutúzov, que se limitaba a perseguir al enemigo. La desorganizada turba de los franceses huía con rapidez siempre creciente y estaba dirigida con toda energía a la consecución de su objetivo. Escapaba como una fiera herida y no podía detenerse en su camino. Esto se hizo evidente no sólo por la manera como fue preparado el paso del río, sino por el movimiento de la masa sobre los puentes. Cuando éstos fueron rotos, los soldados desarmados, los habitantes de Moscú, las mujeres y niños que seguían en carros a las tropas, todos —por efecto de la ley de inercia—, en vez de rendirse, continuaron huyendo hacia delante, en barcas y en el agua helada.

Obrar así era racional. La situación de los fugitivos como la de sus perseguidores seguía siendo igual de mala. Permaneciendo junto a sus compañeros, cada uno esperaba en su desventura el socorro del camarada, volver a la posición que antes ocupaba entre los suyos. Con la rendición a los rusos seguían encontrándose en la misma miseria, pero pasaban a un puesto inferior en cuanto a la distribución de víveres. Los franceses no necesitaban informaciones seguras para saber que la mitad de los prisioneros perecían de frío y hambre, pues los rusos no sabían qué hacer con ellos pese a todo su deseo de salvarlos; se daban cuenta de que eso no tenía remedio. Ni los jefes rusos más inclinados a la piedad y simpatizantes de los franceses, ni los franceses al servicio de Rusia, nada podían hacer por los prisioneros. Los franceses perecían víctimas de la misma situación calamitosa en que se hallaba el ejército ruso; no era posible quitar ropa y comida a soldados hambrientos y muertos de frío, que eran necesarios, para dárselas a los franceses, incapaces ya de causar daño, ni culpables ni odiados, sino sencillamente inútiles. Algunos llegaban a hacerlo, pero eran excepciones.

Detrás los aguardaba una muerte segura; delante aún había esperanza. Habían quemado las naves y no quedaba más salvación que la huida en masa; y a ella se lanzaron las tropas francesas.

Cuanto más lejos huían los franceses, cuanto más exiguos eran los restos de su ejército —sobre todo después del paso del Berezina, en el cual San Petersburgo había cifrado tantas esperanzas—, tanto más se agitaban las pasiones de los generales rusos, que se acusaban mutuamente y sobre todo a Kutúzov. Previendo que el fracaso del plan de San Petersburgo en Berezina sería imputado al general en jefe, se manifestaban cada vez con más fuerza el descontento, las burlas y el desprecio. Esto, por supuesto, se expresaba en forma respetuosa, de tal manera que el mismo Kutúzov no tenía ocasión de preguntar por qué y de qué lo acusaban. Nadie hablaba con él seriamente; todos, al informarlo de algo o pedirle permiso, lo hacían con el gesto de quien cumple una triste ceremonia; y después, a sus espaldas, se guiñaban el ojo y a cada paso trataban de engañarlo.

Todos esos hombres, precisamente porque eran incapaces de comprenderlo, estaban de acuerdo en que era inútil hablar con él; aseguraban que él nunca entendería la profundidad de sus proyectos y se limitaría a contestar con sus frases habituales (a ellos les parecía que no eran más que frases) sobre el puente de plata, que no se podía llegar a la frontera con una muchedumbre de harapientos, etcétera. Todo eso se lo habían oído ya; y lo demás que decía, por ejemplo que era necesario esperar las vituallas, que los soldados estaban sin botas, era tan simple en comparación con lo complicado e inteligente de cuanto ellos proponían que la duda era imposible: Kutúzov era un viejo imbécil, mientras que ellos eran unos adalides geniales sin mando.

Sobre todo cuando el ejército del insigne almirante y héroe de San Petersburgo, Wittgenstein, se unió al del generalísimo, aquellos chismes y aquel estado de ánimo, dominante en el Estado Mayor, llegaron a su más alto grado. Kutúzov se daba cuenta de ello y, con un suspiro, se limitaba a encogerse de hombros. Sólo una vez, después del Berezina, montó en cólera y escribió a Bennigsen —que enviaba informes por su cuenta al Emperador— la siguiente carta:

Teniendo en cuenta sus dolorosos accesos, se le ruega, Excelencia, que al recibo de la presente se dirija a Kaluga, donde ha de esperar las órdenes y la designación de Su Majestad Imperial.

Pero una vez alejado Bennigsen, llegó el gran duque Constantino Pávlovich, que había asistido al comienzo de la campaña y fue apartado del ejército por Kutúzov. Ahora, el gran duque, de vuelta en el ejército, informó al general en jefe de que el Zar estaba descontento por los escasos éxitos de las tropas y la lentitud de las operaciones. El Zar había manifestado su deseo de unirse al ejército y estaba a punto de llegar.

El viejo general, tan ducho en los asuntos de la Corte como en el arte militar —aquel Kutúzov que en el mes de agosto de ese mismo año había sido elevado a la dignidad de generalísimo contra la voluntad del soberano y había apartado al gran duque heredero del trono utilizando su poder, quien en oposición al Emperador había ordenado el abandono de Moscú—, comprendió que su hora había llegado, que concluía su papel y que del presunto poder no le quedaba nada. Y lo comprendía no sólo por el trato que recibía en la Corte: veía, por una parte, que la guerra, aquella guerra en la cual había representado su papel, había concluido y su misión estaba cumplida. Por otra parte, en aquellos mismos días comenzó a sentir el cansancio de su viejo cuerpo y la necesidad de un descanso físico.

El 29 de noviembre Kutúzov entró en Vilna, en su buena ciudad de Vilna, como él decía. Dos veces a lo largo de su carrera había sido gobernador de Vilna. En la rica ciudad, que no había sufrido daño alguno durante la guerra, además de las comodidades de la vida, que durante tanto tiempo le habían faltado, encontró viejos amigos y recuerdos. Y dejando de lado todas las preocupaciones estatales y militares se entregó a una vida apacible, regulada por los viejos hábitos, en la medida en que le daban tregua las pasiones encendidas a su alrededor, como si cuanto estaba sucediendo y debía suceder en la historia no lo afectara en absoluto.

Chichágov, uno de los más fervientes partidarios del cerco y captura del enemigo, que deseaba hacer, en primer lugar, un sabotaje en Grecia y luego en Varsovia e ir a todos los sitios, pero de ningún modo al que le ordenaban; Chichágov, célebre por el valor con que hablaba al Zar, consideraba que Kutúzov debería estarle agradecido porque cuando, en 1811, fue enviado a Turquía para firmar la paz, sin la participación de Kutúzov, al convencerse de que la paz ya estaba firmada, reconoció ante el Zar que todo el mérito de esa firma pertenecía a Kutúzov.

Hablando con Chichágov, Kutúzov le dijo entre otras cosas que los coches cargados con sus vajillas, capturados en Borísovo, estaban a salvo y le serían devueltos.

—Ce n’est pour me dire que je n’ai pas sur quoi manger… Je puis au contraire vous fournir de tout dans le cas même où vous voudriez donner des dîners[625]— respondió Chichágov, ruborizándose, deseando demostrar con cada palabra que eso no era motivo de preocupación para él, pero sí para Kutúzov.

El general en jefe sonrió con cierta penetrante sutileza y, encogiéndose de hombros, respondió:

—Ce n’est que pour vous dire ce que je vous dis.[626]

Contra la voluntad del Zar, Kutúzov detuvo en Vilna a la mayor parte de sus tropas. Quienes lo rodeaban decían que estaba extraordinariamente cansado y muy débil. Se ocupaba de mala gana de los asuntos militares y lo abandonaba todo a sus generales. En espera de la llegada del Soberano, procuraba distraerse.

El Zar había salido de San Petersburgo el 7 de diciembre con el conde Tolstói, el príncipe Volkonski, Arakchéiev y otros personajes de su séquito. El día 11 llegó a Vilna y, en su trineo, se dirigió inmediatamente al castillo. A la entrada, a pesar del frío intenso, lo esperaban casi un centenar de generales y oficiales de Estado Mayor con uniforme da gala, sin contar la guardia de honor del regimiento Semiónovski.

Un correo, que precedía al Zar en un trineo arrastrado por tres caballos sudorosos, anunció la llegada de Alejandro. Konovnitsin corrió al zaguán para avisar a Kutúzov, que aguardaba en una pequeña pieza de la portería.

Unos instantes después la gruesa y alta figura del viejo general, también con uniforme de gala y todas sus condecoraciones en el pecho, con el fajín que le oprimía el vientre, salió, balanceándose, al zaguán. Se puso el sombrero, tomó los guantes y, de lado, con gran dificultad, bajó las escaleras y tomó el informe que debía entregar al Soberano.

Todos los ojos, en medio de aquel ir y venir de susurros, de la carrera desenfrenada de una troika, estaban fijos en un trineo que se acercaba al galope y donde se veían las figuras del Zar y de Volkonski.

Pese a sus cincuenta años de costumbre, todo ello provocó en el viejo general un estado de inquietud física. Preocupado, tanteaba el uniforme con gesto nervioso y se enderezaba el sombrero en el instante preciso en que el Soberano descendía del trineo y miraba hacia él; Kutúzov volvió a ser dueño de sí mismo e irguiéndose avanzó, tendió a Alejandro su informe y habló con su voz de siempre, mesurada y sugestiva.

El Zar lo envolvió en una rápida mirada de pies a cabeza, frunció momentáneamente el ceño pero, dominándose en seguida, se acercó y lo abrazó. Y una vez más, la impresión de esa muestra de afecto relacionada con sus pensamientos más íntimos conmovió como siempre a Kutúzov, que no pudo dominar un sollozo.

Alejandro saludó a los demás oficiales, pasó revista a la guardia de honor del regimiento Semiónovski, volvió a estrechar la mano de Kutúzov y, por último, entró con él en el castillo.

Una vez a solas Alejandro le manifestó su disgusto por la lentitud con que había perseguido al enemigo y los errores cometidos en Krásnoie y el Berezina; a renglón seguido le participó sus puntos de vista sobre la futura campaña, más allá de la frontera. Kutúzov no objetó ni dijo nada. La misma expresión de sumisión inexpresiva con la que siete años antes había escuchado las órdenes del Zar en el campo de Austerlitz reaparecía ahora en su rostro.

Cuando Kutúzov salió del despacho de Su Majestad y atravesaba con sus pasos balanceantes y pesados y con la cabeza baja la sala, lo detuvo una voz.

—Alteza— decía alguien.

Kutúzov alzó la cabeza y contempló largamente los ojos del conde Tolstói, quien, de pie ante él, le presentaba un pequeño objeto en una bandeja de plata. Al parecer, Kutúzov no entendía lo que se pretendía de él.

De pronto pareció recordar; una imperceptible sonrisa vagó por su grueso rostro, e inclinándose profunda y respetuosamente tomó el objeto que le presentaban en la bandeja: era la cruz de primera clase de la Orden de San Jorge.

Guerra y paz
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
Nota_editores.xhtml
parte001.xhtml
parte002.xhtml
parte003.xhtml
parte004.xhtml
parte005.xhtml
parte006.xhtml
parte007.xhtml
parte008.xhtml
parte009.xhtml
parte010.xhtml
parte011.xhtml
parte012.xhtml
parte013.xhtml
parte014.xhtml
parte015.xhtml
parte016.xhtml
parte017.xhtml
parte018.xhtml
parte019.xhtml
parte020.xhtml
parte021.xhtml
parte022.xhtml
parte023.xhtml
parte024.xhtml
parte025.xhtml
parte026.xhtml
parte027.xhtml
parte028.xhtml
parte029.xhtml
parte030.xhtml
parte031.xhtml
parte032.xhtml
parte033.xhtml
parte034.xhtml
parte035.xhtml
parte036.xhtml
parte037.xhtml
parte038.xhtml
parte039.xhtml
parte040.xhtml
parte041.xhtml
parte042.xhtml
parte043.xhtml
parte044.xhtml
parte045.xhtml
parte046.xhtml
parte047.xhtml
parte048.xhtml
parte049.xhtml
parte050.xhtml
parte051.xhtml
parte052.xhtml
parte053.xhtml
parte054.xhtml
parte055.xhtml
parte056.xhtml
parte057.xhtml
parte058.xhtml
parte059.xhtml
parte060.xhtml
parte061.xhtml
parte062.xhtml
parte063.xhtml
parte064.xhtml
parte065.xhtml
parte066.xhtml
parte067.xhtml
parte068.xhtml
parte069.xhtml
parte070.xhtml
parte071.xhtml
parte072.xhtml
parte073.xhtml
parte074.xhtml
parte075.xhtml
parte076.xhtml
parte077.xhtml
parte078.xhtml
parte079.xhtml
parte080.xhtml
parte081.xhtml
parte082.xhtml
parte083.xhtml
parte084.xhtml
parte085.xhtml
parte086.xhtml
parte087.xhtml
parte088.xhtml
parte089.xhtml
parte090.xhtml
parte091.xhtml
parte092.xhtml
parte093.xhtml
parte094.xhtml
parte095.xhtml
parte096.xhtml
parte097.xhtml
parte098.xhtml
parte099.xhtml
parte100.xhtml
parte101.xhtml
parte102.xhtml
parte103.xhtml
parte104.xhtml
parte105.xhtml
parte106.xhtml
parte107.xhtml
parte108.xhtml
parte109.xhtml
parte110.xhtml
parte111.xhtml
parte112.xhtml
parte113.xhtml
parte114.xhtml
parte115.xhtml
parte116.xhtml
parte117.xhtml
parte118.xhtml
parte119.xhtml
parte120.xhtml
parte121.xhtml
parte122.xhtml
parte123.xhtml
parte124.xhtml
parte125.xhtml
parte126.xhtml
parte127.xhtml
parte128.xhtml
parte129.xhtml
parte130.xhtml
parte131.xhtml
parte132.xhtml
parte133.xhtml
parte134.xhtml
parte135.xhtml
parte136.xhtml
parte137.xhtml
parte138.xhtml
parte139.xhtml
parte140.xhtml
parte141.xhtml
parte142.xhtml
parte143.xhtml
parte144.xhtml
parte145.xhtml
parte146.xhtml
parte147.xhtml
parte148.xhtml
parte149.xhtml
parte150.xhtml
parte151.xhtml
parte152.xhtml
parte153.xhtml
parte154.xhtml
parte155.xhtml
parte156.xhtml
parte157.xhtml
parte158.xhtml
parte159.xhtml
parte160.xhtml
parte161.xhtml
parte162.xhtml
parte163.xhtml
parte164.xhtml
parte165.xhtml
parte166.xhtml
parte167.xhtml
parte168.xhtml
parte169.xhtml
parte170.xhtml
parte171.xhtml
parte172.xhtml
parte173.xhtml
parte174.xhtml
parte175.xhtml
parte176.xhtml
parte177.xhtml
parte178.xhtml
parte179.xhtml
parte180.xhtml
parte181.xhtml
parte182.xhtml
parte183.xhtml
parte184.xhtml
parte185.xhtml
parte186.xhtml
parte187.xhtml
parte188.xhtml
parte189.xhtml
parte190.xhtml
parte191.xhtml
parte192.xhtml
parte193.xhtml
parte194.xhtml
parte195.xhtml
parte196.xhtml
parte197.xhtml
parte198.xhtml
parte199.xhtml
parte200.xhtml
parte201.xhtml
parte202.xhtml
parte203.xhtml
parte204.xhtml
parte205.xhtml
parte206.xhtml
parte207.xhtml
parte208.xhtml
parte209.xhtml
parte210.xhtml
parte211.xhtml
parte212.xhtml
parte213.xhtml
parte214.xhtml
parte215.xhtml
parte216.xhtml
parte217.xhtml
parte218.xhtml
parte219.xhtml
parte220.xhtml
parte221.xhtml
parte222.xhtml
parte223.xhtml
parte224.xhtml
parte225.xhtml
parte226.xhtml
parte227.xhtml
parte228.xhtml
parte229.xhtml
parte230.xhtml
parte231.xhtml
parte232.xhtml
parte233.xhtml
parte234.xhtml
parte235.xhtml
parte236.xhtml
parte237.xhtml
parte238.xhtml
parte239.xhtml
parte240.xhtml
parte241.xhtml
parte242.xhtml
parte243.xhtml
parte244.xhtml
parte245.xhtml
parte246.xhtml
parte247.xhtml
parte248.xhtml
parte249.xhtml
parte250.xhtml
parte251.xhtml
parte252.xhtml
parte253.xhtml
parte254.xhtml
parte255.xhtml
parte256.xhtml
parte257.xhtml
parte258.xhtml
parte259.xhtml
parte260.xhtml
parte261.xhtml
parte262.xhtml
parte263.xhtml
parte264.xhtml
parte265.xhtml
parte266.xhtml
parte267.xhtml
parte268.xhtml
parte269.xhtml
parte270.xhtml
parte271.xhtml
parte272.xhtml
parte273.xhtml
parte274.xhtml
parte275.xhtml
parte276.xhtml
parte277.xhtml
parte278.xhtml
parte279.xhtml
parte280.xhtml
parte281.xhtml
parte282.xhtml
parte283.xhtml
parte284.xhtml
parte285.xhtml
parte286.xhtml
parte287.xhtml
parte288.xhtml
parte289.xhtml
parte290.xhtml
parte291.xhtml
parte292.xhtml
parte293.xhtml
parte294.xhtml
parte295.xhtml
parte296.xhtml
parte297.xhtml
parte298.xhtml
parte299.xhtml
parte300.xhtml
parte301.xhtml
parte302.xhtml
parte303.xhtml
parte304.xhtml
parte305.xhtml
parte306.xhtml
parte307.xhtml
parte308.xhtml
parte309.xhtml
parte310.xhtml
parte311.xhtml
parte312.xhtml
parte313.xhtml
parte314.xhtml
parte315.xhtml
parte316.xhtml
parte317.xhtml
parte318.xhtml
parte319.xhtml
parte320.xhtml
parte321.xhtml
parte322.xhtml
parte323.xhtml
parte324.xhtml
parte325.xhtml
parte326.xhtml
parte327.xhtml
parte328.xhtml
parte329.xhtml
parte330.xhtml
parte331.xhtml
parte332.xhtml
parte333.xhtml
parte334.xhtml
parte335.xhtml
parte336.xhtml
parte337.xhtml
parte338.xhtml
parte339.xhtml
parte340.xhtml
parte341.xhtml
parte342.xhtml
parte343.xhtml
parte344.xhtml
parte345.xhtml
parte346.xhtml
parte347.xhtml
parte348.xhtml
parte349.xhtml
parte350.xhtml
parte351.xhtml
parte352.xhtml
parte353.xhtml
parte354.xhtml
parte355.xhtml
parte356.xhtml
parte357.xhtml
parte358.xhtml
parte359.xhtml
parte360.xhtml
parte361.xhtml
parte362.xhtml
parte363.xhtml
parte364.xhtml
parte365.xhtml
parte366.xhtml
parte367.xhtml
parte368.xhtml
parte369.xhtml
parte370.xhtml
parte371.xhtml
parte372.xhtml
parte373.xhtml
parte374.xhtml
parte375.xhtml
parte376.xhtml
parte377.xhtml
parte378.xhtml
parte379.xhtml
parte380.xhtml
parte381.xhtml
parte382.xhtml
parte383.xhtml
parte384.xhtml
parte385.xhtml
parte386.xhtml
parte387.xhtml
parte388.xhtml
parte392.xhtml
Mapas.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml