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Al inspector Mazeres, cuando estaba en casa y no tenía cosa mejor que hacer, le gustaba entrar en Internet. Navegaba en busca de información o de entretenimiento, la mayoría de las veces, sin rumbo. En alguna ocasión había visitado salas de chat. Sus compañeros de comisaría le habían advertido que se anduviese con cuidado que ese mundo estaba lleno de troyanos. Aquella noche, intrigado después de la conversación mantenida con el padre Méndez, salió de la comisaría con una idea fija. Ya en casa, se sentó cara a la pantalla de su ordenador, y tecleó en Google la palabra Hitler. En pocos segundos se le notificaba que ese término aparecía citado 6.970.000 veces.
—¡Qué barbaridad!
Como es de imaginar, el inspector ni disponía de tiempo material (hubiese necesitado años o siglos) ni tenía la paciencia de Job para ponerse a hojear ni la centésima parte de aquel material. Se dejó llevar y abrió webs al azar; pasando de unos enlaces a otros. Al fin, dio con una página que podía tener relación, aunque fuese remota, con el asunto de las SS y la reliquia de san Pantaleón.
El 21 de octubre de 1940 Henrich Himmler, Reichsfürer de las SS, llegó a Madrid en un tren especial. En la estación le esperaba Serrano Súñer, ministro de Asuntos Exteriores, cuñado de Franco y hombre fuerte del régimen fascista español. Cuando Himmler bajó del tren, dos niños ataviados con uniforme nazi le entregaron sendos ramos de flores. La gente que abarrotaba los andenes sabía que Himmler era uno de los hombres más poderosos de Reich. El objetivo oficial de su visita era coordinar la seguridad del encuentro entre Franco y Hitler que tendría lugar dos días después en Hendaya...
Himmler se entrevistó con el dictador español, y consiguió las más amplias garantías para que su Gestapo pudiese actuar con toda libertad en territorio español. Era la manera con que Franco le pagaba la entrega de republicanos refugiados en Francia...
Al inspector no le interesaba el tema en sí sino por la luz que pudiese aportar al caso de la reliquia. A pesar de que le era desconocido el autor (historiador o simple curioso) y el valor documental del escrito, siguió con la lectura.
Mientras los jerarcas fascistas españoles viajaban hacia Hendaya, el 23 de octubre, Himmler se dirigió a Barcelona. Y, desde allí, a Montserrat.
—¡No asistió al histórico encuentro! —se sorprendió Mazeres— Entonces ¿a que vino? ¿Era más importante Montserrat que Hendaya? ¿Qué interés podía tener para él esa abadía?
Siguió leyendo el texto que tenía en pantalla.
En su visita a Montserrat, Himmler fue acompañado por el general Karl Wolf, jefe de su Estado Mayor, y un séquito de 25 oficiales de las SS... y llevaba consigo el libro de Otto Rahn "La Corte de Lucifer "... El general Karl Wolf y su protegido Otto Rahn eran apasionados del esoterismo y lograron entusiasmar a Himmler y, a través de éste, al mismo Hitler...
Mazeres había oído hablar de Hitler, la Gestapo y la Segunda Guerra mundial en casa y en la calle, pero nunca fue un asunto que le apasionase. No lo había estudiado a fondo. Había visto la película "Vencedores o vencidos?" de Stanley Kramer donde Spencer Tracy encarnaba al juez americano Haywood, sin embargo apenas sabría decir alguna cosa de los personajes que fueron juzgados en aquel tribunal. Sólo ahora que las SS habían salido a propósito de la visita de unos oficiales al monasterio de la Encarnación, comenzó a interesarse por el tema. Las breves líneas que acababa de leer le alucinaron y dispararon su curiosidad.
—¿Quién era ese Otto Rahn y qué interés podía tener "La Corte de Lucifer" para que Himmler lo llevase siempre consigo como libro de cabecera? —se preguntó extrañado al ver que aquel séquito que se desplazó a Montserrat más parecía un club de de esoterismo que una misión militar.
El inspector continuó su buceo por Internet y no tardó mucho en obtener información suficiente para el objetivo que perseguía. Averiguó que Otto Rahn desde muy joven se había sentido fascinado por la historia de los cátaros. Que en 1929 y durante tres años consecutivos pasó largas temporadas en los Pirineos y en el Langue d'Oc, tierras cátaras por antonomasia. Que en 1933, escribió "La Cruzada contra el Grial", su primer libro, donde señalaba que los cátaros fueron guardianes del Grial, del que extraían luz y conocimiento, y que, en el siglo XIII, la Iglesia de Roma, codiciosa de ese sagrado objeto, desencadenó contra ellos la denominada "cruzada contra el Grial". Fruto de sus estudios, Rahn aventuraba la hipótesis de que en aquella región francesa habrían sido custodiados dos Griales distintos. Uno sería la copa donde Jesús bebió en la última cena y que guardó José de Arimatea. Otro Grial sería la esmeralda caída de la frente de Lucifer de la que hablaban las más antiguas tradiciones religiosas procedentes de Irán. Rhan elucubraba también sobre la posibilidad de que el castillo de Montsalvat, descrito en la obra "Parsifal", fuera en realidad el castillo francés de Montsegur. Según esa leyenda, al rendirse la fortaleza de Montsegur tras meses de asedio, los ejércitos papales nunca hallaron el Grial. ¿Cuál de esos dos Griales pusieron a salvo los cátaros: el santo cáliz o la esmeralda de Lucifer? ¿Dónde fue depositado? ¿Pero es que alguna vez existió algún Grial? Esas eran las grandes incógnitas que Rhan quería despejar y que, ahora, comenzaron a interesar al inspector.
En 1936, el mismo año que Himmler fundaba la Deutsches Ahnenerbe, Otto Rahn entró en las SS. Al año siguiente publicó su segundo libro "La corte de Lucifer", guía de un viaje iniciático a través de toda Europa. En este estudio, incluía la montaña de Montserrat como uno de los lugares probables adonde pudiera haber ido a parar el Grial de los cátaros. En 1939 murió o desapareció misteriosamente Otto Rahn.
La apasionante biografía de Otto Rhan resultaba tan enrevesada como las incontables leyendas del Grial, sin embargo esclarecía de algún modo la expedición nazi a Montserrat de 1940. Mazeres detuvo su búsqueda y comenzó a hacerse preguntas tal como era su costumbre. ¿Hasta qué punto las teorías del santo Grial de Rhan influyeron en Himmler? ¿Qué trataba de investigar Himmler en Montserrat? ¿Buscaba, como sugerían algunos, la Lanza sagrada, con la que el soldado romano Longinos atravesó el corazón de Cristo clavado en la cruz y que los nazis consideraban como un talismán de poder? Mazeres no sabía en aquel momento que Hitler, fascinado por la lanza de los Habsburgo (una de las cuatro que en Europa se disputaban la autenticidad) estaba ya en su poder desde 1938. ¿Buscaba el cáliz de la eterna juventud? ¿Quizá algo más prosaico como un tesoro oculto, que un siglo antes rebuscaron sin resultado alguno las tropas de Napoleón?
Las páginas de Internet consultadas por el inspector Mazeres daban fe de que la fiebre por el santo Grial no era un hecho fantástico o del pasado, sino que continuaba vivo en el presente. Unos seguían escribiendo voluminosos libros y hasta tesis surrealistas. Otros, como hiciera Otto Rahn y el mismo Himmler, viajaban de aquí para allá en su búsqueda, visitaban montañas mágicas o cuevas con inscripciones enigmáticas, echaban cálculos y trazaban líneas esotéricas. Mazeres, con los datos que sus escarceos por la red le habían proporcionado, se hizo muchas preguntas sin llegar a conclusión alguna; pero tuvo una corazonada.
—Entre la visita de Himmler al monasterio de Montserrat en octubre de 1940 y la de sus oficiales de las SS al monasterio de la Encarnación en mayo de 1943, tres años después, tiene que existir algún nexo —se dijo, dejó la pantalla en blanco y se puso a reflexionar—. Esa pulsión esotérica que mueve a mucha gente a la búsqueda de un Grial, por muy irracional que parezca, no es menos real que la pulsión sexual o la pulsión por el poder que sienten los políticos y les lleva a guerras de destrucción y muerte. ¡Por desgracia no es la razón la que mueve al hombre sino la fe!
Mazeres había recibido una educación católica muy intensa: en el ámbito familiar, en la parroquia, en el seminario y en el colegio mayor del Opus. Era de suponer que tanta catequesis habría dejado un poso casi consustancial en lo más profundo de su ser y que seguiría siendo toda su vida un católico convencido, sin embrago su evolución personal no fue por ahí. A medida que comenzó a pensar por su cuenta, a razonar, se le cayeron de los ojos las escamas que le impedían ver y poco a poco fue desembarazándose de las creencias recibidas como si de capas de cebolla se tratase. Ahora, no sabía si era agnóstico o escéptico, ni siquiera le importaba mucho esa cuestión.
Después de casi medía hora de dudas, de si entrar o no, por miedo a la posible invasión de "troyanos", se metió de lleno en un foro de esoterismo. Lo eligió al azar, uno de tantos que pueblan la red. Su decisión no fue tan irreflexiva como a él mismo le pareció. El caso de la reliquia, cada vez le parecía tenerlo más claro, estaba emparentado con ese mundo esotérico. Sin pensárselo dos veces, sacó de su cartera el papelito que Jorge había encontrado en los bolsillos del arzobispo Sutherland y escribió las cuatro primeras letras de la misteriosa frase cuyo significado desconocía, a ver qué pasaba.
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Vio cómo los caracteres por arte de magia iban apareciendo en su pantalla a medida que los tecleaba uno a uno, con mucho cuidado. ¿También el arzobispo sería un creyente esotérico y aquella frase, una clave secreta cargada de significado? No tardó mucho en recibir repuesta.
—¿Quién ha escrito eso? —tecleó alguien que se hacía llamar Leviatán, desde Dios sabe de que remoto rincón del planeta.
—Yo —tecleó Mazeres y, después de unos segundos, añadió—: Oye, Leviatán, ¿sabrías desentrañar el significado de mi escrito?
Quedó a la espera de que en su pantalla apareciese alguna contestación.
—¿Lo has escrito tú y no sabes lo que significa? —se detuvo la escritura automática.
—No es mío. Yo no tengo ni idea —tecleó Mazeres.
—Me parece que esos signos, o algo muy semejante, aparecieron en una iglesia de Turquía. No recuerdo dónde lo leí. Y tú, ¿de dónde lo has sacado?
El interés que había despertado en su anónimo interlocutor puso nervioso al inspector, como aquella vez que, siendo universitario, jugó con unos amigos a la ouija y pasó mucho miedo al ver cómo el tablero misterioso se movía y respondía a las pregunta, y ahora, al recordar aquello, a punto estuvo de cortar y salirse del foro; pero prosiguió escribiendo.
—Como comprenderás, no voy a decirte así como así dónde y cómo lo he encontrado. Sólo te diré que se trata de una contraseña —trató de esquivar la interpelación y tecleó a continuación—: Uno, cuando chatea, nunca sabe con quién habla. Ni tú me conoces a mí ni yo a ti... y hay mucho loco de sectas extrañas que anda suelto por ahí.
—Oye —se enfadó su interlocutor—, de sectas extrañas, nada. Los que participamos en este foro somos gente legal.
—Lo que te dice Leviatán es cierto —intervino otro cibernauta cuyo alias era Dante.
—¿Es que Leviatán es el que lleva la voz cantante en este chat? ¿Él es el jefe? —preguntó Mazeres, al comprobar que los demás que estaban on line permanecían callados o participaban poco.
—No, no. Aquí hablamos todos —escribió Leviatán—. Lo que pasa es que nos has sorprendido con tu numerito. Si prefieres podríamos chatear en privado.
—Vale —escribió Mazeres, y corrigió a continuación—. Me lo pensaré.
—Si me necesitas, ya sabes dónde puedes encontrarme —le respondió.
En el ejercicio de su profesión, Mazeres había conocido personas muy sensatas que, jugando, jugando, cuando quisieron darse cuenta, estaban metidas hasta el cuello en de alguna secta, y no era fácil salir y desembarazarse de ella. No es que se hubiese acobardado pero la conversación en que participaba le dio cierto repelús, el mismo que le producían las arañas. De pronto la escritura automática se puso en marcha.
—Escúchame, Sibila (era el nombre que el inspector había adoptado). Voy darte un consejo. Deja el caso del relicario como está y no metas tus sucias narices donde no te llaman —escribió alguien que se hacía llamar Thanatos.
Mazeres apartó sus dedos del teclado como si le hubiese dado la corriente. Otro contertulio contestó por él.
—¿A qué relicario te refieres, Thanatos? ¿Sabes tú algo de la enrevesada palabra que ha escrito Sibila?
—Algo sé, pero no lo puedo decir. Ése que se llama Sibila apesta a policía. Que te diga él a qué relicario me refiero.
—¿Yo apesto a policía? —escribió rápido Mazeres— ¿Qué quieres decir con eso?
—Tú sabes de qué hablo. Sigue, sigue investigando y verás cómo acabas —le amenazó Thanatos.
El inspector tuvo la sensación de que se estaba metiendo en la boca del lobo. Eso de no ver la cara de sus interlocutores, de no saber con quién se la estaba jugando, le creó desazón y mucho más miedo que antes. Apagó el ordenador. Por su cabeza pasaron un sinfín de preguntas. ¿Cómo sabía el tal Thanatos cosas sobre el affaire de la reliquia? Se quedó mirando con fijeza la pantalla oscura y se llevó un sobresalto morrocotudo cuando vio, reflejada en ella, la imagen de un encapuchado que, detrás de él, le estaba mirando. Se volvió con terror. No era sino la lámpara que se reflejaba en el cristal.
—¡Dios mío, qué susto! Ya empiezo a ver fantasmas por todas partes.
El inspector era un detective eficiente y de sangre fría, al menos eso creía, pero en aquel instante el miedo se había apoderado de él. Con todo ese trajín, casi se olvidó de cenar. Mercedes, su asistenta, le había dejado en el frigorífico una jarra con gazpacho, lo que más apetecía en ese verano de bochorno, y un surtido de carnes frías. Mercedes, una andaluza parlanchina y muy dispuesta, le arreglaba la casa, le lavaba la ropa y le preparaba la cena; el almuerzo, no, porque solía comer por ahí, donde se terciase. Le cuidaba como si fuese una madre. Mazeres puso la comida en una bandeja y se sentó delante del televisor. Era la hora de los noticiarios. El cuenco de gazpacho, lleno a rebosar, se lo bebió de una sola vez, sin tener la paciencia de partir unos colines como acostumbraba. Un agradable sabor a vinagre y comino se le quedó pegado al paladar. De una cadena pasó a otra en zapping compulsivo. El poco apetito que tenía se le esfumó con las terribles imágenes que vio. Terroristas chechenos habían hecho saltar por los aires un colegio ruso con los escolares dentro. Centenares de víctimas inocentes. Sangre y más sangre.
—La aldea global enloquece. Las barbaridades de los nazis no quedan tan lejos como parece. Quizá el hombre sea malo por naturaleza y sus genes, con el paso de los siglos, hayan mutado a peor.