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Mazeres, al llegar a su casa aquella misma noche, depositó como de costumbre sus llaves en el cenicero que había sobre el mueble de la entrada y fue derecho en busca del radiocasete. La cinta magnética que le había entregado Carlos Sancristóval le quemaba en las manos, y la curiosidad por saber lo que contenía le reconcomía el alma. Cerró con pestillo la puerta de su despacho, desconectó el teléfono móvil y el fijo y así, seguro de que nadie ni nada le distraería, se dispuso a escucharla. Sin embargo, no fue el afán de concentración, por muy apremiante que fuese, el que le empujó a tomar esas precauciones sino el miedo que estaba agazapado en lo más hondo de su ser desde el día que el comisario Ortiz le amenazó.
Mientras manipulaba el aparato y preparaba un bloc para tomar notas, tuvo presente, sin quitárselo de la cabeza, al numerario Sancristóval y su sermón tremendista. ¿Serían ciertas las maquinaciones que él atribuía al prelado del Opus? Mazeres estaba sobre ascuas. Pronto lo iba a saber.
Apretó el play, el radiocasete se puso en marcha y su corazón a latirle en la garganta. Durante unos instantes, que le parecieron eternos, la cinta corrió sin reproducir sonido alguno sino un chirrido de maquinaria mal engrasada. Luego, oyó algunas palabras inconexas y resonancias de eco que le crisparon los nervios. Al fin pudo escuchar algo coherente: una conversación que, como dedujo enseguida, hacía rato había comenzado. Por lo que le había adelantado el numerario, debían de ser monseñor Olavarría y Sutherland, el arzobispo irlandés. Por la voz, naturalmente, no podía distinguir a los interlocutores. Escuchó con atención un buen rato, después pulsó stop y se puso a escribir en su libreta.
El arzobispo Sutherland fue quien, en efecto, puso al corriente a Olavarría de la existencia del documento "Gott Mit Uns", y quien, a instancias del prelado del Opus, buscó la reliquia y se hizo con ella. Sólo si seguimos la pista de Gómez de San Román podremos recuperarla. Estoy de acuerdo con la sospecha de Sancristóval. Queda claro, pues, que la secta que buscaba la reliquia de Himmler no era la de los Adamitas sino el Opus. En lo concerniente a este punto, no hay que darle más vueltas.
Una vez garabateadas estas notas, volvió a darle al play. En el nuevo tramo, el interlocutor de monseñor Olavarría era otro. Dedujo por la conversación que se trataba de un tal Armando Ruibarbo de San Vicente, un científico muy cualificado que realizaba ensayos con células madre adultas y estaba al frente de uno de los laboratorios del CIMA, centro de investigaciones vinculado a la Clínica Universitaria que el Opus tenía en Navarra. Mazeres no pudo escuchar la conversación entera, sino retazos, debido a que los interlocutores se distanciaban a intervalos del punto donde estaba oculto el micrófono, quizá porque se paseaban por el amplísimo despacho de monseñor. Lo de clonar a Cristo a partir de células de su sangre, que es lo que le proponía el prelado al tal Ruibarbo, no le pareció un disparate sino un reto que le entusiasmaba. A Mazeres le fue muy difícil averiguar si las palabras del científico eran sinceras o, como tantas veces sucede en instituciones encorsetadas por el fanatismo de la obediencia, las decía por adular, y dejaba al tiempo la responsabilidad de desengañar al superior.
- Si somos capaces de descubrir el lenguaje de las células, seremos capaces de decirles lo que tienen que hacer.
Mazeres, por muchas vueltas que le dio a ese fragmento de conversación, no pudo saber de qué hablaban en ese momento, qué quiso expresar el profesor Ruibarbo con sus palabras, y qué entendió Olavarría. Fuera como fuese, monseñor Olavarría, en tono autoritario que no admitía discusión, dijo:
- Tú lo que tienes que hacer es reunirme en tu laboratorio a los mejores especialistas en clonación, trabajar a toda marcha y perfeccionar las técnicas. No repares en medios; para la "clonatio Christi" hay fondos sin límite. Necesitamos llevar a cabo este proyecto cuanto antes. "¡Emmanuel!" Gott Mit Uns. Es un mandato del Padre, su testamento, su última voluntad.
Como ya había hecho con anterioridad, Mazeres detuvo de nuevo la cinta y tomó notas. Durante unos instantes, recapacitó sobre lo que tenía escuchado. ¿Era posible que esas conversaciones fueran reales? Alucinaba. No pudo por menos que reconocer que Sancristóval no exageraba. El inspector se había concentrado con tanta intensidad en el trabajo que se olvidó de cenar y fueron sus tripas las que se lo recordaron. Se levantó, fue a la cocina, abrió la nevera y vio que estaba llena. Se sonrió. Qué sería de mí sin Mercedes, pensó; pero se equivocaba, había sido Paloma quien esta vez se la había colmado. Se hizo un bocadillo de atún, y para que el pan resultase más jugoso le restregó un tomate maduro, añadió unas aceitunas y lo aliñó todo con unas gotas de aceite. Tomó una cerveza de lata y así, sin plato ni servilleta, se fue al balcón. Tan satisfecho estaba de los nuevos descubrimientos que, terminado el bocadillo, buscó su paquete de tabaco y, quebrantando su promesa, se fumó un cigarrillo. El tentempié y el cigarrillo, bajo el cielo estrellado, le supieron a gloria. Volvió a la cinta.
- ¿Ves complicado la clonación de Jesús a partir de alguna de sus células? —era la voz de Olavarría quien hacía aquella pregunta.
- Las técnicas son relativamente simples: desnuclear un óvulo, reemplazar ese núcleo por otro que contenga el material genético que queremos clonar, estimular esa combinación con descargas eléctricas e implantarlo en un útero. Teóricamente las técnicas no son complicadas; pero, en la práctica, el proceso está plagado de riesgos y problemas. Lo cierto es que todavía no han tenido éxito las clonaciones con humanos; necesitaremos tiempo para perfeccionar las técnicas. En las clonaciones de animales a veces se han necesitado más de doscientos intentos para lograr que el experimento tuviese éxito —hubo una pausa que Mazeres interpretó como una duda del profesor Ruibarbo y que éste, al fin, decidió exponerla—. Por otra parte, no es nada fácil la crioconservación de óvulos por ser éstos células grandes con gran contenido de agua y tener una capa externa muy resistente. Ello provoca que, en el proceso de congelación, se formen cristales que pueden dañar su interior. Necesitaremos muchos óvulos —después de otra pausa, aún mayor, añadió una nueva dificultad—. Es impredecible lo que pueda ocurrir con células de hace dos mil años. Mucho dependerá de la calidad y conservación de esa sangre... quizá tengamos que desechar embriones de Jesús por su baja calidad... ¡Es un reto colosal eso de clonar a Dios...!
—¡Qué barbaridad! —exclamó Mazeres, indignado—.Y los tíos se quedan tan frescos.
El inspector, concentrado en el aparato, la mirada puesta en la cinta magnética que se deslizaba silbante de una a la otra bobina, estaba estupefacto; pero su asombro no provenía de la parte técnica de clonación de la que apenas tenía algunas nociones elementales sino del modo con que aquellos temerarios la enfocaban. En ningún momento les oyó cuestionarse la moralidad de su empresa y las implicaciones monstruosas que suponía, más aún cuando el Vaticano, del que el Opus se había constituido en su vocero superlativo, había lanzado terribles anatemas contra los manipuladores de células madres y los había demonizado como fautores de la cultura de la muerte.
—Es evidente que Sancristóval se quedó corto. Este Olavarría está loco y volverá locos a todos los del Opus.
Mazeres, harto de escuchar aquella sarta de barbaridades, fue a darle al stop pero se detuvo. Prestó atención. Debía de ser el último inconveniente que el científico encontraba al proyecto del padre.
- De todos modos, monseñor, en el supuesto de que las condiciones técnicas nos fuesen favorables y la clonación resultase un éxito, el Jesús clonado no tendría ni la memoria ni la experiencia ni la personalidad del origina del Jesús original.
—Memoria, experiencia, personalidad —repitió maquinalmente esas palabras.
Hubo un silencio. Mazeres imaginó que Olavarría se había parado en seco, contrariado, y que fulminaba con la miraba a su subordinado, pero, por lo que siguió, los hechos debieron de desarrollarse de modo bien distinto.
- Lo que tú piensas que es un grave inconveniente, en realidad tiene inmensas posibilidades para nosotros. De eso ya he hablado yo con mi comité teológico —Mazeres adivinó por el tono de voz que Olavarría estaba risueño; hizo éste una pausa y luego se explayó— Puesto que el cerebro del nuevo Jesús será "tamquam tabula rasa" (como una pizarra en blanco), nosotros le inculcaremos todas nuestras doctrinas, le infundiremos todo lo que el Padre nos enseñó. Lo modelaremos a imagen y semejanza de la Obra. Nacerá un Jesús plenamente identificado con nuestro espíritu. ¡Un Jesús "opusiano", a imagen y semejanza de san Josemaría Escriva de Balaguer! ¡Emmanuel! ¡Dios con-no-so-tros!, lo que el Padre había profetizado. ¡¿No es esto maravilloso?!
En Villa Sacchetti ya están preparando a las "Virgines Domini". Marilis Küng (que no tiene ningún parentesco con el teólogo heterodoxo), ha seleccionado un grupito de jovencitas, piadosas por dentro y hermosas por fuera. Ellas serán las que donarán sus óvulos. En una de ellas, cuando llegue el gran momento, se implantará el sagrado embrión y se convertirá en su madre. Pero no sólo hemos cuidado todo lo concerniente al útero materno, también hemos planificado cuidadosamente su educación, sus amigos, sus tutores, etc. eso que los sociólogos califican como útero social.
Siguió un largo silencio que Mazeres, atónito por lo que había escuchado, no sabía cómo interpretar. Un clic metálico indicó que se había acabado la cinta. El inspector también había llegado al límite de su resistencia.